miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cultura y política

Sin obras no hay sobras. Y si las obras se hacen mal, a medias o no se hacen, hay más sobras.


Juan Preciado

Gracias a la fobia que sienten los políticos mexicanos hacia la cultura, la educación, el arte y todo aquello que sirva para realizar mejores tipos humanos, se tiene la idea de que cultura y política son mutuamente excluyentes. Y esto es cierto solamente en la persona de nuestros insignes políticos.
Cuando se intenta resolver el problema de la violencia y la criminalidad con más violencia y con castigos más severos, se está intentando acabar con una infección que provoca fiebre utilizando antipiréticos. El verdadero antibiótico para los males sociales es la educación. Además de la educación técnica que permite desempeñar un oficio para ganarse el sustento, la persona para realizarse debe proveerse de capital cultural que le permita desarrollar las capacidades éticas y humanas que le capaciten como un buen ciudadano. La cultura no es un lujo, es necesaria para desarrollar una sociedad que viva en armonía; y la armonía es un bien común.

En la democracia ateniense, la base para cualquier forma de convivencia se centraba en el bien común.

¿Podemos pensar que a los politicastros mexicanos les interesa el bien común cuando se asignan, por arte de magia y sin ninguna acción que lo sustente, un mes 13 de sueldo?

¿Podemos pensar en un sistema preocupado por el bien común, cuando la clase política y los jueces encargados de impartir justicia se asignan sueldos que decuplican el salario de un ciudadano promedio?

Tenemos aquí un problema de ética. La ética es un área de estudio de la filosofía; ¿será por esto que se eliminaron asignaturas de filosofía para la enseñanza media-superior de nuestro país?

Sócrates y Platón nos hablan del compromiso ético que debe tener quien quiera dedicarse a la política. Aristóteles con mayor precisión afirma que para el quehacer político es necesario primero realizarnos como personas de manera ética. La política sería la continuación social de la ética propia.

Para Sócrates, virtud es conocimiento. La palabra griega areté que usualmente traducimos de manera inexacta como “virtud” originalmente hacía referencia a la eficacia con que se realiza una tarea. De aquí que se hable de la areté del zapatero, del escultor, del general y del estadista. Y este es el significado que nos interesa. Si “eficacia” es conocimiento, políticamente hablando, estamos perdidos.

No haremos un conteo de la palmaria ignorancia que muestran sin rubor y sin vergüenza los funcionarios públicos, diputados, senadores, magistrados e incluso dirigentes religiosos. Haremos hincapié en esa desvergüenza y en su falta de eficacia.

En realidad el problema de la política mexicana versus sociedad es un problema de jerarquía de valores. Simplemente no podemos dialogar con la clase política -a menos que seamos delincuentes- debido a que nos desenvolvemos e interpretamos la realidad utilizando categorías axiológicas distintas. Y esto impacta en el nivel de conocimiento que cada uno detenta a fin de desarrollar con eficacia su trabajo diario. Si el objetivo del político es realizar trabajos a medias, mal hechos o de plano no hacerlos pero cobrar por ello como si se hubieran realizado, no es necesario detentar conocimiento alguno puesto que no se va a realizar acción alguna. Sin obras no hay sobras. Y si las obras se hacen mal, a medias o no se hacen, hay más sobras.

Si el sistema político nos dice que la economía va viento en popa y que los mexicanos vivimos en el mejor de los mundos posibles –por utilizar una frase de moda-, a veces con democracia, a veces sin democracia según el público al que se dirija o según el calendario electoral, no es necesario saber lo que es una democracia puesto que jamás se va a intentar instaurar una, entre otras cosa, porque significaría cerrar la llave al presupuesto y a las enormes sumas de dinero que se pueden enajenar con la promesa de la democracia por venir. No en balde, la democracia mexicana, o lo que se vende como democracia en México, es la más cara del mundo.

No se necesita ser urbanista para intentar remediar el infierno diario que significa transportarse a través de la ciudad de México porque en realidad no interesa resolver el problema. Resolver el problema significa cero presupuesto para meter las manos y las largas uñas. Entonces hay que hacer lo que sea, entre más absurdo mejor, para aparentar que algo se hace y de esta manera recibir más y más recursos.

A la democracia ateniense le interesaba tanto el cuerpo como la mente de sus ciudadanos. Aquí tenemos enormes problemas de salud pública que han sido resueltos a base de “spots” publicitarios. Y si no lo queremos creer, es culpa de nosotros. Y si lo publicitado como logro no se corresponde con la realidad, es problema de la realidad, no del “spot”.

No es cuestión banal la falta de preparación, de profesionalismo del politiquillo que intenta gobernar una delegación, un municipio, un estado o un país. Sin vergüenza se puede delinquir con cinismo, mentir con cinismo utilizando pretextos banales, ridículos o de plano grotescos de tan estúpidos. Y sin educación no hay vergüenza. Sin preparación humana no se puede hacer un examen de conciencia, sin elementos culturales suficientes no es posible cuestionar la propia conducta –mucho menos la ajena- porque no se tiene contra qué compararla. No hay parámetros.

