La seguridad
nacional
Juan Preciado
Han pasado dos años desde que una
enfermedad terrible, mortífera y altamente contagiosa (eso dicen) infectara el
planeta entero y obligara a las administraciones locales a enclaustrar a los
habitantes de las ciudades del mundo.
No estamos hablando de tabaquismo,
obesidad o alcoholismo. Estamos hablando del virus que provoca una nueva enfermedad
de la que aún no hay consenso, si es una variable perniciosa de gripe o una enfermedad
vascular.
Dos años después, podemos
preguntarnos qué ha cambiado en realidad. ¿Cuánto tiempo se necesita para
cambiar la opinión de las mayorías? Para aterrorizar a millones de personas bastan unas cuantas horas a la
semana de televisión, redes sociales, o servicios de entretenimiento por
suscripción. Pero, ¿qué se necesita para cambiar los conceptos de aquello que
se considera bueno, malo, deseable, repugnante, dañino o benéfico? ¿Qué sucede
con las formas de pensamiento que aglutinan de una manera específica a un grupo
de personas?
Las panaderías eran lugares
francamente insalubres, el pan se ventilaba, mosqueaba y manoseaba de lo lindo
y uno hacia de tripas corazón porque finalmente así son las cosas y así han
sido siempre. Ahora todo pan, a excepción del bolillo, se vende debidamente
empacado, fuera del alcance de las moscas y de las inquietas manos del comprador.
Muy bien, punto para la limpieza.
Los supermercados limitaron el
número de personas que pueden ingresar al establecimiento. Eso no significa que
se reduce el tiempo de espera para poder pagar en caja, ya que también redujeron
el número de cajas disponibles para realizar el pago. Igualito hicieron los
bancos. Punto para la idiosincrasia.
Anteriormente, personas con
razonables hábitos de limpieza colocaban una jerga o un tapete en la entrada del
hogar o del negocio. Ahora es obligado tener un recipiente con líquido
desinfectante donde humedecer las suelas de los zapatos para posteriormente
secarlas en un tapete dispuesto para tal fin. La idea es evitar enfermarse, pues
se supone que éste virus en particular tiene la capacidad de volar o que la
gente tira comida al suelo antes de llevársela a la boca. Obviamente, los zapatos de las
personas son agentes altamente contagiosos, no así las patas de cualquier mascota
que salga de casa tranquilamente a pasear y hacer sus necesidades. Por alguna mágica
razón, las patas de los animales domésticos regresan limpias e impolutas, tal
como estaban antes de salir de casa. Punto
para la ignorancia.
Al virus oriental le tomó año y
medio llegar al número de muertes que a nivel mundial provocan el consumo de alcohol
o la obesidad en un año, según lo dicho por la misma agencia del terror. El
virus no parece muy eficaz en su cometido. Punto para las matemáticas.
Según las cifras oficiales, en nuestro país muere el
7.5 % de los infectados. Esto es 4.6 veces más que en el país vecino del norte,
o 5.5 veces más que en la India. Si los
números son ciertos, el problema en México no es el virus, sino la falta de hospitales
y de personal médico. Si recordamos grandes y festivos eventos, donde el gobernador
en turno de cualquier ruinoso estado del país, inauguraba con gran boato
hospitales inexistentes, tomado prestados mobiliario y personal, lo anterior se
explica fácilmente.
Sería muy bueno saber, dado que los
números no mienten, y obvio, después de conocer la gran preocupación que
mostraron las administraciones locales y la federal por la salud de la
población toda, ¿por qué es más importante la construcción de un tren turístico
y una planta refinadora de petróleo, al grado de considerarlos como asuntos de “Seguridad
nacional” y no la construcción de hospitales para brindar atención médica suficiente?
Si claro, el acuerdo
publicado menciona que los programas de salud también son considerados prioritarios,
solamente que los proyectos en materia de salud - que durante dos años se nos
ha dicho que es de lo más importante- no se ven por ningún lado.
Y así nos va.
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