miércoles, 10 de agosto de 2011

El Nomadismo. Vagabundeos Iniciáticos.


Lo que es, ya no satisface. El mundo se vuelve el no lugar. Las revueltas sociales o las pequeñas rebeliones cotidianas se exasperan. Hay que ponerse en marcha. En México conocemos bien este tipo de vagabundeos; campesinos, obreros y profesionales huyendo de la marginación, la pobreza y en años recientes, de la violencia. Y los que se quedan, a replicar la violencia en el país convertido en el lugar donde nada es.

MICHEL MAFFESOLI

Dejemos de adorar las opiniones y nutrámonos del estoicismo antiguo como fuente de sabiduría para el tiempo presente.

Quizás así pasemos de la aceptación de los hechos a un amor profundo por los hechos. Del amor fati al amor mundi. El mundo sólo es miserable para quienes en él proyectan su propia miseria. Con demasiada frecuencia el malestar de la intelligentsia es, en efecto, la medida para la apreciación de las cosas. Ciertamente esto tiene cada vez menos importancia, pues al no reconocernos más, o muy poco, en las diversas representaciones moralistas engendradas por la modernidad, cada uno de nosotros se dedica, cada vez más, a gozar de lo que podemos ver y vivir.

Demasiado obnubilados por una lógica del deber ser, cuyos contornos son de lo más rígidos, hemos olvidado por completo ese poderoso relativismo popular, profundamente arraigado, para el cual "el mundo en que penetramos al nacer es brutal y cruel y, al mismo tiempo, de una belleza divina". Ahí se encuentra precisamente el drama esencial de este fin de siglo que presencia la apertura de un abismo entre quienes viven y quienes dictan sobre el mundo, o piensan actuar sobre él. Abismo donde se precipitan, con el éxito que es conocido, todos los demagogos que destilan discursos de odio, de racismo o de xenofobia. Empero, con que sepamos ser un poco exigentes en el acto de pensar, un drama semejante no tiene nada de ineluctable.

Efectivamente, si existe una vocación del pensador, ésta es precisamente la de hacer participar a "la realidad" en un mundo mejor. No en la realidad  filistea de las evidencias, sino en esa mucho más global de lo que es evidente.

Esta distinción requiere rigor en el análisis y, por tanto, una ascesis por parte de quien se dedica a esto. No lo olvidemos: un libro es escrito por quien lo lee. Lo cual no impide el hecho de pedirle que realice un esfuerzo. Quizás sea tiempo de recordar que el proceso de escribir pertenece al orden de lo sacro y necesita por consiguiente un estado de ánimo específico, sobre todo dentro del doble movimiento (retomando las dos formas parónimas de las que acabo de hablar) "de la resistencia y de la sumisión": resistencia a la evidencia, sumisión a lo que es evidente. Resistencia así, pues, a una cultura "mercantilizada", ya sea que ésta sea científica, periodística o incluso de carácter profesional.

Resistencia igualmente a una cultura de buenos sentimientos canalizada por una retahíla de ensayos lastimeros, todos ellos bien intencionados, tanto unos como otros. En todos esos casos nos encontramos ante una especie de fast food teórico, rápidamente consumido. Pero ¿acaso se puede decir rápidamente digerido cuando se sabe lo pesado que cae al estómago y la mala grasa que genera? Hay que saber resistir a lo que parece claro en primera instancia, a lo que se comprende de inmediato sólo porque es del todo racional. Resistir, igualmente, al prurito de las opiniones. Ayer dominaba el dogmatismo de la lucha de clases; hoy, las gesticulaciones humanitarias; iY no olvidemos esas certezas que eliminarán la fractura social, o aliviarán el repentino e insoportable malestar del mundo!

No hay nada más tedioso que las sucesivas y siempre perentorias "opiniones" con que nos abruman los artículos periodísticos. Opiniones rápidamente retomadas, por cierto, en libros mal acabados y sin futuro, como aquellas que precisamente los mismos periódicos no cesan de alabar con la pretensión de que representan al pensamiento del siglo, ¡Pobre siglo en verdad! Hermann Hesse lo llamaba "la era de la página de espectáculos". Pobre siglo en que la palabra intelectual puede designar cualquier cosa, es decir, casi nada. Pobre siglo el que ha tomado como modelo de análisis lo que han hecho de él ciertos periodistas  apresurados, "sin objetividad ni subjetividad ",como ya nos lo recordaba Georg Lukács. Una especie de veletas, o de moscas de la diligencia, invadidos por opiniones etéreas y siempre en búsqueda de una opinión pública estable y general. Sin ser gran profeta se puede predecir que el desprestigio que recae tan claramente sobre la clase política va a volcarse muy pronto sobre esta intelligentsia que ya no respeta la venerable paciencia del pensamiento.

Aquí es donde interviene la sumisión a lo evidente. Sumisión que genera un pensamiento aristocrático al que no le interesa mucho influir en una muchedumbre de nociones simples, rápidamente adquiridas, sino ante todo atento a los matices y abierto a considerar las complicaciones. Es lo menos que requiere para dar cuenta de la situación de una sociedad compleja. Es esto mismo lo que motiva a escribir ácidamente y con desenvoltura. Reunir lo que está disperso, eliminando toda intención de perturbar el objeto de análisis. Para retomar un tema muy importante para mí, no se trata de convencer, de representar las cosas, sino de presentarlas. Punto.

Son esta resistencia y sumisión las que, haciendo un llamado a una especie de "sueño-pensamiento", ponen a prueba la visión intuitiva del erudito. Como en el Zohar, esto nos lleva a considerar el sueño como una "pequeña profecía”.  Se trata de una sensibilidad teórica consciente de que cada cosa es, siempre, más o menos, algo distinto de lo que parece ser, o de lo que se quisiera que fuese.

