miércoles, 27 de abril de 2011

Enmascararse para desenmascarar

Alemania exhibe sin tapujos su opulencia. En medio de ella apenas sobreviven los “perdedores del mejor de los mundos”: los trabajadores pobres, los inmigrantes sin papeles, los indigentes… El periodista alemán Günter Wallraff se ha hecho pasar por ellos para “desenmascarar” al sistema que los explota o margina. 






Wallraff repasa sus experiencias como “reportero encubierto”, al tiempo que recomienda a los periodistas mexicanos no utilizar su método de infiltración en los cárteles del narcotráfico: “los llevaría a ser asesinados”.

COLONIA, Alemania.- Muchas caras. Varios nombres. Diferentes vidas… En su larga trayectoria como periodista encubierto, Günter Wallraff ha sido indigente en asilos de Dinamarca, trabajador iraní en Japón, traficante de armas para militares golpistas portugueses, reportero en la redacción del diario sensacionalista más influyente de Alemania, trabajador turco a cargo de tareas insalubres dentro de la industria germana. En la piel de este personaje, llamado Alí Sinirlioglu, Günter Wallraff escribió su clásico Cabeza de turco (Ganz unten), libro cuya edición alemana lleva más de 5 millones de ejemplares vendidos y puede leerse en otras 38 lenguas. 
A su casa de esta ciudad –donde Wallraff nos recibe en un sábado gris– llegan cada día cartas de trabajadores, empleados, expertos; anónimas muchas de ellas por temor a represalias. Allí se narran condiciones laborales que no encajan con la imagen que Alemania gusta difundir de sí misma. En esta realidad que los medios masivos apenas reflejan, entra y sale Wallraff con sus personajes y su cámara oculta, combinando gajes de actor, reportero, etnólogo, escritor, cineasta… Sus testimonios han conseguido que algunos poderosos respondan frente a la justicia. Él mismo ha sido objeto de campañas de difamación públicas y de espionaje. “Ahora ya no interponen querellas porque han visto que con eso sólo logran aumentar la difusión de cada caso”, señala. 
El periodista de investigación más famoso de Alemania nunca pisó la universidad. En la escuela se inclinaba por los deportes, el alemán y las artes, y manifestaba rechazo por las materias abstractas. Cuando Wallraff se desempeñaba como objetor de conciencia durante el servicio militar, un psiquiatra del ejército lo catalogó como “personalidad anormal, incapacitada para la guerra y para la paz”. Wallraff se forjó a partir de entonces como autodidacta. Su método de investigación, con rostros e historias de vida prestados, lo ha llevado a traspasar muchos de sus propios límites. 
Con 68 años a cuestas, padre de cinco hijas de tres matrimonios, este hombre enjuto y fibroso, de andar resuelto y paso algo frágil corre cuatro veces por semana entre 10 y 20 kilómetros, una forma de resolver su intranquilidad. “Yo medito cuando corro distancias largas, en los entrenamientos de maratón”, dice. El ajedrez, el tenis de mesa y una vasta colección de piedras y esculturas –algunas de factura propia– ocupan  su tiempo libre.
En su nuevo libro, Con los perdedores del mejor de los mundos, una vez más Wallraff se “enmascara para desenmascarar”, desde adentro, la dura cotidianidad de los sin techo, las estafas sistemáticas que realizan algunos call center, las miserables condiciones de trabajo en una fábrica de pan que surte a la cadena de supermercados más grande de Europa, el impresionante sistema de espionaje montado por  la empresa de Ferrocarriles Alemanes contra sus propios empleados, el racismo al que se expone un inmigrante de color en Alemania.
 
Las primeras experiencias
 
–¿Estuvo alguna vez en Auschwitz? –se le pregunta.
–Sí. Hace ya mucho tiempo, más de 20 años. Hoy soy parte de una iniciativa que garantiza a todos los alumnos de las escuelas del estado de Westfalia Renania del Norte la posibilidad de visitar Auschwitz. Porque en la escuela el tema va pasando a segundo plano. Cuando los alumnos están allí, cambia su posicionamiento.
–¿Y usted cómo se sintió?
–¡Hombre! Estaba preparado, me había ocupado de leer libros desde muy temprano, mucha literatura, y sin embargo fue para mí… fue una parte de Alemania que encontré de nuevo en Auschwitz. Una parte que en mi juventud aquí yo había percibido como aplastante. Yo soy de un tiempo en el que los criminales del Tercer Reich –los de escritorio, los del poder judicial– habían notado que aún tenían poder de decisión. Así me tocó crecer. El tufo del fascismo se respiraba en todas partes. Yo tenía ataques de asfixia. Y para librarme… parte de mi trabajo puede entenderse como una oposición a todo eso. Las víctimas no tenían derecho a existir. 
“Un compañero nuestro de la escuela había perdido a su familia en Auschwitz, y ninguno de nosotros lo sabía. Yo me enteré mucho más tarde. Y nuestro profesor de alemán, que todavía vive y nos daba a leer literatura antifascista –Böll, Trotsky, Brecht–, en un encuentro que tuve con él hace dos años se sinceró conmigo: ‘Yo era parte de un destacamento que durante el Tercer Reich fusilaba a desertores. Tenía que disparar. Espero –porque siempre uno de nosotros no tenía cartucho– no haber acertado’. Pero los que, como él, aprendieron de su culpa, eran la excepción.
–En Auschwitz no sólo se asesinaba en gran escala sino que se sometía a los prisioneros a trabajo esclavo. Usted, ya desde sus primeros reportajes, y también en los más recientes, habla de formas de esclavitud moderna.
–Sí. El esclavo de la Antigüedad contaba con más protección que ahora puesto que a las familias que tenían esclavos en sus casas les interesaba que ellos pudieran ejercer su fuerza de trabajo durante mucho tiempo. El esclavo moderno es un artículo desechable. Si no puede ofrecer su fuerza de trabajo, se le cierra la puerta y se hace pasar al siguiente. Hay formas muy diferenciadas de esclavitud moderna. Algunas tienen algo del antiguo jornalero; está también el trabajador aparentemente autónomo y aquellos que “no existen en absoluto” y no aparecen en ninguna estadística: los sin papeles.
“Actualmente se calcula aquí que los trabajadores que no tienen documentos serían unos 500 mil o más. Se mantienen escondidos, en condiciones miserables, tratando de no llamar la atención para no caer en ningún control. Y este problema va en aumento… Alemania es uno de los pocos países europeos donde no existe el salario mínimo y donde los sindicatos ya no son una fuerza creativa. Si estas organizaciones no existieran, hace tiempo que se hubieran rematado todos los estándares sociales. Yo veo un deslizamiento hacia condiciones de capitalismo temprano: indefensión, ausencia de derechos… 
–¿Cuándo fue la primera vez que usted trabajó de manera encubierta? ¿Cómo surgió el personaje que usted encarnó para realizar esa actividad?
–Que mi trabajo haya asumido esta forma se lo debo a la Bundeswehr (las fuerzas armadas alemanas); porque yo originalmente era un poeta experimental, no me interesaba demasiado en temas sociales. Como objetor de conciencia en el servicio militar, me negué durante diez meses a recibir una formación para matar. Me remití a Gandhi, pero también a principios cristianos, a pesar de que no soy miembro de la Iglesia. Finalmente me mandaron al departamento de psiquiatría. Ahí empecé a escribir. Y ese diario, hecho de apuntes, fue el comienzo de mi trabajo posterior. 
“Primero viví en hogares para gente sin casa en Escandinavia y en Hamburgo. Después trabajé en fábricas. Empecé en la Ford de Colonia, donde mi padre había arruinado su salud al trabajar en el sector de pinturas sin la protección necesaria, por lo que se enfermó de gravedad y murió tempranamente. Al principio yo podía trabajar con mi propio nombre, pues todavía nadie me conocía. Poco a poco mi trabajo fue creando intranquilidad en círculos patronales. Se emitieron circulares de advertencia que desaconsejaban mi contratación, así que me tuve que conseguir otros papeles.
–¿Se buscó usted un personaje? 
–Entonces yo no tenía mucho talento para fingir. En todos lados se me veía como algo extraño. En las fábricas me apodaban “el estudiante”, a pesar de que no lo era. Hoy soy uno más. El prisma con que miro ha cambiado. He creado nuevos sentidos de pertenencia. No tengo que simular. 
–¿Alguna vez en sus comienzos fue descubierto o tuvo que revelar su verdadera identidad?
–En los talleres Melitta, que dominan la ciudad de Minden, donde se fabrican los filtros de café, el dueño era un nazi exmiembro de las SS que financiaba organizaciones de extrema derecha. Durante el Tercer Reich escribía en el periódico de su empresa: “El que compre una sola vez en comercios judíos será despedido de inmediato”. Así eran los  que seguían dominnando la industria. En Melitta me infiltré para trabajar una temporada. Y fui descubierto, según me enteré más tarde, debido a que los servicios de inteligencia alemanes, que ya entonces me observaban, pusieron a la empresa en sobre aviso.
 
