Pura ficción
Juan Preciado
La palabra ficción denota aquello falso que se presume cierto. Comparte raíz con la palabra
figurar, moldear. Una ficción no es un error, es una mentira consciente,
elaborada. Gracias a la literatura primero y al cine después, la palabra
ficción se ha despojado de su connotación negativa y para calificar los
embustes, engaños y farsas, utilizamos
evidentemente otros vocablos.
La ciencia ficción es un género literario que no tuvo
padre, sino madre; se considera a “Frankenstein o el moderno Prometeo” como la
primera novela de ciencia ficción. Curiosamente, los primeros relatos de
ciencia ficción nos hablan de autómatas sin conciencia, que devienen caos y
desgracia para sus creadores, de la misma manera que la vida artificial se
vuelve contra Víctor Frankenstein.
Durante siglos, la creación de vida artificial ha
ocupado la fantasía de las personas, principalmente los autómatas, que de
existir, permitirían tener alguien que cumpla a cabalidad con los propios
deseos (que generalmente son criminales). Controlar la voluntad ajena a través de encantamientos, es otra variable posible, según el imaginario colectivo.
En los relatos de principios de siglo XX ambientados
en los pantanos de Luisiana, los zombis son personas carentes de voluntad,
generalmente preparados para asesinar a cuanto enemigo tenga quién los reduce a
semejante condición utilizando ritos de lo que conocemos como Vudú (1). Vivo o
muerto, el zombi esta poseído por un espíritu inmundo. El zombi además,
presenta cambios físicos y su aspecto resulta ser un híbrido entre hombre y
caimán. En 1968 se estrenó una película (1) que vino a descomponer todo,
principalmente por que adapta muy mal y libremente un relato de vampiros (2) que sucede después del desastre provocado por
una guerra bacteriológica. Los zombis
que conocemos desde entonces son seres caníbales, peligrosos al género humano,
burocráticamente lentos, perniciosos sin un fin aparente y totalmente ajenos a
los zombis de Nueva Orleans o Haití.
En 1990 se estrena una película de ciencia ficción
(es decir, de figuraciones científicas o tecnológicas, filmada en México, el
país de la “política ficción”), dónde el protagonista descubre que su vida es
una farsa, pura mentira (3). Los recuerdos han sido alojados en su mente de
manera artificial y un curioso pero tranquilo obrero resulta ser un belicoso ex
agente secreto. (Igualito que en las terapias de regresión hipnótica, donde resulta
que todo mundo en su vida anterior fue miembro destacado de algún tipo de
monarquía).
En 1998 se estrena una película –ignorada entonces,
ahora considerada de culto- que pondría de moda los relatos en donde se afirma que la
realidad toda es una fabricación artificial (4). Un hombre, que despierta en un
baño de hotel, es perseguido por la policía ya que se le acusa de asesinato. En
una ciudad que se encuentra bajo el influjo maligno de seres extraterrestres
que dirigen la conducta de todos modelando la mente mientras duermen, el
protagonista se libera por el simple hecho de ser insomne. Después vendría la
famosísima película que nos da la bienvenida al “Desierto de lo real”.*
De factura reciente, un filme narra la vida coincidente
de dos personas, hombre y mujer, que han sido drogados para ser robados. Descubren,
mientras intentan rescatar años de vida que no recuerdan, que el robo es la
trampa inicial que tiene por objetivo introducir un parásito que los despoja de
toda voluntad. (El parásito se obtiene de excremento de cerdos alimentados ex
profeso). La clave que no deja buen sabor de boca es que el despojo monetario
no basta, lo que se busca es controlar la vida –historia y biología- de las
personas (5).
Todas las figuraciones de cómo controlar la voluntad
ajena tienen en la realidad esperpénticos ejemplos. Por ejemplo, si se tiene
poco dinero y mucha credulidad, se puede recurrir al curandero, al santero o a
la yerbera; si se tiene la misma credulidad pero más dinero, se acude al
psíquico o al pseudocientífico; podemos
leer anuncios en la calle donde se ofrecen “amarres” garantizados; no es raro
encontrar tirados en la vía pública gallinas negras y demás despojos de animales
mutilados. Los señores de la plutocracia también recurren a sus propios chamanes y
ejecutan sus propios embrujos, pero para controlar a la población, resultan ser
más pragmáticos y por lo tanto, eficientes. Las redes sociales han desplazado a
la televisión como mecanismo principal para modelar conductas y dirigir
opiniones. Por eso, los bandos en pugna pagan para reclutar ejércitos de
“opinantes” y de manera significativa, los reclutados se acusan y motejan mutuamente de ser zombis al servicio del bando contrario. Los parásitos controladores no se ingieren a través de bebidas o
alimentos contaminados, gustosamente la victima los adquiere en la tienda de
la compañía de telefonía celular en turno.
Y así nos va…
1. “Canaan negro” y varios relatos más de Robert E. Howard.
2. “La noche de los
muertos vivientes”, George A. Romero.
3. “Soy leyenda”,
Richard Matheson.
4. “Totall recall”, Paul Verhoeven, basada en un cuento de Philip
K. Dick.
5. “Dark
city”, Alex Proyas.
6. "Upstream color", Shane Carruth, 2013.
* Slavoj Zizek titula así uno de sus libros, “Bienvenidos al
desierto de lo real”, frase tomada del filme “Matrix”, 1999.
No hay comentarios:
Publicar un comentario