viernes, 28 de agosto de 2020

 

Religión de la salud

Juan Preciado



Giorgio Agamben* llama al estado ideológico actual “la religión de la salud”, donde lo único que importa es sobrevivir –que pareciera obvio, no es lo mismo que vivir- a toda costa. No importa el precio que cada uno esté dispuesto a pagar, porque ese precio ha sido pactado anteriormente; a fin de cuentas, los mecanismos de obediencia tienen años de haber sido implantados y mantenidos eficazmente por la industria de adoctrinamiento de masas. Cada uno debe mantener su privilegiada posición de ser la reserva biológica del sistema.

En la zona euro todos vuelven la mirada –unos de manera franca, otros con miedo o con reserva- a la historia inmediata anterior al pacto que logró trasladar las guerras desde el corazón de Europa hacia regiones del planeta racialmente aceptables. (De no adoptar el mismo enfoque racial que determinó el lanzamiento de dos bombas atómicas, no es posible comprender por qué fueron lanzadas a un país derrotado y que jamás estuvo ni siquiera cerca de ser un factor determinante para definir a los ganadores de la guerra).

Parece que los países de siempre (a excepción de Alemania, por ahora) presentan facilidad para suspender, bajo cualquier pretexto, las garantías individuales. Se compara el actual “despotismo tecnológico sanitario” con el nacimiento del franquismo, el fascismo y el nazismo en Europa. Desgraciadamente, nosotros no tenemos semejante ventaja cultural proclive a la sensatez y al estudio, porque  nuestro país jamás ha dejado de ser una colonia. La urgencia social de reproducir sin ton y son las pautas de conducta relativas a un estado de excepción  que comenzaron a implementarse en España e Italia a principios de este año, son un buen ejemplo desde dónde y hacia dónde se dirige la voluntad social en nuestro país.

 

¿Cuál es la medida de la maldad? ¿Cómo puede ser bueno despreocuparse de los que han muerto? ¿En qué hombre se ha engendrado ésta idea?

¿Qué prueba de fuerza es matar de nuevo al que está muerto?

Sófocles, “Atígona”.


Volvemos a preguntarnos, ¿qué atrocidades puertas adentro se perpetran en un sistema de salud criminalmente desvencijado, de siempre ineficaz, torpe e insensible,  ahora que nadie puede objetar el maltrato y la ignominia a la que los enfermos y difuntos son sometidos, bajo el paraguas protector del miedo socialmente alimentado y un sistema que de siempre criminaliza cualquier disidencia? ¿En qué momento el sistema nacional de salud se convirtió en una fábrica de cenizas anónimas?

La actual atestación de la religión de la salud consiste en creer o no en la realidad palmaria de un virus infeccioso. El lenguaje desenmascara la manera de afrontar la realidad. Nunca ha estado en duda su existencia, sino la pertinencia de las acciones tomadas por gobiernos urgidos de legitimidad. Pero de siempre ha sido más fácil desbaratar una creencia. Años hace que antes de emitir una opinión, el “yo creo” reemplazó al “yo sé”. El realismo fantástico ha sentado sus reales en nuestra sociedad, gracias  a la ilusión popular de que las cosas pueden suceder por el simple hecho de desearlo.

Todos los días, por todos lados, se actualizan las cifras de muertos, contagios, enfermos, hospitalizados.

¿Por qué, en todos estos meses, no se nos han mostrado tablas comparativas de mortalidad mensual y anual, del año 2020 contra años anteriores? Información referente al número de defunciones por enfermedades respiratorias y en nuestro país, decapitaciones y demás asesinatos, por ejemplo. Todo mundo habla de ciencia, pero el método científico no aparece por ningún lado.

El famoso “distanciamiento social” nos recuerda, si somos críticos, que las masa, la gente, la muchedumbre, es fácilmente manipulable, dirigible sí, pero últimamente, había tenido el mal gusto de asociarse, organizarse y protestar para evitar se tomaran medidas –por ejemplo en Francia e Italia- semejantes a las medidas que la “pandemia”  ha permitido implementar y regularizar.

La gran mayoría de las restricciones que tienen que ver con el alejamiento de los centros de enseñanza, de cultura, el consumo a distancia y el obligado sedentarismo, no desaparecerán. Llegaron para quedarse.

Parece que el objetivo es eliminar la participación de la sociedad en cualquier cosa que pueda convertirse en organización y actividad política. El aislamiento -y la esperada abulia- social se convierte en el modelo idóneo de participación cívica.

Y así nos va.

 

 * Giorgio Agamben lleva al menos 25 años y 14 libros denunciando las nuevas formas de control político, principalmente aquellas que perfilan al estado actual como un "biopoder". (Como sucede en nuestro país, los equipos biométricos son los encargados de asociar lo que se asume como perfil biológico de las personas con un número de recaudación fiscal).

Citamos a continuación datos que proporcionó el 27 de abril de 2020 a un diario alemán, dado que sus opiniones y análisis han provocado su exclusión del espectro informativo, como lo dijo en una entrevista que le realizó la radio pública de Suecia, "Por lo que a mí respecta, los grandes periódicos de Italia se niegan pura y simplemente a publicar mis opiniones".