Ser otros
 
–Aquí, en la portada de su libro, están estos personajes o roles… no sé cómo los llama usted. Me gustaría que eligiera uno y me dijera qué ve. 
–Aquí soy el sin techo. Este rol lo exageré un poco, ya desde la apariencia, con ropa algo desgarrada. Eso no era necesario. En la calle encontré personas sin techo que no lo parecen: cuidan su apariencia, sienten pudor. En los años sesenta, cuando viví como sin techo por primera vez, se notaba en la calle a la gente de la misma condición. Después conocí a empleados que habían perdido su apartamento, a un pequeño empresario que fue a la quiebra, a un médico que terminó en la calle por el alcohol, y a otros más que allí se volvieron también alcohólicos. 
–Luis Buñuel cuenta en su autobiografía que le gustaba disfrazarse para ver las reacciones de la gente. Vestido de obrero, por ejemplo, las chicas ni lo miraban. ¿Cómo reacciona la gente con sus personajes?
–Aquí a los sin techo los miran con compasión o despectivamente; la gente les da la vuelta. En la fábrica de pan tuve el mejor contacto con los compañeros turcos, que eran los más valientes y los más unidos. En el call center yo era un pobre diablo como todos los demás. Pero en el rol de Kwami, el negro, me veía más joven y más atractivo que como blanco. El pelo tupido, la piel oscura, que disimula las arrugas. Había mucho rechazo. Era verdaderamente racismo, con excepciones. Se dice que la mayoría de la población alemana no es racista, pero es porque no lo demuestra. Y los que me trataban de manera positiva, siempre era desde arriba: “¿Cómo es que hablas tan bien alemán?”
–Sus personajes pasan también por situaciones cómicas. Recuerdo ahora la escena de Alí, el inmigrante turco, yendo de un sacerdote católico a otro para solicitar el bautizo.
–Disfruto lo grotesco. Sin la comicidad de la situación hoy estaría más endurecido. Eso me resarce también. Algunas situaciones son macabras, de humor negro, como cuando voy en silla de ruedas a la funeraria y me pruebo el ataúd (en el que supuestamente lo enviarán de regreso a Turquía). Yo juego con esas situaciones. A través del juego de roles pasé de ser introvertido a ser más activo y luchador. También lúdico. Yo juego mucho en mi vida, y si así debe ser, pongo también a veces mi vida en juego.
–¿En qué medida el hecho de asumir un personaje, poniéndose usted mismo como protagonista central de sus investigaciones, favorece o limita su trabajo?
–La percepción física es diferente. Puedo informar de manera más auténtica. El reportaje se hace más comprensible. Soy mi propio testigo y sé con exactitud que eso que escribo es cierto. Cuando uno investiga por medio de rumores, la información ya está filtrada. En el juego de roles se aprende más: uno se libera de prejuicios propios y de estimaciones falsas, porque cada realidad es siempre diferente de como uno se la había imaginado. Y para mí asumir un rol es a veces una vivencia chocante, pero también un aprendizaje respecto de cómo percibir la sociedad. 
 
Las torturas
 
–¿Sería aplicable su método para investigar el narcotráfico en México?
–Estuve en México, donde di charlas y talleres. Allá dije claramente que mi método, utilizado individualmente, llevaría a ser asesinado. Ahí ya ha habido suficientes periodistas asesinados. Habría que buscar alguna forma de agrupación anónima y publicar el trabajo en conjunto, quizá con un seudónimo. Eso tal vez sería una protección. Pero sería imprudente alentar a otros a que hagan lo que yo hago. 
–¿Qué piensa usted del método de WikiLeaks?
–La revelación de secretos como un fin en sí mismo significa muy poco para mí. Si eso no está unido a cierta ética o cierta moral, veo el peligro de que sea un fin en sí mismo, lo que puede causar daños. Para mí el fenómeno fue refrescante... volví a tener cierto respeto por la diplomacia estadunidense: ¡con qué precisión describen a nuestra clase política! Es algo que me hubiera gustado tener más a menudo en nuestra prensa.
–¿Quién gobierna Alemania? Se lo pregunto porque cuando uno lee sus reportajes se duda de que Alemania sea una democracia que funciona como tal.
–Cuando uno mira el lobby de los banqueros y los consorcios alrededor de los políticos importantes, que a veces están unidos como en un capullo, ensamblados en una relación, no digo corrupta porque no es que alguien reciba un envío de dinero, lo que hay son contactos sociales, charlas, honorarios por fuera de sus cargos políticos. Hay excepciones, pero esto abarca a todos los partidos.
“En este momento no vivimos en una sociedad de clases, sino en una sociedad de castas. Y en esos grupos hay escalafones muy determinados. Los intocables (la casta más baja dentro del hinduísmo) son los desempleados de larga data. El alemán con “trasfondo migratorio” es tratado como persona de segunda o de tercera clase. Las clases altas hablan despectivamente de una “sociedad praliné”. En realidad existe justamente lo contrario. Lo dice claro, en su libro, Peer Steinbrück, exministro de Finanzas (colaboró en el primer gobierno de Angela Merkel). Ahí cuenta que desde su cargo percibió entre los ejecutivos, empresarios y banqueros un desprecio tal por las clases más bajas que es en este sector privilegiado donde existe un verdadero mundo paralelo y asocial.
–Usted pasó una temporada en Brasil con los indígenas. ¿Qué aprendió de ellos?
–A no ponerme por encima de la naturaleza, sino a entenderme como parte de ella. Y también a moverme a su ritmo. En esta sociedad de la abundancia uno se confunde y se desborda porque hay demasiado de cada cosa. Y hay un ritmo que a uno se le impone. Aquí uno se aventura en cada día y no en el miedo al futuro. Es eso que en el budimo zen es la meta más elevada: pasar de la obsesión con uno mismo al olvido. Ahí se vive así. En México me gustaría mucho ir con los tarahumaras, que hacen rituales en los que se corre. Correr es mi forma de meditación. Olvido mientras corro. Sobre todo cuando lo hago en un ambiente natural, todas las molestias desaparecen. 
–El escritor japonés Haruki Murakami, quien también corre maratón, cuenta que durante la carrera, a fin de sobreponerse al dolor corporal, recita para sí mismo un mantra: “El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional”.
–Yo diría: adelantarse a los dolores más agudos, asumir la adversidad para no ser sorprendido por un sufrimiento que puede dominarlo a uno y que después no pueda manejar. Pero, al mismo tiempo, bajar la frontera del dolor. Correr la maratón es una superación constante. No se puede pensar en la meta. Si se hace eso, no se llega. Uno tiene que proponerse hacer los kilómetros siguientes. En el tiempo, y esto sucede a veces, después de 20 o 30 kilómetros sobreviene un estado en el que uno no corre más, sino que “se corre...”
–Volviendo a los límites del dolor... En 1974, en Grecia, usted se manifestó contra la dictadura y fue torturado hasta que supieron quién era. ¿Tuvo esa tortura algún efecto en su posicionamiento y su trabajo posteriores?
–Yo había vaticinado lo peor. Hasta escribí mi testamento. Sabía que en esas situaciones algunos eran asesinados o desaparecían. De pronto estaba yo con esta gente que extrae informaciones de manera burocrática, mecánica, y que entretanto, en una pausa de la tortura, habla por teléfono con su mujer y sus hijos y se vuelve otra persona. Después de que se me maltrató de la peor manera, durante casi un año no pude trabajar más. Tenía problemas de concentración. Tiempo después me sometí a una terapia. Y lo pude superar. Y puedo decir que ese fue el rol que más me marcó en mi vida…

lunes, 25 de abril de 2011

El “ya basta” se globaliza...


"La legalidad requiere de un esfuerzo y de que se controlen las ganas por el consumismo"

Marcela Turati

Las imágenes de la violencia que durante lustros sacudió a Italia remiten a los hechos que actualmente ocurren en México: masacres consuetudinarias, cuerpos deshechos en ácido, menores de edad asesinados como escarmiento a sus padres que denunciaron a capos del crimen organizado... Ese país europeo lanzó la consigna de “ya basta”. Desde su sociedad surgió un movimiento que pretende incubar ciudadanos sin miedo, enraizar la cultura de la legalidad, cortar la admiración hacia los traficantes, arruinar los negocios ilícitos y honrar la memoria de las víctimas. Incluso, la organización Libera considera que esta experiencia antimafia se podría “replicar” en México.
 
