miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cultura y política

Sin obras no hay sobras. Y si las obras se hacen mal, a medias o no se hacen, hay más sobras.


Juan Preciado

Gracias a la fobia que sienten los políticos mexicanos hacia la cultura, la educación, el arte y todo aquello que sirva para realizar mejores tipos humanos, se tiene la idea de que cultura y política son mutuamente excluyentes. Y esto es cierto solamente en la persona de nuestros insignes políticos.
Cuando se intenta resolver el problema de la violencia y la criminalidad con más violencia y con castigos más severos, se está intentando acabar con una infección que provoca fiebre utilizando antipiréticos. El verdadero antibiótico para los males sociales es la educación. Además de la educación técnica que permite desempeñar un oficio para ganarse el sustento, la persona para realizarse debe proveerse de capital cultural que le permita desarrollar las capacidades éticas y humanas que le capaciten como un buen ciudadano. La cultura no es un lujo, es necesaria para desarrollar una sociedad que viva en armonía; y la armonía es un bien común.

En la democracia ateniense, la base para cualquier forma de convivencia se centraba en el bien común.

¿Podemos pensar que a los politicastros mexicanos les interesa el bien común cuando se asignan, por arte de magia y sin ninguna acción que lo sustente, un mes 13 de sueldo?

¿Podemos pensar en un sistema preocupado por el bien común, cuando la clase política y los jueces encargados de impartir justicia se asignan sueldos que decuplican el salario de un ciudadano promedio?

Tenemos aquí un problema de ética. La ética es un área de estudio de la filosofía; ¿será por esto que se eliminaron asignaturas de filosofía para la enseñanza media-superior de nuestro país?

Sócrates y Platón nos hablan del compromiso ético que debe tener quien quiera dedicarse a la política. Aristóteles con mayor precisión afirma que para el quehacer político es necesario primero realizarnos como personas de manera ética. La política sería la continuación social de la ética propia.

Para Sócrates, virtud es conocimiento. La palabra griega areté que usualmente traducimos de manera inexacta como “virtud” originalmente hacía referencia a la eficacia con que se realiza una tarea. De aquí que se hable de la areté del zapatero, del escultor, del general y del estadista. Y este es el significado que nos interesa. Si “eficacia” es conocimiento, políticamente hablando, estamos perdidos.

No haremos un conteo de la palmaria ignorancia que muestran sin rubor y sin vergüenza los funcionarios públicos, diputados, senadores, magistrados e incluso dirigentes religiosos. Haremos hincapié en esa desvergüenza y en su falta de eficacia.

En realidad el problema de la política mexicana versus sociedad es un problema de jerarquía de valores. Simplemente no podemos dialogar con la clase política -a menos que seamos delincuentes- debido a que nos desenvolvemos e interpretamos la realidad utilizando categorías axiológicas distintas. Y esto impacta en el nivel de conocimiento que cada uno detenta a fin de desarrollar con eficacia su trabajo diario. Si el objetivo del político es realizar trabajos a medias, mal hechos o de plano no hacerlos pero cobrar por ello como si se hubieran realizado, no es necesario detentar conocimiento alguno puesto que no se va a realizar acción alguna. Sin obras no hay sobras. Y si las obras se hacen mal, a medias o no se hacen, hay más sobras.

Si el sistema político nos dice que la economía va viento en popa y que los mexicanos vivimos en el mejor de los mundos posibles –por utilizar una frase de moda-, a veces con democracia, a veces sin democracia según el público al que se dirija o según el calendario electoral, no es necesario saber lo que es una democracia puesto que jamás se va a intentar instaurar una, entre otras cosa, porque significaría cerrar la llave al presupuesto y a las enormes sumas de dinero que se pueden enajenar con la promesa de la democracia por venir. No en balde, la democracia mexicana, o lo que se vende como democracia en México, es la más cara del mundo.

No se necesita ser urbanista para intentar remediar el infierno diario que significa transportarse a través de la ciudad de México porque en realidad no interesa resolver el problema. Resolver el problema significa cero presupuesto para meter las manos y las largas uñas. Entonces hay que hacer lo que sea, entre más absurdo mejor, para aparentar que algo se hace y de esta manera recibir más y más recursos.

A la democracia ateniense le interesaba tanto el cuerpo como la mente de sus ciudadanos. Aquí tenemos enormes problemas de salud pública que han sido resueltos a base de “spots” publicitarios. Y si no lo queremos creer, es culpa de nosotros. Y si lo publicitado como logro no se corresponde con la realidad, es problema de la realidad, no del “spot”.

No es cuestión banal la falta de preparación, de profesionalismo del politiquillo que intenta gobernar una delegación, un municipio, un estado o un país. Sin vergüenza se puede delinquir con cinismo, mentir con cinismo utilizando pretextos banales, ridículos o de plano grotescos de tan estúpidos. Y sin educación no hay vergüenza. Sin preparación humana no se puede hacer un examen de conciencia, sin elementos culturales suficientes no es posible cuestionar la propia conducta –mucho menos la ajena- porque no se tiene contra qué compararla. No hay parámetros.

El problema de la sociedad mexicana, de la política mexicana no es un problema de poder adquisitivo, es un problema de valores y de capital cultural.

No hay comentarios:

Publicar un comentario