jueves, 6 de diciembre de 2012

El estado de excepción: IUSTITIUM




(...) los romanos cuentan con otro modelo paradigmático del estado de excepción: el iustitium. Recordemos de qué se trata: si se tenía noticias de una situación que podía poner en peligro la República, los romanos emitían un senatus consultum ultimum; es decir, consultaban generalmente a los cónsules, en algunos casos al pretor y a los tribunos de la plebe, y en los casos más extremos a todos los ciudadanos, para que se tomara alguna medida para salvar el Estado. Este senadoconsulto tenía por condición un decreto que debía declarar el TUMULTUS y daba lugar posteriormente a la proclamación de un iustitium.

Etimológicamente, iustitium (quando ius stat, cuando el derecho se detiene) significa “detención, suspensión del derecho”, no sólo de la administración de la justicia, sino la producción de un vacío jurídico.

Cicerón nos informa de un caso ejemplar de iustitium en el cual, frente a la amenaza de Antonio, quien se dirige a Roma con las armas para enfrentar a Octavio, él mismo tuvo que referirse al Senado pidiendo que se confirme el tumultus y se proclame el iustitium. Se trata, por lo tanto, de un momento de neutralización del derecho. Visto que Roma se encuentra en un total estado de excepción, Cicerón considera que es necesario suspender el derecho para no tener que transgredirlo. Habilitado por la Lex Sempronia, Cicerón pide que se proclame el iustitium y se preparen para combatir. Esta misma lógica es aplicada por Machiavelli cuando en sus Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio sugiere romper el ordenamiento jurídico para salvarlo.
De este modo, comprendemos que el consultum presupone el tumultus, y que el tumultus es la causa del iustitium. De lo que se desprende que no se puede confundir “estado de excepción” con dictadura.

SUETONIO, Augustus, 99, 1, 1, describe la muerte de Augusto en Nola el 14 d. C. El viejo emperador le preguntaba insistentemente a sus amigos ahí congregados si no había algún tumulto que le concerniera (an iam de se tumultus fuori fuisset) (p. 101).
Ya en el Principado, el tumultus se identifica con la muerte del soberano, y el iustitium con sus funerales. "Es como si el soberano, que había concentrado en su "augusta" persona todos los poderes excepcionales, desde la tribunicia potestas perpetua al imperium proconsulare maius et infinitum y se había convertido, por así decirlo, en un iustitium viviente, mostrara en el momento de la muerte su íntimo carácter anómico y viera desencadenarse el tumulto y la anomia fuera de él en la ciudad.

Giorgio Agamben, Homo sacer II, 1, Estado de excepción. Ed. Pre-Textos.

martes, 4 de diciembre de 2012

Las señales del futuro invierno



Paco Ignacio Taibo II

Hacía muchos años que no veía un despliegue policial como éste. Millares de uniformados y algunos cientos de desuniformados a los que delata su corte de pelo. La ciudad azulea. El Viaducto cerrado en unos tramos, abierto en otros. No hay mucha lógica en el cerco, más allá de mostrar el poder, desplegarlo como un manto temible, amedrantador, símbolo de los nuevos tiempos, y crear la protección de cascarón sobre cascarón para impedir que Peña Nieto escuche que en esta ciudad la inmensa mayoría no lo quiere y piensa que compró las elecciones.
–¿Pues no que Peña Nieto había ganado? ¿Dónde están los que votaron por él? –dirá mi vecino el del taller de alfombras.

Paloma y yo nos acercamos caminando hacia San Lázaro observando decenas de bloqueos, rejas, vallas metálicas, filas de policías. Por teléfono, radio y Twitter llegan noticias de enfrentamientos y se habla de que un joven ha muerto (luego se precisaría que está muy gravemente herido); algunos cuates sueltos se nos unen. Un chavo medio pálido recibe palmadas en la espalda de sus compañeros. Lo detuvieron, lo metieron en una patrulla y lo golpearon. La intervención de un grupo de estudiantes hizo que lo soltaran. No trae en las manos ni piedras, ni palo, ni bomba molotov, ni resortera con balines, sólo una bandera cuyo mensaje no puedo leer porque está doblada.

Llegamos a la esquina de Fray Servando, donde hay un grupo de maestros democráticos de la sección 9 ante una valla policial. Con un megáfono de mano alguien habla a los policías de la primera línea (que son del DF), tras ellos otra segunda valla y una línea de federales. Policía, escucha, tu hijo está en la lucha, corea el grupo. El del megáfono pregunta a los policías si los trajeron para cuidar a los federales, les sugiere que deberían pedir aumento de sueldo y, desde luego, organizarse en un sindicato democrático.

No está claro dónde se ha concentrado la gente. Como en tantas otras manifestaciones de los últimos meses, la convocatoria es caótica. Las noticias que llegan también lo son. Parece que hay muchos heridos. Una parte del grupo se desprende para intentar llegar al Zócalo.

Nos vamos hacia el Ángel, donde ya se ha iniciado el mitin de Morena.
Con la información que se posee en ese momento Andrés Manuel fija duramente la posición: No a la represión. La demanda social no se resulte con balas de goma y macanas. La confrontación es resultado directo del fraude electoral. Pide la renuncia, la destitución del secretario de Gobernación, Osorio Chong, recién nombrado, y si se demuestra la responsabilidad, del propio Mondragón, que ha desertado del Gobierno del DF para ser subsecretario en el nuevo gobierno priísta.

El acto se disuelve muy lentamente, noticias y rumores llegan incesantemente. Se habla de choques en las cercanías del Zócalo, frente a la Alameda, en Bellas Artes, cerca del monumento a la Revolución, donde el PRD del DF también ha tenido un acto de repudio al nuevo presidente. Un manifestante que viene del centro graba su testimonio: escuchó a un oficial de la policía ordenar que se cargara contra un grupo pacífico al grito de madréenlos, tiene fotos de los heridos. Se habla de periodistas golpeados. Alguien pregunta: ¿por qué disparan las bombas de gas en tiro directo? ¿No se tira para arriba en parábola?

