“Ojalá el papa Francisco
no se asuste de una Iglesia perseguida y mártir, como las de Monseñor Romero y
Monseñor Gerardi. Y los canonice o no, ojalá proclame que los mártires,
concretándolos también como los mártires por la justicia, es lo mejor que
tenemos en la Iglesia (…) y estar orgulloso de toda una generación de obispos:
Leónidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No llegaron a papas, la mayoría de ellos tampoco a
cardenales. Pero de ellos vivimos.”
Jon Sobrino, vasco universal y símbolo de la Teología de la Liberación,
acostumbra a conmover el corazón. Alejado de boatos y parafernalias vaticanistas,
sus opiniones le han valido más de una reprimenda. Hoy habla por primera vez
del nuevo Papa, y lo hace alto y claro
Jon Sobrino (Barcelona, 1938) es el quijote de los desheredados, un teólogo que le quita a la vida el papel de regalo para presentarla descarnada. Pero hablar como Sobrino lo hace, con la espiritualidad de su antiimperialismo, irrita a muchos, sobre todo a los inquisidores romanos.
Jon Sobrino (Barcelona, 1938) es el quijote de los desheredados, un teólogo que le quita a la vida el papel de regalo para presentarla descarnada. Pero hablar como Sobrino lo hace, con la espiritualidad de su antiimperialismo, irrita a muchos, sobre todo a los inquisidores romanos.
En un discurso lúcido pero políticamente incorrecto, arremete contra el
espectáculo de la elección del nuevo Papa. “Era chocante el despliegue de
suntuosidad, alejada de la sencillez de Jesús”, dice. Y, sin pelos en la
lengua, asegura que “Bergoglio, superior de los jesuitas de Argentina en los
años de mayor represión del genocidio cívico militar, tuvo un alejamiento de la
Iglesia Popular, comprometida con los pobres. “No fue un Romero”, subraya
Sobrino.
Usted ha tachado la elección del Papa de “folklore mediático”.
Usted ha tachado la elección del Papa de “folklore mediático”.
La plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente de todas las razas y
colores, con banderas variopintas, con rostros expectantes y sonrientes. La
fachada del Templo estaba adornada con esmero calculado. Se dejaban ver también
personas vestidas con capisayos y acicaladas como no se ven en las calles de la
vida real, en campesinos y señoras del mercado. Imperaba el folklore -en
inglés, costumbres populares-, aunque en la plaza de San Pedro, las costumbres
eran más sofisticadas y acicaladas que las de los pueblos del terruño español y
de los cantones de El Salvador, donde yo me encuentro.
¿Eso es malo?
No, nada de esto era malo, pero no decía nada importante de quién iba a ser
el nuevo Papa, qué alegrías y problemas iba a tener y con qué cruz iba a
cargar… Sí era chocante el despliegue de suntuosidad alejada de la sencillez de
Jesús. Y se adivinaba una cierta jactancia en los organizadores como diciendo
todo está saliendo bien. Cuando esta perfección expresa, además, poderío, la
suelo llamar la pastoral de la apoteosis.
Pero no todo fue folclórico.
No, algo no fue folclórico ya desde el primer día. Hablo de la vestimenta
sencilla del Papa, de la pequeña cruz sobre su pecho donde no había oro ni
plata ni brillantes, su oración que, inclinándose, pidió al pueblo antes de
bendecirles él a ellos. Son signos pequeños pero claros. Ojalá crezcan como signos
grandes y que acompañan a su misión. Clara quedó la sencillez y la humildad.
La elección de Bergoglio resultó una
sorpresa total.
Sí, para los no iniciados fue una sorpresa y una gran novedad. El Papa es
argentino, el primer Papa de ese país. Y es jesuita, el primer Papa de esa
orden. Ambas cosas pueden ser trivializadas, como ha ocurrido en algunos
medios. Por eso hay que entenderlo bien. Messi es argentino, pero no todos los
argentinos son estrellas. Jesuita fue Pedro Arrupe, pero -y aquí hablo de cosas
más serias- no todos los jesuitas somos como él. Al folclore pertenecen también
titulares sin mucho ingenio y con pereza mental como; argentino y jesuita. ¿No
tendrán otra cosa que decir? Además los momentos folclóricos y mediáticos duran
poco. Triste es mantenerlos, o seguir añadiendo detalles intranscendentes, sin
acabar de entrar en el fondo del asunto como el Papa, la Iglesia, Dios y
nosotros. De los amos de los medios -y de los espectadores- dependerá que lo
folclórico siga siendo lo más socorrido.
Estos días, ha hablado con gente que
conoce a Bergoglio de cerca.
Sí, yo no soy experto en la vida, trabajo, gozos y sufrimientos de Bergoglio.
Y para no caer en ninguna irresponsabilidad he procurado conectarme con
personas, a las que no citaré, de Argentina, sobre todo, que han tenido
contacto directo con él. Espero comprensión por lo limitado de lo que voy a
decir, y pido disculpas si cometo algún error. Bergoglio es un jesuita que ha
ocupado cargos importantes en la Provincia de Argentina. Ha sido profesor de
Teología, superior y provincial. No es difícil hablar de sus tareas externas.
Pero de lo más interno solo se puede hablar con delicadeza y, ahora, con
respeto y responsabilidad. Muchos compañeros lo han recordado como persona de
hondos convencimientos y temperamento, decidido luchador y sin tregua. Si le
hacen Papa, limpiará la Curia, se ha dicho con humor.
¿Le han resaltado su austeridad?
¿Le han resaltado su austeridad?
También le recuerdan por su interés desmedido de comunicar a otros sus
convicciones sobre la Compañía de Jesús, interés que se podía convertir en
posesividad, hasta exigir lealtad hacia su persona. Muchos recuerdan su
austeridad de vida, como jesuita, arzobispo y cardenal. Muestra de ello es su
vivienda y su proverbial viajar en autobús. Ya obispo, muchos de sus sacerdotes
recuerdan su cercanía y cómo se les ofrecía a suplirles en su trabajo
parroquial, cuando necesitaban dejar la parroquia para salir a descansar. La
austeridad de vida iba acompañada de un real interés por los pobres,
indigentes, sindicalistas atropellados, lo que le llevó a defenderlos con
firmeza ante los sucesivos gobiernos. Los temas morales le han sido cercanos, y
ciertamente el del aborto, lo que le llevó a enfrentarse directamente con el
presidente del país.
¿Le han recordado por su opción por los
pobres?
En todo ello se aprecia una forma suya específica de hacer la opción por
los pobres. No así en salir activa y arriesgadamente en su defensa en las
épocas de represión de las criminales dictaduras militares. La complicidad de
la jerarquía eclesiástica con las dictaduras es conocida. Bergoglio fue
superior de los jesuitas de Argentina desde 1973 hasta 1979, en los años de mayor
represión del genocidio cívico militar.
¿Habla de complicidad?
¿Habla de complicidad?
No parece justo hablar de complicidad, pero sí parece correcto decir que en
aquellas circunstancias Bergoglio tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular,
comprometida con los pobres. No fue un Romero -célebre por su defensa de los
derechos humanos y asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral-. No
tengo conocimientos suficientes, y lo digo con temor a equivocarme. Bergoglio
no ofrecía la imagen de Monseñor Angelleli, obispo argentino asesinado por los
militares en 1976. Muy posiblemente sí ocurría en su corazón, pero no solía
aflorar en público el recuerdo vivo de Leónidas Proaño, Monseñor Juan Gerardi,
Sergio Méndez…
Sin embargo, tiene también otra marcada faceta solidaria.
Sin embargo, tiene también otra marcada faceta solidaria.
Sí, por otra parte, desde 1998, como arzobispo de Buenos Aires acompañó de
diferentes maneras a sectores maltratados de la gran ciudad, y con hechos
concretos. Un testigo ocular cuenta que en la misa del primer aniversario de la
tragedia de Cromagnon -incendio ocurrido durante un concierto de rock que costó
la vida a 200 jóvenes-, Bergoglio se hizo presente y con fuerza exigió justicia
para las víctimas.
A veces usó lenguaje profético. Denunció los males que trituran la carne
del pueblo, y les puso nombre concreto: la trata de personas, el trabajo
esclavo, la prostitución, el narcotráfico, y muchos otros. Para algunos, quizás
la mayor virtud y la mayor fuerza para llevar adelante su actual ministerio
papal es que Bergoglio es un hombre abierto al diálogo con los marginados y
desde el dolor. Acompañó con decisión procesos eclesiales en los márgenes de la
Iglesia católica, y los procesos que ocurren al borde de la legalidad. Dos
ejemplos emblemáticos son la vicaría de curas villeros de los barrios
marginales y su apoyo a los curas que deambulaban sin un ministerio digno.
¿Qué le espera al papa Francisco?
Solo Dios lo sabe. El nuevo Papa habrá pensado bien lo que le puede esperar
y lo que él deberá, podrá y querrá hacer. Ahora enumeramos algunas tareas que a
nosotros, desde El Salvador, nos parecen importantes, y que pueden ser
importantes para todos en la Iglesia. También nosotros debemos llevarlas a
cabo, pero el Papa tiene una mayor responsabilidad y, ojalá tenga más medios.
Las tareas coinciden mucho con las que José Ignacio González Faus ha propuesto
recientemente.
¿Cuál sería la más urgente?
La primera -yo creo que la mayor de las utopías- es hacer realidad la
utopía de Juan XXIII: La iglesia es especialmente la Iglesia de los Pobres. No
tuvo éxito en el aula del Vaticano II, de modo que unos 40 obispos se reunieron
fuera del aula, y en las Catacumbas de Santa Domitila firmaron el manifiesto
que se ha llamado El Pacto de las Catacumbas.
Usted siempre apunta a la falta de sensibilidad de la Iglesia.
Usted siempre apunta a la falta de sensibilidad de la Iglesia.
Por lo que muchos dicen, Bergoglio tiene sensibilidad hacia los pobres.
Ojalá tenga lucidez para hacer real la Iglesia de los pobres, y que esta deje
de ser Iglesia de abundancia, de burgueses y ricos. No le faltarán enemigos,
como no faltaron después de Medellín a muchos jerarcas que sí pusieron a los
pobres en el centro de la Iglesia. Los enemigos estaban dentro de curias
eclesiásticas, y muy poderosamente en el mundo del dinero y el poder. Estos
asesinaron a miles de cristianos y cristianas.
Imposible olvidar a Monseñor Romero,
mártir latinoamericano.
Ojalá el papa Francisco no se asuste de una Iglesia perseguida y mártir,
como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los canonice o no, ojalá
proclame que los mártires, concretándolos también como los mártires por la
justicia, es lo mejor que tenemos en la Iglesia. Es lo que la hacen parecida a
Jesús de Nazaret. Para ello no es esencial que canonice a Monseñor Romero,
aunque sería un buen signo. Y si el Papa cae en alguna debilidad humana, sea
esta estar orgulloso de su patria latinoamericana, sufriente y esperanzada,
mártir y siempre en trance de resurrección. Y estar orgulloso de toda una
generación de obispos: Leónidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No llegaron a papas, la
mayoría de ellos tampoco a cardenales. Pero de ellos vivimos.
¿Y qué me dice de los problemas que
sacuden a la Iglesia y que aparecen en los medios de comunicación?
La segunda de las utopías es afrontar la conocida constelación de problemas
al interior de la organización de la Iglesia que esperan solución. Por ejemplo,
la muy urgente reforma de la Curia romana. También es necesario que los
miembros de la Curia sean preferentemente laicos. Asimismo, es importante que
Roma deje a las iglesias locales la elección de sus pastores. Que desaparezcan
del entorno papal todos los símbolos de poder y de dignidad mundana, y
ciertamente que el sucesor de Pedro deje de ser jefe de Estado, porque eso
avergonzaría a Jesús. Hace falta que toda la Iglesia sienta como ofensa a Dios
la actual separación de las iglesias cristianas. Hay que pedir al Papa que Roma
solucione la situación de los católicos que fallaron en su primer matrimonio y
han encontrado estabilidad en una segunda unión. Y, por supuesto, que repiense
el celibato ministerial.
Usted tampoco abandona otras
reivindicaciones ya clásicas.
Sí tengo otras tres cuestiones. Por un lado, que de una vez por todas
arreglemos la situación insostenible de la mujer en la Iglesia. También que
dejemos de minusvalorar, a veces menospreciar, al mundo indígena, a los
mapuches de América del Sur y a todos los que el Papa irá conociendo en sus
viajes por África, Asia y América Latina. Y por supuesto que aprendamos a amar
a la madre tierra.
Todo ello con un compromiso en firme que tiene que ver mucho con lo sucedido estos días.
Todo ello con un compromiso en firme que tiene que ver mucho con lo sucedido estos días.
Sí, el compromiso debería ser que el nuevo Papa en el balcón de San Pedro y
los millones de personas en la plaza no debieran convertirse en un gran actor,
el Papa, y en meros espectadores taquilleros, los fieles.
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