"Cito las palabras del informe: «En marzo de 2019 hubo 15 189 muertes por enfermedades respiratorias y el año anterior hubo 16 220. Por cierto, se observa que esta cifra es superior al número correspondiente de muertes por Covid (12 352) declaradas en marzo de 2020». Pero si esto es cierto y no tenemos motivos para dudarlo, sin querer minimizar la importancia de la epidemia debemos preguntarnos si puede justificar medidas de limitación de la libertad que nunca se habían tomado en la historia de nuestro país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales. Surge la duda legítima, en lo que respecta a Italia, de que al propagar el pánico y aislar a la gente en sus casas, se haya querido descargar sobre la población las gravísimas responsabilidades de los gobiernos que primero desmantelaron el servicio sanitario nacional".


jueves, 2 de julio de 2020


Sobrevivientes

Juan Preciado



En uno de los apéndices del libro “El significado del significado” *, publicado en 1923, un médico se refiere al nombre que se da a las enfermedades. Ahí se menciona la palabra “Influenza” como el ejemplo general que designa una serie de casos particulares, entre los que puede no haber dos exactamente iguales y sin embargo, se habla de “influenza como de algo absoluto, de una cosa que existe por derecho propio”. Como bien menciona el autor “nuestra experiencia no conoce enfermedades, sino personas enfermas”. 

Y se conoce a la persona enferma cuando presenta los síntomas característicos de esa enfermedad en particular. Un síntoma es la señal o el signo que nos revela algo que puede suceder. En medicina, un síntoma es “la manifestación reveladora de una enfermedad”.

Y un enfermo es aquel que “no está firme” (infimus), es decir, falto de solidez y salud.  La etimología de “síntoma” nos habla de “coincidencia”, hechos fortuitos que acontecen de manera simultánea o concomitante.

¿Puede declararse enfermo (de la enfermedad que por el momento nos acomode), una persona que no presenta síntomas?

La circularidad que presenta la dificultad para declarar clínicamente muerta a una persona (paro cardíaco-muerte cerebral-paro cardíaco), se instala ahora para determinar la salud del individuo.


“A la luz de las consideraciones precedentes, entre las dos fórmulas se insinúa una tercera, que define el carácter más específico de la biopolítica del siglo veinte: no ya hacer morir ni hacer vivir, sino hacer sobrevivir. No la vida ni la muerte, sino la producción de una supervivencia modulable y virtualmente infinita es lo que constituye la aportación decisiva del biopoder de nuestro tiempo”


Giorgio Agamben

El problema de esta tendencia eugenésica a declarar de manera idiota como enfermo a alguien que no presenta síntoma alguno, es que la salud se acerca tenebrosamente a ese control estatal prefigurado dónde la enfermedad de los gobernados se convierte en moneda de cambio y por lo tanto, un medio más de coerción y de negocio.

Si existiera duda respecto a que la salud pública ha sido convertida en un gran negocio, basta ver a uno de los amigotes del sistema que dejó de vender muebles para montar una boyante red de hospitales, hoy abarrotados.

El campo de concentración no es solamente esa zona donde lo público y privado desaparece, donde la biopolítica toma control de las vidas humanas al hacer vivir o hacer morir, el campo es además ese lugar donde la víctima se convierte en verdugo y el verdugo en víctima. “La fraternidad de la abyección” es esa zona de irresponsabilidad jurídica donde todo es posible –por parte de los perpetradores-, puesto que nada es castigado. Del “Ellas se lo buscaron” llegamos al “Cárcel a quien provoque contagio”. ¿Están preparando a la gente –con esa tendencia que se tiene de gobernar para las minorías- para próximamente obligar a tramitar un certificado de salud (no covid-19, no tuberculosis, ni almorranas), so pena de padecer arresto domiciliario?

El aire de las ciudades seguirá siendo irrespirable, pero sus habitantes serán impolutos.

Hoy la gente esta embozada y no solamente de manera física. El miedo paraliza, embota el cerebro y lo más importante, hace obedecer. La fábrica de sobrevivientes se ha puesto en marcha y todos están más que listos para dócilmente participar.

Y así nos va.



*  “El significado del significado: Una investigación acerca de la influencia del lenguaje”,  C.K., Ogden y I.A., Richards, Paidos,1984

martes, 16 de junio de 2020


Caja negra
Juan Preciado
Al aparato que registra la actividad de los instrumentos de viaje de un vehículo automotor, lo llamamos “caja negra”. Se le llama así, por un concepto de física, dónde se estudia la entrada y salida de un sistema, sin importar qué sucede dentro. Otra famosa caja negra se utiliza para diseñar circuitos electrónicos, donde a una entrada determinada, se le solicita una salida específica, y a partir de ahí, se comienza con el diseño de los elementos que deberá contener la proyectada “caja negra” para funcionar según lo requerido.

De manera coloquial, se denomina caja negra a todo sistema del que conocemos su entrada y su salida, pero desconocemos que sucede dentro. Si es un circuito eléctrico, electrónico o un programa de software, podemos comenzar con el análisis; para todo lo demás, se comienza con los chismes.

La mente humana se dedica a completar, a través del estudio, la investigación o la imaginación, produce la pieza que falta en cualquier ámbito. Las ilusiones ópticas, funcionan precisamente por esa tendencia de la mente, y es por eso que el arte figurativo tiene tanto éxito. Quién ve cine en tercera dimensión o juega con estereogramas, sabe que el cerebro, por si solo, comienza el trabajo de reconstrucción para obtener las imágenes tridimensionales. La música digital funciona de y por la misma manera; toda grabación de sonido digital es una muestra del original, y cuando se escucha música digital, el cerebro completa lo que falta de la misma manera que éste reproduce el movimiento de las 24 imágenes por segundo que se proyectan en una sala de cine.