Horas más tarde, un primer balance habla de 165 heridos, decenas de detenidos, casi 100 consignados. Veo en Internet fotos de vidrios rotos de bancos, hoteles y Oxxos cerca de Bellas Artes.
¿Qué ha sucedido?

Primero, que el nuevo gobierno enseña los dientes y el estilo futuro de gobernar y lo hace con la complicidad del Gobierno del DF. Durante meses se han sucedido demostraciones públicas sin violencia, donde millones de personas en este país expresaron su derecho a disentir. Cercar San Lázaro, desplegar a la policía, implica limitar ese derecho. Esa es la primera provocación y surge del gobierno federal. ¿En qué artículo constitucional se niega nuestro derecho a decir que Peña no ganó las elecciones, que éstas fueron un fraude centrado en la compra de millares de votos? ¿Dónde se dice que no podemos decirlo ante el palacio del Congreso o en mitad de las chinampas de Xochimilco?

Parece cierto también que impedir que una parte de los ciudadanos lo hicieran en San Lázaro o el Zócalo calentó un ambiente ya de por sí caldeado y que una parte del movimiento cayó en la trampa de enfrentarse violentamente con la policía. No coincido con ellos, sigo pensando que el radicalismo está en la busca de las mayorías, en la organización de la sociedad, en el rescate de los sindicatos y las condiciones humanas de trabajo, pero no puedo satanizarlos. Sí, en cambio, me pronuncio abiertamente contra el vandalismo: malpintar el monumento a Juárez, atacar las vidrieras de un Oxxo o un banco, destruir un bote de basura, es hacer un flaco favor al amplio movimiento, fregar a inocentes ciudadanos, regalar la foto a los cancerberos de los medios que confirman así su eterno discurso de que la civilización está en el poder, en el arribismo, en el culto a la inmovilidad del sistema.

A lo largo de la noche las más extrañas informaciones siguen fluyendo. Confirmo tres que me parecen particularmente importantes: un maestro ve al atardecer del día anterior la llegada de una serie de camiones en las cercanías del cine Metropólitan. Curioseando se acerca a los que descienden. ¿Vienen a una peregrinación?, pregunta bromeando. Venimos a partirle la madre al 132, contesta un cuate hosco. El maestro se aleja y los sigue. Ve a varios de ellos marcando vidrieras en edificios frente a la Alameda. Otro testimonio de esa misma noche registra que en las estaciones del Metro cercanas a San Lázaro (por lo menos en dos), que al día siguiente estarían cerradas y luego abiertas, alguien había depositado varios atados de palos. Un tercero habla de un grupo de jóvenes ajeno al movimiento que traen un signo de identidad común y que participaron en varios enfrentamientos.
¿A la confrontación que algunos grupos de la izquierda radical protagonizaron contra los granaderos se había sumado una provocación? ¿Quién estaba interesado en ella?

La televisión en la noche realizará su juego tradicional. Hará del comentario banal una fiesta. No habrá ni una sola referencia a la dudosa manera en que Peña Nieto ganó las elecciones, ni una sola referencia a la violencia policial, aunque se les cuelen de vez en cuando en las imágenes policías pateando a un joven que está en el suelo. Las declaraciones de Marcelo Ebrard lavan el sucio rostro a los federales.

La lista de los detenidos comienza a circular. Muestra que, a diferencia de lo que Ebrard declaró, de que respecto a cada detenido tenía pruebas de que había cometido un delito agrediendo a un policía o cometiendo actos de vandalismo, muchos lo han sido por decir lo que pensaban en voz alta, porque estaban pasando, porque intentaron defender a un joven caído en el suelo con el que se estaban ensañando.

En la noche sueño con que he perdido mis zapatos negros. Alguien me los quitó y tengo que caminar descalzo por las calles. Es un sueño absurdo, obsesivo. Supongo que tendrá que ver con las fotos de los zapatos abandonados después de la matanza de Tlatelolco o con aquella manifestación del 26 de julio de 1968 cuando los granaderos nos cercaron en la calle de Palma y durante un cuarto de hora estuvieron macaneando al grupo de estudiantes que éramos. Se alejaban, volvían, se acercaban a las primeras filas, toleteaban y se retiraban. No teníamos salida y el millar de nosotros se hacía bolita pisándonos. Y entonces perdí un zapato.
¿El sueño es una advertencia? ¿Retornan los oscuros tiempos?

Tendremos que pararlos.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Gaza



Eduardo Galeano

Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.
Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.

Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelí usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina. Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.

Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa. No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.

Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros. ¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?

El ejército israelí, el más moderno, el más cobarde y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.

Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.

Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
La llamada comunidad internacional, ¿existe?

¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?

Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.

Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.
La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.

martes, 20 de noviembre de 2012

Israel, la peor amenaza contra sí mismo


Israel llama Operación Columna de Defensa a su más reciente baño de sangre. Columna de Hipocresía, más bien.

ROBERT FISK

Terror, terror, terror, terror, terror. Ahí vamos de nuevo. Israel va a erradicar el terror palestino –es lo que lleva 64 años diciendo que hace, sin éxito–, en tanto Hamas, la más reciente de las mórbidas milicias de Palestina, anuncia que Israel ha abierto las puertas del infierno al asesinar a su líder militar, Ahmed Jaabari.

Hezbolá anunció varias veces que Israel había abierto las puertas del infierno al atacar Líbano. Yasser Arafat, quien fue un superterrorista, luego un súper estadista –después de capitular en el jardín de la Casa Blanca– y después otra vez un superterrorista, al darse cuenta de que fue engañado en Campo David, también fanfarroneó sobre las puertas del infierno en 1982.

