lunes, 30 de mayo de 2011

Nadie quiere hablar de balas israelíes


Robert Fisk


Fui a ver a Munib Masri en su hospital de Beirut. Él es parte de la revolución árabe, aunque no lo ve así. Su rostro denotaba el dolor que sentía; le ponían suero, tenía fiebre y unas espantosas heridas causadas por una bala israelí de 5.6mm que le dio en el brazo. Sí, una bala israelí, porque Munib era uno de los miles de jóvenes palestinos y libaneses desarmados que se plantaron frente al fuego abierto por los israelíes hace dos semanas, en la frontera de la tierra que llaman Palestina.

“Estaba furioso… acababa de ver cómo los israelíes golpeaban a un niño –me dijo Munib–. Me acerqué a la valla fronteriza; los israelíes disparaban a mucha gente. Cuando me dieron, quedé paralizado. Se me doblaron las piernas. Luego me di cuenta de lo que había pasado. Mis amigos me sacaron de allí.”

Le pregunté si forma parte de la Primavera Árabe. No, me dijo, sólo protestaba por la pérdida de su tierra. Me gustó lo que pasó en Egipto y Túnez. Me alegro de haber ido a la frontera libanesa, pero también lo lamento.

No es sorprendente. Más de 100 manifestantes inermes fueron heridos durante la marcha de palestinos y libaneses para conmemorar la expulsión y el éxodo de 750 mil palestinos de sus hogares, en 1948. Seis murieron, y entre los más jóvenes de los alcanzados por las balas había dos niñas pequeñas, una de seis años y la otra de ocho. Más objetivos de la guerra al terror de Tel Aviv, supongo, aunque la bala que mató a Munib, estudiante de geología en la Universidad Americana de Beirut, de 22 años, causó un daño terrible. Le penetró por un costado, le cortó el riñón, le dio en el hígado y luego le quebró la espina dorsal. El día que visité a Munib tuve la bala en la mano: tres pedazos refulgentes de metal color café, que se estrellaron dentro de su cuerpo. Tiene suerte de estar vivo.

Afortunado también de ser ciudadano estadunidense, para mucho que le sirvió. La embajada de su país envió una representante a visitar a sus padres en el hospital, según me contó Mouna, la madre del joven. “Estoy devastada, triste, indignada… y no quisiera que esto le pasara a ninguna madre israelí. Vino la diplomática estadunidense y le expliqué la situación de Munib. Le dije: ‘Quisiera que llevaran un mensaje a su gobierno: que presione a los israelíes para que cambien sus políticas. Si esto ocurriera a una madre israelí, el mundo se había puesto de cabeza’. Pero ella me contestó: ‘No vine a hablar de política. Estamos aquí para darles apoyo social, para desalojarlos si lo desean, para ayudarlos con los pagos’. Le dije que no necesito nada de eso: ‘necesito que expliquen la situación’.”

Cualquier diplomático estadunidense está en libertad de transmitir los puntos de vista de los ciudadanos a su gobierno, pero la respuesta de esa diplomática fue de sobra conocida. Aunque estadunidense, Munib había sido herido por una bala inconveniente. No fue una bala siria o egipcia, sino israelí, inapropiada para hablar de ella, y mucho más para persuadir a una diplomática estadunidense de hacer algo al respecto. Después de todo, cuando Benjamin Netanyahu recibe 55 ovaciones en el Congreso de Estados Unidos –más que el promedio en el parlamento baazista de Damasco–, ¿por qué el gobierno de Munib debe preocuparse por él?

En realidad, ha ido muchas veces a Palestina: su familia viene de Beit Jala y Belén, y conoce bien Cisjordania, aunque me expresó su preocupación de que pudieran arrestarlo la próxima vez que vuelva allá. Ser palestino no es fácil, en cualquier lado de la frontera en que uno se encuentre. Mouna Masri se indignó cuando su marido fue a tramitar la renovación de la residencia de la hermana de ella en Jerusalén oriental. Los israelíes insistieron en que debía venir desde Londres, aunque se les informó que estaba recibiendo quimioterapia, relató.
Yo estuve en Palestina apenas dos días antes de que hirieran a Munib, visitando a mi suegro en Nablus. Vi a toda la familia y estaba contenta, pero extrañaba mucho a Munib, así que regresé a Beirut. Él estaba muy emocionado por la marcha a la frontera. Había dos o tres autobuses para llevar a estudiantes y profesores de la universidad, y el domingo se levantó a las 6:55 de la mañana. A eso de las 4 de la tarde llamó la tía de Munib, Mai, y me preguntó si había alguna noticia; comencé a inquietarme. Luego recibí una llamada de mi marido para decirme que habían herido a Munib en la pierna.

Fue mucho peor. El joven perdió tanta sangre que los doctores del hospital Bent Jbeil temían que falleciera. Los pacificadores de Naciones Unidas en Líbano –dolorosamente ausentes de la sección de Maroun al-Ras en la frontera durante la manifestación de cinco horas– lo trajeron en helicóptero a Beirut. Muchos de quienes viajaron a la frontera con él venían de campos de refugiados y –a diferencia de Munib– jamás habían visitado la tierra de sus padres. De hecho, en muchos casos ni siquiera la habían visto.

La tía Mai describió cuántos de quienes fueron en la marcha o en autobús a la frontera sintieron una brisa que soplaba a lo largo de la frontera desde lo que hoy es Israel. Todos la aspiraron fuerte, como si fuera una especie de libertad, narró.

Y eso es. Tal vez Munib no cree formar parte de la Primavera Árabe, pero sí pertenece al despertar árabe. Aunque él tiene un hogar en Cisjordania, decidió marchar con los desposeídos cuyos hogares están dentro de lo que es hoy Israel. “No tuvieron miedo –afirmó su tío Munzer–. Esa gente quería dignidad. Y con la dignidad viene el triunfo.”

Eso es lo que gritaba el pueblo de Túnez. Y el de Egipto. Y los de Yemen, de Bahrein, de Siria. Sospecho que Obama, aunque se rebaje ante Netanyahu, también lo entiende. Era eso lo que, a su modo pusilánime, trataba de advertir a los israelíes. El despertar árabe abarca a los palestinos también.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

jueves, 19 de mayo de 2011

Obama: inútil perorata sobre Medio Oriente


Robert Fisk

Bien, he aquí lo que el presidente Barack Obama debería decir este jueves con respecto a Medio Oriente: “Mañana nos vamos de Afganistán. Mañana nos vamos de Irak. Dejaremos de dar apoyo incondicional y cobarde a Israel. Obligaremos a los estadunidenses –y a la Unión Europea– a poner fin al sitio de Gaza. Suspenderemos todo financiamiento futuro a Israel a menos que cancele, total e incondicionalmente, su construcción de colonias en tierra árabe que no le pertenezca. Cesaremos toda cooperación y negocios con los pérfidos dictadores del mundo árabe –sean sauditas, sirios o libaneses– y apoyaremos la democracia aún en los países donde tenemos enormes intereses de negocios. Ah, sí, y hablaremos con Hamas”.