“Recuerdo por la noche todas las acciones realizadas a lo largo del día para ejercitar la memoria. Estos son los ejercicios del ingenio, los ejercicios de la mente”
Marco Tulio Cicerón


Cuando la gente adulta comienza a olvidar sucesos de su vida, las lagunas de memoria son restituidas por fantasías normalmente edulcoradas a beneficio del olvidadizo. Nadie va a usar la propia fantasía para menosprecio de sí mismo y menos delante de los demás. Con el chisme pasa exactamente lo mismo. Cuando se desconocen los hechos, las lagunas de conocimiento se rellenan con ficciones. El chismorreo no es invención ni es privativo de las redes sociales, éstas solamente lo han institucionalizado, es decir, éstas desempeñan una función (la diseminación de chismes) que es de interés público. La palabra chisme señala  una cosa desagradable, que generalmente enemista a la gente. Nosotros sabemos desde siempre, que los chismes hechos para separar personas, unen en camaradería a todo aquel que deseé creerlo y trasmitirlo. Por eso los embustes y las tonterías de las redes sociales primero gustan y después se comparten.

Tenemos una entrada, enfermos; tenemos una salida, cadáveres; la caja negra es el hospital del sector público. Lo que sucede en la caja negra, es fuente de interminables habladurías, suposiciones e invenciones. Obviamente, tal como sucede con el chisme, la situación no es invento moderno, desde siempre la gente tiene terror (tristemente con mucha razón) a ingresar a un hospital del sector público, porque ahí “lo matan a uno”. La ineficiencia del sistema engordó las arcas – ¡qué casualidad! - del amigote propietario de una red de hospitales accesibles con mucho dinero o a través de la segunda gallina de los huevos de oro, el seguro de gastos médicos mayores. 


"Ordenaba a sus secuaces que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz"
Plutarco


Un andamiaje de chismes y presupuestos logra que las empresas gasten –malamente, absurdamente- más dinero pagando seguro de gastos médicos (del tamaño que sea) para sus empleados, en vez de inscribirlos como se debe, en la seguridad social. Lo mismo sucedió hace 30 años, con el ataque frontal a las escuelas públicas para beneficio de las instituciones de educación privada. La estrategia siempre es destruir lo público, para beneficiar amistosos negocios privados, que vienen a “subsanar” las carencias que fueron criminalmente provocadas.

Y en esas estábamos cuando llegó a nuestro país el microscópico terror chino. Si antes, a la vista de todos, sucedían hechos atroces dentro de los hospitales, ¿qué barbaridades se están cometiendo en estos aciagos días en nombre de la salud pública, ahora que el manto opaco del sistema los cubre, de tal manera que las víctimas son reducidas a cenizas sin explicación alguna y sin que los deudos puedan tener certeza de su identidad?

Ahora que el contacto humano pretende ser abolido, la solidaridad diezmada, cualquiera puede ser un miserable portador de muerte (en un país convertido desde hace mucho en fosa común); ahora que cualquiera es sospechoso de insidia y con tiempo improductivo de sobra, lo único que queda es el chisme.

Y así nos va…

lunes, 8 de junio de 2020


Pura ficción

Juan Preciado


La palabra ficción denota aquello falso que se  presume cierto. Comparte raíz con la palabra figurar, moldear. Una ficción no es un error, es una mentira consciente, elaborada. Gracias a la literatura primero y al cine después, la palabra ficción se ha despojado de su connotación negativa y para calificar los embustes, engaños y farsas,  utilizamos evidentemente otros vocablos.

La ciencia ficción es un género literario que no tuvo padre, sino madre; se considera a “Frankenstein o el moderno Prometeo” como la primera novela de ciencia ficción. Curiosamente, los primeros relatos de ciencia ficción nos hablan de autómatas sin conciencia, que devienen caos y desgracia para sus creadores, de la misma manera que la vida artificial se vuelve contra Víctor Frankenstein.
Durante siglos, la creación de vida artificial ha ocupado la fantasía de las personas, principalmente los autómatas, que de existir, permitirían tener alguien que cumpla a cabalidad con los propios deseos (que generalmente son criminales). Controlar la voluntad ajena a través de encantamientos, es otra variable posible, según el imaginario colectivo.

En los relatos de principios de siglo XX ambientados en los pantanos de Luisiana, los zombis son personas carentes de voluntad, generalmente preparados para asesinar a cuanto enemigo tenga quién los reduce a semejante condición utilizando ritos de lo que conocemos como Vudú (1). Vivo o muerto, el zombi esta poseído por un espíritu inmundo. El zombi además, presenta cambios físicos y su aspecto resulta ser un híbrido entre hombre y caimán. En 1968 se estrenó una película (1) que vino a descomponer todo, principalmente por que adapta muy mal y libremente un relato de vampiros (2)  que sucede después del desastre provocado por una guerra bacteriológica.  Los zombis que conocemos desde entonces son seres caníbales, peligrosos al género humano, burocráticamente lentos, perniciosos sin un fin aparente y totalmente ajenos a los zombis de Nueva Orleans o Haití.

