Religión de la
salud
Juan Preciado
Giorgio Agamben* llama al estado ideológico actual “la
religión de la salud”, donde lo único que importa es sobrevivir –que pareciera
obvio, no es lo mismo que vivir- a toda costa. No importa el precio que cada
uno esté dispuesto a pagar, porque ese precio ha sido pactado anteriormente; a
fin de cuentas, los mecanismos de obediencia tienen años de haber sido implantados
y mantenidos eficazmente por la industria de adoctrinamiento de masas. Cada uno
debe mantener su privilegiada posición de ser la reserva biológica del sistema.
En la zona euro todos vuelven la mirada –unos de
manera franca, otros con miedo o con reserva- a la historia inmediata anterior
al pacto que logró trasladar las guerras desde el corazón de Europa hacia
regiones del planeta racialmente aceptables. (De no adoptar el mismo enfoque
racial que determinó el lanzamiento de dos bombas atómicas, no es posible
comprender por qué fueron lanzadas a un país derrotado y que jamás estuvo ni
siquiera cerca de ser un factor determinante para definir a los ganadores de la
guerra).
Parece que los países de siempre (a excepción de
Alemania, por ahora) presentan facilidad para suspender, bajo cualquier
pretexto, las garantías individuales. Se compara el actual “despotismo tecnológico sanitario” con el nacimiento del franquismo,
el fascismo y el nazismo en Europa. Desgraciadamente, nosotros no tenemos
semejante ventaja cultural proclive a la sensatez y al estudio, porque nuestro país jamás ha dejado de ser una
colonia. La urgencia social de reproducir sin ton y son las pautas de conducta
relativas a un estado de excepción que
comenzaron a implementarse en España e Italia a principios de este año, son un
buen ejemplo desde dónde y hacia dónde se dirige la voluntad social en nuestro
país.
¿Cuál es la medida de la maldad? ¿Cómo puede ser
bueno despreocuparse de los que han muerto? ¿En qué hombre se ha engendrado
ésta idea?
¿Qué prueba de fuerza es matar de nuevo al que está
muerto?
Sófocles, “Atígona”.
Volvemos a preguntarnos, ¿qué atrocidades puertas
adentro se perpetran en un sistema de salud criminalmente desvencijado, de
siempre ineficaz, torpe e insensible,
ahora que nadie puede objetar el maltrato y la ignominia a la que los
enfermos y difuntos son sometidos, bajo el paraguas protector del miedo
socialmente alimentado y un sistema que de siempre criminaliza cualquier disidencia?
¿En qué momento el sistema nacional de salud se convirtió en una fábrica de
cenizas anónimas?
La actual atestación de la religión de la salud
consiste en creer o no en la realidad palmaria de un virus infeccioso. El
lenguaje desenmascara la manera de afrontar la realidad. Nunca ha estado en
duda su existencia, sino la pertinencia de las acciones tomadas por gobiernos
urgidos de legitimidad. Pero de siempre ha sido más fácil desbaratar una
creencia. Años hace que antes de emitir una opinión, el “yo creo” reemplazó al
“yo sé”. El realismo fantástico ha sentado sus reales en nuestra sociedad,
gracias a la ilusión popular de que las
cosas pueden suceder por el simple hecho de desearlo.
Todos los días, por todos lados, se actualizan las
cifras de muertos, contagios, enfermos, hospitalizados.
¿Por qué, en todos estos meses, no se nos han
mostrado tablas comparativas de mortalidad mensual y anual, del año 2020 contra años
anteriores? Información referente al número de defunciones por enfermedades respiratorias y en nuestro
país, decapitaciones y demás asesinatos, por ejemplo. Todo mundo habla de ciencia, pero el método científico no aparece por ningún lado.
El famoso “distanciamiento social” nos recuerda, si
somos críticos, que las masa, la gente, la muchedumbre, es fácilmente
manipulable, dirigible sí, pero últimamente, había tenido el mal gusto de
asociarse, organizarse y protestar para evitar se tomaran medidas –por ejemplo
en Francia e Italia- semejantes a las medidas que la “pandemia” ha permitido implementar y regularizar.
La gran mayoría de las restricciones que tienen
que ver con el alejamiento de los centros de enseñanza, de cultura, el consumo
a distancia y el obligado sedentarismo, no desaparecerán. Llegaron para
quedarse.
Parece que el objetivo es eliminar la participación
de la sociedad en cualquier cosa que pueda convertirse en organización y actividad
política. El aislamiento -y la esperada abulia- social se convierte en el modelo idóneo de participación cívica.
Y así nos va.
Citamos a continuación datos que
proporcionó el 27 de abril de 2020 a un diario alemán, dado que sus opiniones
y análisis han provocado su exclusión del espectro informativo, como lo dijo en una entrevista que le realizó la
radio pública de Suecia, "Por lo que a mí respecta, los grandes periódicos
de Italia se niegan pura y simplemente a publicar mis opiniones".
"Cito las palabras del informe:
«En marzo de 2019 hubo 15 189 muertes por enfermedades respiratorias y el año
anterior hubo 16 220. Por cierto, se observa que esta cifra es superior al
número correspondiente de muertes por Covid (12 352) declaradas en marzo de
2020». Pero si esto es cierto y no tenemos motivos para dudarlo, sin querer
minimizar la importancia de la epidemia debemos preguntarnos si puede
justificar medidas de limitación de la libertad que nunca se habían tomado en
la historia de nuestro país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales.
Surge la duda legítima, en lo que respecta a Italia, de que al propagar el
pánico y aislar a la gente en sus casas, se haya querido descargar sobre la
población las gravísimas responsabilidades de los gobiernos que primero
desmantelaron el servicio sanitario nacional".
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