viernes, 30 de marzo de 2012

Tele-embustes


En su libro “Homo Videns, la sociedad teledirigida” Giovanni Sartori da cuenta del siguiente experimento: en Inglaterra se propagó una información que era evidentemente falsa: más de la mitad de la gente que leyó la noticia, pudo detectar la falsedad; cerca del cincuenta por ciento de los que la escucharon por radio se dieron cuenta del engaño; en cambio, entre aquellos que la vieron por televisión, menos del 30% pudieron darse cuenta del engaño. De esto, se confirma que la televisión es el medio más eficaz para propagar mentiras, embustes y campañas políticas.

Desde tiempo atrás, se considera que la radio es un medio para ciegos; la televisión lo es para sordos. Y así trata el sistema a sus preclaros televidentes. La televisión tiene el peligrosísimo defecto de legitimar cualquier discurso, por muy absurdo que este pueda ser. No por nada, a la jerarquía católica se le queman las habas por tener su propio canal de televisión.  Huelga decir que, para la “industria del  espectáculo” la propaganda oficial es el mejor de los negocios. Hemos escuchado mil y un promesas de campaña,  mil y un noticias falsas, da pena y vergüenza que esta estrategia –la propagación de falsedades a través del televisor- siga funcionando.

Además, como ya lo hemos mencionado, el mexicano no tiene memoria, ni personal y menos política. Prácticamente desde los años ochentas, escuchamos el mismo cuento, las mismas frases. Y el objetivo es el mismo: reclutar adeptos entre la bola de aturdidos.

Palabras huecas

1980 fue el año en que se estrenó una frase como lema de campaña del, en ese entonces, futuro presidente. Esta frase se consolidó como el lugar común del sistema político mexicano cuando de pagar los platos rotos se trata: “La solución somos todos”. Esa misma cantaleta escuchamos cuando nos quieren hacer participes de desgracias que no provocamos nosotros, sino el “mandatario” en turno: todos debemos “colaborar”, “cooperar” – que curioso cooperar es justo la palabra que utiliza el saltimbanqui del semáforo, por algo será-, “sumar esfuerzos”, etc.

Otra forma de socializar las pérdidas es la siguiente: cuando un político mexicano es reconocido por ratero, ignorante e incapaz, se nos quiere compartir su prestigio afirmando que: “insultan a los mexicanos” o “atentan contra el país”. En este caso habría que aclararle al politicastro en cuestión que no nos insultan a nosotros y menos al país, se dirigen a él.

Pero si se trata de repartir ganancias económicas, ya no contamos todos, nomás unos cuantos; y que lo diga la revista Forbes…

Cómo se parece ese sexenio al actual: con su guerra sucia; la devaluación  de la moneda del 866%; alza en el precio de los combustibles; el enriquecimiento inexplicable del círculo de amigotes del preciso y el jefe de la policía en total desprestigio.  Palabra que para nosotros significa mucho, para ellos nada.

Perlas declarativas del sexenio: “No pago para que me peguen”, “el orgullo de mi nepotismo”, “Defenderé al peso como un perro”. Por cierto, seis años atrás, un escritor que con el tiempo y por arte de magia –o de sus palabras al servicio del sistema- alcanzo fama y “prestigio”, invitaba a votar al grito de “el alumno del asesino de masas o el fascismo”, cuando todavía mandaba en el país el asesino de masas.

El siguiente sexenio fue el de la debacle total, una devaluación record de la moneda del 1443% con todo y terremoto, pero al gran devaluador lo que le preocupaba era “la renovación moral” de la sociedad y la “simplificación administrativa”. El presidente en turno nos quería convencer que todo era culpa del movimiento de la tierra, como hace poco nos querían convencer de que la crisis económica “vino de fuera” y la culpa de todo era una falsa epidemia de influenza AH1N1. Está claro que los métodos engaña-bobos no han cambiado, sólo cambia el declarante.

En gran defensor de la democracia se convirtió el que llegó a la presidencia a través de un fraude electoral, tal como ocurre actualmente. En los años posteriores a las elecciones de 1988 fue creado –y cómo no iba a ser- el desgraciado Instituto Federal Electoral, “un organismo ciudadano, para ciudadanos”, palabras más huecas que la ideología del partido azul. Ese año también se inventó el accidente carretero como medio para deshacerse de políticos francamente incómodos. “Compatriotas” nos llamaba, de manera ridícula, aquel que inició el desmantelamiento del país. Según su visión del mundo, generada por su genio económico, Telmex no era una empresa rentable, por eso decidió regalarla a un señor de apellido Slim. Y sólo por mencionar una empresa entre las cientos que fueron rematadas a personajes tan capaces para administrarlas que las quebraron en menos de 6 años. Cualquier parecido con el discurso, y situación actual, de PEMEX, CFE, servicios médicos y Mexicana de Aviación es sólo una broma de mal gusto cortesía de la terca realidad.

Después de dos magnicidios y varios accidentes fatales con la marca de la casa, comenzamos a escuchar constantemente que “él sabe cómo hacerlo”. Sólo los ingenuos pensaban que ese “saber hacer” se iba a convertir en bien social y no lo que auguraba: el inmenso fraude llamado ROBAPROA. Tan grande fue el fraude que el ejecutor confesó después “no traigo cash”.

Y bueno, ya ni perder el tiempo repasando los absurdos y dislates de la lengua más floja del bajío…

Hagamos memoria, veremos que ni siquiera son originales los mediocres que pretenden gobernar este país. Como si de una película serie B se tratara, podemos decir de este sexenio (y si no tenemos cuidado, también del siguiente): Esta película ya la ví.

Por: Juan Preciado. 

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