jueves, 8 de diciembre de 2011

¿Somos o no somos una democracia?



Machaconamente el IFE nos recuerda que vivimos en una democracia. Cada uno de los políticos en campaña nos promete –entre otras cosas, claro- que si votamos por ellos, ahora sí nuestra democracia en transición se transformará en una democracia en funciones. 

Por obviedad, podemos colegir, alguno de los dos está mintiendo.

¿Somos o no somos una democracia?

Juan Preciado


Si nos atemos al significado lato de la palabra: “poder del pueblo”, la respuesta es NO. Ya no digamos poder político para participar en las funciones de gobierno, no tenemos como pueblo el poder de andar con libertad por la calle, no tenemos garantizado ni siquiera el libre tránsito, ya sea por cuestiones de seguridad, que se nos atraviese una manifestación,  las plumas de una calle habitada por gente muy “popis”,  un “franelero” apartando un pedazo de la vía pública o una obra vial, de esas que para colocar por encima de una vía rápida un puente de un solo carril destruyen dos carriles de esa misma vía.  Y nos aseguran que con eso se agilizará el tránsito vehicular.

Aquí podemos hacer un paréntesis antes de continuar y dejar en claro el hecho de que el señor franelero reproduce la misma pauta de conducta de nuestros insignes políticos: la enajenación de bienes públicos. Y ambos creen o nos quieren hacer creer que es una manera lícita de hacer dinero.  

No puede existir el cacareado poder del pueblo con un salario mínimo de 59.82 pesos.

Lo anterior tiene significado cuando nuestro modelo de democracia se corresponde con la idea de “democracia” que exportan los Estados Unidos: la implantación –generalmente violenta- de un sistema capitalista ahí donde no lo hay.
El IFE nos dice también que “en democracia todas las opiniones cuentan”, pero no nos dice para qué. En la democracia ateniense Protágoras afirmó que el hombre es la medida de todas las cosas. En nuestra democracia la medida de todas las cosas es el sistema capitalista que dice e impone lo que es bueno y lo que es malo, lo que es políticamente correcto o incorrecto, qué es progreso y qué es felicidad. Y para colmo, el modelo mexicano nos dice cuando sí y cuando no “vivimos en democracia”. Esta diferencia obedece a que la democracia ateniense era una democracia participativa, donde la opinión de cada uno era tomada en cuenta y había cargos públicos a los que se podía acceder de la manera más democrática posible: a través  de sorteo.

Nosotros vivimos una democracia representativa; es decir, cada uno de nosotros es representado por el político en turno que a su vez representa a alguno de los partidos de estado que se disputan inmensos presupuestos para nuestro  ya merito político. Al igual que la educación, vivienda, trabajo, servicios médicos, etc., la democracia por venir ofrece una excelente manera de manejar –y enajenar- bienes públicos. Los partidos nos representan y saben que es bueno y que es malo… para ellos claro. Es bueno endeudar de manera criminal, cínica y obscena un estado, por ejemplo Coahuila,  es bueno convertir deuda privada en deuda pública, el famoso ROBAPROA, pero no es bueno dar prestaciones a los trabajadores, no es bueno subsidiar –si es que de verdad se subsidia- el precio de la gasolina. Es bueno rescatar bancos y deficientes concesionarios para administrar carreteras, pero por alguna razón no es bueno rescatar aerolíneas o mineros atrapados bajo tierra. Inyectar dinero, capitales es bueno, buenísimo para la industria, pero no para la educación. Es bueno regentear recursos a través de esperpentos como “Iniciativa México”, pero no es bueno incrementar el número (y monto) de las becas a nivel medio superior y superior.

No hay empleos, el dólar sigue subiendo, pero es bueno comprar y se debe comprar para ser feliz. Y como no hay empleos, y lo que hay son mal pagados, pues el mensaje entonces es claro: no importa de dónde salga el dinero, lo importante es comprar.

De este mensaje se deriva otro: hay que realizarse como persona a través del consumo, no a través de la obra social. Igual hacen los políticos y, ¡oh sorpresa! los delincuentes, ambos haciendo del consumo pavorosa ostentación. 
Para Platón, la política –hablando desde una democracia- es una parte de la moral. Estamos tan lejos de poder afirmar esto como de generar un pensador como Platón.  

Los griegos, en su recién estrenada democracia, reflexionaban acerca de lo siguiente: por qué cuando la gente necesita realizar un trabajo donde se requiere pericia técnica, la gente llama a un especialista, pero cuando se trata de cuestiones políticas, todo mundo cree que puede opinar correctamente. También los griegos, fueron los primeros en distinguir entre opinión y conocimiento.  Y opinión no es igual a conocimiento. Quizá esta sea la razón por la que el sistema elimina año con año recursos a la educación y a la investigación científica.

Sugerencia: La próxima vez que se escuche un discurso político, contar cuantas veces se utiliza la palabra “creo” puede resultar muy revelador –y espeluznante-, lo que no significa que una idiotez dicha con convicción sea más valiosa –y útil- que cualquier supuesto, simplemente es más peligrosa.

El año entrante es año de elecciones, las más esperadas que pueda recordar de esta nuestra contrahecha democracia. La razón es que todos quieren ya que acabe esta pesadilla. Pero si no nos tomamos el tiempo suficiente para reflexionar antes de votar, los próximos 6 años pueden ser aún más largos y terribles que estos últimos 5 años.


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