De ahí el planteamiento de una actitud apofática, tal como se le encuentra en ciertas teologías, ya sea cristiana, musulmana o shivania, que considera que sólo se puede hablar de Dios con rodeos. De esta forma sólo se podría hacer una referencia indirecta a lo que más cuenta en la vida social, lo que acarrearía una relativización de los libros a través de la existencia.

Relativización que significa claramente lo que es: al enfrentarse uno con otra, al apoyarse uno en la otra, el libro y la vida dan lo mejor de sí mismos: liberan, en el mejor de los casos, sus riquezas respectivas.

Para retomar una expresión que fue aplicada por Evans Pritchard a Marcel Mauss, pienso emprender una especie de "metafísica sociológica" que permita mostrar que, contrariamente a las evidencias de la opinión científica, la vida errante y el nomadismo, en sus diversas modalidades, son un hecho cada vez más evidente.
Se puede, y es lo que sucede las más de las veces, cantar la cancioncilla del Individualismo en boga. Se puede igualmente deplorar el hedonismo egoísta de las jóvenes generaciones o, al contrario, festejar su profesionalismo y otros valores positivos propios del productivismo dominante.

Partiendo de la petición de principio que en la modernidad hace del trabajo el valor esencial de la realización del individuo y de lo social, se puede ver en el desempleo la plaga del momento. Todas estas evidencias, o ideas convenidas, son lugares comunes que únicamente dan cuenta de las opiniones o proyecciones de quienes están en el poder de decir o hacer.

Algo totalmente distinto es la capacidad para ver el resurgimiento de estructuras inmutables siempre nuevas, cosas antiquísimas, arquetípicas, que se elevan ante nuestros ojos. Éste es el acto creador del pensamiento: poder observar cómo una estructura intemporal, sin perder su frescura virginal, se actualiza vigorosamente aquí y allá, a través de minúsculas manifestaciones. Una estructura que se desarrolla de manera infinitesimal en la vida de todos los días, hasta volverse una "forma" matricial en el sentido que he dado a este término en otro lugar, o una figura “emblemática" (Durkheim) en la cual cada uno de nosotros puede reconocerse.

La vida errante se encuentra entre esas nociones que, además de su aspecto fundador de todo conjunto social, traducen convenientemente la pluralidad de la persona y la duplicidad de la existencia. Expresa también la revuelta violenta violenta o discreta, contra el orden establecido, y da una buena clave para comprender el estado de rebelión latente en las jóvenes generaciones, cuya amplitud apenas comienza a entreverse, y de la cual no se han terminado de evaluar sus efectos.

El "mal del infinito", del cual hablaba Durkheim, permea cada vez más nuestro espíritu y e lcuerpo social en su conjunto. Es necesario decirlo. Tampoco sería inútil recordar que lo anómico de hoy, con su fuerza libertaria, es lo mismo que a menudo funda lo canónico del mañana, En efecto, adoptando apariencias afables, incluso tomando formas que podrían evocar indiferencia, hay fuego latente bajo el hervidero de lo social. La época es exigente, y podemos esperar la multiplicación de explosiones tan repentinas como imprevistas, bajo formas cada vez menos políticas.

Así, incluso si el nomadismo no es consciente de si mismo, si a fortiori no se verbaliza como tal, puede ser considerado como una expresión de la exigencia de la época. El anhelo de una vida marcada por lo cualitativo, el deseo de romper el enclaustramiento y la confinación domiciliarios, característicos de la modernidad, constituyen todos una nueva búsqueda del Santo Grial, que al mismo tiempo reactiva la dinámica del exilio y la reintegración. En este sentido, se trata de un proceso iniciático que no es más que algo personal. Nos encontramos, sin lugar a dudas, ante la presencia de un inconsciente colectivo.

Esto lo he llamado en otro momento una especie de "centralidad subterránea", que actúa en las profundidades de un cuerpo social que se quiere racional, positivista y modelado en su totalidad por valores utilitarios, incluso utensiliarios. Pero recordemos que los sueños más poderosos son sueños impersonales.
El de l'échappée-belle pertenece a los sueños que hacen un llamado a la surrealidad de lo real, es decir, a esa extraña capacidad para inventar un eterno presente que dé cuenta a cada momento, día tras día, de tesoros ya existentes, y que constituyen, stríctu sensu, la riqueza insondable del poderío de lo social. Es así que, lejos de las vanidades intelectuales, discretamente, el lento trabajo del pensamiento se une a la inactual actualidad de una sociabilidad en gestación. Es decir, un proyecto de ser que al mismo tiempo no se finaliza.

Y no se trata solamente de hechos efectuados por individuos aislados o asociados en el marco de una acción política, económica o social. Es un proyecto de ser que en buena medida es inconsciente y que, en su sentido principal, es una verdadera síntesis cultural que determina todas las formas del estar juntos, desde las más vistosas hasta las más anodinas, todas ellas especificas de la vida común y corriente.

Asimismo, se piensa que el retorno de los valores dionisiacos no puede ser considerado como algo sin importancia. Tal como, en las buenas y en las malas, el tribalismo posmoderno subraya la fragmentación de las sociedades homogéneas, de la misma manera ya es hora de tomar en serio el nuevo auge del impulso hacia la vida errante que en todos los ámbitos, en una especie de materialismo místico, recuerda la transitoriedad de todo. De esta manera, cada uno de nosotros se convierte en el viajero siempre en busca de otro lugar, o en aquel explorador encantado de aquellos mundos antiguos que es conveniente, siempre y de nuevo, inventar.

Acaso ser inquieto o perder el equilibrio no es, a fin de cuentas, lo característico de todo impulso vital?


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