Desde luego el presidente Obama no dirá eso. Hombre timorato y vanidoso, hablará de los amigos de Occidente en Medio Oriente, de la seguridad de Israel –palabra que jamás ha dedicado a los palestinos– y predicará sobre la Primavera Árabe como si él la hubiera respaldado alguna vez (hasta que los dictadores pusieron pies en polvorosa, claro), como si cuando el pueblo egipcio necesitaba desesperadamente su apoyo él hubiera puesto su autoridad moral a su disposición, y sin duda lo oiremos decir lo grandiosa que es la religión islámica (pero no demasiado, o los republicanos volverán a exigir el certificado de nacimiento de Barack Hussein Obama) y nos pedirá –sí, me temo que eso hará– volver la espalda al pasado de Bin Laden, buscar un cierre y seguir adelante (cosa en la que me parece que el talibán no estará de acuerdo).


Obama y su igualmente temerosa secretaria de Estado no tienen idea de lo que enfrentan en Medio Oriente. Los árabes ya no tienen miedo. Están cansados de sus amigos y hartos de nuestros enemigos. Muy pronto los palestinos de Gaza marcharán a la frontera de Israel y exigirán volver a casa. El domingo tuvimos una señal de esto en las fronteras de Siria y Líbano. ¿Qué harán los israelíes? ¿Matar palestinos por miles? ¿Y qué dirá Obama entonces? (Por supuesto, llamará a la prudencia de ambas partes, frase heredada del torturador que lo precedió en el cargo.)

Me parece que los estadunidenses sufren de lo mismo que los israelíes: se engañan con sus propios argumentos. Los estadunidenses siguen refiriéndose a la bondad del Islam; los israelíes, a su entendimiento de la mente árabe. Pero no es cierto. El Islam como religión tiene poco que ver en esto, como tampoco el cristianismo (palabra que no oigo mucho en estos días) ni el judaísmo. Este movimiento es cuestión de dignidad, honor, valor, derechos humanos, cualidades que en otras circunstancias Estados Unidos siempre elogia, y que los árabes sienten merecer. Y tienen razón. Es tiempo de que los estadunidenses se liberen de su temor a los cabilderos israelíes –a los del partido Likud, para ser exactos– y sus repulsivas acusaciones de antisemitismo a todo aquel que se atreva a criticar a Israel. Es tiempo de que tomen ánimos de la inmensa valentía de los miembros de la comunidad judía estadunidense que hablan de las injusticias que cometen tanto Israel como los líderes árabes.
Pero, ¿dirá algo así este jueves nuestro presidente favorito? Olvídenlo. Éste es un presidente de palabras melifluas que debería –¿por qué hemos olvidado esto?– haber devuelto el Premio Nobel de la Paz porque ni siquiera ha podido cerrar Guantánamo, ya no digamos lograr la paz. Barack Obama tendría que haber vivido en el mundo real y no es ningún Gandhi, como si Gandhi –y hay que alabar al Irish Times por destacar esto– no hubiera tenido que combatir al imperio británico. Eso sí, tendremos a los analistas de costumbre en Estados Unidos diciéndonos lo maravillosas que son las peroratas de ese hombre desdichado.

Y luego viene el fin de semana en que Obama tendrá que dirigirse al Comité Estadunidense Israelí de Asuntos Públicos, el amigo cabildero más grande y poderoso de Tel Aviv en Washington. Y será volver al principio: seguridad, seguridad, seguridad, con escasa –si alguna– mención a los asentamientos en Cisjordania y, de seguro, muchas alusiones al terrorismo. Y sin duda, alguna referencia a la muerte (no usemos la palabra ejecución) de Osama Bin Laden.
Lo que Obama no entiende –y de lo que, desde luego, la señora Clinton no tiene la menor idea– es que, en el nuevo mundo árabe, no se puede confiar ya en dictadores lambiscones ni en la adulación. Tal vez la CIA tenga que entregar fondos, pero sospecho que pocos árabes querrán echar mano de ellos. Los egipcios no tolerarán el sitio de Gaza. Tampoco los palestinos, me parece. Ni los libaneses, para el caso, ni los sirios cuando se hayan librado de los jefes de clanes que los gobiernan. Los europeos caeremos en cuenta de ello más rápido que los estadunidenses –después de todo, estamos bastante más cerca del mundo árabe– y no dejaremos que la complaciente indiferencia de Washington al robo israelí de propiedades guíe nuestras vidas para siempre.


Por supuesto, será un enorme deslizamiento de placas tectónicas para los israelíes, que deberían felicitar a sus vecinos árabes y a los palestinos por unificar su causa, y mostrar amistad en vez de miedo. Hace mucho que se rompió mi bola de cristal, pero recuerdo lo que Churchill dijo en 1940: “Lo que el general Weygand llamó la batalla por Francia ha terminado. La batalla de Gran Bretaña… está a punto de empezar”.


Bueno, el viejo Medio Oriente ha terminado. El nuevo Medio Oriente está por comenzar. Y más vale que despertemos.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

miércoles, 18 de mayo de 2011

Un arma que necesita ser afilada

"La Marcha de la Sal de Gandhi no sólo fue teatro político. Cuando, en un simple acto de desafío, miles de indios marcharon hacia el mar e hicieron su propia sal, rompieron las leyes de impuestos sobre la sal. Fue un golpe directo al sostén económico del Imperio Británico. El daño fue real".
ARUNDHATI ROY (2004)


Las marchas, aunque sean en todo el mundo y en ellas participen millones de personas, no bastan. Es preciso afilar y reimaginar el "arma preciosa" de la resistencia mundial. "Necesitamos enfocarnos en blancos reales, librar batallas reales e infligir un daño real". En otras palabras, realizar acciones que afecten de verdad los intereses del poder económico y político global. Porque en el triste, muy triste caso de México, al señor Calderón las marchas domingueras le tienen sin cuidado.



Movimiento por la Justicia Global 

MUMBAI.– El pasado enero, miles de nosotros, de todo el mundo, nos reunimos en Porto Alegre, en Brasil, y declaramos –reiteramos– que “Otro Mundo es Posible”. A unos miles de kilómetros al norte, en Washington, George W. Bush y sus asesores pensaban lo mismo.
Nuestro proyecto era el Foro Social Mundial. El suyo, continuar lo que muchos llaman El Proyecto por un Nuevo Siglo Estadunidense.

