martes, 7 de diciembre de 2010

Las lecciones de Rapa Nui

Naief Yehya
ECOCIDIO
La primera impresión que tuvo el explorador holandés Jacob Roggeveen al “descubrir” la isla de Pascua el 5 de abril de 1722 (día de Pascua) fue de desconcierto, pues no podía entender cómo los nativos habían transportado y levantado los moai, gigantescas estatuas (algunas de hasta 10 metros de altura y 80 toneladas de peso), en una isla donde, a su llegada, no había árboles grandes ni vegetación para fabricar cuerdas fuertes. El misterio no ha sido resuelto del todo, pero mientras algunos optan por la respuesta de la ignorancia que es atribuir su creación a extraterrestres aburridos o a misteriosas civilizaciones todopoderosas que fueron devoradas por las aguas en algún cataclismo atlantídico, otros se han dedicado a investigar el impacto humano y de la naturaleza en la isla. Aunque hay varias hipótesis de lo sucedido, probablemente la más contundente y posiblemente con mejores argumentos es la que ofrece Jared Diamond (autor de Armas, gérmenes y acero) en su extraordinario libro Colapso (2005): los habitantes de la isla habitada más remota del planeta fueron víctimas de su propio ecocidio.


UNA GEOGRAFÍA SINGULAR
Pascua es una isla volcánica que tiene apenas unos 170 kilómetros cuadrados, que en el pasado tuvo suelos muy fértiles, y que goza de un clima templado (a diferencia de las islas tropicales polinesias situadas más cerca del ecuador). La isla fue un paraíso en miniatura, de acuerdo con Diamond, por tanto debió ser muy atractiva para los colonizadores polinesios que llegaron alrededor del año 900 dC a bordo de canoas, tras largos viajes de varias semanas. Los polinesios eran excelentes navegantes a pesar de no tener compases ni instrumentos de navegación. Su tecnología era bastante limitada, ya que no contaban con herramientas metálicas ni con los rayos láser que Erich von Däniken imaginó que los extraterrestres usaron para esculpir los moai. Sin embargo, lograron establecer una cultura vasta, fascinante y diversa en las numerosas islas de la región. Pero Pascua era demasiado remota, vulnerable y diferente de las demás islas, por lo que su destino fue singular.
LA ISLA EN EL FIN DEL MUNDO
Las historias que los nativos contaron a los visitantes y misioneros europeos a finales del siglo XIX coincidían en que la isla fue poblada por el jefe Hotu Matu’a, quien llegó navegando con su esposa, seis hijos y el resto de su familia. Traían consigo gallinas (su único animal doméstico), herramientas, vegetales y frutas. Es probable que después otros viajeros polinesios hayan visitado la isla que fue nombrada Rapa Nui, pero la ausencia de puercos, perros y diversos cultivos comunes en otras islas cercanas hace suponer que, si hubo contacto, fue muy poco. Por tanto, no se estableció nunca un comercio regular con los vecinos de hecho ni siquiera se han encontrado objetos de piedra de Pascua en ninguna de las otras islas. Eso querría decir, de acuerdo con Diamond, que Rapa Nui estuvo completamente aislada entre su fundación y la llegada de Roggeveen. No obstante, cuentan que el recibimiento que tuvo el holandés careció de los sobresaltos que hubieran sido imaginables de un pueblo que probablemente se creía solo en el universo.


COMPETENCIA DESQUICIADA
Se estima que en la isla pudo haber una población máxima de entre 6 mil y 30 mil habitantes, quienes dejaron 887 moais en diferentes etapas de elaboración, la mitad de los cuales se quedaron en la cantera. En promedio, los moais tienen una altura de 4 metros y un peso de alrededor de 10 toneladas. Sin embargo, en determinado momento las ambiciones de los jefes crecieron y aparentemente comenzaron a competir, ordenando construir moais cada vez más grandes y decorados. Así erigieron Paro, que tiene unos 10 metros de altura y 70 toneladas, pero fracasaron al levantar Ahu Tongariki, que era un poco más bajo pero más pesado. Una estatua que nunca fue transportada ni terminada tenía más de 20 metros y 245 toneladas. Se cree que estas estatuas fueron creadas en tres períodos, entre los años 1000 y 1600. Se ha especulado que la idea de hacer estatuas cada vez más grandes y pesadas fue probablemente el resultado de una lucha entre jefes, quienes deseaban impresionar a sus rivales al obligar a sus artesanos a esculpir y mover monumentos cada vez más grandes. Esto se tradujo en que debían dedicar cada vez más gente y recursos a la obsesión de erigir moais, y entonces más gente debía consagrarse a producir alimentos para los escultores. La competencia, con su carga de urgencia religiosa, devastó la economía, impuso una presión enorme en el pueblo y se transformó en una carrera suicida.