Corleone/ Nápoles/ Palermo.- En esta ala del museo se exhiben retratos de hombres-demonios: ahí está el boss Totó Riina, mejor conocido como La Bestia por sus brutales crímenes; allá Provenzano, El Contador, el cerebro financiero de la mafia y gatillero envidiable; le sigue Salvo Lima, contacto con el gobierno; más allá Vito Ciancimino, camuflado bajo la fachada de constructor y político. Algunos de esos capos están muertos; otros vivos, mas son mostrados ya desvalidos, al momento de ser arrastrados por policías.
Kristina Madonia, la joven guía que dirige el recorrido de este peculiar museo, se detiene ante el retrato de uno de ellos, el boss Giovanni Brusca, y explica: “Durante dos años tuvo en el sótano de su casa a un niño de 11 años, Giuseppe DiMatteo, que era el hijo de un pentiti (arrepentido y colaborador con la justicia). Todo ese tiempo lo torturó; lo mató echándole ácido”.
Indignada, continúa la explicación: “No sólo lo hicieron con ese niño sino con tantas personas para dar una lección de lo que es la mafia. Han matado mucho y a muchos niños. Es importante saberlo porque la gente viene con otra idea. Como vieron El Padrino piensan que son gente que ayudaba al pobre, que daba trabajo, pero más bien eran los que controlaban todo para esclavizar a todos”. 
El museo de este pueblo montañés considerado cuna de la mafia recibe constantemente visitas de turistas que llegan a la región con la cámara fotográfica preparada, preguntando por la casa de Vito Corleone, Il Padrino, inmortalizado en la película de Francis Ford Coppola. Se les ve retratando la cantina que exhibe botellas de licores con los rostros de Marlon Brando o Al Pacino, y a los ancianos vestidos con traje y gorras oscuras, que pasan sus días al sol y parecieran halcones. Antes o después de comer una pasta con aderezo mediterráneo pasan por el museo CIDMA, pero se sorprenden con lo que escuchan. 
“Este lugar no surgió para documentar la historia de la mafia, sino del movimiento antimafia”, explica Massimiliana Fontana, la gerente de este museo llamado Centro Internazionale di Documentazione sulle Mafie e del Movimento Antimafia (CIDMA).
Guías como ella logran que los visitantes se detengan en esta casona antigua de dos pisos para ver a los héroes que lucharon contra los “padrinos”, y no para reverenciar a los asesinos.
“La gente viene con esa idea mitológica positiva de la mafia, por ese film que muestra una idea de la mafia aromanzada, que la presenta como una familia unida, religiosa. El film no apunta la maldad que cometieron”, lamenta la gerente. En la pared de su espalda hay un póster elocuente: “La mafia é una merda”.
En la primera sala, la Stanza del Messaggio, se exhiben fotos de la reportera Letizia Battaglia con las que documentaba en el diario la violencia palermitana: un hombre asesinado por ver algo que no debía; una mujer devastada por el asesinato de su hijo, mientras unos ‘halcones’ verifican la eficiencia de los sicarios; el velorio de una persona a la que arrancaron la lengua por haber hablado de más; un cuerpo velado afuera de su casa para evitar que exterminen a toda la familia; los ríos de sangre en el pavimento; las masacres múltiples; los atentados contra jueces incorruptibles… 
Varias fotografías remiten a escenas actuales de México. 
CIDMA exhibe los daños ocasionados por los mafiosos, como se llama en Italia a los narcos, y reconoce el sacrificio de los mártires asesinados por oponerse a su control territorial. Ahí están, por ejemplo, el campesino sindicalista Placido Rizzotto, asesinado y mutilado por incitar a la gente a ocupar las tierras no cultivadas, o la adolescente Rita Atria, quien delató a sus parientes traficantes y luego se suicidó.
La estancia del segundo piso conserva los gruesos legajos judiciales del maxiproceso de 1986 a 1987 que llevó a la cárcel a 288 de los 500 mafiosos investigados, entre ellos a los corleoneses Riina y Provenzano, quienes obtuvieron cadena perpetua. Llama la atención que junto a las carpetas se exhibe la foto de Rosaria Schiafino, la viuda de un escolta asesinado con la misma bomba que mató al juez Giovanni Falcone, una donna famosa porque en el funeral solicitó a los criminales que se arrepintieran, cuestionó su complicidad con el Estado y lamentó tanta sangre. En un grito parecido al “estamos hasta la madre” que en México se escucha ahora. 
“Con las muertes de los jueces Falcone y Borsellino la gente salió a las calles, salieron de su indiferencia porque sintieron que les pegó la violencia. Estaban enojados, gritaban ‘no’ a la mafia y ‘ya basta’”, explica Fontana.
Las guías son treintañeras, de una generación que no vivió la violencia y creció sin miedo a pronunciar en voz alta la palabra ‘mafia’, que no pronuncian los ancianos que miran a los viajeros en la plaza. Ellas se quejan de que los trabajos aún son otorgados por ‘padrinos’ a sus recomendados y que los jóvenes tienen que emigrar para buscar empleos. 
Italia es considerado el país con la mafia más antigua (al menos un siglo) y tuvo un periodo violento por el exterminio entre cárteles, pero aún está lejos de acabar con sus traficantes. Ellas calculan que todavía 80% de los negocios de Palermo pagan derechos de piso por trabajar, la famosa “cuota” en jerga mexicana. 
“El centro no intenta decir que la mafia ya no existe, porque aunque ahora no hay tanta violencia, la mafia está silenciosa, pero no menos activa: muchos pagan derecho de piso. Y queremos que este centro sirva para contrarrestar el silencio que aún perdura y que hace que la mafia sobreviva, y honrar el sacrificio de gente como Rita, Falcone o Rizzotto”, explica Madonia.
El CIDMA es uno de los símbolos del movimiento ciudadano antimafia que por toda Italia mantiene trincheras de resistencia, que muestran que la movilización ciudadana logra vencer el miedo, recuperar espacios y debilitar el poder de los narcotraficantes. Proceso visitó varios lugares para documentar la rebelión ciudadana. 
 
La marcha del millón 
 
Porta Della Ginesta.- Un letrero da la bienvenida a la siguiente parada: “Bene confiscato a Bernardo Brusca”, y una foto antigua muestra un campo árido y una casa vieja y arruinada que hoy luce distinto: la pradera está verde, tiene flores, y la construcción que data del siglo XVI alberga un bello mesón.
Enza, la guía de turistas, explica: “Antes este terreno pertenecía a un mafioso poderoso, Bernardo Brusca –uno de los boss mafiosos que más tierras poseían–; aquí se reunía con otros capos. Su hijo Giovanni era un tipo muy malo que disolvió en ácido al hijo de un arrepentido. Le decían El Animal. Él activó la bomba contra el juez Falcone y sus guardaespaldas. Ahora éste es un bien confiscado, es un comedor y hotel que recibe turistas y da trabajo a las familias locales, que ya no tienen que emigrar”.
En el mesón unos jóvenes explican el éxito que tiene esa cooperativa agroturística que el Estado traspasó a la organización Libera, una red de organizaciones ciudadanas encabezada por el sacerdote Luigi Ciotti, que en 1995 reunió 1 millón de firmas que exigían la creación de una ley para que los bienes confiscados a los narcotraficantes fueran restituidos a la sociedad y usados con fines sociales.  Esto, en la lógica de que la única manera de que los narcotraficantes pierdan su poder es mandándolos a la pobreza.
Posteriormente, Libera empujó la indemnización por parte del Estado a las víctimas inocentes del crimen organizado –a las que asesora legalmente– para que fueran consideradas del mismo rango que las del terrorismo. Encaminada en ese sentido también desarrolla programas para romper la admiración de los niños hacia los mafiosos y restablecer la cultura de la legalidad activa. En recorridos como éste, en los que se hace alto en lugares donde ocurrieron masacres o en cooperativas que trabajan en tierras recuperadas, se honra la memoria de los “héroes” que no se quedaron callados.
Además, en toda Italia cada 21 de marzo se organizan actos masivos en los que se pasa lista a 900 nombres: las víctimas inocentes de la mafia. Lo mismo a Rizzotto, que a los jueces Falcone y Borsellino, o al guardaespaldas Vitorio Schiaffino –esposo de Rosaria—, que a Rita Atria o al niño Giuseppe Di Matteo y muchos otros.
“Después de la ‘estación de las masacres’, cuando mataron a los jueces antimafia Falcone y Borsellino, empezó un fenómeno nuevo: la gente se rebeló al silencio, sacó sábanas blancas por sus ventanas como símbolo de protesta y enfrentó a los representantes del Estado que acudieron al funeral como responsables de los asesinatos. Nacieron grupos locales con ganas de actuar. Luigi Ciotti pensó que en vez de fundar una nueva asociación se tenía que hacer una red con las pequeñas organizaciones para combatir a la mafia mediante la movilización social y se dedicó tres años a articularlas.
 “Olvidar es un regalo a la mafia. La memoria es un reconocimiento a la víctima, y es importante para sus familias. Pero no sólo recordamos el asesinato de los jueces Falcone o Borsellino, que fueron noticia durante mucho tiempo, sino a todos porque todos tienen nombres y son importantes. No podemos hacer como si su muerte no hubiera sucedido”, explica el sacerdote Tonio Dell’Olio, encargado del área internacional de la organización. El mismo que el mes pasado viajó a México para hablar de la experiencia italiana con la idea de que así como los cárteles tejen alianzas internacionales con sus pares, los ciudadanos también deben trasnacionalizar las experiencias exitosas para combatirlos. Aún no ocurría el asesinato de los siete jóvenes en Cuernavaca, entre ellos Juan Francisco, el hijo del escritor Javier Sicilia, ni la movilización ciudadana por él convocada ni el memorial levantado a las víctimas. 
En Italia, Libera promueve encuentros públicos y charlas escolares con los familiares de las víctimas para que su muerte deje una enseñanza a la sociedad.
“Las familias transforman el dolor y la rabia en un compromiso social que les permite elaborar de otra manera el duelo, y cuando la gente escucha lo que han sufrido ayudamos a romper la mentalidad estigmatizadora del ‘si lo mataron es que algo hizo’. Así, las familias van perdiendo el miedo y la vergüenza de hacer su drama público y colaboran en la educación para la legalidad”, explica Dell’Olio en el céntrico edificio de nueve pisos donde la organización tiene su base, en Roma, a unas cuadras del Coliseo, que antes pertenecía a un mafioso.
Desde la puerta de la entrada se encuentran cajas con trípticos, camisetas, libros, pósters, discos compactos o productos agrícolas que refuerzan la opción antimafia y recuerdan a las víctimas de la guerra italiana por las drogas, como Silvia Ruotolo, una mujer asesinada durante un ajuste de cuentas de la Camorra, o Pío LaTorre, el político que sembró la idea de crear una ley encaminada a arruinar económicamente a los narcotraficantes para quitarles su poder, pero que no pudo verla materializada porque fue silenciado.
 