En las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos, donde hace unos años estas cosas sólo podrían haber sido pronunciadas en voz baja, ahora la gente habla abiertamente sobre el lado bueno del Imperialismo y la necesidad de un Imperio fuerte que patrulle un mundo indócil. Los nuevos misioneros quieren orden a costa de justicia. Disciplina a costa de la dignidad. Y superioridad a cualquier precio. Ocasionalmente invitan a algunos de nosotros a “debatir” el asunto en plataformas “neutrales” provistas por los medios corporativos. Debatir el Imperialismo es un poco como debatir los pros y contras de la violación. ¿Qué podemos decir? ¿Que realmente la extrañamos?

En cualquier caso, el Nuevo Imperialismo ya está aquí. Es una versión remodelada, aerodinámica, de lo que alguna vez conocimos. Por primera vez en la historia, un solo Imperio, con un arsenal de armas que podría arrasar con el mundo en una tarde, tiene una absoluta hegemonía unipolar económica y militar. Usa diferentes armas para abrir a la fuerza diferentes mercados. No existe país en la tierra de Dios que no esté en la mira del misil crucero estadunidense y la chequera del FMI. Argentina era el modelo a seguir si quieres ser el chico predilecto del capitalismo neoliberal; Irak, si quieres ser la oveja negra.

Los países pobres que son de valor estratégico geopolítico para el Imperio, o que tienen un “mercado”, de cualquier tamaño, o infraestructura que puede ser privatizada, o, ni lo quiera Dios, recursos naturales de valor –petróleo, oro, diamantes, cobalto, carbón– deben hacer lo que se les diga o se convertirán en blancos militares. Aquellos con las mayores reservas de riqueza natural son los que más están en riesgo. A menos de que voluntariamente entreguen sus recursos a la máquina corporativa, la agitación civil será fomentada, o habrá guerra. En esta nueva era del Imperio, en la que nada es lo que aparenta ser, se permite que los ejecutivos de empresas interesadas influyan en las decisiones de la política exterior. El Center for Public Integrity, en Washington, encontró que nueve de los 30 miembros de la Junta de Política de Defensa del gobierno estadunidense estaban relacionados con compañías a las que se dieron contratos de defensa por 76 mil millones de dólares entre 2001 y 2002. George Schultz, ex secretario de Estado estadunidense, fue presidente del Comité para la Liberación de Irak. También forma parte de la junta de directores de Bechtel Group. Cuando se le preguntó si existía un conflicto de intereses, en el caso de una guerra en Irak, dijo: “No sé si Bechtel se beneficiaría en particular de una [guerra]. Pero si hay trabajo que hacer, Bechtel es el tipo de compañía que podría hacerlo. Pero nadie lo ve como algo de lo cual uno se beneficia”. Tras la guerra, Bechtel firmó un contrato por 680 millones de dólares para la reconstrucción en Irak.

El Nuevo Racismo
Este esquema brutal ha sido usado una y otra vez en América Latina, Africa, Asia Central y Sudeste. Ha costado millones de vidas. Sobra decir que cada guerra emprendida por el Imperio se convierte en una Guerra Justa. Esto, en gran medida, se debe al papel que han jugado los medios corporativos. Es importante entender que los medios corporativos no sólo apoyan el proyecto neoliberal. Son el proyecto neoliberal. No se trata de una posición moral que escogieron asumir, es estructural. Es intrínseco a los intereses económicos de los medios masivos.

La mayoría de las naciones tiene secretos familiares adecuadamente atroces. Así que los medios no necesitan mentir a menudo. El punto está en qué se enfatiza y qué se ignora. Digamos, por ejemplo, que escogen a la India como blanco de una guerra justa. El hecho de que unas 80 mil personas han sido asesinadas en Cachemira desde 1989, la mayoría de ellas musulmanas, la mayoría a manos de las Fuerzas de Seguridad Indias; el hecho de que en febrero y marzo de 2002 más de 2 mil musulmanes fueron asesinados en las calles de Gujarat, las mujeres sufrieron violaciones tumultuarias, quemaron a niños vivos y 150 mil personas fueron sacadas de sus hogares mientras la policía y la administración miraban, y a veces participaban activamente; el hecho de que nadie ha sido castigado por estos crímenes y que el gobierno que los supervisó fue relegido... todo esto daría titulares perfectos en los periódicos internacionales en el preámbulo de la guerra.

Lo siguiente que sabríamos es que los misiles Crucero apuntarán hacia nuestras ciudades, nuestros pueblos serán cercados con alambre concertina, los soldados estadunidenses patrullarán nuestras calles, y Narendra Modi, Pravin Togadia o cualquiera de nuestros populares fanáticos intolerantes estarán, como Saddam Hussein, bajo custodia estadunidense, revisándoles el cabello en busca de piojos y las amalgamas de sus dientes serán examinadas en horario triple A.

Pero mientras nuestros “mercados” estén abiertos, mientras a corporaciones como Enron, Bechtel, Halliburton, Arthur Andersen se les dé manga ancha, nuestros líderes “elegidos democráticamente” pueden, sin temor alguno, borrar las líneas divisorias entre la democracia, el mayoritarismo y el fascismo.

La cobarde disposición de nuestro gobierno de abandonar la orgullosa tradición de India de ser No Alineado, su prisa por ser el primero en la fila de los Completamente Alineados (la frase de moda es “aliado natural” –la India, Israel y Estados Unidos son “aliados naturales”) le ha dado el espacio para convertirse en un régimen represor sin comprometer su legitimidad.
Las víctimas de un gobierno no sólo son aquellos a quienes mata y aprisiona. Aquellos que son desplazados y desposeídos y sentenciados a una vida de inanición y privaciones deben ser incluidos entre las víctimas. Millones de personas han sido desposeídas por proyectos de “desarrollo”. En los pasados 55 años, sólo las Grandes Presas han desplazado entre 33 y 55 millones de personas en la India. No tienen acceso a la justicia.
En los últimos dos años ha habido una serie de incidentes donde la policía ha abierto fuego sobre manifestantes pacíficos, la mayoría adivasi y dalit. Cuando se trata de los pobres, y en particular de las comunidades dalit y adivasi, los matan por invadir tierras forestales, y los matan cuando tratan de defender las tierras forestales de invasiones –de presas, minas, plantas siderúrgicas y otros proyectos de “desarrollo”. En casi todas las ocasiones en las que la policía abrió fuego, la estrategia gubernamental ha sido decir que el tiroteo fue provocado por un acto de violencia. Aquellos contra los que abrieron fuego inmediatamente son llamados militantes.
En todo el país, miles de personas inocentes, incluso menores de edad, han sido arrestados bajo la POTA (Ley de Prevención del Terrorismo) y se les mantiene en la cárcel indefinidamente y sin juicio. En la era de la Guerra contra el Terror, la pobreza es astutamente mezclada con el terrorismo. En la era de la globalización empresarial, la pobreza es un crimen. Protestar contra un mayor empobrecimiento es terrorismo. Y ahora, nuestra Corte Suprema dice que irse a huelga es un crimen. Criticar a la Corte es, claro, un crimen también. Están sellando las salidas.