Y los periodistas escribimos como osos bailarines, repitiendo todos los lugares comunes usados en los 40 años pasados. El asesinato de Jaabari fue un ataque selectivo, una incursión aérea quirúrgica –como las incursiones aéreas quirúrgicas israelíes que mataron a casi 17 mil civiles en Líbano en 1982; los mil 200 libaneses, la mayoría civiles, de 2006, o los mil 300 palestinos, la mayoría civiles, en Gaza en 2008-9, o la mujer encinta y el bebé muertos por las incursiones aéreas quirúrgicas en Gaza la semana pasada– y los 11 civiles muertos en una casa de Gaza este domingo. Por lo menos Hamas, con sus cohetes Godzilla, no menciona nada quirúrgico al respecto. Su objetivo es matar israelíes… cualquier israelí, hombre, mujer o niño.

Como es también el verdadero objetivo de los ataques israelíes en Gaza. Pero no digamos eso o seremos nazis antisemitas, casi tan malignos, perversos, indecibles, diabólicos y criminales como el movimiento Hamas, con el cual –una vez más, por favor no mencionemos esto– Israel negoció alegremente en la década de 1980, cuando alentó a esa cáfila de mafiosos a tomar el poder en Gaza y así decapitar al exiliado superterrorista Arafat. El nuevo tipo de cambio en Gaza entre muertes palestinas e israelíes ha llegado a 16:1. Se elevará, por supuesto; en 2008-9 fue de 100:1.

Y también creamos mitos. La más reciente guerra israelí en Gaza tuvo un éxito tan asombroso –en erradicar el terror, claro– que sus unidades supuestamente de élite no lograron encontrar ni siquiera a su soldado capturado Gilad Shalit, quien finalmente fue sacado a la luz el año pasado por Jaabari en persona.

Jaabari era el casi secreto líder número uno de Hamas, según la agencia Ap. Pero, ¿cómo podía ser casi secreto si conocíamos la fecha de su nacimiento, detalles de su familia, los años que estuvo preso en Israel, durante los cuales cambió su lealtad de Fatah a Hamas? Por cierto, ya que estoy en eso, esos años de prisión en Israel no precisamente convirtieron a Jaabari al pacifismo, ¿verdad? Bueno, nada de lágrimas entonces; era un hombre que vivió por la espada y murió por la espada, destino, que, desde luego, no afligirá a los guerreros del aire de Israel que asesinan civiles en Gaza.
Washington apoya el derecho de Israel a defenderse y luego clama una espuria neutralidad, como si las bombas israelíes en Gaza no vinieran de Estados Unidos tan seguramente como que los cohetes Fajr-5 vienen de Irán.

Entre tanto, el lastimero William Hague afirma que Hamas es el principal responsable de la guerra. Pero no hay pruebas de ello. Según The Atlantic Monthly, el asesinato israelí de un discapacitado mental palestino que se extravió en la frontera pudo haber sido el principio de esa guerra. Otros sospechan que la provocación pudo haber sido el asesinato de un muchacho palestino; pero éste fue muerto por los israelíes cuando un grupo armado palestino intentaba cruzar la frontera y se topó con tanques israelíes, en cuyo caso los palestinos –no de Hamas, por cierto– pudieron haber desatado las hostilidades.

Pero ¿no hay nada que detenga esta estupidez, esta guerra insensata? Cientos de cohetes caen sobre Israel. Cierto. Miles de hectáreas son robadas a los árabes por Israel –sólo para judíos– en Cisjordania. Ya no queda siquiera tierra suficiente para un Estado palestino.

Pero nos alientan a olvidarnos de eso. Nos dicen que sólo hay chicos buenos y malos en este escandaloso conflicto, en el cual los israelíes afirman ser los buenos ante el aplauso de los países de Occidente (que luego se preguntan por qué muchos musulmanes no quieren mucho a los occidentales).
El problema, extrañamente, es que las acciones israelíes en Cisjordania y su sitio de Gaza acercan precisamente el suceso que Israel proclama temer día con día: la destrucción de su Estado.

En la batalla de cohetes –no menos los Fajr-5 de Irán y los drones de Hezbolá–, los dos bandos se adentran en una nueva ruta bélica. Ya no se trata de tanques israelíes cruzando la frontera libanesa o la de Gaza: ahora son cohetes, drones de alta tecnología y ataques por computadora –o ciberterrorismo, si son cometidos por musulmanes–, y la materia humana que queda destrozada por el camino será menos relevante que en los tres años pasados.

El despertar árabe toma ahora su propio curso; sus líderes comenzarán a seguir el ánimo de su público. Lo mismo hará, sospecho, el pobre anciano rey Abdalá de Jordania. Las payasadas estadunidenses por la paz del lado israelí ya no valen nada para los árabes. Y si Benjamin Netanyahu cree que el arribo de los primeros cohetes Fajr iraníes demanda un gran estallido israelí en Irán, y luego Irán devuelve el golpe –y quizá los estadunidenses también– y atrae a Hezbolá, y Obamá se ve arrastrado a otra guerra de Occidente contra musulmanes, ¿qué ocurrirá después?

Bueno, Israel pedirá un cese del fuego, como hace de rutina en las guerras contra Hezbolá. Volverá a rogar el apoyo indeclinable de Occidente en su lucha contra el mal, Irán incluido.
¿Y por qué no elogiar el asesinato de Jaabari? Por favor, olvídense de que los israelíes negociaron hace menos de 12 meses con el propio Jaabari, por mediación del servicio secreto alemán. No se puede negociar con terroristas, ¿o sí? Israel llama Operación Columna de Defensa a su más reciente baño de sangre. Columna de Hipocresía, más bien.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Gaza, la prisión al aire libre más grande del mundo



La Operación Plomo Fundido fue uno de los más cobardes y viciosos ejercicios de fuerza militar en la historia reciente: una población civil indefensa, atrapada, fue sometida a un ataque incesante por parte de uno de los sistemas militares más avanzados del mundo.

Noam Chomsky

Incluso una sola noche en la cárcel es suficiente para tener una idea de lo que significa estar bajo el control total de alguna fuerza externa. Y difícilmente se requiere más de un día en Gaza para apreciar lo que debe ser tratar de sobrevivir en la prisión al aire libre más grande del mundo, donde alrededor de 1.5 millones de personas en una franja de territorio de aproximadamente 140 millas cuadradas (unos 360 kilómetros cuadrados) están sometidas al terror y al castigo arbitrario, al azar. Sin más propósito que humillar y degradar.