Todos presentes
 
Nápoles.- Alessandra Clemente es una joven de 23 años, de ojos claros, clase alta, que pronto será abogada. Además de sus estudios, en sus ratos libres visita tutelares de menores para compartir a los pequeños infractores lo dura que ha sido su vida.
“En junio de 1997, cuando yo tenía 10 años y mi hermano cinco, asesinaron a mi mamá, Silvia Ruotolo, cuando dos clanes rivales se enfrentaban cerca de mi casa”, explica la joven que participa en la organización de familias de víctimas de la mafia, empeñada en que su sufrimiento sirva para desactivar la violencia.
“Ellos ignoran la otra parte de la historia sobre el daño que causan, y cuando los familiares contamos nuestra historia, o yo cuento lo injusto de que me hayan matado a mi mamá –una persona estupenda, llena de vida–, provocas una reacción. Y yo transformo mi odio y mi rabia en una acción positiva para que las cosas mejoren: quiero, al menos, intentar cambiar el destino de esos jóvenes que me escuchan, que muchas veces son mano de obra del crimen organizado”, explica en la oficina de la organización, donde se ha reunido con familiares de otras víctimas que se dedican a recorrer escuelas o dar charlas en plazas.
Ellos salen a las calles cada 21 de marzo a marchar por las personas asesinadas por los criminales, y pasar lista por sus difuntos. 
“Somos una gran familia, no nos sentimos solos o avergonzados porque llevamos nuestro luto compartido. Sabemos que debemos hablar de nuestra herida para que esas muertes horribles no vuelvan a suceder y para empujar cambios positivos.”
Otro de los que marchan es Franco LaTorre, director de la Fundación Pío LaTorre, que pretende seguir la lucha de su padre con estudios sobre el arraigo de la ‘cultura de la mafiosididad’ y la sensibilización escolar hacia la legalidad, empezando por la reprogramación cultural.
 
Educando para la legalidad
 
Palermo.- Analisa Burzio, una rubia de cabellera alborotada, que se apasiona al hablar, vive de la legalidad: trabaja como vendedora en una de las tiendas Libera-Terra en Palermo, donde vende productos agrícolas ‘antimafia’, como vinos o pastas, producidas en las cooperativas que reutilizan las tierras confiscadas a ‘los padrinos’, así como material didáctico que refuerza la memoria en torno a los héroes de esta lucha. En sus ratos libres participa en los programas de formación para jóvenes enfocados a que dejen de admirar el dinero que se obtiene con actividades ilícitas.
“Yo les hablo de que hay que construir la legalidad. Me preguntan: ‘¿De qué modo?’. Y les digo: ‘Siendo coherentes, viviendo honestamente… que no vistan con ropa robada, con marcas robadas, sino con lo que puedan pagar’. Porque la legalidad requiere de un esfuerzo y de que se controlen las ganas por el consumismo… Es decir, si no me alcanza para los tenis de moda, no tengo que comprarlos forzosamente. Aunque todos vistan así, yo no, yo puedo ser diferente”, explica la rubia que lo mismo se dice una donna molto coherente que habla de su infancia en la pobreza.
Educadores como Burzio usan métodos pedagógicos para romper desde la infancia la cultura de admiración hacia el dinero fácil, lo que no es fácil en un país tan consumista como éste. Echan mano, por ejemplo, de juegos diseñados para niños de tres años sobre el sentido de las reglas que mejoran la convivencia, para niños de ocho años organizan viajes a los bienes decomisados para que vean la libertad con la que ahí se trabaja, o a los de 11 les dan pláticas sobre asuntos que les interesan, como las trampas en el deporte, el dopaje y el tráfico de sustancias. También los ponen en contacto con familiares de víctimas de la narcoviolencia o de criminales arrepentidos.
“Es obvio que si eres adolescente te identificas con la persona fuerte del barrio, el boss poderoso e influyente que otorga trabajo, y tienes que hacerte rudo y bravo para sobresalir porque no tienes oportunidad de estudiar o ser alguien distinto. Nosotros cuando vamos a las escuelas hablamos de este aspecto, pero también llevamos a los alumnos a las cooperativas para que vean que los mafiosos pueden ser vencidos, que la cultura del ‘favor’ debe ser erradicada porque es mejor la cultura del derecho, y que con el trabajo honesto también se gana”, explica Girolamo Di Giovanni, otro “soldado” de esta revolución educativa que se abre paso mediante juegos, música, deporte, cultura, charlas y fiestas.

Umberto Di Maggio, otro de los cruzados contra la arraigada cultura de la mafiosidad –esa que explica como “un modo de concebir las relaciones humanas y de pensar”–, dice que los niños en las clases se muestran sorprendidos al enterarse de que después de los asesinatos y las capturas de bosses como Riina, La Bestia, o Brusca, El Animal, surgió una nueva generación de mafiosos trajeados, de aspecto agradable, que controlan la industria alimentaria y fijan el precio del queso mozzarella y las pizzas que ellos comen, o ganan licitaciones para construir los edificios antiecológicos donde ellos viven. 

“La mafia no es un asunto de gángsters con metralleta, tiene muchas caras”, les explica a sus alumnos.

El promotor se muestra preocupado por la situación mexicana: “A pesar de que las mafias mexicana, calabresa y rusa se han unido, y que se organizan para traficar drogas y personas por todo el mundo, la gente lo sigue viendo como un problema local y se mantiene aislada. Debemos organizarnos también nosotros, transferir y socializar en todo el mundo este patrimonio, los resultados positivos de este camino ciudadano, para lograr un esfuerzo común antimafia”.  

El esfuerzo actual de Libera es hacia la globalización del “Ya Basta”. 

lunes, 18 de abril de 2011

Legado de luz desde la oscuridad de la muerte


Robert Fisk

Existen en la vida hechos tan terribles, tan indecibles, tan espantosos, que el lenguaje común no sirve para describirlos. Hace unos días Isis Nassar, artista británica-libanesa de 54 años, quien pintaba retratos y paisajes tan llenos de color que casi resplandecen en la oscuridad, seguía su hábito de viajar por el mundo, dando clases de arte a los pobres y pintando las tierras que habitan. Estaba en Belice. De Corea a Costa de Marfil, Eritrea, Nigeria, ¡Palestina!, Libia, Indonesia, Papúa, había pintado miles de obras a cual más elaboradas. La conocí hace años, cuando eI museo Barbican exhibió un paisaje suyo, dolorosamente devastador, de la masacre de palestinos en Sabra y Chatila en 1982, cometida por milicianos libaneses aliados de Israel. Era de formato amplio, como debía ser, pero cuando la Orquesta Sinfónica de Israel fue a tocar en el Barbican, insistió en que se retirara.

El lado interesante de esto fue que la demanda de la orquesta era un reconocimiento de la culpa de su país en ese crimen de guerra. Soldados israelíes presenciaron la masacre perpetrada por sus aliados y nada hicieron. Pero, sobra decirlo, el Barbican cedió con cobardía y quitó el lienzo. En ese tiempo reporté el caso en The Independent.

Como quiera que sea, hace unos días Isis estaba en la pequeña casa donde se alojaba en Belice cuando alguien irrumpió, la desnudó, la maniató y le rebanó la garganta. La amiga con quien ella se hospedaba encontró el cadáver. Un agresor sexual estadunidense fue arrestado para ser deportado, mientras un beliceño fue interrogado por la policía local, la cual –trabajando en la que, según he averiguado, es una de las capitales mundiales del crimen– debe ser bastante deplorable en su trabajo.

El padre de Isis, Edward, de 85 años, de quien escribí en enero pasado y cuyo hijo murió hace varios años, viajó a Belice con una joven pariente, Nada Nassar, para llevar el cuerpo de su hija a Líbano vía Estados Unidos, proceso que implicó los desconsiderados retrasos burocráticos que se acostumbran en Belice y una igualmente desconsiderada negativa a permitir que Edward cruzara por Florida porque, aunque es inglés, no tiene visa estadunidense. Isis fue sepultada la semana pasada en el hermoso mausoleo familiar, arriba de Beirut.

