martes, 23 de noviembre de 2021

 

La seguridad nacional

Juan Preciado

 


Han pasado dos años desde que una enfermedad terrible, mortífera y altamente contagiosa (eso dicen) infectara el planeta entero y obligara a las administraciones locales a enclaustrar a los habitantes de las ciudades del mundo.

No estamos hablando de tabaquismo, obesidad o alcoholismo. Estamos hablando del virus que provoca una nueva enfermedad de la que aún no hay consenso, si es una variable perniciosa de gripe o una enfermedad vascular.

Dos años después, podemos preguntarnos qué ha cambiado en realidad. ¿Cuánto tiempo se necesita para cambiar la opinión de las mayorías? Para aterrorizar a millones  de personas bastan unas cuantas horas a la semana de televisión, redes sociales, o servicios de entretenimiento por suscripción. Pero, ¿qué se necesita para cambiar los conceptos de aquello que se considera bueno, malo, deseable, repugnante, dañino o benéfico? ¿Qué sucede con las formas de pensamiento que aglutinan de una manera específica a un grupo de personas?  

Las panaderías eran lugares francamente insalubres, el pan se ventilaba, mosqueaba y manoseaba de lo lindo y uno hacia de tripas corazón porque finalmente así son las cosas y así han sido siempre. Ahora todo pan, a excepción del bolillo, se vende debidamente empacado, fuera del alcance de las moscas y de las inquietas manos del comprador. Muy bien, punto para la limpieza.

Los supermercados limitaron el número de personas que pueden ingresar al establecimiento. Eso no significa que se reduce el tiempo de espera para poder pagar en caja, ya que también redujeron el número de cajas disponibles para realizar el pago. Igualito hicieron los bancos.  Punto para la idiosincrasia.

Anteriormente, personas con razonables hábitos de limpieza colocaban una jerga o un tapete en la entrada del hogar o del negocio. Ahora es obligado tener un recipiente con líquido desinfectante donde humedecer las suelas de los zapatos para posteriormente secarlas en un tapete dispuesto para tal fin. La idea es evitar enfermarse, pues se supone que éste virus en particular tiene la capacidad de volar o que la gente tira comida al suelo antes de llevársela a la boca. Obviamente, los zapatos de las personas son agentes altamente contagiosos, no así las patas de cualquier mascota que salga de casa tranquilamente a pasear y hacer sus necesidades. Por alguna mágica razón, las patas de los animales domésticos regresan limpias e impolutas, tal como estaban antes de salir de casa.  Punto para la ignorancia.

Al virus oriental le tomó año y medio llegar al número de muertes que a nivel mundial provocan el consumo de alcohol o la obesidad en un año, según lo dicho por la misma agencia del terror. El virus no parece muy eficaz en su cometido. Punto para las matemáticas.

Según  las cifras oficiales, en nuestro país muere el 7.5 % de los infectados. Esto es 4.6 veces más que en el país vecino del norte, o 5.5 veces más que en la India.  Si los números son ciertos, el problema en México no es el virus, sino la falta de hospitales y de personal médico. Si recordamos grandes y festivos eventos, donde el gobernador en turno de cualquier ruinoso estado del país, inauguraba con gran boato hospitales inexistentes, tomado prestados mobiliario y personal, lo anterior se explica fácilmente.

Sería muy bueno saber, dado que los números no mienten, y obvio, después de conocer la gran preocupación que mostraron las administraciones locales y la federal por la salud de la población toda, ¿por qué es más importante la construcción de un tren turístico y una planta refinadora de petróleo, al grado de considerarlos como asuntos de “Seguridad nacional” y no la construcción de hospitales para brindar atención médica suficiente? Si claro, el acuerdo publicado menciona que los programas de salud también son considerados prioritarios, solamente que los proyectos en materia de salud - que durante dos años se nos ha dicho que es de lo más importante- no se ven por ningún lado.

Y así nos va.