En 1990 se estrena una película de ciencia ficción (es decir, de figuraciones científicas o tecnológicas, filmada en México, el país de la “política ficción”), dónde el protagonista descubre que su vida es una farsa, pura mentira (3). Los recuerdos han sido alojados en su mente de manera artificial y un curioso pero tranquilo obrero resulta ser un belicoso ex agente secreto. (Igualito que en las terapias de regresión hipnótica, donde resulta que todo mundo en su vida anterior fue miembro destacado de algún tipo de monarquía).

En 1998 se estrena una película –ignorada entonces, ahora considerada de culto- que pondría de moda los relatos en donde se afirma que la realidad toda es una fabricación artificial (4). Un hombre, que despierta en un baño de hotel, es perseguido por la policía ya que se le acusa de asesinato. En una ciudad que se encuentra bajo el influjo maligno de seres extraterrestres que dirigen la conducta de todos modelando la mente mientras duermen, el protagonista se libera por el simple hecho de ser insomne. Después vendría la famosísima película que nos da la bienvenida al “Desierto de lo real”.*

De factura reciente, un filme narra la vida coincidente de dos personas, hombre y mujer, que han sido drogados para ser robados. Descubren, mientras intentan rescatar años de vida que no recuerdan, que el robo es la trampa inicial que tiene por objetivo introducir un parásito que los despoja de toda voluntad. (El parásito se obtiene de excremento de cerdos alimentados ex profeso). La clave que no deja buen sabor de boca es que el despojo monetario no basta, lo que se busca es controlar la vida –historia y biología- de las personas (5).

Todas las figuraciones de cómo controlar la voluntad ajena tienen en la realidad esperpénticos ejemplos. Por ejemplo, si se tiene poco dinero y mucha credulidad, se puede recurrir al curandero, al santero o a la yerbera; si se tiene la misma credulidad pero más dinero, se acude al psíquico o al pseudocientífico;  podemos leer anuncios en la calle donde se ofrecen “amarres” garantizados; no es raro encontrar tirados en la vía pública gallinas negras y demás despojos de animales mutilados. Los señores de la plutocracia también recurren a sus propios chamanes y ejecutan sus propios embrujos, pero para controlar a la población, resultan ser más pragmáticos y por lo tanto, eficientes. Las redes sociales han desplazado a la televisión como mecanismo principal para modelar conductas y dirigir opiniones. Por eso, los bandos en pugna pagan para reclutar ejércitos de “opinantes” y de manera significativa, los reclutados se acusan y motejan mutuamente de ser zombis al servicio del bando contrario. Los parásitos controladores no se ingieren a través de bebidas o alimentos contaminados, gustosamente la victima los adquiere en la tienda de la compañía de telefonía celular en turno.

Y así nos va…




1. “Canaan negro” y varios relatos más de Robert E. Howard.
2.  “La noche de los muertos vivientes”,  George A. Romero.
3.  “Soy leyenda”, Richard Matheson.
4. “Totall recall”, Paul Verhoeven, basada en un cuento de Philip K. Dick.
5. “Dark city”, Alex Proyas.
6. "Upstream color", Shane Carruth, 2013.

* Slavoj Zizek titula así uno de sus libros, “Bienvenidos al desierto de lo real”, frase tomada del filme “Matrix”, 1999.

viernes, 22 de mayo de 2020


Montajes
Juan Preciado


El 30 de octubre de 1938, sin prevenir a nadie, un actor de cine comenzó  a transmitir por radio una adaptación de la novela de H. G. Wells “La guerra de los mundos”, como si se tratara de un noticiero que en directo, reportara sucesos reales. La reacción social que provocó ha sido comentada hasta el hartazgo; lo que deseamos destacar en este momento es que su estrategia perfila paso a paso los métodos de comunicación actuales para provocar una reacción similar. Los radio escuchas de ese entonces eran ciegos; casi 100 años después los internautas también. ***

En 1987, se estrena una película de ciencia ficción basada libremente en una novela de Stephen King. La anécdota, un concurso de televisión en vivo -hoy le llamarían “Reality show”- en el que los participantes deben sobrevivir a una carrera mortal, se desarrolla en el año 2017, donde el estado policial mantiene a las personas dentro de sus casas, mirando todo el día las barbaridades proyectadas en el televisor. El asunto es que nada de lo que se mira es real, ya que todos los concursantes son asesinados de inmediato y la carrera es una recreación electrónica, que incluye imágenes de los felices ganadores disfrutando del clásico viaje todo pagado en hermosas playas. Se descubre además que los canales de noticias funcionan exactamente igual.

Actualmente, es posible colocar de manera electrónica imágenes sobre un rostro, para que el actor suplante al personaje principal, que bien puede ser una conocida actriz involucrada de esta manera en una película pornográfica, el presidente de un país simulando una visita de estado, un hombre de negocios dirigiendo una junta de trabajo o un fallecido cantante popular mágicamente resucitado.

Los videomontajes  han desplazado a los fotomontajes con la misma finalidad: suplantar la realidad. 

Y los intentos por suplantar la realidad son viejos y variados. Se sospecha seriamente que fue un doble y no Mussolini la persona asesinada en Villa Belmonte. Dante fecha su viaje místico cinco años antes a fin de aparentar que lo narrado en la “Divina Comedia”, principalmente el destino de sus enemigos políticos, que obviamente están todos en el infierno, pasara por profecía. Ante la amenaza  de ser quemado vivo por brujo, el poeta confesó la trampa.