Noté que los periódicos beliceños recurrieron al lugar común: Isis fue brutalmente asesinada. Pero en este caso me pareció singularmente insatisfactorio. Sí, todos los asesinatos son brutales, pero el de Isis fue tan inicuo que la frase no sirve. Sencillamente me quedé sin palabras. Y luego, la semana pasada estaba leyendo una historia aterradora de la invasión y ocupación nazi de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial y me di cuenta de que el cruel final de Isis fue enfrentado por decenas de miles –de hecho millones– de rusos. Los nazis eran así. Esa era la forma en que trataban a las mujeres. Los rusos cobraron terrible venganza en 1945, es cierto, pero ésa es otra historia. Y ahí es cuando caí en cuenta de lo que ocurrió con Isis: fue víctima de una atrocidad tan terrible como los crímenes de guerra cometidos por los nazis.

Así pues, cuando el padre de Isis me invitó a verlo, hace una semana –a charlar y luego a comer–, me asaltó la vieja pregunta: ¿qué se dice? Estoy cansado de las frases cojas como lo siento, qué terrible, que decimos a los familiares de víctimas inocentes. En su pequeño museo de antigüedades, dedicado en parte a la obra de Isis, me dijo con gran elocuencia –y con más fragilidad que nunca–: Tengo 85 años; yo debería estar muerto, Isis debería estar viva.
Le ofrecí disculpas por no asistir al pésame oficial, porque en Líbano eso por lo regular significa muchas familias que se odian entre sí. Se echó a reír. Robert, prefiero llevarte a comer. Le dije mi idea de que la palabra atrocidad de la Segunda Guerra Mundial era la que encajaba en este acto terrible. Lo pensó un rato y estuvo de acuerdo.

En tales ocasiones, por lo regular dejo que el deudo hable –para averiguar de qué quiere hablar– y sí, Edward quería hablar de lo brillante que era su hija. Había decidido abrir un segundo museo dedicado al trabajo de Isis. Incluso trajo gran número de bocetos de la casa de ella, ahora abandonada, muchos de ellos, pensé, de mujeres papuanas y nigerianas. Quiero dedicar mi vida a su obra, dijo, y que alguien escriba su biografía, poniendo muchas de sus pinturas de color en el libro. Es la única forma en que puedo dar sentido a mi existencia. Le dije que me parecía un magnífico proyecto.

Fuimos a la bonita casa de Edward, frente al Mediterráneo. Fumamos sus estupendos puros Cohiba y tuvimos una magnífica comida con montones de kibbe libanés, sambousek jibneh y tahina vegetal adornada con cebollas. La silla vacía de Isis estaba frente a mí. Y todo el tiempo estuvimos rodeados de docenas de cuadros de Isis.
Recuerdo haber leído hace poco que el artista alemán Hans Hofmann escribió una vez: En la naturaleza, la luz crea el color. Y en la pintura, el color crea la luz. Y Edward estuvo de acuerdo conmigo en que esa descripción parecía aplicarse casi con singularidad al trabajo de Isis. Había frente a mí una pintura de la costa irlandesa. Y detrás de Edward, una montaña espectacular hecha de todos los colores del arcoiris. Pude oler la pintura al óleo.

Así pues, regresé a Beirut y Edward se retiró a su siesta vespertina. Fue una atrocidad. Pero no hay más que decir.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

viernes, 15 de abril de 2011

Que las imágenes de la guerra hablen por sí mismas


“Al Jazeera en inglés  sí dice quiénes son los malos, se expresa sin cortapisas y pone en vergüenza a la BBC, por lo general pusilánime”.
Robert Fisk

Detesto que me llamen reportero de guerra. En primer lugar, porque la palabra tiene el triste sabor del adicto. En segundo, porque no se puede informar de una guerra sin conocer la política subyacente en ella. ¿Podrían Ed Murrow o Richard Dimbleby haber cubierto la Segunda Guerra Mundial sin entender la política de contemporización de Chamberlain o el anexionismo de Hitler? ¿Podría James Cameron –cuya cobertura de Corea fue espectacular– haber registrado en vivo el lanzamiento de prueba de una bomba atómica sin tener conocimiento de la guerra fría?
Siempre digo que los reporteros deben ser neutrales e imparciales… del lado de los que sufren. Si uno cubriera el tráfico de esclavos en el siglo XVIII, no le daría espacio igual al capitán del barco esclavista. En la liberación de un campo de exterminio, no le daría tiempo igual a las SS. Cuando la jihad islámica palestina voló una pizzería llena de niños israelíes en Jerusalén, en 2001, no le di espacio igual al vocero de la jihad. En la masacre de Sabra y Chatila en Beirut, en 1982, no le di espacio igual al ejército israelí que contempló la matanza y cuyos aliados libaneses cometieron esa atrocidad.
Pero la televisión tiene prioridades diferentes. Al Jazeera en inglés –a diferencia de la versión árabe– logra hacerlo casi como debe ser. Sí, de cuando en cuando aparezco allí y sus reporteros son buenos amigos míos. Pero ese canal sí dice quiénes son los malos, se expresa sin cortapisas y pone en vergüenza a la BBC, por lo general pusilánime. Lo que más me impacta, sin embargo, es la calidad de su información. No las palabras, sino las imágenes.
En Túnez y Bahrein, a menudo compartí un auto con James Bays de Al Jazeera (sí, es amigo mío, y sí, ¡claro que viajaba a sus costillas!). Me fascinaba la forma en que se apartaba de la cámara diciendo los voy a dejar ver la escena un momento y entonces desaparecía y nos dejaba observar a las decenas de miles de refugiados egipcios en la frontera tunecina o las decenas de miles de manifestantes chiítas con sus banderas bahreiníes en la glorieta de la Perla (cuyo monumento fue destruido por el rey como en una quema ritual de libros). Las imágenes hablaban en vez de las palabras. El reportero se sentaba en la fila de atrás (en contraste, observen a los chicos y chicas de la BBC, todo el tiempo haciendo tontos ademanes) y la imagen contaba la historia.
Bays cubre ahora el avance rebelde y la constante retirada de Libia occidental –más retirada, sospecho, que la de los generales Wavell y Klopper en el desierto libio en la década de 1940–, pero una vez más se quita de la imagen y nos deja presenciar el caos de pánico en el camino más allá de Ajdabiya. Los dejaré ver con sus propios ojos, dice. Y vaya que sí. No estoy seguro de que ésa sea la forma en que deba cubrirse una guerra. ¿Se puede informar sobre la caída de Berlín en 1945 sin el general Zhukov? Pero por lo menos nos permite sacar nuestras propias conclusiones.
Cuando Dimbleby informó sobre la tormenta de fuego de Hamburgo –aquella frase, todo lo que puedo ver es una gran cuenca de fuego frente a mí, todavía me persigue–, necesitábamos sus palabras. Como necesitábamos el comentario de Ed Murrow de que iba a mover sólo un poco el cable de su cámara para dejar que los londinenses que estaban fuera de la iglesia de Saint Martin in the Fields, en la plaza Trafalgar, fueran a cubrirse durante los bombardeos alemanes. Pero hay algo indeleblemente conmovedor en el informe directo de una cámara sin reportero. Eurovision hace eso a menudo –lo llama sin palabras– y yo me pregunto si no es presagio de un nuevo periodismo.
John Simpson trató de hacerlo en la BBC antes de la caída de Kabul en 2001, pero usó un método diferente: permitió que los televidentes observaran al segundo equipo de camarógrafos, el cual se volvía parte de la información mientras él avanzaba de una escena a otra, y poco a poco nos acostumbramos a la idea de que era un grupo de cuatro, hasta el punto de que se volvieron participantes naturales en la noticia, tan obvios como el propio reportero.
Soy totalmente partidario de eso. La idea de que todavía tengamos reporteros que siguen asintiendo significativamente con la cabeza mucho tiempo después que el entrevistado se ha ido, como si aún lo escuchara, me parece ridícula. Y volvamos un poco atrás, por favor: que alguien les diga a los reporteros de televisión que dejen de estar manoteando como si fueran un extra en una obra de Shakespeare, tratando de explicarse enfrente del aburrido público.
Bays aún usa un poco las manos –noté que yo lo hice en Al Jazeera el otro día–, pero casi siempre es para invitar al público a observar algo que él ha visto. Una vez escribí que no se puede describir una masacre en un medio impreso sin usar el lenguaje de un parte médico, y me temo que la televisión (incluso Al Jazeera) no ha logrado aún comunicarnos todo el horror de las atrocidades. La aseveración de que no se deben mostrar muertos –cuando nosotros los hemos visto en todo su horror– siempre me ha parecido una simulación. Si los gobiernos van a la guerra (¿cuántos vieron imágenes de los muertos en Libia luego de los ataques de la OTAN esta semana?; respuesta: cero), entonces se nos debe permitir ver el verdadero rostro de la guerra.
Por el momento, sin embargo, vean Al Jazeera, observen a mi buen amigo James Bays y rueguen que ya no tenga que retroceder. Y también que después de este artículo todavía me deje viajar en el auto con sus camarógrafos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

miércoles, 13 de abril de 2011

DE LA REFLEXIÓN CRÍTICA, INDIVIDUOS Y COLECTIVOS.