Como en el viejo Imperialismo, el éxito del Nuevo Imperialismo también depende de una red de agentes –elites locales corruptas que sirven al Imperio. Todos conocemos la sórdida historia de Enron en la India. El entonces gobierno Maharashtra firmó un acuerdo de adquisición de energía que le dio a Enron ganancias que ascendieron a 60% de todo el presupuesto de desarrollo rural de la India. ¡Se le garantizó a una sola compañía estadunidense una ganancia equivalente a los fondos para el desarrollo de infraestructura para unas 500 millones de personas!
A diferencia de tiempos pasados, el Nuevo Imperialismo no necesita caminar penosamente por el trópico arriesgándose a contraer malaria o diarrea o una muerte temprana. El Nuevo Imperialismo puede ser conducido a través del correo electrónico. El vulgar racismo del Viejo Imperialismo, que se aplicaba abiertamente, ya pasó de moda. La piedra angular del Nuevo Imperialismo es el Nuevo Racismo.

Perdonar al pavo
En Estados Unidos, la tradición de “otorgar el perdón al pavo” es una maravillosa alegoría del Nuevo Racismo. Todos los años, desde 1947, la Federación Nacional del Pavo le entrega al presidente estadunidense un pavo para “la Acción de Gracias”. Cada año, en un show de ceremonial magnanimidad, el presidente le perdona la vida a ese pájaro (y se come otro). Tras recibir el perdón presidencial, el Elegido es enviado a Frying Pan Park, en Virginia, para acabar de vivir su vida natural. El resto de los 50 millones de pavos que se criaron para la Acción de Gracias son sacrificados y comidos el Día de Acción de Gracias. ConAgra Foods, la compañía que ganó el contrato del Pavo Presidencial, dice que entrena a los suertudos pájaros para que sean sociables, para que convivan con los dignatarios, los niños escolares y la prensa. (¡Pronto hasta hablarán inglés!)

Así funciona el Nuevo Racismo en la era empresarial. A unos pocos pavos cuidadosamente criados –las elites locales de varios países, una comunidad de adinerados inmigrantes, banqueros de inversión, uno que otro Colin Powell o Condoleezza Rice, algunos cantantes, algunos escritores (como yo)– se les da la absolución y un pase a Frying Pan Park. Los millones restantes pierden el empleo, son desalojados de sus hogares, les cortan sus conexiones de electricidad y agua, y mueren de sida. Básicamente, son para la cazuela. Pero las Afortunadas Aves en Frying Pan Park la pasan bien. Algunas de ellas hasta trabajan para el FMI y la OMC –así que, ¿quién puede acusar a estas organizaciones de estar en contra de los pavos? Algunos son miembros de la Junta de la Comisión que Elige los Pavos –así que, ¿quién puede decir que los pavos están en contra del Día de Acción de Gracias? ¡Participan en él! ¿Quién puede decir que los pobres están en contra de la globalización empresarial? Hay una estampida por entrar a Frying Pan Park. ¿Y qué si la mayoría muere en el camino?

El Nuevo Genocidio
Parte del proyecto del Nuevo Racismo es el Nuevo Genocidio. En esta nueva era de interdependencia económica, el Nuevo Genocidio puede ser facilitado a través de sanciones económicas. Lo cual significa crear las condiciones que lleven a una muerte masiva sin tener que, efectivamente, salir a matar gente. Denis Halliday, el coordinador humanitario de la ONU en Irak entre 1997 y 1998 (después, disgustado, renunció), usó el término genocidio para describir las sanciones en Irak. En Irak, las sanciones rebasaron los mejores esfuerzos de Saddam Hussein y cobraron la vida de más de medio millón de niños.
En la nueva era, el Apartheid, como política formal, es anticuado e innecesario. Los instrumentos comerciales y financieros internacionales supervisan un complejo sistema de leyes comerciales multilaterales y acuerdos financieros que mantienen a los pobres en sus bantustanes [enormes guetos]. Su propósito es institucionalizar la inequidad. ¿Por qué otra razón habría Estados Unidos de tasar una prenda hecha por un manufacturero de Bangladesh 20 veces más que lo que tasa una prenda hecha en Gran Bretaña? ¿Por qué más sería que los países que cultivan 90% del cacao sólo producen 5% del chocolate en el mundo? ¿Por qué más sería que los países que cultivan el cacao, como Costa de Marfil y Ghana, son expulsados del mercado a través de impuestos si intentan convertirlo en chocolate? ¿Por qué más sería que los países ricos, que gastan más de mil millones de dólares al día en subsidios a los agricultores, demandan que los países pobres, como la India, retiren todos los subsidios agrícolas, incluyendo la electricidad subsidiada? ¿Por qué más sería que después de ser saqueados por los regímenes colonizadores durante más de medio siglo, las ex colonias están hasta el cuello en deudas contraídas con esos mismos regímenes, y les pagan unos 382 mil millones de dólares al año?
Por todas estas razones, el descarrilamiento de los acuerdos comerciales en Cancún fue tan crucial para nosotros. Aunque nuestros gobiernos intentan atribuirse el éxito, sabemos que fue el resultado de años de lucha de muchos millones de personas en muchos, muchos países. Lo que Cancún nos enseñó es que para poder infligir daño real y forzar un cambio radical, es vital que los movimientos de resistencia locales hagan alianzas internacionales. De Cancún aprendimos la importancia de globalizar la resistencia.

Cuando los héroes se hacen chiquitos
Ninguna nación individualmente puede enfrentarse sola al proyecto de Globalización Empresarial. Una y otra vez hemos visto que cuando se trata del proyecto neoliberal, los héroes de nuestro tiempo de pronto se hacen chiquitos. Cuando los extraordinarios y carismáticos hombres, gigantes de la Oposición, toman el poder y se convierten en Cabezas del Estado, se vuelven impotentes en el escenario global. Estoy pensando en el presidente Lula de Brasil. Lula fue el héroe del Foro Social Mundial el año pasado. Este año, está atareado poniendo en práctica los lineamientos del FMI, reduciendo los beneficios de jubilación y purgando a los radicales del Partido de los Trabajadores. También pienso en el ex presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela. A los dos años de su toma de posesión (1994), su gobierno se arrodilló, sin que mediara advertencia, ante el Dios del Mercado. Instituyó un programa de privatización y ajuste estructural que ha dejado a millones de personas sin hogar, sin trabajo y sin agua y electricidad.
¿Por qué sucede esto? No tiene caso golpearnos el pecho y sentirnos traicionados. Lula y Mandela son, a todas luces, hombres magníficos. Pero en el momento en que cruzan el umbral entre Oposición y Gobierno, se vuelven rehenes de un espectro de amenazas –la más malévola es la amenaza de la fuga de capitales, que puede destruir a cualquier gobierno de la noche a la mañana. Imaginar que el carisma de un líder y un currículum de lucha harán mella al Cartel Empresarial es no tener la más mínima compresión de cómo funciona el Capitalismo, o, si a esas vamos, de cómo funciona el poder. Un cambio radical no puede ser negociado por los gobiernos; sólo puede ser realizado por el pueblo.

