lunes, 22 de septiembre de 2014

Desfondados


Juan Preciado
Año con año se califican como “atípicas” las lluvias que afectan e inundan las principales ciudades del país. Semejante calificativo es utilizado por las “autoridades”. De aquí podemos inferir que “atípico” es un neologismo que describe la indolencia, ineficacia y de plano inutilidad de las “autoridades” locales y federales para hacer frente a situaciones que son completamente previsibles. Lo mismo sucede cada año en las ciudades costeras del país durante la temporada de huracanes.  Simplemente se permite que los desastres ocurran. Existen indicadores y tecnología suficiente como para poder evaluar el potencial destructivo de un huracán que se forma mar adentro, muchos días antes de que comience su camino hacia las costas; no se forman de sopetón e improviso, son completamente mensurables. Entonces, ¿por qué no se hace nada para evitar desgracias materiales y humanas? Pues porque, para variar, son oportunidad de negocio para la delincuencia desorganizada. 

Existe una entelequia demagógica llamada FONDEN, que supuestamente tiene como objetivo “atender los efectos de desastres naturales imprevisibles, cuya magnitud supere la capacidad financiera de respuesta de las dependencias y entidades federales, así como de las entidades federativas”. Suena bonito, sólo que la capacidad financiera del fabuloso fondo tampoco alcanza para nada, por lo que la maquinaria del sistema entra en acción para iniciar la colecta organizada por los aparatos de propaganda y adoctrinamiento de masas, solicitando ayuda para “nuestros hermanos en desgracia”. ¿Por qué, si dizque se tiene un fondo (insuficiente) para (nunca) hacer frente a los daños (totalmente previsibles) ocasionados por desastres naturales, el sistema comienza a limosnear? ¿Qué tal si en vez de comprar un avión presidencial tan costoso como inútil (con el agravante de quién y para qué va ser utilizado), se asignan recursos suficientes para el ilusorio FONDEN (que así dejaría de ser una ilusión)? Pagamos muchísimos impuestos solamente para pagar la nómina de una burocracia rapaz; para hacer frente a las contingencias ocasionadas por su indolencia, tenemos que pagar todos. Son incapaces de organizar y llevar a cabo la evacuación de personas en peligro de recibir el impacto directo de un huracán, pero están prestos para limosnear a quién caiga en la trampa de la solidaridad. 

¿Cuánto donan los señores que ganan muchísimo dinero metiendo mano a los impuestos que pagamos todos? Cero. Los payasos que trabajan al servicio del sistema no se quedan atrás y realizan actividades varias (conciertos, por ejemplo) para recaudar fondos. Esos fondos, otra vez, salen de la bolsa de las personas tan ingenuas como bienintencionadas. Nadie garantiza además que lo donado en dinero o en especie llegue a los afectados; las donaciones siempre corren el peligro de engrosar los almacenes planificados para la compra de votos.  

El sistema de poder hace ostentación de cinismo y de falta de escrúpulos, cuando roba a manos llenas, sabedores de que la justicia en este país nuca alcanza al que roba lo suficiente para poder comprarla. Tal cinismo entrega pésimos ejemplos para el que se educa a través de los medios de comunicación; los unos, ante la desgracia, el saqueo de lo que queda en pie; los otros a pedir y a dar limosna. ¿De qué otra manera se puede explicar la facilidad con la que el mexicano se hace de lo que no es suyo? ¿Cómo es que tan fácilmente puede pasar al bando de la delincuencia ocasional? Siguiendo el mensaje que ofrece el sistema de poder: hacerse de cuanta cosa se pueda, sin reparar en los medios y sin sentir asomo de vergüenza.


Qué vergüenza.