Esa crueldad es para asegurarse de que las esperanzas palestinas de un futuro decente sean destrozadas, y que el abrumador apoyo mundial para un arreglo diplomático que conceda los derechos humanos básicos sea nulificado. El liderazgo político israelí ha ilustrado de manera dramática este empeño en los últimos días, advirtiendo que enloquecerá si los derechos de los palestinos reciben incluso un reconocimiento limitado por parte de Naciones Unidas. Esta amenaza de enloquecer (nishtagea) –es decir, lanzar una dura respuesta– está profundamente arraigada, remontándose a los gobiernos laboristas de los años 50, junto con el relacionado complejo de Sansón: Si nos desafían, derribaremos los muros del templo a nuestro alrededor.

Hace 30 años, los líderes políticos israelíes, incluidos algunos notables militaristas, presentaron al primer ministro Menajem Begin un asombroso informe sobre cómo los colonos en Cisjordania regularmente cometían actos terroristas contra los árabes ahí, con total impunidad. Disgustado, el prominente analista político-militar Yoram Peri escribió que la tarea del ejército israelí, al parecer, no era defender al Estado, sino demoler los derechos de personas inocentes sólo porque son araboushim (un duro epíteto racial) que viven en territorios que Dios nos prometió.

Los gazatíes han sufrido un castigo particularmente cruel. Hace 30 años, en su biografía The third way, el abogado Raja Shehadeh describió la desesperada tarea de tratar de proteger los derechos humanos fundamentales dentro de un sistema legal diseñado para garantizar el fracaso, y su experiencia personal como samid, un inquebrantable, que vio su casa convertida en prisión por obra de ocupantes brutales y no pudo hacer nada, sino soportarlo de algún modo. Desde entonces, la situación ha empeorado mucho.

Los Acuerdos de Oslo, celebrados con mucha pompa en 1993, determinaron que Gaza y Cisjordania son una sola entidad territorial. Para ese entonces, Estados Unidos e Israel ya habían iniciado su programa para separar a Gaza y Cisjordania, así como para bloquear la solución diplomática y castigar a los araboushim en ambos territorios. El castigo para los gazatíes se volvió incluso más severo en enero de 2006, cuando cometieron un crimen importante: Votaron de la manera equivocada en la primera elección libre en el mundo árabe, eligiendo a Hamas.

Mostrando su anhelo de democracia, Estados Unidos e Israel, respaldados por la tímida Unión Europea, inmediatamente impusieron un estado de sitio brutal, junto con ataques militares. Estados Unidos recurrió de inmediato a su procedimiento operativo estándar cuando una población desobediente elige al gobierno equivocado: preparar un golpe de Estado militar para restablecer el orden. Los gazatíes cometieron un crimen aún mayor un año después al bloquear el intento de golpe de Estado, lo que condujo a una intensificación del estado de sitio y los ataques. Estos culminaron en el invierno de 2008-09, con la Operación Plomo Fundido, uno de los más cobardes y viciosos ejercicios de fuerza militar en la historia reciente: una población civil indefensa, atrapada, fue sometida a un ataque incesante por parte de uno de los sistemas militares más avanzados del mundo, dependiente de armas estadunidenses y protegido por la diplomacia de Washington.

Por supuesto, hubo pretextos; siempre los hay. El común, sacado a relucir cuando se necesita, es la seguridad: en este caso, contra cohetes de fabricación casera lanzados desde Gaza. En 2008, se estableció una tregua entre Israel y Hamas. Ni un solo cohete de Hamas fue disparado hasta que Israel rompió la tregua bajo la cubierta de la elección estadunidense el 4 de noviembre, invadiendo Gaza sin una buena razón y matando a media docena de miembros de Gaza. Sus más altos funcionarios de espionaje aconsejaron al gobierno israelí que la tregua podría ser renovada relajando el bloqueo criminal y poniendo fin a los ataques militares. Pero el gobierno de Ehud Olmert –él mismo, según se dice, amante de la paz– rechazó estas opciones, recurriendo a su enorme ventaja en la violencia: la Operación Plomo Fundido.

El internacionalmente respetado defensor de los derechos humanos gazatíes Raji Sourani analizó el patrón del ataque bajo la Operación Plomo Fundido. El bombardeo se concentraba en el norte, haciendo blanco en civiles indefensos en las áreas más densamente pobladas, sin una posible base militar. El objetivo, sugiere Sourani, quizá haya sido impulsar a la población intimidada hacia el sur, cerca de la frontera con Egipto. Pero los samidin no se movieron. Un objetivo adicional podría haber sido empujarlos más allá de la frontera. Desde los primeros días de la colonización sionista se argumentó que los árabes no tenían razón real para estar en Palestina: pueden ser igual de felices en cualquier otra parte, y deberían irse; cortésmente transferidos, sugirieron los menos militaristas.

Esto seguramente no es de poca importancia para Egipto, y quizá sea una razón por la cual El Cairo no abre las fronteras libremente a los civiles o incluso a los suministros desesperadamente necesitados. Sourani y otras fuentes reconocidas han observado que la disciplina de los samidin oculta un barril de pólvora que podría explotar en cualquier momento, inesperadamente, como la primera Intifada en Gaza en 1987, después de años de represión. Una impresión necesariamente superficial después de pasar varios días en Gaza es el asombro, no sólo ante la capacidad de los gazatíes para seguir adelante con su vida, sino también ante la vitalidad entre los jóvenes, particularmente en la universidad, donde asistieron a una conferencia internacional.

