Juan Preciado
Año con año se
califican como “atípicas” las lluvias que afectan e inundan las principales
ciudades del país. Semejante calificativo es utilizado por las “autoridades”. De
aquí podemos inferir que “atípico” es un neologismo que describe la indolencia,
ineficacia y de plano inutilidad de las “autoridades” locales y federales para
hacer frente a situaciones que son completamente previsibles. Lo mismo sucede
cada año en las ciudades costeras del país durante la temporada de
huracanes. Simplemente se permite que
los desastres ocurran. Existen indicadores y tecnología suficiente como para
poder evaluar el potencial destructivo de un huracán que se forma mar adentro,
muchos días antes de que comience su camino hacia las costas; no se forman de
sopetón e improviso, son completamente mensurables. Entonces, ¿por qué no se
hace nada para evitar desgracias materiales y humanas? Pues porque, para
variar, son oportunidad de negocio para la delincuencia desorganizada.
Existe
una entelequia demagógica llamada FONDEN, que supuestamente tiene como objetivo
“atender los efectos de desastres naturales imprevisibles, cuya magnitud supere
la capacidad financiera de respuesta de las dependencias y entidades federales,
así como de las entidades federativas”. Suena bonito, sólo que la capacidad
financiera del fabuloso fondo tampoco alcanza para nada, por lo que la
maquinaria del sistema entra en acción para iniciar la colecta organizada por
los aparatos de propaganda y adoctrinamiento de masas, solicitando ayuda para
“nuestros hermanos en desgracia”. ¿Por qué, si dizque se tiene un fondo
(insuficiente) para (nunca) hacer frente a los daños (totalmente previsibles)
ocasionados por desastres naturales, el sistema comienza a limosnear? ¿Qué tal
si en vez de comprar un avión presidencial tan costoso como inútil (con el
agravante de quién y para qué va ser utilizado), se asignan recursos
suficientes para el ilusorio FONDEN (que así dejaría de ser una ilusión)?
Pagamos muchísimos impuestos solamente para pagar la nómina de una burocracia
rapaz; para hacer frente a las contingencias ocasionadas por su indolencia,
tenemos que pagar todos. Son incapaces de organizar y llevar a cabo la
evacuación de personas en peligro de recibir el impacto directo de un huracán,
pero están prestos para limosnear a quién caiga en la trampa de la solidaridad.
¿Cuánto donan los señores que ganan muchísimo dinero metiendo mano a los
impuestos que pagamos todos? Cero. Los payasos que trabajan al servicio del
sistema no se quedan atrás y realizan actividades varias (conciertos, por
ejemplo) para recaudar fondos. Esos fondos, otra vez, salen de la bolsa de las
personas tan ingenuas como bienintencionadas. Nadie garantiza además que lo
donado en dinero o en especie llegue a los afectados; las donaciones siempre
corren el peligro de engrosar los almacenes planificados para la compra de
votos.
El sistema de poder
hace ostentación de cinismo y de falta de escrúpulos, cuando roba a manos
llenas, sabedores de que la justicia en este país nuca alcanza al que roba lo
suficiente para poder comprarla. Tal cinismo entrega pésimos ejemplos para el
que se educa a través de los medios de comunicación; los unos, ante la
desgracia, el saqueo de lo que queda en pie; los otros a pedir y a dar limosna.
¿De qué otra manera se puede explicar la facilidad con la que el mexicano se
hace de lo que no es suyo? ¿Cómo es que tan fácilmente puede pasar al bando de
la delincuencia ocasional? Siguiendo el mensaje que ofrece el sistema de poder:
hacerse de cuanta cosa se pueda, sin reparar en los medios y sin sentir asomo
de vergüenza.
Qué vergüenza.
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