Maravilloso, pero insuficiente
En el Foro Social Mundial, algunas de las mejores mentes del mundo se juntan para intercambiar ideas sobre lo que pasa a nuestro alrededor. Estas conversaciones afinan nuestra visión del tipo de mundo por el cual estamos luchando. Es un proceso vital que no debe ser socavado. Sin embargo, si todas nuestras energías son desviadas hacia este proceso a costa de una acción política real, entonces el FSM, que ha jugado un papel tan crucial en el Movimiento por una Justicia Global, corre el riesgo de convertirse en un activo para nuestros enemigos. Necesitamos urgentemente discutir las estrategias de resistencia. Necesitamos enfocarnos en blancos reales, librar batallas reales e infligir un daño real. La Marcha de la Sal de Gandhi no sólo fue teatro político. Cuando, en un simple acto de desafío, miles de indios marcharon hacia el mar e hicieron su propia sal, rompieron las leyes de impuestos sobre la sal. Fue un golpe directo al sostén económico del Imperio Británico. Fue real. Si bien nuestro movimiento ha ganado algunas victorias importantes, no debemos permitir que la resistencia no violenta se atrofie y se convierta en un teatro político inefectivo, de buenas intenciones. Es un arma preciosa que constantemente necesita ser afilada y reimaginada. No podemos permitir que se vuelva mero espectáculo; una oportunidad de foto para los medios.
Fue maravilloso que el 15 de febrero del año pasado, en una espectacular demostración de moralidad pública, 10 millones de personas en cinco continentes marcharan contra la guerra en Irak. Fue maravilloso, pero no fue suficiente. El 15 de febrero cayó en fin de semana. Nadie tuvo que perder un día del trabajo. Las protestas de vacaciones no paran las guerras. George Bush lo sabe. La confianza con la que desairó la arrolladora opinión pública debería de ser una lección para todos nosotros. Bush cree que Irak puede ser ocupado y colonizado –como se hizo con Afganistán, como se hizo en Tibet, como se hace en Chechenia, como antes se hizo en Timor del Este, como aún se hace en Palestina. Piensa que lo único que tiene que hacer es mantenerse agachado y esperar a que los medios, obsesionados con las crisis, habiéndose comido esta crisis hasta el hueso, la tiren y continúen su camino. Pronto, el cadáver cae en la lista de popularidad de los best-sellers, y todos nosotros, los indignados, perderemos interés. O eso esperan que suceda.



Este movimiento nuestro necesita una gran victoria global. No es suficiente tener la razón. A veces, aunque sea sólo para probar nuestra determinación, es importante ganar algo. Para ganar algo necesitamos estar de acuerdo en algo. Ese algo no necesita ser una predestinada ideología suprema en la cual hagamos que quepan a la fuerza nuestros seres encantadoramente facciosos y argumentativos. No necesita ser una lealtad incondicional a una u otra forma de resistencia que excluya todo lo demás. Podría ser una agenda mínima.
Si todos nosotros efectivamente estamos en contra del Imperialismo y en contra del neoliberalismo, entonces volteemos la mirada hacia Irak. Irak es la inevitable culminación de ambos. Bastantes activistas contra la guerra han retrocedido confundidos desde la captura de Saddam Hussein. ¿No está mejor el mundo sin Saddam Hussein?, preguntan con timidez.
De una vez por todas, miremos esta cosa a los ojos. Aplaudir la captura de Saddam Hussein y, por lo tanto, justificar la ocupación de Irak, es como deificar a Jack El Destripador por destripar al Estrangulador de Boston. Y eso, después de un cuarto de siglo de ser socios, tiempo durante el cual Destripar y Estrangular era una empresa común. Se trata de un altercado en casa. Son compañeros de negocios que disputaron por un negocio sucio. Jack es el ejecutivo en jefe.

Así que si estamos en contra del Imperialismo, ¿estaremos de acuerdo en que estamos en contra de la ocupación iraquí y que creemos que Estados Unidos debe retirarse de Irak y pagar indemnizaciones al pueblo iraquí por el daño ocasionado por la guerra?
¿Cómo comenzamos a armar nuestra resistencia? Comencemos con algo realmente pequeño. El asunto no es apoyar la resistencia en Irak contra la ocupación o discutir exactamente quién constituye la resistencia. (¿Son viejos baatistas Asesinos, son fundamentalistas islámicos?)

Tenemos que convertirnos en la resistencia global a la ocupación. Nuestra resistencia debe comenzar por rehusarnos a aceptar la legitimidad de la ocupación estadunidense de Irak. Lo cual significa actuar para hacer que sea materialmente imposible que el Imperio logre sus metas. Significa que los soldados se deberían de rehusar a pelear, la reserva se debería de rehusar a servir, los trabajadores se deberían de rehusar a cargar los barcos y aviones con armas. Definitivamente significa que en países como la India y Pakistán debemos bloquear los planes del gobierno estadunidense de enviar soldados indios y paquistaníes a Irak a limpiar tras ellos.

Sugiero que escojamos, de alguna manera, dos de las principales empresas que están lucrando con la destrucción de Irak. Luego podríamos enumerar todos los proyectos en los cuales están involucrados. Podríamos localizar sus oficinas en todas las ciudades y todos los países en todo el mundo. Podríamos ir tras ellos. Podríamos hacer que cierren sus oficinas. Se trata de juntar nuestra sabiduría colectiva y experiencia de luchas pasadas y aplicarlas hacia un solo blanco. Se trata de desear el triunfo.
El Proyecto del Nuevo Siglo Estadunidense busca perpetuar la injusticia y establecer la hegemonía estadunidense al precio que sea, aunque sea apocalíptico. El Foro Social Mundial demanda justicia y supervivencia.

Por estas razones, debemos de considerarnos en guerra.
(Traducción: Tania Molina Ramírez. Se publica con la autorización de la escritora)
Fotografias: AFP

lunes, 16 de mayo de 2011

Juicio divino


David Brooks

De repente pasa una fila de unas 25 personas caminando por Broadway, en Nueva York, con las mismas camisetas, una pancarta cada quien, y van distribuyendo volantes con el anuncio de que el mundo se acabará el próximo 21 de mayo con un sismo mundial y con ello amanecerá el Día del Juicio Final advertido en la Biblia (por lo menos, en su versión en inglés).

Aparentemente, no es suficiente el cambio climático ni las plantas nucleares seguras (como las de Japón), ni las guerras, y todo lo demás que es de autoría humana, y en particular, la promovida por una microscópica parte de la humanidad (las cúpulas económicas y políticas) para sacudir el planeta a nombre de ganancias (perdón, desarrollo), sino que un ser divino aparentemente se hartó y ha decidido destruir toda su creación con un gran temblor.