El problema de la sociedad mexicana, de la política mexicana no es un problema de poder adquisitivo, es un problema de valores y de capital cultural.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Los banqueros, los dictadores de Occidente




Todo esto me recuerda la manera igualmente cobarde en que los reporteros estadunidenses cubren Medio Oriente, la forma tenebrosa en que siempre evitan hacer críticas directas a Israel, siempre bajo el poder de un ejército de cabildos pro Likud que explican a los televidentes que la labor de paz de Estados Unidos en el conflicto israelí-palestino merece nuestra confianza; y por qué los buenos son los moderados y los malos son los terroristas. Al menos los árabes han empezado a ignorar estas tonterías


Robert Fisk

Debido a que debo escribir desde la región que produce más frases hechas por metro cuadrado que cualquier otro tema, quizá debería hacer una pausa antes de lamentarme por toda la basura y estupideces que he leído sobre la crisis financiera mundial. Pero voy a abrir fuego. Opino que los reportes sobre el colapso han caído más bajo que nunca, al grado de que ni la información de Medio Oriente se difunde con la clara obediencia que se rinde a las mismas instituciones y a los expertos de Harvard que colaboraron para crear este desastre criminal mundial.

Iniciemos con la llamada primavera árabe, que es en sí una grotesca distorsión verbal de lo que en realidad es un despertar árabe-musulmán que está sacudiendo a Medio Oriente; y los sucios paralelismos que se establecen entre estos movimientos y las protestas sociales en las capitales occidentales. Se nos ha engañado con los reportes de los pobres y los que no tienen que han tomado una página del libro de la primavera árabe, sobre la forma en que fueron derrocados los regímenes de Egipto, Túnez y, hasta cierto punto, Libia, y de cómo esto inspiró a estadunidenses, canadienses, británicos, españoles y griegos a manifestarse masivamente. Pero todo esto es absurdo.

La verdadera comparación ha sido inventada por los periodistas occidentales, siempre ansiosos por exaltar las rebeliones contra los dictadores árabes mientras ignoran las protestas contra los gobiernos democráticos de Occidente. Siempre desesperados por sacar de contexto las manifestaciones para sugerir que simplemente se deben a una moda originada en el mundo árabe. 

La verdad es algo distinta.

Lo que llevó a decenas de miles de árabes a las calles, y que después se volvieron millones en las capitales de Medio Oriente, fue la demanda de dignidad y la negativa a aceptar a las dictaduras de familias locales que son, de hecho, dueñas de estos países. Los Mubarak, los Ben Alí, los Kadafi, los reyes y emires del golfo y Jordania, y los Assad, todos ellos creían tener derecho de propiedad sobre naciones enteras. Egipto pertenecía a Mubarak Inc., Túnez a Bel Alí Inc. (y a la familia Traboulsi), Libia a Kadafi Inc. Los mártires de las dictaduras murieron para constatar que sus países pertenecían a los pueblos.

Este es el verdadero paralelismo con Occidente. Ciertamente los movimientos de protesta son contra las grandes corporaciones, en una causa perfectamente justificada, y contra los gobiernos. Lo que han descubierto los manifestantes, de manera algo tardía, es que durante décadas han sido engañados por democracias fraudulentas, que votan abnegadamente por partidos políticos que, después de triunfar en las urnas, entregan el mandato democrático y el poder popular a bancos, comerciantes y agencias calificadoras, todas ellas respaldadas por un coto de negligentes y deshonestos expertos de las más costosas universidades estadunidenses y think-tanks, que mantienen la ficción de que existe una crisis globalizada, en vez de una treta masiva contra los electores.

Los bancos y agencias calificadoras se han vuelto los dictadores de Occidente. Igual que los Mubarak y los Ben Alí, los bancos creyeron –y siguen creyendo– que son dueños de sus países. Las elecciones que les han dado poder, gracias a la cobardía y complicidad de los gobiernos, se vuelven tan falsas como los comicios en los que los árabes eran obligados a participar, década tras década, para ungir como gobernantes a los propietarios de sus países.

Goldman Sachs y el Banco Real de Escocia son los Mubarak y Ben Alí de Estados Unidos y Gran Bretaña, que devoraron la riqueza de los pueblos mediante tramposas recompensas y bonos para sus jefes sin escrúpulos a una dimensión infinitamente más rapaz que la pudieron imaginar los codiciosos dictadores árabes.

No fue necesario, aunque me fue útil, ver el programa Inside Job de Charles Ferguson transmitido esta semana por la BBC para demostrarme que las agencias calificadoras y los bancos estadunidenses son intercambiables, que el personal de ambas instituciones se mueve sin trámites entre las agencias, los bancos y el gobierno de Estados Unidos. Los mismos muchachos calificadores (casi siempre varones, claro) que calificaron con triple A préstamos devaluados y sus derivados en Estados Unidos ahora atacan a zarpazos a los pueblos de Europa –mediante su venenosa influencia en los mercados– y los amenazan con disminuir o retirar las mismas calificaciones a naciones europeas, que alguna vez otorgaron a criminales, antes del colapso financiero estadunidense.

Siempre he creído que los argumentos mesurados tienden a ganar las discusiones. Pero perdónenme, ¿quiénes son estas criaturas cuyas agencias calificadoras ahora espantan más a Francia de lo que Rommel lo hizo en 1940?

¿Por qué no me lo dicen mis colegas periodistas en Wall Street? ¿Por qué la BBC, CNN y –ay, Dios– hasta Al Jazeera, tratan a estas comunidades criminales como incuestionables instituciones de poder? ¿Por qué nadie investiga, como ha comenzado a hacerlo Inside Job, estos escandalosos tratos sucios? Todo esto me recuerda la manera igualmente cobarde en que los reporteros estadunidenses cubren Medio Oriente, la forma tenebrosa en que siempre evitan hacer críticas directas a Israel, siempre bajo el poder de un ejército de cabildos pro Likud que explican a los televidentes que la labor de paz de Estados Unidos en el conflicto israelí-palestino merece nuestra confianza; y por qué los buenos son los moderados y los malos son los terroristas.
Al menos los árabes han empezado a ignorar estas tonterías. Pero cuando los que protestan contra Wall Street hagan lo mismo, se convertirán en anarquistas, terroristas sociales en las calles de Estados Unidos que exigen que los Bernanke y Gethner enfrenten un juicio como al que se ha sometido a Hosni Mubarak. Nosotros, en Occidente, hemos creado a nuestros propios dictadores, pero a diferencia de los árabes los volvimos intocables.
El primer ministro de Irlanda, Enda Kenny, informó solemnemente a sus compatriotas esta semana que ellos no son responsables de la crisis en la que se encuentran. Ellos ya lo sabían, desde luego. ¿Por qué no les dijo de quién es la culpa? ¿No va siendo hora de que él y los otros primeros ministros europeos nos lo digan, y también de que los reporteros nos lo informen?

© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

jueves, 8 de diciembre de 2011

¿Somos o no somos una democracia?



Machaconamente el IFE nos recuerda que vivimos en una democracia. Cada uno de los políticos en campaña nos promete –entre otras cosas, claro- que si votamos por ellos, ahora sí nuestra democracia en transición se transformará en una democracia en funciones. 

Por obviedad, podemos colegir, alguno de los dos está mintiendo.

¿Somos o no somos una democracia?

Juan Preciado


Si nos atemos al significado lato de la palabra: “poder del pueblo”, la respuesta es NO. Ya no digamos poder político para participar en las funciones de gobierno, no tenemos como pueblo el poder de andar con libertad por la calle, no tenemos garantizado ni siquiera el libre tránsito, ya sea por cuestiones de seguridad, que se nos atraviese una manifestación,  las plumas de una calle habitada por gente muy “popis”,  un “franelero” apartando un pedazo de la vía pública o una obra vial, de esas que para colocar por encima de una vía rápida un puente de un solo carril destruyen dos carriles de esa misma vía.  Y nos aseguran que con eso se agilizará el tránsito vehicular.

Aquí podemos hacer un paréntesis antes de continuar y dejar en claro el hecho de que el señor franelero reproduce la misma pauta de conducta de nuestros insignes políticos: la enajenación de bienes públicos. Y ambos creen o nos quieren hacer creer que es una manera lícita de hacer dinero.  

No puede existir el cacareado poder del pueblo con un salario mínimo de 59.82 pesos.

Lo anterior tiene significado cuando nuestro modelo de democracia se corresponde con la idea de “democracia” que exportan los Estados Unidos: la implantación –generalmente violenta- de un sistema capitalista ahí donde no lo hay.
El IFE nos dice también que “en democracia todas las opiniones cuentan”, pero no nos dice para qué. En la democracia ateniense Protágoras afirmó que el hombre es la medida de todas las cosas. En nuestra democracia la medida de todas las cosas es el sistema capitalista que dice e impone lo que es bueno y lo que es malo, lo que es políticamente correcto o incorrecto, qué es progreso y qué es felicidad. Y para colmo, el modelo mexicano nos dice cuando sí y cuando no “vivimos en democracia”. Esta diferencia obedece a que la democracia ateniense era una democracia participativa, donde la opinión de cada uno era tomada en cuenta y había cargos públicos a los que se podía acceder de la manera más democrática posible: a través  de sorteo.

Nosotros vivimos una democracia representativa; es decir, cada uno de nosotros es representado por el político en turno que a su vez representa a alguno de los partidos de estado que se disputan inmensos presupuestos para nuestro  ya merito político. Al igual que la educación, vivienda, trabajo, servicios médicos, etc., la democracia por venir ofrece una excelente manera de manejar –y enajenar- bienes públicos. Los partidos nos representan y saben que es bueno y que es malo… para ellos claro. Es bueno endeudar de manera criminal, cínica y obscena un estado, por ejemplo Coahuila,  es bueno convertir deuda privada en deuda pública, el famoso ROBAPROA, pero no es bueno dar prestaciones a los trabajadores, no es bueno subsidiar –si es que de verdad se subsidia- el precio de la gasolina. Es bueno rescatar bancos y deficientes concesionarios para administrar carreteras, pero por alguna razón no es bueno rescatar aerolíneas o mineros atrapados bajo tierra. Inyectar dinero, capitales es bueno, buenísimo para la industria, pero no para la educación. Es bueno regentear recursos a través de esperpentos como “Iniciativa México”, pero no es bueno incrementar el número (y monto) de las becas a nivel medio superior y superior.

No hay empleos, el dólar sigue subiendo, pero es bueno comprar y se debe comprar para ser feliz. Y como no hay empleos, y lo que hay son mal pagados, pues el mensaje entonces es claro: no importa de dónde salga el dinero, lo importante es comprar.

De este mensaje se deriva otro: hay que realizarse como persona a través del consumo, no a través de la obra social. Igual hacen los políticos y, ¡oh sorpresa! los delincuentes, ambos haciendo del consumo pavorosa ostentación. 
Para Platón, la política –hablando desde una democracia- es una parte de la moral. Estamos tan lejos de poder afirmar esto como de generar un pensador como Platón.  

Los griegos, en su recién estrenada democracia, reflexionaban acerca de lo siguiente: por qué cuando la gente necesita realizar un trabajo donde se requiere pericia técnica, la gente llama a un especialista, pero cuando se trata de cuestiones políticas, todo mundo cree que puede opinar correctamente. También los griegos, fueron los primeros en distinguir entre opinión y conocimiento.  Y opinión no es igual a conocimiento. Quizá esta sea la razón por la que el sistema elimina año con año recursos a la educación y a la investigación científica.

Sugerencia: La próxima vez que se escuche un discurso político, contar cuantas veces se utiliza la palabra “creo” puede resultar muy revelador –y espeluznante-, lo que no significa que una idiotez dicha con convicción sea más valiosa –y útil- que cualquier supuesto, simplemente es más peligrosa.

