Juan Preciado
El mexicano no es
obediente, es sumiso.. También es mezquino: Prepotente con los de abajo y
servil con los de arriba. Es por lo anterior que, a la menor provocación y
generalmente por causas fútiles, rompe las reglas, no respeta acuerdos e
infringe las leyes básicas de convivencia. El señor que desgobierna la ciudad
de México (al menos parece que, un café con leche, si lo sabe preparar) de
manera arbitraria y poco pensada se ha dedicado a colocar parquímetros en la
ciudad. El pretexto es evitar que gente sin escrúpulos haga negocio con la vía
pública. Eso dice la fantasía, la realidad muestra que estos señores siguen robando
la vía pública. Los parquímetros están tan bien pesados (como la línea 12 del
metro, por ejemplo) que uno puede colocar monedas para un máximo de 3 horas. Después
hay que salir y colocar más monedas para otras 3 horas. En colonias donde
abundan las oficinas, ¿era mucho pedir
aparatejos que cubrieran al menos la jornada laboral?
Pero el mexicano
sumiso, acepta la instalación de esos cachivaches. Incluso la gente que habita en
esas colonias, acepta gustosa que le den un papelucho para que se le permita
estacionarse en la vía privatizada. Mes a mes sube la gasolina, y mes a mes los
impuestos se pierden en una nómina de burócratas tan inservibles como los
programas de control ambiental. Y el mexicano, no dice, no hace nada. Cuando se
tenga que pagar tenencia para poder transportarse en bicicleta, tampoco dirá
nada, sumiso, pagará por el derecho de
circular en una ciudad que no está preparada para permitir el tránsito eficiente
de ningún vehículo, con o sin motor.
La palabra “Misa”
viene del latín, “Missa”, que significa despido. Al término de la celebración litúrgica
cristiana, el oficiante terminaba la celebración con la fórmula “Ite missa est”. “Missa” se
emparenta con una palabra cuyo significado es enviar o arrojar.
Sumiso es aquel que es
arrojado o enviado por debajo. Es el que esta subyugado. Es decir, el que está
atado al “iugum”, que es el palo que sirve para unir dos bueyes. Quién esta
subyugado esta “dominado” de manera violenta. Y es por esto que obedece, no por
su conciencia cívica.
Esa dominación de
manera violenta hace que los individuos desarrollen rencor social, un rencor indiferenciado
resultado de no poder identificar a un culpable. La violencia intraespecífica
que presentan los habitantes de nuestra ciudad, es el resultado de lo anterior.
Basta con una persona se ponga detrás de un volante para transformarse en un
energúmeno, peor resulta si al individuo lo ponemos detrás de un manubrio: obtenemos
un buscapleitos sobre ruedas.
De manera sumisa, se
acepta que unos policías con un criterio de la misma calidad de sus pertrechos, cierren
de manera absurda calles y avenidas, bajo cualquier pretexto: un desfile para solicitar atención al campo; una carrera de 10 kilómetros
patrocinada por una famosa marca de ropa deportiva; la misma carrera pero ahora
patrocinada por la cafetería que abre sucursales hasta en el baño de mujeres; y
un largo etcétera. Nadie protesta por lo
anterior aunque se desquicie la ciudad mientras duran los eventos y durante un
par de horas mas. Pero, las cosas no se pueden quedar así, es por eso que los
habitantes mancillados a la menor provocación se pasan la luz del semáforo en
rojo; dan vueltas prohibidas; se quedan a la mitad de un crucero para estorbar el
paso; en un estacionamiento público ocupan dos lugares; acechan a los peatones
y a quién tiene la mala idea de trasladarse en bicicleta cualquier otro día que
no sea domingo.
Es increíble que a
nadie se le ocurra tirar a la basura la bola de cachivaches que utilizan los
incivilizados para apartar lugares de estacionamiento en las calles de la
ciudad.
Es increíble que se
respete más a esos trebejos que a los señalamientos de tránsito o a cualquier norma elemental de convivencia social. Sumisos ante la
arbitrariedad y no obedientes de las leyes. Bonita fórmula.
Y así nos va.
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