viernes, 15 de mayo de 2020


Normalidad
Juan Preciado


La nueva normalidad es un viejo invento. En el estado actual de las cosas, se están consolidando los fermentos de la creatividad cultivada alrededor de los eventos acaecidos antes, durante y a consecuencia de la segunda guerra mundial. No sabemos realmente, en nuestro país, hasta donde llegarán las cosas. Para decirlo suavemente, estamos muy “rezagados”, respecto a los avances tecnológicos que serán requeridos en el futuro próximo, según la agenda que se quiera imponer desde la anglósfera.

Los primeros campos de concentración, se dice, aparecieron en Cuba en 1896 y después en África, en el año 1900, cuando los ingleses confinaron en ellos a los Boers durante la segunda guerra “de liberación”. Las reservas indias norteamericanas son campos de concentración eufemísticamente nombrados. Durante el virreinato, los lugares donde se confinaba a la población indígena se llamaban muy descriptivamente “sujetillos” o “estancias”. La ciudad de México conoció una tierra de nadie, la ciudad india, al norte de lo que hoy es el centro histórico, habitada por indios, mestizos  y “blancos pobres”.

La Alemania nazi tomó prestada una institución jurídica prusiana para justificar el inicio de los confinamientos programados llamada “custodia protectora”, aislaba de manera selectiva a individuos con el único fin de “evitar un peligro para la seguridad del estado”.

“El nacimiento del campo de concentración en nuestro tiempo (…) se produce en el momento en que el sistema político del Estado-nación (…), entra en una crisis duradera y el Estado decide asumir directamente entre sus funciones propias el cuidado de la vida biológica de la nación”
Giorgio Agamben

El campo de concentración comienza a formarse cuando las medidas de “estado de excepción” se convierten en norma y de manera subrepticia, se van dando los confinamientos, las clausuras. A la pregunta expresa de ¿Cuándo, cómo se gestaron los campos de concentración?, el jefe de la Gestapo sólo pudo responder: no fueron nunca instituidos, sino que, un buen día, ahí estaban”.

El campo como espacio físico delimitado comienza a perder sentido cuando son diversos actores los que interactúan conforme los aislamientos y las prohibiciones convergen o tropiezan entre sí. La ordenanza de una regla eminentemente médica por parte del estado confirma que los límites físicos del campo son sólo una alusión a lo tremendo histórico, al lugar de la ignominia, y no a una realidad que intenta normar incluso la vida privada y el “tiempo libre”.

Por ejemplo, restringir la libre circulación de vehículos por causas de salud pública (inútiles dado el nulo interés por detener el infame crecimiento de las zonas urbanas); entorpecer la vialidad los días de descanso al delimitar un campo de acción para vehículos sin motor de combustión; el retiro absurdo de saleros en restaurantes, mientras se arropa a la industria refresquera que hace mucho más daño con sus aguas azucaradas; un día consumir agua es muy bueno, pasado mañana no lo es tanto; según una pobre mujer que llega a la política tras desenvolverse en la desastrosa e ignara industria del espectáculo, se debe reducir el consumo de carne. Entiéndase que no son propuestas y consejos inútiles que no se han solicitado, son directrices para regular la vida privada de los ciudadanos. Lo anterior es posible gracias a que la vida privada como tal, desaparece en el alelado universo de las redes sociales, que para lo único que han servido es para mejor dirigir opiniones y fomentar el asalto a la privacidad, al convertir sus entusiastas, alegres y desubicados usuarios, la vida privada en pública.

De tal suerte que el campo como tal, deja de ser un límite físico y se explica a través de los conceptos provenientes de la física moderna: campo es el espacio en el cual una partícula hace sentir su efecto.

Sabemos que la gente en México tiene un fuerte carácter mimético; antes que cualquier cosa sucediera, se auto aislaron durante el inicio de la abominable “pandemia”, porque así comenzaron a hacerlo italianos y españoles. Podemos ver que los mecanismos de sujeción funcionan tan bien, que estos fueron autoimpuestos.

Campo de concentración, se dice también es “El lugar donde todo es posible”. Los ciudadanos están tan abandonados al estado de excepción, que cualquier cosa que les suceda deja de ser un delito, por lo tanto, todo es posible, porque nadie es castigado. La corrupción en México y la impunidad reinante, confirman lo dicho.

El agente chino (donde agente es una cosa que produce un efecto) que ha metido en sus casas a los chalecos amarillos de todo el mundo, parando en seco las protestas populares con las que cerró el año 2019 (en los mismo países que ostentan actualmente el record de defunciones), parece gustar mucho a los gobiernos, dado que estos gustan de tomar medidas por demás absurdas y radicales, incluyendo su nueva normalidad. La nueva normalidad nos hace pensar que los números para identificar reclusos dentro del campo, serán las tarjetas bancarias y los números telefónicos.

Y así nos va.

No hay comentarios:

Publicar un comentario