El año entrante es año de elecciones, las más esperadas que pueda recordar de esta nuestra contrahecha democracia. La razón es que todos quieren ya que acabe esta pesadilla. Pero si no nos tomamos el tiempo suficiente para reflexionar antes de votar, los próximos 6 años pueden ser aún más largos y terribles que estos últimos 5 años.


viernes, 2 de diciembre de 2011

De nuevo en la plaza Tahrir




Robert Fisk

En estos días en la plaza Tahrir se puede conseguir lo que sea. Maíz en mazorca, té, café, maletas, vacaciones baratas en Sharmel-Sheikh, queso feta, cohetes, basura, huevos, cartuchos vacíos de gas lacrimógeno y montones de discusiones y rimeros de pancartas que exaltan el valor de los mártires y la perversidad de los policías. Incluso hay algunos miles de personas cada día –hoy, los revolucionarios convocan a reunir otro millón–, pero los muchos más millones que hicieron fila para votar el lunes y el martes han puesto en duda la integridad de la plaza.

¿Quién representa hoy a Egipto? ¿Los jóvenes revolucionarios seculares en la plaza, o la creciente lista de candidatos islamitas exitosos –Hermanos Musulmanes y, lo que resulta sorprendente, un número cada vez mayor de salafistas– con sus millones de votos? Sin duda no el mariscal de campo Mohamed Hussein Tantawi, gobernante militar del país, cuya mirada reprobatoria aparece en carteles de la plaza. Debería deshacerse de la ridícula gorrita de beisbolista estadunidense y ponerse una cuartelera militar reglamentaria, como todos sus hombres. Todas las mañanas espero verlo saltar la cama y decir tres veces: No fui electo, no fui electo, no fui electo. Porque de eso se trata, ¿no? Tahrir no fue electa. Tantawi tampoco.

Se pueden pintar mil paisajes en Tahrir. Habrá un gran levantamiento aquí, me dicen en una tienda donde dan atención médica: una lucha titánica entre un Parlamento recién electo y el consejo militar, hasta que, por supuesto, los Hermanos Musulmanes hagan un pacto secreto con el ejército (lo sospecho, lo sospecho) para que Tantawi pueda gobernar como un Mubarak de clóset, la gran figura paterna que escapará del control militar permitiendo a los islamitas lidiar con las tareas de gobierno a cambio de privilegios de lesa majestad, un pouvoir por encima del pouvoir, como en Argelia.

En Tahrir es fácil ser cínico. Los revolucionarios –los jóvenes, los laicos, los hermanos y hermanas de los mártires de enero-febrero– quieren poner fin al consejo militar, a la renovada brutalidad de la policía secreta de seguridad del Estado, a la impunidad del Ministerio del Interior.
Incluso han reunido otro grupo de mártires: 42 en total, abatidos por francotiradores y policías el mes pasado con un gas lacrimógeno menos común, más sofocante, disparado a los ojos de los manifestantes. Cuarenta y nueve jóvenes perdieron la vista, y los hombres y mujeres de Tahrir han rebautizado el bulevar que conduce al Ministerio del Interior como calle de los Ojos de la Libertad, antes calle Mohamed Mahmoud. Resulta interesante: Mahmoud fue uno de los más terribles ministros del Interior hace ocho décadas, un acólito del partido Wafd que sirvió al rey Farouq y fue apresado por los británicos en Malta junto con ese estupendo jurista que fue Saad Zaghloul. Este último es el padre de todas las revoluciones egipcias –contra los británicos– y héroe de los revolucionarios de hoy en día. Su colega Mahmoud fue un Mubarak antes de Mubarak. Incluso llegó a primer ministro en 1928 y gobernó sin Parlamento durante 18 meses; uno de esos hombres de ley y orden. ¿Suena familiar, como dicen?

Pero la vieja plaza Tahrir de enero y febrero es hoy más un recuerdo que una inspiración. Es reconocible como el mismo lugar: los grandes y viejos conjuntos de departamentos y el maligno edificio de concreto Mugama, de la era soviética –gris tumba burocrática de abandonad-toda-esperanza-quienes-entren-aquí, cerrada por la revolución egipcia–, el Museo Egipcio con sus paredes rosadas, el bulto del viejo Hilton y el Ministerio del Exterior de Farouq. Pero el florecimiento de valor juvenil, la derrota de los policías y sus baltagis enajenados por las drogas, la alegría que brotó en cánticos espontáneos a la caída de Mubarak, han ido a dar al pozo de todas las revoluciones. Esperanzas traicionadas, partidos políticos secuestrados, policías de nuevo en las calles. Recuerdo una mujer que entonces me decía: todo lo que queremos es que se vaya Mubarak, y yo le comentaba que de seguro se refería también al sistema, pero de algún modo Tahrir en aquel tiempo sólo apuntaba a Mubarak, los soldados eran héroes y todo estaría bien en el mejor de los mundos posibles.

El pueblo ganó. El dictador cayó. Viva Egipto libre. Y luego resultó que Mubarak no había entregado el poder al presidente del tribunal constitucional –como ordenaba la Constitución egipcia de 1971–, sino a su viejo amigo Tantawi y a los otros 19 generales de quienes alguna vez Mubarak había sido comandante en la fuerza aérea. Y Tantawi siguió designando o aprobando a más amigos de Mubarak, entre ellos el pasado primer ministro Kamal Ganzouri, que había tenido el mismo cargo con Mubarak: un gobierno no electo, algunos de cuyos integrantes eran muy ancianos, guiaría ahora la revolución, viejos dirigiendo a jóvenes.