Todos los días recibimos de manera machacona noticias de cuán terrible y pestífero es el oscuro virus (obscurus es aquello que no se ve) que aterra al planeta. Nos llama la atención (por ahora) uno de sus síntomas, la pérdida del olfato. Desde la antigüedad, el olfato está asociado a la capacidad de prever el futuro. Pero, no se trata de facultades paranormales, se trata de descubrir las claves del presente a través del conocimiento, y de esta manera comprender lo que viene. Al hombre sagaz, es decir, al que esta “dotado de fino olfato”, ahora lo nombramos así por ser “astuto y prudenteque prevé y previene las cosas”. Sabemos que el olfato complementa de manera importante el sentido del gusto. Y el hombre de juicio, en la mesa y en la vida es aquel que sabe. Podemos continuar con esta extraña metáfora, pareciera que la pérdida del olfato, en caso de ser atacados por la extraña enfermedad, fuera la manifestación física –su réplica o su burla- de la misma falta de sagacidad que nos pone a merced de las falsas noticias y las aviesas intenciones de quien las propaga. Y como nos dice el famoso detective inglés, cuando aparentemente no existen pistas para descubrir un crimen, hay que seguir las huellas del dinero. El beneficio económico (quién y cómo) nos llevará a resolver el misterio.

Otro ejemplo tomado de lo que pareciera ser simple ficción. En una película de 1988 el protagonista debe enfrentar lo que parece ser una amenaza terrorista, rehenes incluidos. En realidad, el objetivo es robar la bóveda de bienes que se oculta en los sótanos de un  rascacielos que termina hecho añicos. A minutos del final, cuando el plan se descubre, el policía pregunta, indignado e incrédulo:

“¿Toda esta destrucción, todo este sacrificio, sólo para cometer un robo?”.

Y así estamos.

Y así nos va.

*** (Curiosamente, según el relato, la humanidad se salva, ya que los invasores extraterrestres sucumben a los agentes infecciosos de nuestro planeta).

viernes, 15 de mayo de 2020


Normalidad
Juan Preciado


La nueva normalidad es un viejo invento. En el estado actual de las cosas, se están consolidando los fermentos de la creatividad cultivada alrededor de los eventos acaecidos antes, durante y a consecuencia de la segunda guerra mundial. No sabemos realmente, en nuestro país, hasta donde llegarán las cosas. Para decirlo suavemente, estamos muy “rezagados”, respecto a los avances tecnológicos que serán requeridos en el futuro próximo, según la agenda que se quiera imponer desde la anglósfera.

Los primeros campos de concentración, se dice, aparecieron en Cuba en 1896 y después en África, en el año 1900, cuando los ingleses confinaron en ellos a los Boers durante la segunda guerra “de liberación”. Las reservas indias norteamericanas son campos de concentración eufemísticamente nombrados. Durante el virreinato, los lugares donde se confinaba a la población indígena se llamaban muy descriptivamente “sujetillos” o “estancias”. La ciudad de México conoció una tierra de nadie, la ciudad india, al norte de lo que hoy es el centro histórico, habitada por indios, mestizos  y “blancos pobres”.

La Alemania nazi tomó prestada una institución jurídica prusiana para justificar el inicio de los confinamientos programados llamada “custodia protectora”, aislaba de manera selectiva a individuos con el único fin de “evitar un peligro para la seguridad del estado”.

“El nacimiento del campo de concentración en nuestro tiempo (…) se produce en el momento en que el sistema político del Estado-nación (…), entra en una crisis duradera y el Estado decide asumir directamente entre sus funciones propias el cuidado de la vida biológica de la nación”
Giorgio Agamben

El campo de concentración comienza a formarse cuando las medidas de “estado de excepción” se convierten en norma y de manera subrepticia, se van dando los confinamientos, las clausuras. A la pregunta expresa de ¿Cuándo, cómo se gestaron los campos de concentración?, el jefe de la Gestapo sólo pudo responder: no fueron nunca instituidos, sino que, un buen día, ahí estaban”.

El campo como espacio físico delimitado comienza a perder sentido cuando son diversos actores los que interactúan conforme los aislamientos y las prohibiciones convergen o tropiezan entre sí. La ordenanza de una regla eminentemente médica por parte del estado confirma que los límites físicos del campo son sólo una alusión a lo tremendo histórico, al lugar de la ignominia, y no a una realidad que intenta normar incluso la vida privada y el “tiempo libre”.

Por ejemplo, restringir la libre circulación de vehículos por causas de salud pública (inútiles dado el nulo interés por detener el infame crecimiento de las zonas urbanas); entorpecer la vialidad los días de descanso al delimitar un campo de acción para vehículos sin motor de combustión; el retiro absurdo de saleros en restaurantes, mientras se arropa a la industria refresquera que hace mucho más daño con sus aguas azucaradas; un día consumir agua es muy bueno, pasado mañana no lo es tanto; según una pobre mujer que llega a la política tras desenvolverse en la desastrosa e ignara industria del espectáculo, se debe reducir el consumo de carne. Entiéndase que no son propuestas y consejos inútiles que no se han solicitado, son directrices para regular la vida privada de los ciudadanos. Lo anterior es posible gracias a que la vida privada como tal, desaparece en el alelado universo de las redes sociales, que para lo único que han servido es para mejor dirigir opiniones y fomentar el asalto a la privacidad, al convertir sus entusiastas, alegres y desubicados usuarios, la vida privada en pública.