DEFORESTACIÓN
Análisis del polen realizados en la Isla de Pascua han determinado que en el pasado estuvo cubierta por una selva subtropical con enormes árboles y palmeras que llegaban a tener 2 metros o más de diámetro. Las palmeras proveían una savia dulce que podía fermentarse para producir licor, azúcar o almíbar; asimismo daban nutritivas nueces de palma. Como en otras regiones las hojas podían usarse para hacer canastas, techos y velas para canoas. La corteza se usaba para fabricar cuerdas y los troncos podían ser usados para fabricar canoas, escaleras, palancas, andamios y rodillos, herramientas indispensables para fabricar y transportar las enormes esculturas o moais. Los colonos cortaron árboles inmoderadamente y provocaron una deforestación que ya era total cuando llegó el expedicionario Roggeveen en 1722. Hoy en la isla no hay un solo árbol que haya sobrevivido de aquel tiempo. La tala descontrolada y la plaga de ratas que llegó con los colonizadores (que mordisqueaban las nueces de palma y las volvían inservibles) propiciaron el caso más extremo de destrucción forestal en la zona y uno de los más graves del planeta. La tierra se erosionó y la población, cada vez más desesperada, fue agotando sus pobres recursos, hasta no tener mucho más que ratas para comer. Los isleños no tuvieron más opción que entregarse al canibalismo.


EL DECLIVE DE LA DIETA
Los isleños se alimentaban de tubérculos, plátanos, caña de azúcar y pollo. Inicialmente contaban en su dieta con las aves locales, pero exterminaron rápidamente a las seis especies terrestres y eliminaron o ahuyentaron a las veinticinco marinas (un número extraordinario que había elegido hacer su nido ahí debido a que no había depredadores hasta la llegada del hombre). En ninguna otra isla del Pacífico tuvo lugar un extermino semejante. El agua del océano alrededor de la Isla de Pascua es más fría que alrededor de la mayoría de las otras islas polinesias y, por lo tanto, no hay arrecifes de coral cercanos que puedan proveer pescado (mientras en Fiji hay más de mil especies marinas, en Pascua hay apenas 127) o mariscos. También comían focénidos o marsopas y delfines, pero al quedarse sin canoas útiles para ir mar adentro perdieron la posibilidad de pescar delfines, o atún u otros peces grandes. El agua no abundaba debido a las pocas lluvias y a la naturaleza porosa del suelo que hace que el líquido penetre en el suelo rápidamente. Por tanto, los nativos bebían regularmente jugo de caña, lo cual provocó una epidemia de caries incomparable.
EMISARIOS DE LOS DIOSES
Como en cualquier otro régimen teológico primitivo, los jefes y sacerdotes aseguraban tener una relación privilegiada con los dioses, con los cuales presumían tener comunicación y así pedir prosperidad a cambio de adoración, rituales y sacrificios, pero más que nada respeto por el poder de sus emisarios en la tierra. Probablemente el deterioro de las condiciones de vida provocó que los líderes exigieran construir más moais y de mayor tamaño, tanto por la ilusión de complacer a los dioses como para mantener al pueblo ocupado y ganar tiempo. Pero, para finales del siglo XVII, el hambre, el descontento y el agotamiento de los recursos desencadenó el colapso y la desintegración de la sociedad. Varios líderes militares se levantaron en armas, derrocaron a los jefes, destruyeron la estructura política y desataron una devastadora guerra civil en la que bandos rivales se asesinaban frenéticamente con puntas de obsidiana. Los clanes dejaron entonces de erigir moais para dedicarse a derribar y, de ser posible, romper los moais de sus enemigos. Así, a diferencia de otros pueblos cuyas obras fueron destruidas por los colonizadores, en Rapa Nui los nativos destruyeron sus obras y el legado de sus ancestros.
LAS CATÁSTROFES DE UN PUEBLO
Pero si la situación de los nativos de la Isla de Pascua a la llegada de los europeos era lamentable, los recién llegados no hicieron más que empeorar las cosas al desatar tragedias de proporciones apocalípticas. Los europeos trajeron varias epidemias devastadoras de viruela; entre 1862 y 1863 naves peruanas secuestraron alrededor de mil 500 isleños (la mitad de la población) para venderlos como esclavos para las minas de guano. Los sobrevivientes fueron sometidos a condiciones infrahumanas por europeos y chilenos. En 1872 quedaban sólo 111 sobrevivientes. No fue sino hasta 1966 en que se les dio la nacionalidad chilena.
LA ÚLTIMA PALMERA


Como señala Diamond, resulta difícil imaginar lo que pensó la persona que cortó el último árbol de la isla. En el anacrónico (aunque bien intencionado) filme Rapa Nui (Kevin Reynolds, 1994) se incluye precisamente una secuencia donde un clan corta la última palmera de la isla ante la desesperación del protagonista. Lo ocurrido en Rapa Nui es un aterrador modelo de lo que espera a las civilizaciones que son dirigidas por líderes enloquecidos por el poder, el despilfarro y la superstición. Los paralelos son evidentes entre aquella sociedad primitiva (con tan mala dentadura como la nuestra) que logró destruir su medio ambiente armada únicamente con herramientas de piedra, y nuestra civilización que, equipada con incontables portentos tecnológicos, es en gran medida responsable de la extinción masiva de especies que está teniendo lugar ante nuestros ojos; de la destrucción de ecosistemas en todo el planeta y del calentamiento global que amenaza con diezmar la vida del planeta. Las diferencias entre nuestro mundo globalizado y el universo de los nativos de Rapa Nui son muchas, pero tenemos en común que, como ellos, vemos el cataclismo en ciernes y seguimos cortando la última palmera.

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