Pero uno puede detectar signos de que la presión podría volverse demasiado difícil de soportar. Los reportes indican que se fermenta la frustración entre los jóvenes; un reconocimiento de que bajo la ocupación estadunidense-israelí el futuro no les depara nada. Gaza tiene la apariencia de un país del Tercer Mundo, con reductos de riqueza rodeados por una horrible pobreza. Sin embargo, no está poco desarrollada. Más bies está de-desarrollada y muy sistemáticamente, para tomar prestado el término de Sara Roy, la principal especialista académica sobre Gaza.

La Franja de Gaza pudiera haber llegado a ser una región mediterránea próspera, con una rica agricultura y una floreciente industria pesquera, maravillosas playas y, como se descubrió hace una década, buenas perspectivas de extensos suministros de gas natural dentro de sus aguas territoriales. Por coincidencia o no, fue entonces cuando Israel intensificó su bloqueo naval. Las perspectivas favorables fueron abortadas en 1948, cuando la Franja tuvo que absorber a una inundación de refugiados palestinos que huían del terror o fueron expulsados por la fuerza de lo que se convirtió en Israel; en algunos casos meses después del cese al fuego formal.

Las conquistas de 1967 de Israel y sus consecuencias asestaron golpes adicionales, y los crímenes terribles continúan hasta la actualidad. Los signos son fáciles de ver, incluso durante una breve visita. Sentado en un hotel cercano a la costa, uno puede oír el fuego de ametralladoras de lanchas cañoneras israelíes que ahuyentan a los pescadores de las aguas territoriales de Gaza y los obligan a acercarse a tierra, forzándolos a pescar en aguas que están fuertemente contaminadas debido a la negativa estadunidense-israelí de permitir la reconstrucción de los sistemas de drenaje y electricidad que destruyeron. Los Acuerdos de Oslo incluyeron planes para dos plantas de desalinización, una necesidad en esta región árida.

Un instalación avanzada fue construida: en Israel. La segunda está en Khan Yunis, en el sur de Gaza. El ingeniero a cargo en Khan Yunis explicó que esta planta fue diseñada de manera que no pueda usar agua de mar, sino que debe depender del líquido subterráneo, un proceso más barato que degrada más el escaso manto acuífero, garantizando problemas en el futuro. El suministro de agua sigue estando gravemente limitado. El Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas (OOPS), que atiende a los refugiados, pero no a otros gazatíes, dio a conocer recientemente un informe que advierte que el daño al acuífero pudiera volverse irreversible pronto, y que sin una rápida acción remedial, Gaza podría dejar de ser un lugar habitable para 2020.

Israel permite que entre concreto para los proyectos del OOPS, pero no para los gazatíes involucrados en los enormes esfuerzos de reconstrucción. El limitado equipo pesado permanece en su mayor parte ocioso, ya que Israel no permite el ingreso de materiales para la reparación. Todo esto es parte del programa general que Dov Weisglass, un asesor del primer ministro Olmert, describió después de que los palestinos no siguieron las órdenes en las elecciones de 2006: “La idea –dijo– es poner a dieta a los palestinos, pero no hacerlos morir de hambre”.

Recientemente, después de varios años de esfuerzos, la organización israelí de derechos humanos Gisha logró obtener una orden judicial para que el gobierno dé a conocer sus registros que detallan los planes para la dieta. Jonathan Cook, un periodista basado en Israel, los resume así: “Funcionarios de salud ofrecieron cálculos de la cantidad mínima de calorías necesarias para que el millón y medio de habitantes de Gaza evitaran la desnutrición. Esas cifras fueron luego traducidas a los cargamentos de alimentos que Israel permitiría que ingresaran cada día, un promedio de apenas 67 camiones –mucho menos de la mitad del mínimo requerido– entraría en Gaza diariamente. Esto comparado con más de 400 camiones antes de que empezara el bloqueo”.

El resultado de imponer la dieta, observa el experto en Medio Oriente Juan Cole, es que “alrededor de 10 por ciento de los niños palestinos en Gaza menores de cinco años han visto afectado su crecimiento por la desnutrición.
Además, la anemia está extendida, afectando a dos terceras partes de los infantes, a 58.6 por ciento de los niños en edad escolar, y a más de un tercio de las madres embarazadas”.

Sourani, el defensor de los derechos humanos, observa que lo que se debe tener en mente es que la ocupación y el cierre absoluto son un ataque constante contra la dignidad humana del pueblo de Gaza, en particular, y de todos los palestinos, en general. Son la degradación, humillación, aislamiento y fragmentación sistemáticas del pueblo palestino. Esta conclusión ha sido confirmada por muchas otras fuentes. En The Lancet, una importante publicación médica, Rajaie Batniji, un médico de Stanford visitante, describe a Gaza como una especie de laboratorio para observar la ausencia de dignidad, una condición que tienen efectos devastadores en el bienestar físico, mental y social. La vigilancia constante desde el cielo, el castigo colectivo a través del bloqueo y el aislamiento, la intrusión en las casas y las comunicaciones, así como las restricciones sobre quienes tratan de viajar, casarse o trabajar dificultan vivir una vida digna en Gaza, escribe Batniji.

Los araboushim deben ser enseñados a no levantar la cabeza. Había esperanzas de que el nuevo gobierno de Mohammed Morsi en Egipto, que es menos servil con Israel que la dictadura de Hosni Mubarak respaldada por Occidente, pudiera abrir el Cruce de Rafah, el único acceso de Gaza hacia el exterior que no está sujeto al control israelí directo. Ha habido una ligera apertura, pero no mucha. La periodista Laila el-Haddad escribe que la reapertura bajo el gobierno de Mosri “es simplemente un regreso al statu quo del pasado: sólo los palestinos que porten tarjetas de identificación de Gaza aprobadas por Israel pueden usar el Cruce de Rafah”!

Esto excluye a muchísimos palestinos, incluida la propia familia de El-Haddad, donde sólo un cónyuge tiene una tarjeta. Además, continúa, el cruce no conduce a Cisjordania, ni permite el paso de bienes, el cual está restringido a los cruces bajo control israelí y sujeto a prohibiciones sobre los materiales de construcción y las exportaciones. El restringido Cruce de Rafah no cambia el hecho de que Gaza sigue bajo hermético estado de sitio marítimo y aéreo, y continúa estando cerrado a las capitales culturales, económicas y académicas en el resto (de los territorios ocupados por Israel), en violación de las obligaciones israelí-estadunidenses según los Acuerdos de Oslo.