Entre las señales que esta agrupación religiosa cita como evidencia del final se encuentran la “degradación completa de la Iglesia cristiana, la degradación moral devastadora de la sociedad, el restablecimiento de la nación de Israel en 1948, el surgimiento del ‘movimiento de orgullo gay’, y el rechazo completo de la Biblia en toda la sociedad…” Otras organizaciones fundamentalistas también citan estas cosas, junto al aborto, el movimiento de liberación de las mujeres y otras barbaridades.

Seguro se les olvidó el pronóstico bíblico sobre la crisis del sistema financiero internacional (al parecer, si uno recuerda bien, se hablaba de sacar a los especuladores del templo, ¿no?). No sólo el que detonó la crisis económica, sino el del ataque sexual contra una recamarera por el director del Fondo Monetario Internacional este fin de semana. ¿Tal vez eso es la seña final para provocar ese temblor tan esperado?

Quién sabe si atinarán en eso de que el mundo se acabará en menos de una semana (tal vez valdrá la pena buscar una entrevista con ellos el 22 o 23 de mayo para que nos expliquen, si aún estamos aquí, por qué), pero sí tienen cierta razón en su diagnóstico. Lo deben saber porque sus propios fieles son los responsables del temblor.

Entre tantos ejemplos –reverendos y políticos electos conservadores que fueron infieles a lo que llaman la santidad de la familia y el matrimonio, los que tuvieron relaciones homosexuales mientras condenaban a los gays, los que pervirtieron a menores de edad, los que proclaman sagradas las guerras, los que atacan a inmigrantes y más por motivos cristianos–, se suma otro que regresó al escenario esta semana. El senador John Ensign, integrante de un grupo conservador cristiano en Washington pro valores familiares, renunció a su puesto la semana pasada justo para evitar tener que someterse a un juicio final por violaciones éticas, lo que seguramente habría concluido con su expulsión de la cámara alta –si no del paraíso– por violaciones del código de ética (habría sido el primero en sufrir esas consecuencias desde 1862).

El comité de ética del Senado emitió un informe que acusa a Ensign de violar varias leyes federales al intentar encubrir un escándalo sexual, incluyendo declaraciones falsas, violaciones a las leyes de financiamiento electoral y obstrucción de la investigación del Senado sobre sus acciones. Lo que Ensign intentaba encubrir era su relación extramarital con la esposa de su mejor amigo y asesor legislativo de su oficina. Después, para encubrir, presionó para conseguir un empleo al amigo y ayudarlo a violar reglas de ética sobre cabildeo de otros legisladores, y todo estalló cuando otros colegas, para evitar mancharse de lodo, revelaron los hechos y se inició la investigación. Las acusaciones ahora han sido enviadas al Departamento de Justicia para proceder con una investigación criminal al ahora ex senador, quien no hace tanto se perfilaba como un potencial candidato presidencial republicano.

Con el deterioro moral, violaciones de mandamientos bíblicos y más encabezado por líderes cristianos conservadores y sus fieles políticos, hay otro fenómeno que tal vez parece el fin del mundo para ellos: la preferencia religiosa de mayor crecimiento en Estados Unidos es la no religiosa. Un 15 por ciento de estadunidenses se definen como agnósticos, ateos o no religiosos, y esa tendencia crece cada vez más, especialmente entre los jóvenes.

Estados Unidos sigue siendo el más religioso del mundo avanzado, y continúa declarándose como una nación seleccionada por Dios para liderar el mundo. El presidente y casi todo político concluyen cada discurso oficial con “Dios bendiga a America” y cada billete de dólar dice: En Dios confiamos. La cúpula política participa en el Día Nacional de Oración cada año en Washington y, aunque un tribunal federal distrital lo había declarado inconstitucional, en abril de este año un tribunal federal de apelaciones desechó ese fallo. Según el Centro de Investigación Pew, en la encuesta más amplia sobre actitudes religiosas, realizada en 2007, casi uno de cada seis adultos en Estados Unidos dice que reza por lo menos una vez al día. La misma encuesta revela que 92 por ciento de los estadunidenses cree en Dios o en un espíritu universal (incluyendo uno de cada cinco ateos).

Sin embargo, cada vez hay más personas que dudan de todo esto en este país, empezando por los jóvenes. Uno de cada cuatro adultos menores de 30 años de edad dice no estar afiliado a ninguna fe, y se define ateo, agnóstico o sin ninguna preferencia religiosa, según el Pew. En total, más de 15 por ciento de los estadunidenses se definen así, y este sector ha mostrado incrementos en todas las regiones del país.

Con ellos hay una amplia y gloriosa tradición de religiosos rebeldes –tal vez el más conocido es el reverendo Martín Luther King Jr., pero hay muchos más– que siguen hablando desde donde dicen que Cristo vio el mundo, desde abajo y con los de abajo. Y el mensaje de ellos no es el fin, sino que es posible y necesario otro mundo donde la fe no oculta ni justifica, ni es escudo para la hipocresía, el poder y las guerras, sino revela esta visión.

Por lo tanto, la gran encuesta del Pew ofrece un poco de esperanza: 80 por ciento de estadunidenses cree en los milagros. Se necesita uno para anunciar no el fin, sino el principio de otro mundo (y otro Estados Unidos).

viernes, 13 de mayo de 2011

Muñecas vivientes. El regreso del sexismo


Mi hija crece en un mundo que potencia valores medievales: las niñas son princesas y los niños, luchadores

No me imaginaba que acabaríamos así

Crecí en una familia que, como muchas en los años setenta, estaba bastante de acuerdo con la máxima que enunció elocuentemente Simone de Beauvoir en 1949: "No se nace mujer, se llega a serlo". Por lo tanto, mi madre se negó a comprar Barbies a sus hijas; mi hermana y yo tuvimos un montón de Legos y coches de juguete. La lucha contra los estereotipos de género empezaba en casa. Estaba convencida de que, una generación después, mi hija crecería en un mundo mucho más libre. Daba por hecho que el triunfo de la generación de mi madre había hecho posible que la feminidad se hubiera convertido en una elección en vez de en una trampa. Creía que las niñas serían libres de ser hadas o princesas, del mismo modo que las mujeres adultas podíamos elegir adoptar determinados símbolos de la feminidad que las feministas de los años sesenta habían considerado opresores, como los tacones o el maquillaje.
Pero de pronto descubrí que, casi sin que me hubiera dado cuenta, las puertas se habían cerrado. Lo que se suponía que iba a ser la libertad de elegir algo rosa de vez en cuando parece haberse convertido en la obligación de ahogarse en un océano rosa. Mi hija está creciendo en un mundo que potencia valores medievales, en el que todas las niñas son princesas y los niños, luchadores; en el que todas las niñas llevan hadas y todos los niños, superhéroes en los estuches del colegio. Esta involución no solo afecta a los juguetes, sino que se extiende a las expectativas que se establecen sobre muchos otros aspectos del comportamiento infantil, como la ropa, el lenguaje, el aprendizaje o la manera de pelearse. Y lo que me resulta más extraño es que nadie se cuestiona esta vuelta a los valores tradicionales.
Antes creía que solo teníamos que establecer las condiciones necesarias para la igualdad y entonces el sexismo desaparecía de nuestra cultura. Hoy estoy dispuesta a admitir que estaba completamente equivocada.
Las muñecas han tomado la vida de las niñas e incluso la de las mujeres. La telebasura nos presenta como modelos de vida a mujeres que solo viven de sus pechos enormes y de acostarse con famosos. Las chicas de once años quieren ser modelos, y las de dieciséis se presentan a concursos de Strip- tease. Y todo ello en nombre de “la libertad de elección”, “el poder femenino” y la libertad sexual.

