Normalidad
Juan
Preciado
La nueva normalidad es un viejo invento.
En el estado actual de las cosas, se están consolidando los fermentos de
la creatividad cultivada alrededor de los eventos acaecidos antes, durante y a
consecuencia de la segunda guerra mundial. No sabemos realmente, en nuestro
país, hasta donde llegarán las cosas. Para decirlo suavemente, estamos muy
“rezagados”, respecto a los avances tecnológicos que serán requeridos en el
futuro próximo, según la agenda que se quiera imponer desde la anglósfera.
Los primeros campos de
concentración, se dice, aparecieron en Cuba en 1896 y después en África, en el
año 1900, cuando los ingleses confinaron en ellos a los Boers durante la
segunda guerra “de liberación”. Las reservas indias norteamericanas son campos
de concentración eufemísticamente nombrados. Durante el virreinato, los lugares
donde se confinaba a la población indígena se llamaban muy descriptivamente
“sujetillos” o “estancias”. La ciudad de México conoció una tierra de nadie, la
ciudad india, al norte de lo que hoy es el centro histórico, habitada por
indios, mestizos y “blancos pobres”.
La Alemania nazi tomó prestada una
institución jurídica prusiana para justificar el inicio de los confinamientos
programados llamada “custodia protectora”, aislaba de manera selectiva a
individuos con el único fin de “evitar un peligro para la seguridad del
estado”.
“El
nacimiento del campo de concentración en nuestro tiempo (…) se produce en el
momento en que el sistema político del Estado-nación (…), entra en una crisis
duradera y el Estado decide asumir directamente entre sus funciones propias el
cuidado de la vida biológica de la nación”
Giorgio
Agamben
El campo de concentración comienza
a formarse cuando las medidas de “estado de excepción” se convierten en norma y
de manera subrepticia, se van dando los confinamientos, las clausuras. A la
pregunta expresa de ¿Cuándo, cómo se gestaron los campos de concentración?, el
jefe de la Gestapo sólo pudo responder: no fueron nunca instituidos, sino que,
un buen día, ahí estaban”.
El campo como espacio físico
delimitado comienza a perder sentido cuando son diversos actores los que interactúan
conforme los aislamientos y las prohibiciones convergen o tropiezan entre sí. La
ordenanza de una regla eminentemente médica por parte del estado confirma que
los límites físicos del campo son sólo una alusión a lo tremendo histórico, al
lugar de la ignominia, y no a una realidad que intenta normar incluso la vida
privada y el “tiempo libre”.
Por ejemplo, restringir la libre circulación de
vehículos por causas de salud pública (inútiles dado el nulo interés por detener
el infame crecimiento de las zonas urbanas); entorpecer la vialidad los días de
descanso al delimitar un campo de acción para vehículos sin motor de
combustión; el retiro absurdo de saleros en restaurantes, mientras se arropa a la industria refresquera que hace mucho más daño con sus aguas azucaradas; un día
consumir agua es muy bueno, pasado mañana no lo es tanto; según una pobre mujer
que llega a la política tras desenvolverse en la desastrosa e ignara industria del
espectáculo, se debe reducir el consumo de carne. Entiéndase que no son
propuestas y consejos inútiles que no se han solicitado, son directrices para
regular la vida privada de los ciudadanos. Lo anterior es posible gracias a que la
vida privada como tal, desaparece en el alelado universo de las redes sociales,
que para lo único que han servido es para mejor dirigir opiniones y fomentar el
asalto a la privacidad, al convertir sus entusiastas, alegres y desubicados usuarios, la vida privada en pública.
De tal suerte que el campo como
tal, deja de ser un límite físico y se explica a través de los conceptos
provenientes de la física moderna: campo es el espacio en el cual una partícula
hace sentir su efecto.
Sabemos que la gente en México
tiene un fuerte carácter mimético; antes que cualquier cosa sucediera, se auto
aislaron durante el inicio de la abominable “pandemia”, porque así comenzaron a
hacerlo italianos y españoles. Podemos ver que los mecanismos de sujeción
funcionan tan bien, que estos fueron autoimpuestos.
Campo de concentración, se dice
también es “El lugar donde todo es posible”. Los ciudadanos están tan
abandonados al estado de excepción, que cualquier cosa que les suceda deja de
ser un delito, por lo tanto, todo es posible, porque nadie es castigado. La
corrupción en México y la impunidad reinante, confirman lo dicho.
El agente chino (donde agente es
una cosa que produce un efecto) que ha metido en sus casas a los chalecos
amarillos de todo el mundo, parando en seco las protestas populares con las que
cerró el año 2019 (en los mismo países que ostentan actualmente el record de
defunciones), parece gustar mucho a los gobiernos, dado que estos gustan de tomar
medidas por demás absurdas y radicales, incluyendo su nueva normalidad. La
nueva normalidad nos hace pensar que los números para identificar reclusos
dentro del campo, serán las tarjetas bancarias y los números telefónicos.
Y así nos va.
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