Los efectos son dolorosamente evidentes. El director del hospital de Khan Yunis, que también es jefe de cirugía, describe con enojo y pasión cómo incluso faltan las medicinas, lo cual deja a los médicos impotentes y a los pacientes en agonía. Una joven habla sobre la enfermedad de su difunto padre. Aunque él hubiera estado orgulloso de que ella fuera la primera mujer en el campamento de refugiados en obtener un título avanzado, dice, “murió después de seis meses de combatir el cáncer, a los 60 años. “La ocupación israelí le negó un permiso para ir a hospitales israelíes en busca de tratamiento. Yo tuve que suspender mis estudios, mi trabajo y mi vida para ir a sentarme al lado de su cama. Todos nos sentamos, incluido mi hermano el médico y mi hermana la farmacéutica, impotentes e inútiles, observando su sufrimiento. Murió durante el inhumano bloqueo de Gaza en el verano de 2006 con muy poco acceso a servicios de salud.

Pienso que sentirse impotente e inútil es el sentimiento más aniquilador que puede tener un ser humano. Mata el espíritu y rompe el corazón. Se puede combatir la ocupación, pero no se puede combatir tu propia sensación de ser impotente. Ni siquiera se puede disolver ese sentimiento.
Un visitante en Gaza no puede evitar sentir disgusto ante la obscenidad de la ocupación, agravado por la culpa, porque está a nuestro alcance poner fin al sufrimiento y permitir que los samidin disfruten de las vidas de paz y dignidad que merecen.

La más reciente colección de columnas de Noam Chomsky es Making the Future: Occupations, Interventions, Empire and Resistance. Es profesor emérito de Lingüística y Filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Cambridge, Massachusetts

jueves, 27 de septiembre de 2012

A los pobres, ¡matémoslos a palos!



Me había recluido durante quince días en mi habitación, rodeándome de los libros entonces de moda (hará dieciséis o diecisiete años); es decir, de los libros en los que se trata del arte de hacer a los pueblos felices, buenos y ricos, en veinticuatro horas. Había, por lo tanto, digerido -es decir, tragado- todas las reflexiones de todos aquellos empresarios de la felicidad pública -de aquellos que aconsejan a todos los pobres que se hagan esclavos y de aquellos que los persuaden de que son todos reyes destronados. No resultará sorprendente que estuviese entonces en un estado de espíritu próximo al vértigo o a la estupidez.
Tan sólo me había parecido que, recluido en el fondo de mi intelecto, sentía el oscuro germen de una idea superior a todas las fórmulas caseras, cuyo diccionario había recorrido no hacía mucho. Pero tan sólo era la idea de una idea. Algo infinitamente vago.
Y salí con una enorme sed, pues el gusto apasionado por las malas lecturas engendra una necesidad proporcional de aire libre y de refrescos.
Conforme entraba en una taberna, un mendigo me tendió su sombrero, con una de esas miradas inolvidables que derribarían los tronos si el espíritu removiese la materia y si el ojo de un magnetizador hiciese madurar las uvas.
Al mismo tiempo oí una voz que me susurraba al oído, una voz que reconocí con toda claridad; era la de un Ángel bueno, o la de un Demonio, que me acompaña por doquier. Puesto que Sócrates tenía un Demonio bueno, ¿por qué no tendría yo un buen Ángel y por qué no habría de tener, como Sócrates, el honor de obtener mi certificado de locura, firmado por el sutil Lélut y por el avispado Baillarger?
Entre el Demonio de Sócrates y el mío existe la diferencia de que aquél sólo se le manifestaba para prohibir, advertir e impedir, mientras que el mío se digna aconsejar, sugerir y persuadir. El pobre Sócrates sólo tenía un Demonio censor; el mío es un gran afirmador, un Demonio de acción o un Demonio de combate.
Pues bien, su voz me susurraba esto: “Sólo es el igual de otro quien lo demuestra, y sólo es digno de libertad el que sabe conquistarla.”
Inmediatamente salté sobre mi mendigo. De un solo puñetazo le hinché un ojo, que, en un segundo, se infló como una pelota. Me partí una uña al romperle dos dientes, y como no me sentía con fuerza suficiente, al haber nacido delicado y al haberme ejercitado poco en el boxeo, para apalear rápidamente a aquel anciano, lo tomé con una mano por la solapa del traje, y con la otra le agarré el pescuezo, golpeándole fuertemente la cabeza contra una pared. Debo confesar que, previamente, había inspeccionado de una ojeada los alrededores y comprobado que, en aquel desierto suburbio, me encontraba por tiempo suficiente fuera del alcance de la policía.
Finalmente, como hubiese derribado a aquel débil sexagenario de una patada lo suficientemente fuerte para romperle los omóplatos, tomé una gruesa rama de árbol que andaba por tierra y lo golpeé con la obstinada energía de los cocineros que quieren ablandar un churrasco.
De pronto -¡oh milagro, oh placer del filósofo que verifica la excelencia de su teoría!- vi cómo aquella vieja carcasa se volvía, se ponía de pie con una energía que nunca hubiera podido sospechar en una máquina tan singularmente desvencijada, y con una mirada de odio que me pareció augurar algo bueno, el decrépito vagabundo se arrojó sobre mí, me hinchó los dos ojos, me rompió cuatro dientes y, con la misma rama, me sacudió leña en abundancia. Así pues, con mi enérgica medicina le había devuelto el orgullo y la vida.
Le hice entonces enérgicos signos para que comprendiese que consideraba terminada la discusión y, levantándome con la satisfacción de un sofista del Pórtico, le dije: “Señor, ¡es usted mi igual! ¿Quiere hacerme el honor de compartir mi bolsa?; y si es usted realmente filántropo, recuerde que es preciso aplicar a todos sus colegas, cuando le pidan limosna, la teoría que he tenido el dolor de ensayar sobre su espalda.”