De tal suerte que el campo como tal, deja de ser un límite físico y se explica a través de los conceptos provenientes de la física moderna: campo es el espacio en el cual una partícula hace sentir su efecto.

Sabemos que la gente en México tiene un fuerte carácter mimético; antes que cualquier cosa sucediera, se auto aislaron durante el inicio de la abominable “pandemia”, porque así comenzaron a hacerlo italianos y españoles. Podemos ver que los mecanismos de sujeción funcionan tan bien, que estos fueron autoimpuestos.

Campo de concentración, se dice también es “El lugar donde todo es posible”. Los ciudadanos están tan abandonados al estado de excepción, que cualquier cosa que les suceda deja de ser un delito, por lo tanto, todo es posible, porque nadie es castigado. La corrupción en México y la impunidad reinante, confirman lo dicho.

El agente chino (donde agente es una cosa que produce un efecto) que ha metido en sus casas a los chalecos amarillos de todo el mundo, parando en seco las protestas populares con las que cerró el año 2019 (en los mismo países que ostentan actualmente el record de defunciones), parece gustar mucho a los gobiernos, dado que estos gustan de tomar medidas por demás absurdas y radicales, incluyendo su nueva normalidad. La nueva normalidad nos hace pensar que los números para identificar reclusos dentro del campo, serán las tarjetas bancarias y los números telefónicos.

Y así nos va.

martes, 5 de mayo de 2020


Desproporcionado
Juan Preciado


Se habla de proporción cuando en algo existe la correspondencia debida entre sus partes, correspondencia que puede ser ética, estética o de esfuerzo, según sea el caso. También hablamos de proporción para señalar la oportunidad de lograr algo.

En matemáticas, la famosa “regla de 3“ que utilizamos todos los días, es una regla de proporción. Por ejemplo, en 2017, la Organización mundial de la salud publicó un estimado de muertes causadas por gripe y sus complicaciones en todo el mundo, 650 mil al año. Hoy día, en 5 meses en todo el mundo han muerto 250 mil 134 personas presuntamente por covid-19. Utilizando la regla de proporción mencionada y bajo las mismas condiciones, el año 2020 terminará presuntamente con 600 mil 321 muertes, es decir, 50 mil decesos menos.

Quiere decir que en proporción y claro, únicamente en el rubro de las enfermedades respiratorias, este será el más saludable de los últimos 5 años.  Consideremos también que este año el número de contagios y muertes debido a la gripe asesina están siendo contados con lupa, y las mediciones anteriores fueron seguramente bastante laxas.

La situación actual, nos proporciona –es decir, nos brinda la oportunidad- de analizar las medidas tomadas para que podamos  gozar de tanta salud.

Por ejemplo, podemos hacer una reducción al absurdo y aplicar el método de enclaustramiento para “prevenir” todos los problemas de salud pública y de seguridad que existen. Podemos meter en cuarentena a cuanta persona obesa encontremos, con la promesa de terminar su confinamiento en cuanto desaparezca su condición, haciendo la valoración en kilos, talla de ropa, presión arterial o todo junto. Mientras dure su confinamiento, no podrían ir a trabajar y se le entregaría una despensa generosa en productos vegetales con alto contenido vitamínico y mucha fibra. Para prevenir “futuros contagios” podemos colocar en cada establecimiento que venda pizzas, hamburguesas, refrescos y comida chatarra en general, el famosos y atractivo letrero “¡Cuidado! Está usted entrando en zona de alto contagio”. A la entrada de restaurantes, fondas y cualquier establecimiento que ofrezca comida, se tomará el peso y talla de las personas que deseen ingresar y sospechosas de obesidad. Si el índice de grasa corporal excede lo estipulado, se le prohibirá la entrada. A quién intente ingresar a una pastelería, panadería o tienda de helados, se le pinchará el dedo para medir los niveles de azúcar en la sangre. Si además se esculca la bolsa de usuarios del metro, podemos evitar el trasiego de engordantes. Imaginemos una sociedad modelo donde en las oficinas gubernamentales la gente se dedica a atender al público, en vez de estar perdiendo el tiempo masticando su guajolota. Los policías estarían en sus hogares “poniéndose en forma” en vez de estar buscando a quien extorsionar.

En caso de obesidad y diabetes, la permanencia en casa parece ser la solución correcta.

Analicemos ahora, ese peligroso contagio que determina el asesinato impune.  Olvidemos el pasado y limitémonos a analizar los números del año 2020. En tres meses, 7 mil 300 homicidios, sin contar osarios ni embolsados, que esos entrarán en la estadística cuando sean encontrados, si es que los cuentan. Podemos estimar que el año terminará con 29 mil 200 muertos por violencia, contra los probables  6 mil 813 muertos atribuidos al virus pestífero. Bien vale la pena el claustro a fin de no llegar a esos números.

Podemos colocar mantas, con el texto líneas arriba descrito, afuera de bares y salones de baile “con ambiente familiar”, restaurantes, casinos, estadios de futbol, discotecas, lupanares, maquiladoras, estaciones del metro, paraderos de “micros”, dentro de cada taxi, universidades, preparatorias, secundarias, primarias, parques, tiendas de conveniencia, supermercados, guarderías y en general, sitios donde encontremos población vulnerable.  Nadie saldría de su casa, qué caray.

