lunes, 8 de junio de 2020


Pura ficción

Juan Preciado


La palabra ficción denota aquello falso que se  presume cierto. Comparte raíz con la palabra figurar, moldear. Una ficción no es un error, es una mentira consciente, elaborada. Gracias a la literatura primero y al cine después, la palabra ficción se ha despojado de su connotación negativa y para calificar los embustes, engaños y farsas,  utilizamos evidentemente otros vocablos.

La ciencia ficción es un género literario que no tuvo padre, sino madre; se considera a “Frankenstein o el moderno Prometeo” como la primera novela de ciencia ficción. Curiosamente, los primeros relatos de ciencia ficción nos hablan de autómatas sin conciencia, que devienen caos y desgracia para sus creadores, de la misma manera que la vida artificial se vuelve contra Víctor Frankenstein.
Durante siglos, la creación de vida artificial ha ocupado la fantasía de las personas, principalmente los autómatas, que de existir, permitirían tener alguien que cumpla a cabalidad con los propios deseos (que generalmente son criminales). Controlar la voluntad ajena a través de encantamientos, es otra variable posible, según el imaginario colectivo.

En los relatos de principios de siglo XX ambientados en los pantanos de Luisiana, los zombis son personas carentes de voluntad, generalmente preparados para asesinar a cuanto enemigo tenga quién los reduce a semejante condición utilizando ritos de lo que conocemos como Vudú (1). Vivo o muerto, el zombi esta poseído por un espíritu inmundo. El zombi además, presenta cambios físicos y su aspecto resulta ser un híbrido entre hombre y caimán. En 1968 se estrenó una película (1) que vino a descomponer todo, principalmente por que adapta muy mal y libremente un relato de vampiros (2)  que sucede después del desastre provocado por una guerra bacteriológica.  Los zombis que conocemos desde entonces son seres caníbales, peligrosos al género humano, burocráticamente lentos, perniciosos sin un fin aparente y totalmente ajenos a los zombis de Nueva Orleans o Haití.

En 1990 se estrena una película de ciencia ficción (es decir, de figuraciones científicas o tecnológicas, filmada en México, el país de la “política ficción”), dónde el protagonista descubre que su vida es una farsa, pura mentira (3). Los recuerdos han sido alojados en su mente de manera artificial y un curioso pero tranquilo obrero resulta ser un belicoso ex agente secreto. (Igualito que en las terapias de regresión hipnótica, donde resulta que todo mundo en su vida anterior fue miembro destacado de algún tipo de monarquía).

En 1998 se estrena una película –ignorada entonces, ahora considerada de culto- que pondría de moda los relatos en donde se afirma que la realidad toda es una fabricación artificial (4). Un hombre, que despierta en un baño de hotel, es perseguido por la policía ya que se le acusa de asesinato. En una ciudad que se encuentra bajo el influjo maligno de seres extraterrestres que dirigen la conducta de todos modelando la mente mientras duermen, el protagonista se libera por el simple hecho de ser insomne. Después vendría la famosísima película que nos da la bienvenida al “Desierto de lo real”.*

De factura reciente, un filme narra la vida coincidente de dos personas, hombre y mujer, que han sido drogados para ser robados. Descubren, mientras intentan rescatar años de vida que no recuerdan, que el robo es la trampa inicial que tiene por objetivo introducir un parásito que los despoja de toda voluntad. (El parásito se obtiene de excremento de cerdos alimentados ex profeso). La clave que no deja buen sabor de boca es que el despojo monetario no basta, lo que se busca es controlar la vida –historia y biología- de las personas (5).

Todas las figuraciones de cómo controlar la voluntad ajena tienen en la realidad esperpénticos ejemplos. Por ejemplo, si se tiene poco dinero y mucha credulidad, se puede recurrir al curandero, al santero o a la yerbera; si se tiene la misma credulidad pero más dinero, se acude al psíquico o al pseudocientífico;  podemos leer anuncios en la calle donde se ofrecen “amarres” garantizados; no es raro encontrar tirados en la vía pública gallinas negras y demás despojos de animales mutilados. Los señores de la plutocracia también recurren a sus propios chamanes y ejecutan sus propios embrujos, pero para controlar a la población, resultan ser más pragmáticos y por lo tanto, eficientes. Las redes sociales han desplazado a la televisión como mecanismo principal para modelar conductas y dirigir opiniones. Por eso, los bandos en pugna pagan para reclutar ejércitos de “opinantes” y de manera significativa, los reclutados se acusan y motejan mutuamente de ser zombis al servicio del bando contrario. Los parásitos controladores no se ingieren a través de bebidas o alimentos contaminados, gustosamente la victima los adquiere en la tienda de la compañía de telefonía celular en turno.

Y así nos va…




1. “Canaan negro” y varios relatos más de Robert E. Howard.
2.  “La noche de los muertos vivientes”,  George A. Romero.
3.  “Soy leyenda”, Richard Matheson.
4. “Totall recall”, Paul Verhoeven, basada en un cuento de Philip K. Dick.
5. “Dark city”, Alex Proyas.
6. "Upstream color", Shane Carruth, 2013.

* Slavoj Zizek titula así uno de sus libros, “Bienvenidos al desierto de lo real”, frase tomada del filme “Matrix”, 1999.

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