(Carta Segunda a Luis Villoro en el Intercambio Epistolar sobre Ética y Política)


“Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala
calidad, es hora de comenzar a decir la verdad”
Bertold Brecht.

Abril del 2011.

“Si en el cielo hay unanimidad, apartadme un lugar en el infierno”
(SupMarcos. Instrucciones para mi muerte II)

 
I.- LA PROSA DE LA CALAVERA.

Don Luis:
Salud y saludos maestro. Esperamos de veras que se encuentre mejor de salud y que la palabra sea como esos remedios caseros que alivian aunque nadie sabe cómo.
Cuando inicio estas líneas, el dolor y la rabia de Javier Sicilia (lejano a la distancia pero cercano en ideales desde antaño) se hacen eco que reverbera en nuestras montañas. Es de esperar y de esperanza que su legendaria tenacidad, así como ahora convoca nuestra palabra y acción, alcance a agrupar las rabias y dolores que se multiplican en suelos mexicanos.
De Don Javier Sicilia recordamos sus críticas irreductibles pero fraternas al sistema de educación autónoma en las comunidades indígenas zapatistas y su terquedad al recordar periódicamente, al finalizar su columna semanal en la revista mexicana PROCESO, el pendiente del cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés.
La tragedia colectiva de una guerra insensata, concretada en la tragedia particular que lo hirió, ha colocado a Don Javier en una situación difícil y delicada. Muchos son los dolores que esperan encontrar eco y volumen en sus reclamos de justicia, y no son pocas las inquietudes que esperan que su voz acuerpe, que no dirija, las ignoradas voces de indignación.
Y también ocurre que en torno a su figura agigantada por el digno dolor, acechen los buitres carroñeros de la política de arriba, para quienes una muerte vale sólo si suma o resta en sus proyectos individuales y de grupúsculos, aunque se escondan detrás de una representatividad.
¿Un nuevo asesinato se hace visible? Pues entonces hay que ver cómo afecta eso la pueril contabilidad electoral. Para allá arriba importan las muertes si pueden incidir en la agenda electoral. Si no se pueden capitalizar en encuestas y tendencias de preferencia electoral, entonces vuelven a la lúgubre cuenta donde las muertes ya no importan, aunque sean decenas de miles, porque vuelven a ser un asunto individual.
Ignoro, al momento de escribirle estas palabras, los pasos que sigue ese dolor que convoca. Pero su reclamo de justicia, y todos los que en él se sintetizan, merecen nuestro respeto y apoyo, aún con nuestro pequeño ser y nuestras grandes limitaciones.
En el ir y venir de las noticias sobre ese suceso, se recuerda que Don Javier Sicilia es poeta. Tal vez por eso su persistente dignidad.
En su muy particular estilo de ver y explicar el mundo, el Viejo Antonio, ese indígena que fue maestro y guía de todos nosotros, decía que había personas que eran capaces de ver realidades que aún no existían y que, como no existían tampoco las palabras para describir esas realidades, entonces tenían que trabajar con las palabras ya existentes y acomodarlas de un modo extraño, en parte canto y en parte profecía.
El Viejo Antonio hablaba de la poesía y de quienes la hacen. (yo agregaría a quienes la traducen, porque l@s traductor@s de la poesía que habla lenguas lejanas también deben ser un mucho hacedor@s de poesía).
Los poetas, las poetisas, ¿ven más lejos o ven de otro modo? No lo sé, pero buscando algo que, dicho en el pasado, hablara del presente que nos duele y del futuro incierto, encontré este escrito de José Emilio Pacheco que me mandó hace tiempo un mi hermano mayor y que viene al pelo para que nadie entienda:

Prosa de la Calavera.

 
Como Ulises me llamo Nadie. Como el demonio de los Evangelios mi nombre es Legión. Soy tú porque eres yo. O serás porque fui. Tú y yo. Nosotros dos. Vosotros, los otros, los innumerables ustedes que se resuelven en mí.
(…)
Después fui, al punto de convertirme en lugar común, símbolo de la sabiduría. Porque lo más sabio es también lo más obvio. Como nadie quiere verlo de frente nunca estará de sobra repetirlo: No somos ciudadanos de este mundo sino pasajeros en tránsito por la tierra prodigiosa e intolerable.
Si la carne es hierba y nace para ser cortada, soy a tu cuerpo lo que el árbol a la pradera: no invulnerable, tampoco perdurable, sí material más empecinado o resistente.
Cuando tú y todos los nacidos en el hueco del tiempo que te fue dado en préstamo acaben de representar su papel en este drama, esta farsa, esta trágica y bufa comedia, yo permaneceré por largos años: descarnada desencarnada.
Serena mueca, secreto rostro que te niegas a ver (arráncate la máscara: en mí hallarás tu verdadera cara), aunque lo sabes íntimo y tuyo y siempre va contigo.
Y lleva adentro, en fugaces células que a cada instante mueren por millones, todo lo que eres: tu pensamiento, tu memoria, tus palabras, tus ambiciones, tus deseos, tus miedos, tus miradas que a golpes de luz erigen la apariencia del mundo, tu alejamiento o entendimiento de lo que realmente llamamos realidad.
Lo que te eleva por encima de tus olvidados semejantes, los animales, y lo que te sitúa por debajo de ellos: la señal de Caín, el odio a tu especie, tu capacidad bicéfala de hacer y destruir, hormiga y carcoma.
(…)
Porque voy con ustedes a todas partes. Siempre con él, con ella, contigo, esperando sin protestar, esperando. De los ejércitos de mis semejantes se ha forjado la historia. De la pulverización de mis añicos está amasada la tierra.
(…)
Así, quién lo diría, yo -máscara de la muerte- soy la más profunda entre tus señales de vida, tu huella final, tu última ofrenda de basura al planeta que ya no cabe en sí mismo de tantos muertos. Si bien sólo perduraré por breve tiempo, de todos modos muy superior al que te concedieron.
(…)
Toda belleza y toda inteligencia descansan en mí, y me repudias. Me ves como señal del miedo a los muertos que se resisten a estar muertos, o a la muerte llana y simple: tu muerte. Porque sólo puedo salir a flote con tu naufragio. Sólo cuando has tocado fondo aparezco.
Pero a cierta edad me insinúo en los surcos que me dibujan, en los cabellos que comparten mi gastada blancura. Yo, tu verdadera cara, tu apariencia última, tu rostro final que te hace Nadie y te vuelve Legión, hoy te ofrezco un espejo y te digo: Contémplate.

(José Emilio Pacheco, “Prosa de la calavera”, en “Fin de siglo y otros poemas”, México, Fondo de Cultura Económica / Secretaría de Educación Pública, Lecturas Mexicanas No. 44, 1984, pp. 114-117)

II.- LA PERTINENCIA DE LA REFLEXIÓN CRÍTICA.
“Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala
calidad, es hora de comenzar a decir la verdad”
Bertold Brecht.