“(…) si las medidas excepcionales son el fruto de los períodos de crisis política y, en tanto tales, están comprendidas en el terreno político y no en el terreno jurídico constitucional,  ellas se encuentran en la paradójica situación de ser medidas jurídicas que no pueden ser comprendidas en el plano del derecho, y el estado de excepción se presenta como la forma legal de aquello que no puede tener forma legal”.
Giorgio Agamben

Las consecuencias sociales nos dicen a las claras que las medidas adoptadas para esconder –en el mejor de los casos- un sistema de salud pública criminalmente abandonado, han sido completamente desproporcionadas. El absurdo no es solamente porque aquello que deviene neumonía es contagioso y lo que deviene peritonitis no lo es (por ejemplo); a fin de cuentas en los hospitales de éste país nunca hay camas disponibles. El absurdo es el estado de excepción en que vivimos desde siempre y ahora más que nunca. Nadie es tan ignorante, atrasado o primario, para desestimar la existencia de enfermedades, muertos y el daño social que esto puede acarrear, pero el mensaje que podemos colegir de la razón que priva actualmente dada su torpeza y sus terribles resultados, es la quiebra intencional de un país entero para poder hacer negocios bajo el esquema de economía de guerra. Si la gente cree en alienígenas, vampiros, inyecciones letales y radiofrecuencias envirulantes, se debe a la ignorancia si, pero también y principalmente, al absurdo que nos rodea.

Y así nos va


lunes, 27 de abril de 2020


Emergencia y negocios por venir
Juan Preciado


La maquinaria que disemina información útil al sistema señala que México es de los países que en menor medida acatan el enclaustramiento forzado por un sistema de salud inoperante. Y lo que no entendemos es, realmente, qué les sorprende.

Durante años los han educado para creer que la felicidad y la diversión están en la calle, en el bar, en el restaurante, en el casino, en el antro de mala muerte, en el ruido, en el alcohol, en las drogas y ahora quieren que entiendan –cuando son de lento aprendizaje- que deben quedarse en casa. No saben qué hacer sin ruido, sin aspavientos, sin fantochadas y sin comprar. No les introyectaron patrones de conducta que les permita permanecer en paz, en calma, sin molestar a nadie. Fueron adoctrinados para la intranquilidad.

“En mi profesión [la publicidad mercantil], nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume”.
Frédéric Beigbeder

La gente feliz no consume, la gente feliz no grita ni hace escándalo, no hace ruido con la televisión, no hace ruido con una motocicleta, no juega a los arrancones, no hace ruido con un aparato de sonido. Y no consume como les enseñan que deben consumir.

En este país, ¿cuánta gente no andaría suelta por la calle si estuviera diagnosticada? Y claro, suponiendo que hubiera lugar suficiente para recibir y tratar enfermos mentales. Después de semejante encierro, la caldera hirviendo estallará de mil formas y los destrozos harán parecer al mortal virus una simple broma; de mal gusto sí, pero broma al fin. Asaltantes de pasajeros golpean a una enfermera por “estar contagiando a todos”. Un señor balea al guardia de seguridad que le impide el acceso a un supermercado por no usar tapabocas. En las ciudades perdidas de la periferia de la capital, se desarrollan multitudinarias fiestas callejeras, según usos y costumbres. Cartas anónimas pegadas en la puerta de su domicilio, invitan al personal médico a irse a vivir a otro lado, a fin de no provocar contagios en sus civilizados vecinos. Los médicos son agredidos por pacientes, inmediatamente después de ser atendidos.

Todo lo anterior muestra a las claras que la salud mental de un enorme segmento de la población es materia urgente de estudio y tratamiento.

Estamos en la fase 3 de la mañosamente llamada emergencia sanitaria y en la fase 1 de los grandes negocios repartidos entre los amigotes. Los “contratistas” del gobierno harán muchísimo dinero importando equipo médico que llegará a nuestro país cuando ya sea completamente inútil, pero el dinero ya estará en la bolsa acordada. La fase 2 será cerrar mercados populares, so pretexto de brotes de la enfermedad, cosa que no sucede ni sucederá –qué raro- en los supermercados, tiendas de conveniencia, los presuntuosos mini super y todos esos lugares donde se puedan realizar compras pagando con medios electrónicos. Todo señala la aparición de un enorme "amazon" local o global, especializado en alimentos y demás productos de primera necesidad. Lo que sigue será una competencia entre agencias funerarias para monopolizar las inhumaciones,  –con o sin virus, ya se verá.  Sería el símbolo perfecto del sistema que gobierna este país desde hace décadas. Y no hablamos –solamente- de la camarilla política en turno, hablamos de la manera en que interpretan la realidad todos los habitantes de esta desgraciada nación. El mercado, cual rey,  manda por sobre todas las cosas. Cualquier cosa que lo entorpezca debe desaparecer según los usos y costumbres del segmento que se trate. 

Recordemos que las pequeñas farmacias que antaño existían en cada colonia del país, desaparecieron gracias a la competencia desleal, ejecutada principalmente por los mayoristas de medicamentos que se encargaron de asfixiar esos negocios a fin de favorecer a las grandes cadenas farmacéuticas. El siguiente paso fue colocar pequeños consultorios para atender a muchísima gente que acude obligada por la ineficiencia del sistema de salud pública. Similar y acaso más triste, fue la desaparición de cientos de librerías. Hermosas, tradicionales, íntimas, especializadas y apacibles librerías que sucumbieron ante la mafiosa treta pactada desde el sistema de poder y que llamaron “Ley del precio único del libro”. Ley que -y para no variar- las grandes cadenas privadas (que en nuestro país se reducen a tres) son las primeras en no respetar. Gracias al estado, adiós competencia.