Parece increíble ahora que el consejo militar haya arrestado a tantos miles de manifestantes después de la revolución, que tantos hayan sido torturados por policías, que el ejército instituyera pruebas de virginidad para mujeres detenidas. Y sí, ¿qué hacen los soldados egipcios, realizar pruebas de virginidad a jóvenes egipcias? ¿Es de veras éste el mismo ejército de valientes que cruzó el canal de Suez en 1973 y recuperó la gloria militar de Egipto?
Fuera de libreta –desde luego–, un oficial del ejército explicó que las pruebas fueron para evitar que las mujeres alegaran después que habían sido violadas por los soldados. Luego, añadió con risa despectiva, descubrieron que de por sí las mujeres no eran vírgenes. ¡Cielos! No lejos de la plaza Tahrir ocurrió la escandalosa batalla sectaria en la que un vehículo blindado del ejército pasó por encima de cristianos coptos porque al parecer el conductor –me encantó la explicación– sufrió un colapso nervioso. Pero no, el pueblo no está contra el ejército. Los soldados son sus hermanos, tíos e hijos. Es el consejo militar.

Los consejeros se las ingeniaron para encontrar unos cuantos miles de egipcios que se manifestaron en su favor, en un festín de amor al régimen como los que veíamos en El Cairo en tiempos de Mubarak, en Túnez con Ben Alí, en Trípoli con Kadafi, en Damasco con Assad, en Saná con Saleh y en Bahrein con el rey. Es como si Blair hubiera podido organizar un mitin en favor de la fe cuando 2 millones marcharon en Londres contra la guerra en Irak.

Pero no todo el espíritu de Tahrir se ha evaporado. Wissam Mohamed, traductora de 26 años que termina su maestría en ciencia política y lleva una pañoleta en la cabeza, afirma que sigue siendo revolucionaria y cree que el consejo militar no entregará el poder si no hay más protestas del pueblo. Lamenta que muchos de los muertos y heridos el mes pasado fueran jóvenes y de familias pobres. Siente que en realidad Mubarak –el granjero señor Smith de 1984, de Orwell– no se ha ido. “El señor Smith nunca se fue –dice–. Sus hombres siguen aquí. Hasta podrían volver a ponerlo en palacio.”

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

jueves, 1 de diciembre de 2011

El odio de Irán a Gran Bretaña




Robert Fisk
Resulta una extraña paradoja que los iraníes conozcan la historia de las relaciones anglo persas mejor que los británicos. Cuando el recién instalado Ministerio de Asesoría Islámica preguntó a Harvey Morris, el corresponsal de Reuters en el Irán posrevolucionario sobre la historia de su agencia y el periodista solicitó a su oficina en Londres que le enviaran una biografía del barón Paul von Reuter, y se sorprendió al descubrir que el fundador de la mayor agencia noticiosa del mundo construyó, con enormes ganancias, las redes ferroviarias de Persia. ¿Cómo voy a mostrarle esto al ministerio?”, gritaba. “¡Va a resultar que el barón era peor que el pinche sha!” De esto, el ministerio estaba perfectamente al tanto.

Gran Bretaña protagonizó un invasión a Irán con fuerzas soviéticas cuando el antecesor del sha se volvió un poquito cercano a los nazis en la Segunda Guerra Mundial y después ayudó a los estadunidenses a derrocar a Mohammed Mossadegh en 1953, luego de que el gobernante nacionalizó las propiedades petroleras británicas en el país.

Esto no es un mito, sino una muy real conspiración. La CIA la llamó Operación Ajax; los británicos , sabiamente, controlaron sus ambiciones al llamarla Operación Bota. El agente del MI6 en Teherán era el coronel Monty Woodhouse, quien previamente fungió como el jefe ejecutivo de operaciones especiales dentro de la Grecia ocupada por Alemania. Yo conocí bien a Monty; bueno, cooperamos cuando investigué la escabrosa carrera durante la guerra del secretario de la ONU, Kurt Waldheim, Woodhouse era un hombre implacable; llevó armas a Irán destinadas a un movimiento de “resistencia” que aún no existía y apoyó ardientemente el proyecto de la CIA para fundar a los “basaaris” de Teherán para protagonizar manifestaciones en las que cientos o miles murieron, en los esfuerzos por derrocar a Mossadegh.

Estos esfuerzos lograron su objetivo. Mossadegh fue arrestado por un oficial que en la revolución de 1979 sufrió una muerte truculenta, y el joven sha regresó triunfal a imponer su mandato con el apoyo de su fiel policía secreta, SAKAV, cuyo régimen de torturas a mujeres opositoras fue escrupulosamente filmado y, según el gran periodista egipcio, Mohamed Hassanein Heikal, circuló entre funcionarios de la CIA y fue a parar con aliados de Estados Unidos en todo el mundo como un “manual didáctico”. ¿Cómo se atreven los iraníes a recordar todo esto?
El montón de documentos secretos estadunidenses encontrado después de que la embajada estadunidense fue saqueada tras la revolución constató a los iraníes no sólo los intentos de Washington de derrocar el nuevo orden impuesto por el ayatola Jomeini, sino la complicidad entre los servicios secretos estadunidenses y británicos.

El embajador de Gran Bretaña, casi hasta el final, permaneció convencido de que el sha, pese a sus profundos defectos, sobreviviría. Los gobiernos británicos subsecuentes han seguido manifestando su ira por la supuesta naturaleza terrorista del gobierno iraní. Tony Blair, incluso durante la investigación oficial sobre la guerra en Irak, encontró la oportunidad de insistir en la ncesidad de enfrentar la agresión de Irán.

En fin, los iraníes nos saquearon este martes y se llevaron, según dicen, una cartera de documentos de la embajada. Me muero por leer su contenido, y estoy seguro de que pronto éste será revelado.

© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

martes, 29 de noviembre de 2011

No votes, no alcahuetees a ningún sinvergüenza

“Calderón es un hombre indigno del puesto que ocupa, él no puede presidir el destino de 110 millones de personas porque no es nadie ni ha hecho nada por México"



Domingo 27 de noviembre de 2011, p. 2

Guadalajara, Jal., 26 de noviembre. Un llamado a no votar, críticas a los 71 años de dominio priísta, al sexenio de Vicente Fox y al de Felipe Calderón, a la doble moral de la Iglesia católica y a la corrupción de los políticos, pero también su inclinación por la música popular mexicana, su defensa de los animales, su humor, sarcasmo, provocación y lanzamiento de dardos hacia todos lados, así como un público seducido y entregado, aderezaron el discurso del escritor colombiano y mexicano Fernando Vallejo al recibir el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2011.

Dona los 150 mil dólares
Siempre escritor y ciudadano incómodo, ayer Vallejo (Medellín, 1942) fue convertido además en un premiado y ovacionado incómodo, en un auditorio Juan Rulfo abarrotado en el que también mostró su agradecimiento y generosidad:
“Me siento muy honrado por el premio que me dan; no pienso que lo merezca; este diploma lo guardaré en mi casa con orgullo; y los 150 mil dólares que lo acompañan se los doy, por partes iguales, a dos asociaciones caritativas de México (defensoras de animales).”
Fue una ceremonia en la que estuvieron en el presídium escritores como los premios Nobel de Literatura Herta Müller y Mario Vargas Llosa, y funcionarios como Raúl Padilla López, Nubia Macías, Marco Antonio Cortés Guardado y Consuelo Sáizar.
En conferencia de prensa posterior, Vallejo dijo que “Calderón es un hombre indigno del puesto que ocupa, él no puede presidir el destino de 110 millones de personas porque no es nadie ni ha hecho nada por México, sino un vivo de la política. Y él como Fox, se apoderaron de un partido limpio que era el PAN, de sus posibilidades electorales. Dejaron impunes todos los delitos, el saqueo y envilecimiento del PRI a México”.

“10 mandamientos son muchos”
En su discurso de recepción del premio, el autor de La virgen de los sicarios y El desbarrancadero subrayó sus convicciones: el repudio contra la crueldad hacia los animales, la certeza de que los políticos son unos ladrones, la crítica a la doble moral de religiones como la católica y el islamismo, y su llamado a la humanidad a no reproducirse tanto debido a la sobrepoblación mundial.
Recordó que de pequeño su madre le enseñó a lavarse las manos cada vez que tocaba dinero. “De unos niños educados así, ¿qué se podía esperar? Puros pobres. Me hubieran educado en la escuela del PRI y hoy estaría millonario”.
Durante su mención de autores de música popular mexicana como Ventura Romero, Fernando Rosas, Chava Flores y José Alfredo Jiménez, Vallejo cantó varias veces: “‘Arre que llegando al caminito, achimichú, achimichú. Arre que llegando al caminito, achimichú, achimichú”, escuchada en su infancia en un disco que sus padres llevaron a su pueblo colombiano de Santa Anita tras un viaje a México.
“Y con el disco de Ventura Romero de la burrita traían, en el álbum de las maravillas, a José Alfredo Jiménez y a Rubén Méndez: Ella, Pénjamo, y ese Senderito que me rompe el alma cantado por Alfredo Pineda, que fue el que amó Medellín. Y al más grande de todos, Fernando Rosas, de Jerónimo de Juárez, estado de Guerrero, el de la Carta a Eufemia: Cuando recibas esta carta sin razón, Ufemia, ya sabrás que entre nosotros todo terminó.”
Luego de referirse a Chava Flores, Fernando Rosas y a los dos pesos de La Bartola, comentó:
“Ésa era la que le cantaba todavía a México el PRI cuando llegué de Nueva York hace 40 años. Y se la siguió cantando otros 30, hasta ajustar 70, cuando los tumbó mi gallo. ¡Qué noche tan inolvidable aquella cuando lo dijeron por televisión! Tan esplendorosa, o casi, como la de la finca Santa Anita de que les he hablado. Fernando Rosas murió joven, una noche, allá por 1960, en Acapulco. Lo mataron por defender a un borracho al que estaba apaleando la policía. Fernando Rosas, tocayo, paisano, te mató la policía de Acapulco, los esbirros del presidente municipal. La siniestra policía del PRI, semillero de todos los cárteles de México.
“Mi gallo era un gallo con botas. No bien subió al poder y se instaló en Los Pinos, se infló de vanidad y se transformó en un pavorreal, y el pavorreal en un burro, y la quimera de gallo, pavorreal y burro empezó a rebuznar, a rebuznar, a rebuznar, día y noche sin parar, hasta que ajustó seis años, cuando se le ocurrió, como a Perón con Evita o con Isabelita, que podía seguir rebuznando otros seis a través de su mujer. No se le hizo, no pudo ser.”
Aseguró que 10 mandamientos son muchos y que con tres basta: “Uno, no te reproduzcas que no tienes derecho, nadie te lo dio… “Dos, respeta a los animales que tengan un sistema nervioso complejo…
“Y tres, no votes. No te dejes engañar por los bribones de la democracia, y recuerda siempre que no hay servidores públicos, sino aprovechadores públicos. Escoger al malo para evitar al peor es inmoral. No alcahuetees a ninguno de estos sinvergüenzas con tu voto. Que el que llegue, llegue respaldado por el viento y por el voto de su madre. Y si por la falta de tu voto, porque el día de las elecciones no saliste a votar, un tirano se apodera de tu país, ¡mátalo!”

La tierra de Rulfo
Al final, atemperado, agregó: “Me siento muy contento de estar hoy con ustedes en esta feria tan hermosa, que pronto se llenará de niños y de jóvenes, y de haber vuelto a Jalisco, la tierra de Rulfo, ¡donde los muertos hablan!” Y enseguida los asistentes le aplaudieron de pie durante largo rato.
Desde el presídium, Jorge Volpi había leído el acta en nombre del jurado, Juan Cruz hizo la semblanza de Vallejo, Consuelo Sáizar le entregó el premio y Raúl Padilla López, presidente de la FIL, inauguró la fiesta editorial, que cumple 25 años.
Padilla destacó la presencia del país invitado, Alemania, actor fundamental del libro en el mundo, e hizo un balance positivo de este cuarto de siglo, en el que la feria se ha convertido en la más importante de Iberoamérica. Por ejemplo, este año participarán unos 500 autores y la visitarán más de 600 mil lectores.

martes, 22 de noviembre de 2011

Ucrania, 1942




Robert Fisk

En 1942, en la Varsovia ocupada por los nazis, un funcionario postal polaco que operaba en la resistencia abrió una carta enviada por un soldado alemán a su familia. Dentro halló una fotografía que lo perturbó tanto que la envió al movimiento clandestino polaco; así llegó a las manos de un valiente muchacho de 16 años llamado Jerzy Tomaszewski, una de cuyas tareas era enviar evidencia de las atrocidades alemanas a Londres, para que los aliados pudiesen dar a conocer las crueldades cometidas por los nazis en Europa oriental.

Tomaszewski hizo un duplicado de la fotografía para Londres y se guardó el original. Todavía vive. Más de 60 años después, permitió que la fotógrafa documentalista y escritora Janina Struk viera esa evidencia preciosa y terrible… de la cual ella hizo una copia perfecta.
Dejaré que Struk describa la imagen en sus propias palabras, como aparecen en su aterrador nuevo libro Private Pictures, referente a las fotos privadas tomadas por soldados, desde la guerra de los bóers y la Primera Guerra Mundial hasta la invasión de Estados Unidos a Irak, después de 2003.

“En algún lugar cerca de la pequeña aldea de Ivangorod, en Ucrania, un soldado alemán apunta con su arma a una mujer que lleva un niño en brazos. Ella parece alejarse del soldado y envuelve al niño con su cuerpo. Su pie está en el aire, como si estuviese caminando, o tal vez el obturador captó el momento en que la bala dio en ella.
“En el lado izquierdo se ven las puntas de lo que parecen otras dos armas apuntando en su dirección, y a la derecha dos o tres personas agachadas junto a un objeto indistinguible. El cuerpo de otra persona yace a los pies del soldado. En el dorso de la foto, escrito a mano en alemán, se lee: ‘Ucrania 1942, Acción Judía en Ivangord’”.

La fotografía llegaría a ser una de las imágenes más impresionantes y convincentes del Holocausto nazi, aunque su historia está envuelta en esas controversias que cultivan quienes niegan aquel hecho histórico. En la mayoría de las publicaciones, la foto se editaría para mostrar solamente a la mujer y al soldado apuntándola con el rifle, para darle un aspecto artístico y a la vez destruir el contexto original.

En su libro, Struk se pregunta por qué los soldados toman fotografías de su propia crueldad. Hay incontables imágenes autenticadas de soldados alemanes que posan sonrientes junto a cautivos recién colgados, agolpándose en torno a fosas comunes para observar la ejecución de judíos, comisarios soviéticos, rehenes, hombres y mujeres. Pero esta semana he estudiado durante horas esa foto de Ivangorod en particular. Puedo imaginar la terrible y entusiasmada conversación. ¡Oye, Hans! Allá a la derecha están matando judíos. Trae tu cámara. ¡Mira cómo corre esa mujer! Clic. O sería el fotógrafo uno de los verdugos en su descanso? Tal vez nunca lo sabremos. Pero, desde luego, la tradición continúa. Observen los videos que los estadunidenses tomaron de las víctimas de sus asesinatos en Irak. Volveré sobre ese tema un día cercano.

Amplifiqué la fotografía de 1942 hasta la máxima resolución y la repasé con cuidado. Luego llamé a Struk. Sin duda, me dijo, la otra persona a los pies del soldado es también mujer. Parece llevar el cabello peinado de raya en medio; tiene los brazos caídos al suelo a su derecha y viste falda, en cuyo extremo se ve la pierna izquierda. Struk ya se había dado cuenta de ese detalle. Y luego, dije, sin duda había cuatro hombres en total, tres de gorra de tela y chaqueta, y el cuarto parece más grande porque tal vez llevaba abrigo. (Al lado derecho se ve un bolsillo hondo.)
No hay nada fantasmal en ese estudio. Mientras más detalles encuentra uno en esas imágenes, más se descubre y más real se vuelve el Holocausto. Puede ser –hay que observar la foto con atención– que el soldado en verdad haya disparado a los cuatro hombres y que uno de los otros dos rifles haya disparado a la mujer con el niño. Las sombras en el campo a la izquierda sugieren que podría haber más tiradores abriendo fuego en el momento. Pero lo que me impactó fue la naturaleza del terreno a la derecha de la fotografía.