La guerra de arriba sigue, y su paso de destrucción pretende también que todos empecemos a aceptar ese horror cotidiano como si fuera algo natural, algo imposible de cambiar. Como si la confusión reinante fuera premeditada y pretendiera democratizar una resignación que inmoviliza, que conforma, que derrota, que rinde.
En tiempos en que se organiza la confusión y se ejerce conscientemente la arbitrariedad, es preciso hacer algo.
Y un algo es tratar de desorganizar esa confusión con la reflexión crítica.
Como podrá ver en las misivas que le adjunto, Don Luis, se han sumado a este intercambio de reflexiones sobre la Ética y la Política, Carlos Antonio Aguirre Rojas, Raúl Zibechi, Sergio Rodríguez Lascano y Gustavo Esteva. Esperamos que más pensamientos se vayan agregando a este espacio.
Quisiera tocar en esta segunda carta nuestra, algunos de los puntos que toca usted en su respuesta y que, directa o indirectamente, también señalan nuestros corresponsales que lanzan sus ideas desde la Ciudad de México, Oaxaca y el Uruguay.
Todos abordan, con sus particularidades, es decir, en su calendario y su geografía propios, este asunto de la reflexión crítica. Estoy seguro que ninguno de nosotros (usted, ellos, nosotros) pretendemos que se establezcan verdades inamovibles. Nuestro propósito es arrojar piedras, bueno, ideas, al estanque aparentemente tranquilo del quehacer teórico actual.
El símil que uso de la piedra va más allá de la retórica de una superficie momentáneamente agitada por la piedra. Se trata de llegar al fondo. De no conformarse con lo evidente, sino atravesar con irreverencia el estanco estanque de las ideas y llegar al fondo, abajo.
En la época actual la reflexión crítica está aparentemente estancada. Y digo aparentemente si es que uno se atiene a lo que en los medios impresos y electrónicos se presenta como reflexión teórica. Y no se trata sólo de que lo urgente haya desplazado a lo importante, en este caso, los tiempos electorales a la destrucción del tejido social.
Se dice, por ejemplo, que el año que nos preocupa, el 2011, es un año electoral. Bueno, también lo fueron todos los años anteriores. Es más, la única fecha que no es electoral en el calendario de arriba es… el día de las elecciones.
Pero ya se ve que la inmediatez difícilmente puede diferenciar lo que pasó ayer de lo que pasó hace 17 años.
Salvo las “molestas” interrupciones de catástrofes naturales y humanas (porque los crímenes cotidianos de esta guerra son una catástrofe), los teóricos de arriba, o los pensadores de lo inmediato, vuelven una y otra vez sobre el tema electoral… o hacen malabarismos para ligar cualquier cosa al tema electoral.
La teoría chatarra, como la comida ídem, no nutre, sólo entretiene. Y de eso parece tratarse si nos atenemos a lo que aparece en la gran mayoría de los diarios y revistas, así como en los paneles de “especialistas” de los medios electrónicos de nuestro país.
Cuando estos expendedores de teoría chatarra miran hacia otras partes del Mundo y deducen que las movilizaciones que derrocan gobiernos son productos de celulares y redes sociales, y no de organización, capacidad de movilización y poder de convocatoria, expresan, a más de una ignorancia supina, el deseo inconfeso de conseguir, sin esfuerzo, su lugar en “LA HISTORIA”. “Twittea y ganarás los cielos” es su moderno credo.
Y, al igual que los “productos milagro”, estos exaltadores del Alzheimer teórico y político, promueven soluciones fáciles para el caos social actual.
A nadie se le ocurre que, tal y como lo presenta la publicidad, si usa tal loción para caballero o tal perfume para dama se verá instantáneamente en Francia, al pie de la Torre Eiffel, o en los bares del Londres de arriba.
Pero, al igual que los productos milagros que prometen bajar de peso sin hacer ejercicio y atascándose de comida, y hay personas que lo creen, también hay quien cree que se puede tener libertad, justicia y democracia con sólo tachar una boleta a favor de la permanencia del Partido Acción Nacional, del arribo del Partido de la Revolución Democrática o del regreso del Partido Revolucionario Institucional.
Cuando esta gente sentencia que sólo hay una opción, la vía electoral o la vía armada, no sólo demuestra su falta de imaginación y de conocimiento de la historia nacional y mundial. También, y sobre todo, vuelve a tejer la trampa que sirvió de argumento para la intolerancia y la exigencia de una unanimidad fascista y retrógrada para uno u otro lado del espectro político.
“Brillante” análisis éste que se plantea la urgencia de definiciones… frente a las opciones que imponen los de arriba.
Pero de las falsas opciones alerta muy bien Gustavo Esteva en su texto, y creo que da para un tema especial de este intercambio a la distancia.
En lugar de tratar de imponer sus endebles axiomas, podrían optar por debatir, por argumentar, por tratar de convencer. Pero no. Se trató y se trata de imponer.
Creo sinceramente que no les interesa debatir en serio. Y no sólo porque no tienen argumentos de peso (hasta ahora todo es un listado de buenas intenciones e ingenuidades que rayan en lo patético, donde el Partido Acción Nacional demuestra que el “modo Fox” no es un caso aislado sino toda una escuela de dirigentes en ese partido, donde el Partido Revolucionario Institucional predica el autismo frente a la historia propia, donde el vario pinto de la autodenominada izquierda institucional pretende convencer con consignas a falta de argumentos), sino porque no se trata de cambiar nada de fondo.
Es hasta cómico ver cómo se hacen malabares para encantar a las masas (sí, las desprecian pero las necesitan) y al mismo tiempo cortejar sin rubor al poder económico.
De lo que se trata, para ellos, es precisamente de maniobrar en el estrecho margen de los escombros del Estado Nacional en México para tratar de exorcizar una crisis que, cuando reviente, habrá de barrer también con ellos, es decir, con la clase política en su conjunto. En suma: para ellos es una cuestión de supervivencia individual.
La vocación de soplones, delatores y gendarmes le sienta bien a esta chatarra teórica que alentó la histeria intelectual y artística, primero en contra del movimiento estudiantil de 1999-2000 y su Consejo General de Huelga, y después contra todo lo que no aceptara las directivas de esta gavilla de policías del pensamiento y la acción.
Se trata de establecer una diferenciación que es más bien un exorcismo: están ellos, los bien portados, es decir, los civilizados, y están los otros, los bárbaros.
En su endeble tinglado teórico están, por un lado (y arriba), l@s individu@s brillantes, sapientes, mesurados, prudentes; y por el otro lado (y abajo) está la masa oscura, ignorante, arrebatada y provocadora.
Del lado de allá: los prudentes y maduros usurpadores de la representatividad de las mayorías.
Del lado de acá: las minorías violentas representándose sólo a ellas mismas.
-*-

Pero supongamos que les interesa debatir y convencer.
Discutamos, por ejemplo, las reales consecuencia del proyecto transexenal de Acción Nacional de cambiar una conocida estrofa del Himno Nacional mexicano y en su lugar poner “Piensa, ¡Oh Patria Querida!, que el cielo una víctima colateral en cada hijo te dio” y frente al cual ninguno de los otros partidos ha planteado una alternativa puntual y firme.
O las supuestas bondades del regreso del Revolucionario Institucional y el consecuente refrendo de toda una cultura de corrupción y crimen que empapó al conjunto de la clase política de México.
O las posibilidades reales del proyecto de dar marcha atrás a la rueda de la historia y volver al Estado Benefactor que es la propuesta de la aún endeble coalición de oposición.
Todos, además de detestar la reflexión teórica (claro, la que no sea una púber autocomplacencia), se plantean un imposible: mantener, rescatar o regenerar los escombros de un Estado Nacional que dio a luz y acuerpó al sistema de partidos de Estado. Ése que encontró en el Partido Revolucionario Institucional su mejor espejo y frente al cual toda la clase política de arriba hoy se esmera en acicalarse.
¿O no se han dado cuenta de hasta qué punto están destruidas las bases de ese Estado? ¿Cómo mantener, rescatar o renovar un cadáver? Y aún así, hace tiempo que la clase política y analistas que la acompañan se esmeran en vano en embalsamar las ruinas.
Pero se entiende, la ignorancia no es condenable. Claro, a menos que se vista de sabiduría.
No es posible, decimos nosotros, plantearse cualquier tipo de solución al desastre del Estado Nacional sin tocar al sistema responsable de esa ruina y de la pesadilla que puebla todo el país.
Hay soluciones, decimos nosotros, pero sólo pueden nacer de abajo, de una propuesta radical que no espera a un consejo de sabios para legitimarse, sino que ya se vive, es decir, se lucha en varios rincones de nuestro país. Y que es, por tanto, no una propuesta unánime en su forma, en su modo, en su calendario, en su geografía. Es decir, es plural, incluyente, participativa. Nada que ver con las unanimidades que pretenden ser impuestas por azules, amarillos, rojos, verdes, rosas, y comparsas que los acompañan.
Pero nosotros reconocemos que podemos estar equivocados. Que puede ser, es un supositorio, que la destrucción perpetrada aún deje un margen de maniobra para rehacer desde arriba el tejido social.
Pero en lugar de alentar un debate serio y profundo, se nos pide que volvamos a callar y, otra vez, se nos impele de nuevo a apoyar a nuestros perseguidores, a quienes, por ejemplo, dan cobijo con sus palabras o su silencio a personas como Juan José Sabines Guerrero, quien desde el gobierno de Chiapas persigue y reprime a los que no se unen al falso coro de loas a sus mentiras hechas gobierno, a quien persigue a los defensores de los derechos humanos en la Costa y Altos de Chiapas y a los indígenas de San Sebastián Bachajón que se niegan a prostituir su tierra, a quien alienta la acción de grupos paramilitares en contra de las comunidades indígenas zapatistas.
Porque quienes realmente conocen lo que se está haciendo y deshaciendo en Chiapas y no temen, han renombrado el lema de Sabines y ahora lo llaman “Deshechos, no palabras”. Sabines Guerrero es lo que mejor representa a la putrefacta clase política mexicana: tiene el apoyo del PAN, del PRI, del PRD y del movimiento de AMLO; es generoso con los medios para que digan lo que conviene y callen lo que no le conviene; mantiene una apariencia que a nadie le parece importar que sea eso, una apariencia presta a hacerse añicos en cualquier momento; y gobierna como si del aplicado capataz de una hacienda porfirista se tratara.
Y todavía se nos exige “hacerle aportes críticos constructivos” a un movimiento dirigido y conducido para repetir la misma historia, con otros nombres, de opresión.
¿Cuándo van a entender que existen individuos, grupos, colectivos, organizaciones, movimientos, a quienes no nos interesa cambiar lo que está arriba ni renovar (es decir, reciclar) una clase política que no es más que un parásito?
Nosotros no queremos cambiar de tiranos, de dueños, de amos o de salvadores supremos, sino no tener ninguno.
Pero en fin, si algo hay que agradecer a lo ocurrido allá arriba, es que ha develado una vez más la pobreza teórica y la evidente debilidad estratégica de quienes se proponían y proponen mantener, relevar o reciclar a los de arriba para exorcizar la rebelión de los de abajo.
Creo sinceramente que una reflexión crítica profunda debiera tratar de apartar la mirada del hipnótico carrusel de la clase política y ver otras realidades.
¿Qué tienen qué perder? En todo caso, tendrán más argumentos para autoerigirse en “la única alternativa posible”. Después de todo, l@s otr@s son taaan pequeñ@s y (¡uff!) taaan radicales.
Aunque tal vez alcancen a ver…
Que el heroico esfuerzo de colectivos anarquistas y libertarios por sustraerse de la lógica del mercado capitalista es efecto y causa de un pensamiento radical. Y que el futuro tiene su apuesta principal en los pensamientos radicales. Así que bien harían en ver con respeto ese variopinto modo de tener identidad propia: los piercings, tatuajes, estoperoles, las greñas multicolores y demás parafernalia que tanto les repulsa.
O la lucha de organizaciones sociales de izquierda independiente, que optan por organizar choferes, mini-micro-nano comerciantes y colonas (lo que sea de cada quien, las hembras también ahí son mayoría), en lugar de organizar automovilistas, cámaras de comercio y asociaciones vecinales VIP, y que pueden dar cuenta de cambios importantes en sus condiciones de vida. Y no por la vía del asistencialismo electoral disfrazado de gestoría, sino por la organización del colectivo con proyectos inmediatos, mediatos y de largo plazo. Por algo es que se mantienen independientes y así resisten.
O la legendaria resistencia de los pueblos originarios. Si alguien sabe de dolor y lucha, son ellos.
O la digna rabia de las madres y padres de asesinad@s, desaparecid@s, pres@s. Porque bien harían en recordar que en este país no pasa nada… hasta que las mujeres deciden que pase.
O la indignación cotidiana de obrer@s, emplead@s, campesin@s, indígenas, joven@s frente al cinismo de los políticos sin distinción de color.
O la empecinada lucha de l@s trabajador@s del Sindicato Mexicano de Electricistas a pesar de, ellos sí, tener en contra una gigantesca campaña mediática, represión, cárcel y amenazas y hostigamientos.
O la persistente lucha por la libertad a l@s pres@s polític@s y la presentación con vida de los desaparecidos.
¿O no? ¿La democracia que quieren ellos no es sino una amnesia administrada a conveniencia? ¿Se escoge qué ver y así se elige qué olvidar?

