lunes, 27 de abril de 2020


Emergencia y negocios por venir
Juan Preciado


La maquinaria que disemina información útil al sistema señala que México es de los países que en menor medida acatan el enclaustramiento forzado por un sistema de salud inoperante. Y lo que no entendemos es, realmente, qué les sorprende.

Durante años los han educado para creer que la felicidad y la diversión están en la calle, en el bar, en el restaurante, en el casino, en el antro de mala muerte, en el ruido, en el alcohol, en las drogas y ahora quieren que entiendan –cuando son de lento aprendizaje- que deben quedarse en casa. No saben qué hacer sin ruido, sin aspavientos, sin fantochadas y sin comprar. No les introyectaron patrones de conducta que les permita permanecer en paz, en calma, sin molestar a nadie. Fueron adoctrinados para la intranquilidad.

“En mi profesión [la publicidad mercantil], nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume”.
Frédéric Beigbeder

La gente feliz no consume, la gente feliz no grita ni hace escándalo, no hace ruido con la televisión, no hace ruido con una motocicleta, no juega a los arrancones, no hace ruido con un aparato de sonido. Y no consume como les enseñan que deben consumir.

En este país, ¿cuánta gente no andaría suelta por la calle si estuviera diagnosticada? Y claro, suponiendo que hubiera lugar suficiente para recibir y tratar enfermos mentales. Después de semejante encierro, la caldera hirviendo estallará de mil formas y los destrozos harán parecer al mortal virus una simple broma; de mal gusto sí, pero broma al fin. Asaltantes de pasajeros golpean a una enfermera por “estar contagiando a todos”. Un señor balea al guardia de seguridad que le impide el acceso a un supermercado por no usar tapabocas. En las ciudades perdidas de la periferia de la capital, se desarrollan multitudinarias fiestas callejeras, según usos y costumbres. Cartas anónimas pegadas en la puerta de su domicilio, invitan al personal médico a irse a vivir a otro lado, a fin de no provocar contagios en sus civilizados vecinos. Los médicos son agredidos por pacientes, inmediatamente después de ser atendidos.

Todo lo anterior muestra a las claras que la salud mental de un enorme segmento de la población es materia urgente de estudio y tratamiento.

Estamos en la fase 3 de la mañosamente llamada emergencia sanitaria y en la fase 1 de los grandes negocios repartidos entre los amigotes. Los “contratistas” del gobierno harán muchísimo dinero importando equipo médico que llegará a nuestro país cuando ya sea completamente inútil, pero el dinero ya estará en la bolsa acordada. La fase 2 será cerrar mercados populares, so pretexto de brotes de la enfermedad, cosa que no sucede ni sucederá –qué raro- en los supermercados, tiendas de conveniencia, los presuntuosos mini super y todos esos lugares donde se puedan realizar compras pagando con medios electrónicos. Todo señala la aparición de un enorme "amazon" local o global, especializado en alimentos y demás productos de primera necesidad. Lo que sigue será una competencia entre agencias funerarias para monopolizar las inhumaciones,  –con o sin virus, ya se verá.  Sería el símbolo perfecto del sistema que gobierna este país desde hace décadas. Y no hablamos –solamente- de la camarilla política en turno, hablamos de la manera en que interpretan la realidad todos los habitantes de esta desgraciada nación. El mercado, cual rey,  manda por sobre todas las cosas. Cualquier cosa que lo entorpezca debe desaparecer según los usos y costumbres del segmento que se trate. 

Recordemos que las pequeñas farmacias que antaño existían en cada colonia del país, desaparecieron gracias a la competencia desleal, ejecutada principalmente por los mayoristas de medicamentos que se encargaron de asfixiar esos negocios a fin de favorecer a las grandes cadenas farmacéuticas. El siguiente paso fue colocar pequeños consultorios para atender a muchísima gente que acude obligada por la ineficiencia del sistema de salud pública. Similar y acaso más triste, fue la desaparición de cientos de librerías. Hermosas, tradicionales, íntimas, especializadas y apacibles librerías que sucumbieron ante la mafiosa treta pactada desde el sistema de poder y que llamaron “Ley del precio único del libro”. Ley que -y para no variar- las grandes cadenas privadas (que en nuestro país se reducen a tres) son las primeras en no respetar. Gracias al estado, adiós competencia.

La reforma energética sirvió para meter a los amigotes en el negocio de los combustibles, forzando su ingreso como un eslabón más en la cadena de suministro. Mucho dinero, mucha ganancia y sin invertir siquiera en equipo de transporte para su distribución, PEMEX continua  entregando el combustible a las estaciones de servicio, que compran los hidrocarburos a los providenciales intermediarios.

Un sistema es un conjunto de unidades que siguen reglas o principios a fin de conseguir un objetivo determinado. En nuestro caso, reglas y principios pervertidos y trastornados.

Y así nos va


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