Me juró claramente que había comprendido mi teoría y que obedecería mis consejos.
Charles Baudelaire, “El spleen de París”, FCE.

lunes, 3 de septiembre de 2012

La ilegitimidad del juicio puramente formal del tribunal electoral



"simplemente votar por el ganador, así como muchos se hacen partidarios del club Barcelona en el futbol, porque así tendrán al menos la alegría semanal de vencer virtualmente en algo"
Enrique Dussel *
Estas reflexiones no son las de un abogado o especialista en leyes, sino de un filósofo que considera el acto del tribunal electoral desde el punto de vista de sus fundamentos. Uno de los miembros del tribunal nombró en su exposición a Aristóteles, que en su Ética a Nicómaco escribió: El justo será observante de la ley y de la equidad (tò ísos) (EN V, 1,1129 a 35). El juez, es de esperarse, es ante todo justo, ya que de no serlo no merece ocupar esa función. Hace más de 3 mil 700 años, en el Código de Hammurabi se estipula: He hecho justicia con el pobre, la viuda, el huérfano, el extranjero, expresión crítica ejemplar. El acto justo es más que un acto legal. El acto legal es el que cumple la ley, pero la soberanía del pueblo (tema referido por el tribunal al hacer referencia al artículo constitucional al respecto) es más que la constitucionalidad (aunque la pese a Hans Kelsen). La soberanía del pueblo está antes y por sobre la Constitución, porque el pueblo es el que puede convocar desde su poder soberano a una asamblea constituyente para reformar o darse una nueva Constitución. La soberanía es entonces anterior a la constitucionalidad (contra los formalistas del derecho). De la misma manera, el ciudadano o juez justo es más que el que sólo observa la ley. El acto según la ley es legal. El acto según la justicia debe ser legal (objetivamente) y además legítimo (subjetiva, material y realmente). Hay entonces diferencia entre la pura legalidad formal (del leguleyo, en el lenguaje vulgar), del juez justo que busca también la legitimidad. La diferencia la indicó, de pasada (siendo la intervención más interesante en las horas engorrosas formalistas de las exposiciones de los demás miembros) Constancio Carrasco, cuando mostró el dilema (así lo llamó) entre la problemática del debido proceso y la verdad real o material (indicó con precisión), porque aunque formalmente (según las exigencias legales del debido proceso) a) puedan ser descartadas las pruebas, b) la acumulación razonable de indicios (dijo el miembro del tribunal) configuran la presunción, aunque sea hipotética, de un hecho (por ejemplo, el fraude, agrego yo) que debe tomarse seriamente en cuenta dada la complejidad de la cuestión. Para dar certeza pública al juicio el tribunal debería dar prioridad a la verdad material (continuó acertadamente Carrasco). Y es tal su importancia, que de hecho se aceptó, aun hipotéticamente, la existencia del hecho (el fraude) a ser juzgado, que sin afirmarlo como un acontecimiento objetivo se argumentó en contrario, indicando que los efectos de dicho supuesto acto no cambiaría cuantitativamente el resultado (por la imposibilidad de su evaluación, pero que, de todas maneras, el tribunal decidió que era insignificante, contradiciéndose). Debo decir que sin tocar la esencia de la cuestión el tribunal inauguró una doctrina ética novedosa (!): un acto, aunque injusto o malo éticamente (el fraude), no se lo castiga, porque no se lo juzga como digno de pena (aunque intrínsecamente sea injusto, malo éticamente) si el efecto negativo es pequeño; es decir, en el caso del fraude pareciera (!) que no podía llegar a superar la diferencia entre los dos candidatos. Es como si un campesino robara un pollo (causa por la cual muchos han sufrido cárcel por años) y fuera declarado exento de castigo (inocente formalmente), porque el dueño tiene miles de pollos; es decir, es insignificante proporcionalmente a la riqueza de lo robado. Si alguien roba un millón de dólares al señor Slim, como tiene 64 mil millones procedería la misma sentencia. ¡Doctrina ética que pondría en cuestión la historia mundial de esa disciplina!
Pero abordando la sustancia del asunto, todos los jueces acordaron como estrategia argumentativa elegir un camino formalista y desechar todas las pruebas por no ser acordes con la legislación vigente del debido proceso. Es decir, en verdad material y real no juzgaron nada, sino que nulificaron todas las pruebas de las acusaciones y ni entraron en materia. La verdad real o material, la materia de juicio era la gravedad de un fraude generalizado en el sistema político mexicano –ya tradicional, por desgracia– y que habría que erradicar con un castigo ejemplar, para que se hiciera en el futuro más difícil pensar en el fraude para alcanzar una mayoría en cualquier elección (hasta en la de un concejo municipal). Los jueces sólo se atuvieron a la ponderación de la debilidad formal en la presentación de las pruebas de la existencia del hecho (el fraude) sin considerar la situación trágica concreta del país, en el quién, cuándo, cómo, etcétera, real del hecho, que tanto exigían . Eso se llama en el lenguaje cotidiano escaparse por la tangente, o lavarse las manos, del conocido Poncio Pilatos.
