miércoles, 22 de septiembre de 2021

 

Bancarrota

Juan Preciado



“Hidalgo, Allende y sus compañeros se lanzaron indiscretamente en una revolución que eran enteramente incapaces de dirigir; (…) no hicieron otra cosa que llenar de males y desventuras incalculables a su patria”.

  Lucas Alamán.


Pasan los años y en las desfachatadas proclamas que se suceden durante la “ceremonia del grito” de independencia de México, la noche del 15 de septiembre, donde se ha hecho mención de personajes ajenos a la guerra de independencia (Zapata, Juárez, los niños héroes, "la fraternidad universal"), el nombre de Agustín de Iturbide continua en rencoroso olvido. Se festeja el inicio atropellado y disoluto de la independencia del país, pero no su tersa consumación que sucedió 11 años después, un 27 de septiembre, que para colmo, coincide con la fecha de nacimiento del ultrajado padre de la patria. Quizá pese más la mexicana costumbre de festejar los acontecimientos durante su inicio, que la concordancia con la fecha de su nacimiento. Además, la ceremonia del grito de independencia se festeja la noche del 15 de septiembre y no la madrugada del día 16 del mismo mes (como claramente propuso hacer de manera solemne Morelos en su escrito “Sentimientos de la nación”) ya que coincide con la fecha de cumpleaños del segundo gran villano de la historia de México, el personaje doloso que tuvo a bien construir el México que los turistas buscan conocer durante su visita a la capital del país.

En el estado de Guanajuato, existe un pequeño pueblo con una parroquia  inmensa, en cuyo vestíbulo se lee lo siguiente:

“Al libertador Iturbide en el centenario de su entrada triunfal en la capital de la República. Uno de los pocos pueblos que no se han olvidado de su memoria.

 San José de Iturbide a 27 de septiembre de 1921"

 

En un país violento como el nuestro, no pareciera prudente exaltar como héroe patrio a un curita pendenciero responsable de matanzas y crímenes que fueron creciendo en gravedad conforme la chispa de la revuelta se esparcía por todo el país. Recién iniciada la independencia (sic) de México, los levantados llegaron a la capital del estado de Guanajuato y mataron a todos los hombres que se habían parapetado en la alhóndiga de Granaditas. 

Irónicamente, la palabra árabe que describe al edificio, proviene de un vocablo griego que significa “bienvenidos todos”, incluyendo las cuadrillas del cura, algo que seguramente no sabían los que ahí se pertrecharon. Fueron masacrados todos, solamente unas pocas familias criollas se salvaron, entre éstos, una viuda de apellido Alamán y su hijo de 18 años, Lucas, el historiados que narrará la violencia ciega y la crueldad sin sentido que manchaba el paso y las intenciones de los insurrectos. La intención de Hidalgo era destruir el viejo orden y lo logró.

 

“México se fundó sin una economía, no por problemas del imperio o de política. Fue porque los insurgentes del Bajío de 1810 destruyeron el capitalismo de la plata, de donde provenía la mayor parte del dinero no sólo del país, sino del mundo”.

John Tutino, “Creando un nuevo mundo”, Fondo de cultura económica, 2016.

 

Se salvó el historiador, pero no se salvó la economía. El pequeño interregno que establece Hidalgo para montar su cuartel en Guadalajara, es notable; el padre de la patria se hace llamar “su alteza serenísima”, y Allende, su compañero de armas, considera envenenar al “cabrón del cura” debido al tamaño de sus desmanes.

 

La ambición no colmada y el no contar ya con ningún enemigo a quien vencer –los había derrotado a todos- provocan el retiro del coronel Iturbide durante cuatro años.

 

En 1820, Iturbide es nombrado comandante general del sur, a fin de derrotar la resistencia de Vicente Guerrero. En vez de combatirlo, Iturbide busca dialogar con Guerrero, con el fin de terminar con “el inútil derramamiento de sangre”. De lo anterior nace el plan de Iguala, el abrazo de Acatempan y la consumación de la independencia nacional. Iturbide ingresa a la capital del país y lo hace caminando plácidamente. Atrás quedaron los años llenos de sangre derramada que serían la mácula imborrable que marcaria el destino de México.

Coronado como Agustín I, Iturbide debe hacer frente a una realidad inesperada y sorprendente -de manera trágica- para todos los que buscaron la emancipación de la península con el fin de administrar las “fabulosas” riquezas de la colonia: después de años de una absurda guerra de destrucción, el país estaba en la bancarrota y lo sigue estando 200 años e innumerables revueltas después.

Y así nos va.

“Soy soldado de Iturbide,

visto las tres garantías,

hago las guardias descalzo

y ayuno todos los días”

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Agustín de Iturbide, “Antorcha luminosa del Anáhuac”

Juan Preciado



“La única persona capaz de separar este país de España es Agustín de Iturbide”

Félix María Calleja.

En 1810, Iturbide había sido invitado por su paisano, a unirse a la revuelta insurgente. Hidalgo le ofreció al “Dragón de hierro” el cargo de teniente general. Iturbide rechazó el insultante ofrecimiento. El notable militar, a favor de acabar con el dominio de la corona española, reprobaba una reforma por la vía de la violencia, la venganza y el odio. El saqueo y destrucción de la hacienda familiar (vecina de la hacienda del cura  Hidalgo) y lo actos de barbarie perpetrados en Guanajuato, motivaron a Iturbide (y a otros criollos)  a combatir la insurgencia.

A Iturbide debemos el nombre y la independencia del país, la bandera nacional y los chiles en nogada.


"La victoria fué compañera inseparable de las tropas que mandé. No perdí una acción; batí a cuantos enemigos se me presentaron o encontré, muchas veces con fuerzas inferiores en proporción de uno a dieciocho o veinte"

Agustín de Iturbide


En 1921, aquél que con efectiva violencia combatiera las hordas destructoras del bajío, logró a través de persuasiva correspondencia, la unión de los mandos castrenses novohispanos. Logro grandísimo que le permitió tomar la capital del país “sin sangre, sin incendios, sin robos ni depredaciones, sin desgracias y –de una vez- sin lloros y sin duelos”,   toda vez que años antes, el país había sido ahogado en sangre.

Cuando el libertador se hace cargo del inmenso y enclenque imperio, el congreso -ya desde entonces frívolo e incapaz-, se dedicó a cancelar las reformas dictadas por el emperador. El colombiano Miguel Santa María y el estadounidense Joel R. Poinsett dirigían las intrigas. Fácil resultó al estadounidense alimentar la voraz ambición del perverso brigadier Antonio López de Santa Anna, el “héroe de 100 derrotas”. El ejército estadounidense podía enfrentar a Santa Anna, a Iturbide no.

 

“En donde murió Iturbide, viven en paz los traidores”

José Joaquín Fernández de Lizardi

 

Iturbide conocía la ambición de Santa Ana y los medios de los que estaba dispuesto a valerse. El día de su coronación, Santa Anna trató de enamorar a la hermana del emperador, María Nicolasa de Iturbide y Aramburú, de 60 años de edad. En 1822, Iturbide destierra al colombiano Santa María, pero éste se queda en Veracruz protegido por Santa Anna. Días después manda apresar a 66 diputados conjurados, Felipe de la Garza se amotina a favor de los detenidos y termina siendo apresado y acusado de traición. Iturbide no sólo le perdonó la vida, también le restituyó el puesto. Un año después, en Tamaulipas, de la Garza prende y ejecuta a Agustín de Iturbide.

 

“Usted sólo ha sido digno de compararse con Napoleón, el hombre de los siglos…”

José Joaquín Fernández de Lizardi

 

Cuándo la pandilla de bribones promulga el Plan de Casa Mata, en febrero de 1823, Iturbide se niega a combatir la insurrección a pesar de su prestigio militar. El 19 de marzo de 1823 abdica al trono y promete expatriarse. El 30 de marzo sale rumbo a Veracruz y como en tantas otras ocasiones en su vida, a su paso “las mulas de su carro fueron desuncidas para ser tirado por la gente”.

Clásico rencor de la mediocridad ante lo sobresaliente, el congreso ordena sortear poblaciones para evitar las muestras de afecto al libertador, manda  que el barco que se dirige a Liorna no descanse en ningún puerto, retira la escolta al barco a fin de que caiga en manos de piratas, abundantes en el golfo de México. Llegando a Italia, le es negado el comprar una finca en Roma y le impiden residir en Florencia hasta que finalmente, recibe hospedaje por parte de la princesa Paulina Bonaparte, hermana de Napoleón, su compañero de prodigios.

"¿Qué aberración tan monstruosa, sólo vista en México (...) loar la libertad y maldecir al libertador, glorificar la obra y desdeñar al obrero, tomar el don y escarnecer al que lo da? (...) Iturbide es una gloria de México (...) Su genio militar, su visión política, su gobierno magnánimo, su abdicación gloriosa, su decencia personal, su amor al pueblo y el amor de su pueblo, pónenlo entre las figuras universales"

Alfonso Junco

Tanto estimaba Simón Bolívar la figura y -sobre todo- el destino trágico de Agustín de Iturbide, que tomo a su hijo, “Agustín el mayor” como parte de su guardia personal, siendo el primogénito la persona que acompañó al libertador hasta su muerte, en la Quinta de San Pedro Alejandrino.

“Dios nos libre de la carrera y la muerte de Iturbide… el tal Iturbide ha tenido una carrera meteórica, brillante y pronta como una exhalación; este hombre ha tenido un destino singular: su vida sirvió a la libertad de México y, su muerte, a su reposo. No me canso de admirar que un hombre tan común como Iturbide hiciese cosas tan extraordinarias. Bonaparte estaba llamado a hacer prodigios; Iturbide no; y por lo mismo los hizo mayores que Bonaparte”

Simón Bolívar

Para honrar la historia, recomponer la decencia, aliviar la vergüenza perpetrada por el sistema y sus mediocres fiestas de cada septiembre, bueno sería reconocer al padre de la patria y celebrar el veraz bicentenario de la independencia el 27 de septiembre de 2021.

“(…) si gobierna por leyes sabias formadas sobre bases sólidas, el pueblo verá asegurados sus derechos y trabajará en aumentar las fuentes de riqueza pública si no es agitado por disensiones políticas. Si la nación es protegida por un gobierno que no la sobrecargue con impuestos y no ponga trabas a la industria, el pueblo llegará a ser un pueblo opulento”.

Agustín de Iturbide

Obviamente hasta ahora, lo único que ha podido ser –y por decreto-, es un “pueblo sabio”.

Y así nos va…