México feliz
Juan Preciado
Si buscamos en un diccionario la palabra “opinión”,
podemos encontrar una definición como la siguiente: “La
opinión o doxa es una creencia que puede
sostenerse más o menos motivadamente pero que no ofrece pruebas ni garantías de
su validez”.*
Aristóteles advertía que opinión no es igual a
conocimiento. Para Platón, la opinión es algo intermedio entre conocimiento e
ignorancia.
Y los sofistas preferían considerar que de las
opiniones hay “unas mejores que otras”, dado que ninguna era prueba de
conocimiento.
Las redes sociales son fuente y vitrina de una enorme cantidad de opiniones.
El problema radica en que, tal como hiciera la televisión hasta hace 20 años,
el internet en general, y las redes sociales en particular, legitiman como
verdadero cualquier cosa que ahí se exprese.
Sabemos que el sistema hace uso de la mal llamada
“opinión pública” para legitimar cualquier cosa justo cuando le conviene. Y si
no, pues no. Cuando una opinión o postura se repite de manera incesante en internet
en cualquier plataforma que haga uso de él , se dice que se vuelve viral. (Por
cierto, símil adecuado, los virus se propagan para hacer daño).
Y cualquier cosa que se vuelva “viral”, tiene
garantizado el mismo destino de las marchas y plantones que se realizan en el
mundo real. Si le conviene al poder en turno, lo tomará como pretexto para
realizar cualquier acción que a sus intereses convenga. Semejante proceder hace
creer a la población que su opinión es tomada en cuenta y por lo tanto, cada
uno de sus miembros se convertirá en una fuente inagotable de opiniones.
Y si no conviene a los intereses del poder en turno, pues la marcha y el mensaje “viral” tendrán como destino el mismo bote de basura.
Y como sucede en el mundo real, el que habla no
trabaja, y el sistema de poder bien a gusto y muy contento.
Y parece ser que ese contento se trasmite, aunque
sea falso y acomodaticio, a la población en general.
Hace poco, una fábrica de opiniones llamada “World Happiness Report”, nos
informó que nuestro destartalado país ocupa el lugar número 10 (de un total de
147 países encuestados) entre los países
“más felices del mundo”.
Lo primero que llama la atención, es que, aunque se
nos dice que se realizó una extensa encuesta, las preguntas formuladas no son
compartidas. Y entonces, uno acostumbrado a cuidar que el vecino, el taxista,
el policía, el burócrata, el cajero, el recadero, el viene-viene, el
oficinista, el inspector de la compañía de luz y un larguísimo etcétera no nos
vean la cara y nos quiten algo (aunque sea el tiempo), pues uno sospecha de la
veracidad de semejante encuesta.
Lo primero es que, hasta hace poco, no sabíamos que
la felicidad era mensurable (¿acaso se medirá en risas sobre segundo?). Lo
segundo es que, en una sociedad donde todo mundo está de mal genio, todo mundo
quiere corregir el comportamiento de la persona que tiene más cerca a la voz de
“si lo hago yo está bien, si lo hace el otro está mal”, en un país donde se
asesina a diario, se roba a diario, todos los días desaparecen personas y en un
país donde, a toda hora tiene uno que esquivar durante cualquier trayecto a
personas incivilizadas que mal manejan una bicicleta, una motocicleta, un
automóvil y hasta un patín del diablo; en resumen, ¿cómo es que alguien
viviendo todo lo anterior y cosas peores, puede decir que se siente feliz de
vivir aquí?
¿Habrán encuestado a puro policía? ¿A los señores
que medran a través del amparo gubernamental? ¿A taxistas y microbuseros? ¿A
los señores que comercian con sustancias prohibidas? ¿A los dueños de los
casinos?
Resulta entonces que, la opinión pública ni siquiera
es opinión, es mimesis – ya lo dijo Umberto Eco, “coman caca, millones de
moscas no pueden estar equivocadas”- o, peor aún, es otra de las auto
percepciones que actualmente cultivan los miembros de la sociedad internet,
donde la felicidad es resultado de la sugestión, de la fantasía personal (como
una manera de distanciarse del otro, con el que después se termina conviviendo
en una cantina o en el bar) aunque la terca y reaccionaria realidad nos muestre
a diario otra cosa.
Y así nos va
*Enciclopedia Herder
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