Struk describe un objeto indistinguible. Parece una estaca. A la derecha veo tierra revuelta. ¿Acaso la estaca marcaba algo? Caven su propia tumba hasta aquí. ¿Sería ésa la orden que dieron los alemanes a sus víctimas? Pero luego descubrí lo que sin duda es una pala de metal, boca abajo, el mango detrás de la estaca. Es idéntica a otras palas en otras fotografías de ejecuciones que he visto. ¿Sería que los cuatro hombres cavaban sus tumbas?
Resulta increíble que, cuando la foto se usó en un libro publicado por el régimen comunista polaco instalado por los soviéticos tras la guerra, un periódico derechista de Alemania Occidental, Deutsche Soldaten Zeitung, encabezó “¡Achtung Fälschung!” (¡cuidado, falsificación!). El hombre que apunta con el rifle a la mujer y su niño no llevaba uniforme alemán ni usaba un rifle alemán, afirmaba el periódico. Un tal profesor Otto Croy acusó a los polacos de fabricar la foto con fines de propaganda.

Fue un alivio que más tarde surgiera un ex miembro del Einsatzgruppen de Hitler, el escuadrón de acción especial, que asesinó a un millón de judíos en Ucrania. El soldado de la foto lleva el uniforme de ese cuerpo, dijo, y el rifle que porta era el reglamentario en él. ¿Qué más prueba se necesitaba? Años después se montó en Dresde una exhibición de fotos de atrocidades alemanas en Europa oriental. Un anciano contempló largo tiempo las imágenes. Luego, rompió a llorar. 

Cuando lo sacaban de la sala, gritó: ¡Soy yo, soy yo!

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

martes, 15 de noviembre de 2011

El cielo y el infierno


Javier Sicilia

“la justicia de los hombres y la justicia de Dios se diferencian en que en la primera son los hombres la que la aplican a otros, mientras que en la de Dios es el hombre mismo el que se la aplica a sí mismo”.

El cielo y el infierno han poblado la imaginación de Occidente con toda suerte de metáforas y reflexiones. Desde los símiles de Jesús de Nazareth hasta El matrimonio del cielo y el infierno, de William Blake, pasando por los grandes sermones de los Padres de la Iglesia, la Comedia, de Dante, y las revelaciones de los místicos, esos dos mundos han estado poblados por toda suerte de visiones beatíficas y castigos aterradores. Un universo de retribuciones y condenaciones los ha acompañado siempre.

Los seres humanos, por lo general, solemos atribuir nuestras experiencias humanas de justicia a la justicia de Dios. Sin embargo, aunque las dos son equivalentes, en el sentido de darle a cada quien lo que le corresponde en relación con los actos de su vida, no son iguales. Lanza del Vasto, en su Comentario del Evangelio, decía, con la agudeza de los espirituales, que –cito de memoria– la justicia de los hombres y la justicia de Dios se diferencian en que en la primera son los hombres la que la aplican a otros, mientras que en la de Dios es el hombre mismo el que se la aplica a sí mismo. Se trata, en relación con la última, de un estado de conciencia y de libertad en el que a la luz de la verdad de nuestra vida, nosotros mismos decidimos estar en la luz o en las tinieblas, en el cielo o en el infierno, en la vida o en la muerte, en el amor o el odio. Se trata de un estado interno de gozo o de sufrimiento y no de una experiencia física de placer o de dolor; se trata de una experiencia de naturaleza carnal en la que el cielo es un salir de sí, una apertura, un acto, como todo acto de amor, de relacionalidad con otro o con otros; y el infierno, como todo odio, una experiencia de encierro interior, de egoísmo, en el que cualquier relacionalidad con otro o con otros queda amputada y sólo sobrevive la soledad de sentirse repetitivamente habitándose, consumiéndose de sí, en sus vertientes más mezquinas o más crueles. La idea de la privación de la libertad, del encierro carcelario o de los castigos simbólicos del Infierno, de Dante, siempre habitados por la asfixia del encierro, deben entenderse como una metáfora de lo que hablo. El abrazo de los cuerpos, la alegría de mirarse en el otro son dos símbolos del cielo, dos ejemplos de ese momento de coincidencia abierto a todas las resonancias. Hay, sin embargo, entre todas las miles de metáforas que la imaginería humana ha creado para hablar de esos estados, una que, desde mi entender, la revela con hermosa exactitud. Es una alegoría cuya tradición desconozco. 

Cuenta que un día un ángel se apareció a un hombre que había buscado el sentido último de la vida. “Te enseñaré –le dijo– qué es el infierno y qué es el cielo”,  y arrebatándolo lo llevó a una gran sala donde miles de seres humanos sentados a una mesa trataban infructuosamente de comer del tazón que tenían delante. La razón de su impotencia radicaba en los mangos extremadamente largos de sus cucharas. Sumidos en su frustración y en su soledad, no reparaban en la existencia de los otros. Luego, el ángel volvió a arrebatarlo y lo llevó al cielo. Era el mismo sitio, idéntico. La diferencia es que allí todos comían y estaban alegres: con esas mismas cucharas se daban de comer unos a otros. La longitud del mango se había vuelto el instrumento de una comunión. Una misma realidad, pero un diferente estado. Uno, encierro; el otro, apertura y don. No son realidades reservadas para mañana. El Juicio Final está en la elección que hacemos de nuestro presente. Al encerrarnos en nosotros mismos y negar al otro, o al salir de nosotros para ir al encuentro del otro, habitamos el infierno o el cielo. En el desprecio o en el amor está presente, por sus mismas intensidades, el sabor del futuro y de la muerte. Nuestro mañana está lleno de nuestro hoy, y todo presente puede ser el lugar en donde la existencia cambia. Dure un siglo o lo que dura un parpadeo, el momento en el que somos guarda la eternidad, la posibilidad de nuestro fin último. 

De allí esa hermosa máxima:  “Vive como si hoy mismo tuvieras que morir.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la appo, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.