III.- ¿EL INDIVIDUO CONTRA EL COLECTIVO?
En su misiva, Don Luis, toca usted el tema del individuo y del colectivo. Una añeja discusión de arriba los contrapone y ha usado eso para hacer la apología de un sistema, el capitalista, frente a las alternativas que surgen frente a él como resistencia.
El colectivo, se nos dice, borra la individualidad, la subyuga. Y entonces, en un salto teórico ramplón, se pasa a cantar alabanzas al sistema donde, se repite, cualquier individuo puede llegar a ser lo que sea, bueno o malo, porque existe la garantía de libertad.
Se me ocurre que esto de la “libertad” es algo sobre lo que habría que bordar más a fondo, pero tal vez sea en otra ocasión, por ahora volvamos al individuo… o individua, según el caso o cosa.
El sistema canta loas al individuo de arriba o al de abajo.
Al de arriba porque el resaltar su individualidad buena o mala, eficiente o deficiente, brillante u oscura, escamotea la responsabilidad de una forma de organización de la sociedad. Así tenemos que hay individuos gobernantes malos… o más malos (perdón, no encontré ninguno que me permitiera poner “o buenos”), individuos de poder económico ídem, etcétera.
Si el individuo de arriba es perverso, torpe, cruel y terco (lo sé, parece que estoy dando la media filiación de Felipe Calderón Hinojosa), entonces lo que se tiene que hacer es quitar a ese individuo malo y poner en su lugar a un individuo bueno. Y si no hay individuos buenos, pues entonces al menos malo (lo sé, parece que estoy repitiendo una consigna electoral de hace 5 años y pronta a reciclarse).
El sistema, es decir, la forma de organización social, queda intacto. O sujeto a las variaciones permisibles. Es decir, se pueden hacer algunos cambios, pero sin que cambie lo fundamental, a saber: hay unos pocos que están arriba, unos muchos que están abajo, y los que están arriba lo están a costa de los que están abajo.
Y al individuo de abajo se le aplaude y se le admira porque la rebeldía individual no es capaz de poner en serio peligro el funcionamiento de esa forma de organización social. O se le ridiculiza y ataca porque el individuo es vulnerable.
Permítaseme entonces una arbitrariedad retórica: digamos que los anhelos fundamentales de todo ser humano son: vida, libertad, verdad. Y que tal vez se puede hablar de una graduación: mejor vida, más libertad, mayor conocimiento.
¿Es posible que el individuo pueda alcanzar a plenitud estas aspiraciones y sus respectivas gradaciones en un colectivo? Nosotros creemos que sí. En todo caso, estamos seguros de que no puede alcanzarlas sin el colectivo.
“¿En dónde, con quién, contra qué?”. Éstas, decimos nosotros, son las preguntas cuya respuesta define el lugar del individuo y del colectivo en una sociedad, en un calendario y una geografía precisos.
Y no sólo. También definen la pertinencia de la reflexión crítica.
Antes dije que estas reflexiones colectivas no pretenden alcanzar la verdad general, pero sí tratan de alejarse de la mentira unánime que desde arriba se nos trata de imponer.
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Y sólo unas palabras sobre esfuerzos que ahora parecen de individuos solitarios.

A quienes critican las distintas iniciativas que, aún dispersas, surgen del dolor social, habría que recordarles que, al juzgar y condenar a quien hace algo, están absolviendo a quien nada hace.
Porque acabar con la arbitrariedad, desorganizar la confusión, parar la guerra, son tareas colectivas.

IV.- LO QUE VA A PASAR.
El mundo como ahora lo conocemos será destruido. Desconcertados y maltrechos, nada podrán responder a sus cercanos cuando les pregunten “¿Por qué?
Primero serán movilizaciones espontáneas, violentas y fugaces. Luego un reflujo que les permitirá respirar tranquilos (“¡uf! ya pasó, mi buen”). Pero después vendrán nuevos levantamientos, pero organizados porque participarán colectivos con identidad.
Entonces verán que los puentes que destruyeron, creyendo que habían sido erigidos para ayudar a los bárbaros, no sólo serán imposibles de reconstruir, también se darán cuenta de que esos puentes eran para ser ayudados.
Y dirán ell@s que vendrá una época de oscurantismo, pero no será sino simple rencor porque la luz que pretendían detentar y administrar no servirá absolutamente para nada a esos colectivos que se hicieron de su propia luz, y con ella y en ella andan y andarán.
El mundo ya no será el mismo mundo. Ni siquiera será mejor. Pero se habrá dado una nueva oportunidad de ser el lugar donde la paz sea posible de construir con trabajo y dignidad, y no un continuo ir contra corriente en medio de una pesadilla sin fin.

Entonces, puesto que poesía, en una pinta sobre un muro derruido se leerán estas palabras de Bertold Brecht:

 

Vosotros, que surgiréis del marasmo en el que nosotros nos hemos hundido, cuando habléis de vuestras debilidades, pensad también en los tiempos sombríos de los que os habéis escapado. Cambiábamos de país como de zapatos a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos donde sólo había injusticia y nadie se alzaba contra ella. Y sin embargo, sabíamos que también el odio contra la bajeza desfigura la cara. También la ira contra la injusticia pone ronca la voz. Desgraciadamente, nosotros, que queríamos preparar el camino para la amabilidad no pudimos ser amables. Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia.

Vale Don Luis. Salud y que la inmovilidad no triunfe de nuevo.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.


Subcomandante Insurgente Marcos.
México, Abril del 2011.

P.D.- Ya para terminar esta misiva, otra vez la muerte llegó con su imprevisto paso a un camino compañero. Felipe Toussaint Loera, un cristiano de esos que creen en la necesidad de la justicia terrenal, se fue una tarde de este caluroso abril. De Felipe y de otr@s como él son de quienes hablábamos en textos recientes. Él fue y es parte de esa generación de hombres y mujeres que han estado del lado de los indígenas cuando no estaban aún de moda y también cuando dejaron de estarlo. Lo recuerdo en una de las reuniones preparatorias de La Otra Campaña, en el 2005, ratificando su empeño en inscribir su historia individual en la historia de un colectivo renaciendo una y otra vez. Saludemos su vida, porque en ella, a las preguntas “¿dónde?, ¿con quién?, ¿contra qué?” Felipe se respondió: “abajo, con los indígenas que luchan, contra el sistema que los explota, los despoja, los reprime y los desprecia”. Todas las muertes de abajo duelen, pero hay unas que duelen más cerca. La de Felipe es como si algo muy nuestro nos faltara.