No me imaginaba que acabaríamos así. Lo pensé hace pocos años, mientras recorría una juguetería de Londres. La escalera mecánica me había trasladado desde el bullicio multicolor de la planta baja, repleta de mullidos juguetes redondeados y de colores alegres, hasta el mundo de ensueño de la tercera planta. De pronto me sentía como si me hubieran colocado unas gafas de cristales rosas, pero el efecto resultaba estomagante. Todo era rosa, desde el rosa peladilla de Barbie al tono fresa de la Bella Durmiente de Disney, del rosa pastel de Baby Annabel al rosa chicle de Hello Kitty. Había un mostrador de manicura rosa donde las niñas pequeñas podían pintarse las uñas, un expositor "boutique" rosa con pendientes y collares, muñecas que venían dentro de una caja rosa con "dormitorios manicura" rosa y "salones de belleza" rosa.
A lo largo del tiempo muchas feministas han defendido la necesidad de animar a las niñas y los niños a jugar saltándose los límites impuestos por su sexo, argumentando que no había razones para confinar a las niñas en ese universo pastel. Pero la división entre el mundo rosa de las niñas y el mundo azul de los niños no solo sigue existiendo sino que, en esta generación, se está extremando más que nunca.
Ahora da la impresión de que las muñecas se escapan de las tiendas de juguetes e invaden la vida de las niñas. No solo se da por hecho que las niñas juegan con muñecas: también se espera que se conviertan en réplicas de sus juguetes favoritos. La estética de purpurina rosa invade ya casi todos los ámbitos de la vida de una niña. La naturaleza transversal de las técnicas de marketing modernas hace que ahora cualquier niña pequeña puede sentarse en su casa a ver el DVD de La Bella Durmiente mientras juega con su muñeca de La Bella Durmiente, que lleva el mismo vestido, y vestirse también ella misma con una réplica refulgente del mismo traje. Después puede irse al colegio con un surtido de Bratzs y Barbies por todas partes, desde las braguitas hasta los prendedores del pelo y la mochila, y al volver a casa puede mirarse en el espejo del tocador de las Princesas Disney. Las elaboradas estrategias de marketing de las marcas están consiguiendo fundir la muñeca y la niña real hasta un punto que hace una generación hubiera resultado inconcebible.
Esta extraña fusión puede prolongarse ya bien pasada la etapa infantil. Vivir una vida de muñeca parece haberse convertido en la aspiración de muchas jóvenes, que en cuanto salen de la infancia se embarcan en el proyecto de conquistar la imagen teñida, depilada y bronceada de una Bratz o una Barbie a base de arreglarse, ponerse a dieta e ir de compras. Los personajes de las comedias románticas que ven son mujeres que hacen que esa feminidad exagerada parezca apetecible, y las famosas que aparecen en las revistas de moda y cotilleos que leen suelen ser mujeres de las que se sabe que han optado por tomar medidas extremas, desde dietas draconianas a cirugía estética, para conseguir una perfección irreal.


Muñecas vivientes. El regreso del sexismo, de Natasha Walter. Traducción de María Álvarez Rilla. Ediciones Turner. 

jueves, 5 de mayo de 2011

Obama convirtió en mártir a Bin Laden


Robert Fisk

Bin Laden recibió su merecido –el que a hierro mata tiende a morir de la misma forma–, pero ¿de veras recibió la justicia de la que habló el presidente Obama? Muchos árabes –y este tema lo recogió la prensa árabe, que habló de muerte pero no de ejecución– pensaban que debió ser capturado, llevado ante la corte internacional de La Haya y juzgado por sus crímenes.

Por supuesto, siempre habrá en Medio Oriente, y en especial en Afganistán y Pakistán, quienes crean que fue un valeroso mártir ignominiosamente asesinado por el brazo ejecutor del sionismo. Grupos islámicos en Líbano, Hamas en Gaza y muchos ulemas en el sureste de Asia ya se pronunciaron en ese sentido.

En realidad, sobra decirlo, era alguien que pertenecía al pasado. Sus promesas de derrocar a los tiranos árabes pro estadunidenses o no islámicos fueron cumplidas por los pueblos de Egipto y Túnez –y tal vez pronto por los libios y sirios–, no por Al Qaeda y su temible violencia.

El verdadero problema es que Occidente, con su constante prédica al mundo árabe de que la legalidad y la no violencia son la ruta hacia delante en Medio Oriente, ha dado una lección diferente a los pueblos de la región: que ejecutar a nuestros contrarios es perfectamente aceptable.

Se podría decir que, luego de segar miles de vidas inocentes en forma tan sanguinaria, Bin Laden podía esperar ser abatido, desarmado, en una presunta casa de seguridad. Los musulmanes concluirán que los estadunidenses adoptaron los mismos métodos de los israelíes contra sus enemigos palestinos. Asesinato selectivo, le llaman a disparar misiles o dejar caer bombas sobre sus contrarios, a menudo dando muerte a inocentes y culpables por igual, tal como hacen los estadunidenses en sus ataques de drones contra Al Qaeda y el talibán en Waziristán.

Pese al deseo de Washington de prevenir la creación de una capilla –lo cual condujo directamente al sepelio secreto de Bin Laden en el mar Arábigo–, como salafista y saudita, Bin Laden habría deseado tener una tumba anónima.

Él y sus partidarios creen que poner lápidas con el nombre en las tumbas es idolatría; de ahí el deseo saudita de enterrar a sus muertos sin marcar el lugar y más bien destruir las capillas antiguas que crear nuevas.
Pero al final, morir cuando estaba desarmado lo ha convertido en un mártir mucho más grande que si hubiera perecido en la balacera que en un principio Obama aseguró sin razón que había causado su deceso. De todos modos, el hombre que consideraba la creación de Al Qaeda como su logro personal vivió lo suficiente para darse cuenta de que había fracasado en todos sus objetivos.

