Enrique López Aguilar
En el mundo de la
dirección orquestal existe un número abundante de nombres célebres; dentro de
ese repertorio nominal, hay dos prestigios que me resultan incomprensibles: el
de Toscanini y el de Von Karajan. Dejo a otros la reflexión acerca de por qué
es fascinante la velocística y aplanada versión que de la Quinta de Beethoven hizo el italiano (indicio de otras cosas
que deshizo): hoy trataré de vislumbrar la fama del director austriaco.
Actualmente, hay un amplio abanico de
directores y estilos interpretativos, los cuales van desde la llamada dirección
filológica (investigación alrededor de partituras históricas –ediciones y
manuscritos originales– e instrumentos de época), como en los casos de Jordi
Saval, John Eliot Gardiner o Harnoncourt, hasta la dirección “romántica”
tradicional, como la realizada por Barenboim. Para efectos del gusto musical,
no se trata de optar por uno solo de los estilos interpretativos, aunque haya
quienes así lo prefieran, sino de apreciar los avances musicológicos y la
profundización en las calidades del texto que supone la versión ofrecida por
cada director. En el caso de Von Karajan, cuya fama comenzó a expandirse a
comienzos de los años setenta, éste supo vender al público la imagen del Herr Direktor, no exenta de pintoresquismo, como el de dirigir de
memoria y con los ojos cerrados (vacuidades que, de otra manera, también
ofrecería Leonard Bernstein). Además de eso, su constante presencia en las
grabaciones de Deutsche Grammophon, al frente de la Orquesta Filarmónica de
Berlín, ayudaron a consolidar lo que se conoció como el “sonido Karajan” y el
ascenso del mito: dar un apellido reconocible hasta para quienes nunca fueron
melómanos, hacer de sus discos un punto de referencia para casi toda la música
mal llamada “clásica” y creer que él era el director por antonomasia.
¿Quién fue Herbert von Karajan (Salzburgo,
1908-Anif, 1989)? Perteneció a una familia salzburguesa acomodada, de origen
griego, cuyo ascenso social pasó del estatus de migrante –a mediados del siglo XVIII –, al de familia ennoblecida a finales del
mismo siglo, luego de instalarse en Sajonia, donde trabajó al servicio de
Federico Augusto I: para 1792, los Karajanis no sólo agregaron el von a su apellido, sino que lo germanizaron al
transformarlo en Karajan. Heribert (quien cambió su nombre por Herbert),
comenzó sus estudios musicales en 1916. En 1929 debutó como director en
Salzburgo y desde 1933 su carrera tuvo un impulso significativo al inscribirse
como miembro del Partido Nazi (Aufnahmegruppe der
1933er, nachgereichte). Sin embargo, Adolf Hitler recibió con desdén al joven director después
de que éste se equivocó al dirigir Die
Meistersinger von Nürnberg para los reyes de Yugoslavia, en junio de
1939: al dirigir sin partitura, Karajan se perdió y, en medio de la confusión,
Hitler dijo a Winifred Wagner: “Herr von Karajan jamás dirigirá en Bayreuth
mientras yo viva”, y así fue. Terminada la guerra, no volvió a mencionar ese
incidente. Después de la muerte de Wilhelm Furtwangler, en 1954, comenzó a
dirigir la Orquesta Filarmónica de Berlín, con la que produjo una gran cantidad
de cintas, acetatos y cedés.
No consta que el nazismo de Von Karajan
haya incluido su participación en crímenes de guerra, pero aprendió a
convertirse en un pequeño Führer dentro de su modestoReich , lo cual le dejó una muy buena cantidad de euros, contabilizados en su
fortuna personal el día de su muerte. Megalómano, superficial y conservador,
dirigió la música que él consideraba digna de tal nombre (siempre dejó de lado
el atonalismo y la música contemporánea) e hizo creer que su gusto personal era
sinónimo de La Música. Quiso dirigir a Bach y Händel, pero sus versiones no son
competencia para las de Kart Richter; Solti y Boulez hacen olvidar lo que
intentó con Mahler; Karl Bohm hizo versiones históricas con Haydn, Mozart,
Beethoven y Brahms, con quienes Karajan fue torpe y grandilocuente; y si alguna
vez se atrevió con Shostakovich y Sibelius, su dirección se vuelve
insignificante frente a Rostropovich y Paavo Berglund. En ese sentido, Karajan
no dejó huella alguna dirigiendo a Bruckner ni a otros muchos, ni se interesó
por autores como Carl Nielsen.
El fenómeno del “sonido Karajan” recuerda
el del “sonido beatle”, creado por Phil Spector, aunque con ventaja para éste:
el trabajo de los ingenieros de sonido en la consola de grabación. Ya cumplidos
cien años del nacimiento de Von Karajan, es un buen momento para agradecer que
nos haya dejado desde 1989. A la música le va mejor sin él.
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