¿Cuál es la diferencia entre la legalidad y la legitimidad?3 El mismo Jürgen Habermas explica claramente la diferencia: la legitimidad se funda en la validez. La validez se alcanza cuando en una comunidad los participantes tienen igualdad (de derechos y posibilidades o medios) e intervienen con razones, sin violencia, llegando a un consenso objetivo (porque es público) que se impone a cada uno y a todos los participantes con la fuerza de la convicción subjetiva. La ley da el marco objetivo institucional de la validez. Por ello en política la validez ética se transforma institucionalmente en la legitimidad que indica que se alcanza el consenso por medio de las instituciones, pero al mismo tiempo con la convicción subjetiva de los participantes. Legal, como hemos dicho, es meramente el cumplimiento de la ley (y puede ser sin convicción subjetiva). El acto justo es legal y legítimo (no sólo legal). Es decir, no sólo se ha aceptado el hecho o la verdad en disputa (no efectuar fraude para ganar una elección), sino que cada miembro ha podido asumir ese hecho como verdadero (real o materialmente, como decía Carrasco), dando igualdad a los oponentes y usando medios legales y éticos (no fraudulentos, que quitan convicción subjetiva, aun a los que los cometen). Si el participante es confundido con artimañas formalistas (que sólo son exigencias formales del debido proceso, pero fetichizado el formalismo del proceso legal a tal punto que no se entra a juzgar por indicios el hecho material en cuestión, y que la población en su mayoría admite que existió el fraude, aunque muchos lo justifican por una cultura tradicional que viene imperando desde el porfiriato), la materia del juicio se torna invisible, pero es más: se torna justificada, fundamentada, porque es ahora legalmente permitida. Me explico.
El tribunal, sin proponérselo, ha dado un paso gigantesco hacia atrás. ¡Mejor que no hubiera habido un tal juicio! Que el fraude sea generalizado (hasta con las cotidianas mordidas) es un hecho. Pero dar razones para justificarlo, y esto por parte de un tribunal última instancia, es gravísimo. El tribunal en vez de demostrar su autonomía de los otros poderes (proclamada, pero una vez más conculcada) por medio de la decisión de aplicar un castigo ejemplar, mayor, que sirva de antecedente jurídico y sea un hito en la historia del derecho mexicano (como hubiera sido anular la elección y exigir su repetición, y con ello condenar el fraude como ilícito), simplemente se lavó la mano en la cuestión, en su verdad y materialidad, refutando todas las pruebas que intentaban probarlo (al fraude) desde un formalismo utópico e imposible de cumplimiento en la situación de violencia y peligro para los testimonios y pruebas en el México actual. Con ello no podrán ser atacados los miembros del tribunal legalmente; saben demasiado de las artimañas de la ley. Por esto Aristóteles, ya que fue nombrado, criticaba a los sofistas (formalistas en este caso) por conocer las reglas de la lógica para usarla con injusticia; por el contrario, el recto filósofo ateniense exige al filósofo justo conocer la lógica para descubrir la verdad, y no simplemente para confundir al adversario. Es decir, señores jueces: conocer la ley para usarla en favor de la justicia, es de la mujer y del hombre justo; y en este caso la justicia consiste en convencer subjetivamente a los ciudadanos agraviados que no hubo tal fraude (pero en esto ustedes nunca se ocuparon de demostrar de que no había existido objetivamente: porque destruir las pruebas que se presentaron para demostrar que había fraude no es lo mismo que justificar por parte de ustedes que no lo hubo, en su materialidad de hecho), o de haberlo castigarlo ejemplarmente.
No habiendo creado convicción subjetiva en los ciudadanos (que es objeto de la justa retórica o no del formalismo legalista) de que no hubo fraude, muchos de nosotros juzgamos como ilegítimo ese dictamen, aunque sea formalmente legal; y como consecuencia también juzgamos de ilegítimo al electo.
Sin legitimidad una democracia no tiene fuerza, es formalista. Y el elegido es débil, porque confronta la resistencia de buena parte de la población, que lo juzgará hasta el final de su mandato como ilegítimo. El haiga sido como haiga sido continuará otro sexenio, uno por un fraude electrónico y por maestros adiestrados en el fraude en la base, otro por la iniquidad de la propaganda televisiva bajo el rótulo de noticias de gobierno, por encuestas falseadas (al menos personalmente, hasta el último momento, me llenaban de tristeza al ver en la televisión, en Milenio, por ejemplo, los resultados, y que en muchos con menor convicción les llevó a no votar, ¡total la cosa está decidida! dijo el señor Fox, o simplemente votar por el ganador, así como muchos se hacen partidarios del club Barcelona en el futbol, porque así tendrán al menos la alegría semanal de vencer virtualmente en algo), o simplemente por variadas maneras de fraude por compra de votos. Helmut Köhl, primer ministro de Alemania durante 14 años, desapareció de la política para siempre por haber recibido cientos de miles de marcos para la Democracia Cristiana de un donante ilegal al que él no delató. Aquí se hablan de hecho miles de veces de mayor cuantía y los responsables ni han sido despeinados. Para instaurar una cultura del no-fraude, para instaurar una democracia con la limpieza electoral (que impera ya en la mayor parte de América Latina, con excepciones menores), hubiera sido un acto ejemplar la anulación de la elección y la necesidad de su repetición. En el futuro el riesgo del fraude hubiera sido tan grande que se pensaría dos veces en repetir esa acción fraudulenta, y el Poder Judicial habría procedido como maestro de legalidad y legitimidad, para instaurar en las costumbres un inexistente estado de derecho. Por desgracia, ha sido maestro de la cultura fraudulenta y ha justificado y por ello permitido, por su no condenación y no castigo (que estaba en sus manos material para imponer una pena todavía no explícita en la ley), el poder hacerlo. Es un juicio legal formalista e ilegítimo desde el punto de vista de la verdad material o real del hecho a ser juzgado: la existencia del fraude y la necesidad de extinguirlo definitivamente en la débil democracia mexicana. ¿Y el candidato electo? Corre la misma suerte: es legal formalistamente e ilegítimo, ante las conciencias ético-políticas de aquellos ciudadanos que se sienten agraviados en sus derechos y que no les han sido dados argumentos suficientes y probatorios de que no hubo fraude.
¡Paciencia activa, conciudadanos! ¡Que la virtud de la Esperanza (tan estudiada por Ernst Bloch) nos motive apasionadamente a continuar en la senda de acciones conducentes a una mayor justicia! La historia dura siglos y un sexenio es un instante… claro que no para el que sufre, tiene hambre, sed, está desnudo y sin casa. Por todos ellos habrá que continuar la lucha con convicción insobornable.