La reforma energética sirvió para meter a los amigotes en el negocio de los combustibles, forzando su ingreso como un eslabón más en la cadena de suministro. Mucho dinero, mucha ganancia y sin invertir siquiera en equipo de transporte para su distribución, PEMEX continua  entregando el combustible a las estaciones de servicio, que compran los hidrocarburos a los providenciales intermediarios.

Un sistema es un conjunto de unidades que siguen reglas o principios a fin de conseguir un objetivo determinado. En nuestro caso, reglas y principios pervertidos y trastornados.

Y así nos va


lunes, 20 de abril de 2020


Lo inútil
Juan Preciado

Siempre que la bomba de la realidad explota en la cara de la sociedad, se desarrollan diversos mecanismos  tratando de rescatar algo de los pedazos. El mecanismo del “chivo expiatorio” es uno de ellos. Su funcionamiento es muy sencillo, se entiende mejor si lo equiparamos con la caza de brujas, mecanismo tributario del primero. En una sociedad violentada, en crisis, en plena dinámica de sálvese quien pueda, para no llegar a la disolución social, la violencia de todos contra todos se convierte en todos contra uno. Es un mecanismo que opera en automático. Si bien es cierto que entre más primario es un grupo humano, las expresiones de este mecanismo son mas groseras. El funcionamiento de las masas que operan de esta manera, requiere además como ingrediente principal la dinámica de la imitación. La violencia es tan contagiosa y tan desastrosa como un mortífero virus invisible. Basta que el primer aturdido arroje la primera piedra para que el populacho obtenga su modelo de conducta y la violencia se contagie a manera de ciega imitación. Y la violencia, al igual que la fortuna, es ciega. No somos machos, pero somos muchos. En nuestro muy atrasado país, se debe tener cuidado con los brotes de violencia en contra del personal médico por parte de la masa ciega que busca su chivo expiatorio. Si algo cunde en nuestro país es la violencia sin sentido. Todavía hoy, los asesinatos que se cometen en un día superan por mucho el número de muertes atribuidas al terrorífico virus.

Más sano –y más creativo- que lo anterior, es inventarse por ejemplo un hombre lobo a manera de motivación directa para permanecer en casa durante la emergencia sanitaria y para desplazar la violencia de todos contra todos fuera de la comunidad sin necesidad de sacrificar alguna víctima inocente. Además, con el paso del tiempo, puede convertirse en atractivo turístico.

El segundo mecanismo que entra en funcionamiento en situaciones tales, es mucho más pernicioso y más perverso, dado que no es una respuesta automática del aparato social, sino una ingeniosa planeación para no perder lo bien o mal habido. Si con el mecanismo de “chivo expiatorio”, la violencia se transfiere a uno solo (que bien puede ser un grupo, se entiende), el mecanismo de “Recolecta de fondos”, el costo de los daños se transfiere a los de siempre. Gente con mucho dinero dona trapos usados para que sean subastados entre gente de poco seso y con ganas de hacerse de célebres vestiduras de desecho, so pretexto de ayudar a los “más necesitados”. Desde 1984, a los músicos populares no se les ocurre otra cosa que hacer conciertos “a beneficio de…”. Lo novedoso y –suponemos- emocionante, es que ahora se realizan de manera “virtual”. Los bancos y cualquier emisor de tarjetas de crédito ofrecen (suponemos para ayudar a los “más necesitados”) suspender durante cuatro meses la obligación del pago mínimo de dichos instrumentos de crédito, sólo que el saldo continuará generando intereses durante esos cuatro meses. Absurdo. El gobierno ofrece 25 mil pesotes de crédito para apoyar a empresas durante la emergencia sanitaria. ¿Qué entenderán por empresa? ¿Y por qué no llamar las cosas por su nombre, ínfimos créditos?

Una emergencia es algo que se muestra o aparece (emerge) de pronto, como un muy moderno y sofisticado virus. Una contingencia es algo que puede o no suceder, una situación de riesgo (“lo que depare la providencia”).

Sucede la emergencia de un virus y el mundo entra en contingencia, es decir, en una situación de riesgo donde existe la posibilidad de contagiarse o no, según se tomen precauciones.

Nosotros que vivimos en el país del “ya merito”, del eterno “cambio” (político-social) por venir en suspensión animada, entramos en fase de emergencia sanitaria permanente, hasta nuevo aviso. Pero, como siempre sucede, lo anterior no es casualidad. Imposibilita a las empresas (esas maravillas de ingeniería financiera que pueden operar con 25 mil pesos) a suspender temporalmente las relaciones de trabajo con sus empleados, (considerando que éstas no pueden operar, pero sí deben pagar sueldos completos, impuestos y por ahí derechos de piso al crimen organizado), bajo las condiciones que dicta el artículo 427 de la ley federal del trabajo vigente, y que son derivadas de “La suspensión de labores o trabajos, que declare la autoridad sanitaria competente, en los casos de contingencia sanitaria.” Llamémosle emergencia a la contingencia, apoyo a la trampa, ayuda a la actividad inútil y donación a una célebre venta de garaje.

Y así nos va