Y yo, que lo conocí y tuve con él largas conversaciones, ahora me pregunto a veces si en realidad quería seguir viviendo.


© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

miércoles, 4 de mayo de 2011

Si esta es una victoria de EU, sus fuerzas deben irse a casa.


Robert Fisk

Las cándidas esperanzas del presidente afgano, Hamid Karzai, y de la secretaria estadunidense de Estado, Hillary Clinton, en el sentido de que ahora, tras la muerte de Bin Laden, el talibán se convertirá en un grupo de apacibles demócratas que obedecerán dócilmente al gobierno corrupto y pro occidental afgano nos demuestra lo poco que éstas personalidades entienden de la sangrienta realidad del país. 

Hay una realidad innegable que el mundo aún no ha comprendido: que las revoluciones en Túnez y Egipto –y lo más apremiante– los baños de sangre en Libia y Siria, además de los peligros de Líbano, son más graves y urgentes que el hacer volar en pedazos a un hombre barbado que la inmadura imaginación occidental infló a magnitudes hitlerianas.

Entonces ¿por qué seguimos en Afganistán? ¿No se supone que estadunidenses y británicos llegaron ahí en 2001 para combatir a Osama Bin Laden? ¿No lo mataron el pasado lunes?

Hubo un doloroso simbolismo en los ataques aéreos de la OTAN de este martes: apenas 24 horas después de la muerte de Bin Laden, se produjo una agresión que mató de paso a un número no determinado de guardias de seguridad afganos.

La verdad es que desde hace mucho perdimos nuestro mausoleo en el cementerio de los imperios, al convertir la cacería del hoy irrelevante inventor de una yihad global en una guerra contra decenas de miles de insurgentes talibán a quienes poco les importa Al Qaeda, pero que con mucho entusiasmo quieren sacar de su país a los ejércitos occidentales.

Las cándidas esperanzas del presidente afgano, Hamid Karzai, y de la secretaria estadunidense de Estado, Hillary Clinton, en el sentido de que ahora, tras la muerte de Bin Laden, el talibán se convertirá en un grupo de apacibles demócratas que obedecerán dócilmente al gobierno corrupto y pro occidental afgano nos demuestra lo poco que éstas personalidades entienden de la sangrienta realidad del país. Algunos miembros del talibán admiraban a Bin Laden, pero no lo querían, y él no participó en su campaña contra la OTAN. El mulá Omar, quien está en Afganistán, es más peligroso que Bin Laden para Occidente y nadie lo ha matado.

Irán, por única ocasión, habló en nombre de millones de musulmanes en su reacción a la muerte de Bin Laden. La excusa para que los países extranjeros desplegaran sus tropas en la región con el pretexto del combate al terrorismo ha sido eliminada, afirmó el ministro del Exterior iraní. Esperamos que esta noticia ponga fin a la guerra, el conflicto, los disturbios y la muerte de personas inocentes y ayude a establecer la paz y tranquilidad en la región.
Periódicos en todo el mundo árabe coinciden. Si esto es una enorme victoria para Estados Unidos, sus tropas deben volver a casa, pero eso no es algo que Washington tenga la intención de hacer por el momento.

El hecho de que muchos estadunidenses opinen igual no cambiara ese mundo de cabeza que es el marco de la política de Estados Unidos. Hay una realidad innegable que el mundo aún no ha comprendido: que las revoluciones en Túnez y Egipto –y lo más apremiante– los baños de sangre en Libia y Siria, además de los peligros de Líbano, son más graves y urgentes que el hacer volar en pedazos a un hombre barbado que la inmadura imaginación occidental infló a magnitudes hitlerianas.

El primer ministro turco, Tayip Erdogan, hizo un brillante pronunciamiento este martes en Estambul, con el que llamó a los sirios a dejar de matar a su propio pueblo y al líder libio, Muammar Kadafi, a dejar Libia. Sus palabras fueron más elocuentes, poderosas e históricas que los discursos llenos de resentimiento y triunfalismo pronunciados el lunes por el presidente estadunidense, Barack Obama y Clinton.

Ahora, nos dedicamos a perder el tiempo al especular quién tomará el mando de Al Qaeda: Zawahiri o Saif Adel, siendo que el movimiento no tiene un liderazgo como tal y Bin Laden era más un fundador de la red que su jefe.

En los mataderos de Medio Oriente, un día es mucho tiempo, y apenas 24 horas después de que Osama Bin Laden murió, surgían preguntas insistentes este martes. Por ejemplo: si Barack Obama en verdad piensa que el mundo es un lugar más seguro tras la muerte de Bin Laden ¿a qué se debe que Estados Unidos haya incrementando su alerta y que en sus embajadas de todo el mundo se estén tomando precauciones especiales contra un posible ataque?
¿Y qué fue lo que en verdad ocurrió en ese destartalado complejo –que todos suponían una mansión de millones de dólares– cuando la vida sulfúrica de Bin Laden encontró su fin? Es improbable que Human Rights Watch sea la única institución que exija una profunda y transparente investigación sobre el asesinato.

Hubo una versión inicial de las fuentes del Pentágono según la cual dos de las esposas de Bin Laden fueron asesinadas y una mujer murió sirviendo como escudo humano. En cuestión de horas, las esposas estaban vivas, según reportes periodísticos, y la tercera mujer simplemente desapareció.

Desde luego, Pakistán le contó impacientemente al mundo de su participación en el ataque contra Bin Laden, si bien el presidente paquistaní, Asif Alí Zardari, se retractó de todo el cuento este martes. Dos horas más tarde, teníamos a una fuente oficial estadunidense que aseguraba que el ataque contra Bin Laden fue un éxito compartido.

Está también el funeral secreto de Bin Laden en el mar Arábigo. ¿Se habrá planeado esto antes de atacar a Bin Laden, en un plan establecido para matarlo en vez de capturarlo? Se supone que arrojar los restos al mar se llevó a cabo según preceptos islámicos; lo que supondría que el cuerpo fue lavado y envuelto en un sudario blanco. Le debe haber tomado mucho tiempo al comandante de la embarcación ISS Carl Vinson preparar una ceremonia religiosa de 50 minutos y encontrar a un marinero que hablara árabe para que hiciera de intérprete durante el servicio.

Ahora, enfrentemos la realidad. El mundo no es más seguro tras el asesinato de Bin Laden. Es más seguro porque los vientos de la libertad soplan a través de Medio Oriente. Si Occidente trata a los pueblos de esta región con justicia en vez de poderío militar, Al Qaeda se volverá tan irrelevante como lo ha sido desde que comenzaron las revoluciones árabes.

Desde luego, sí hay un aspecto positivo para el mundo árabe: si Bin Laden está muerto, será más difícil para los Kadafis, Salehs y Assads proclamar que es él quien está detrás de las revoluciones populares con que se intenta derrocarlos.

© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca