jueves, 2 de julio de 2020


Sobrevivientes

Juan Preciado



En uno de los apéndices del libro “El significado del significado” *, publicado en 1923, un médico se refiere al nombre que se da a las enfermedades. Ahí se menciona la palabra “Influenza” como el ejemplo general que designa una serie de casos particulares, entre los que puede no haber dos exactamente iguales y sin embargo, se habla de “influenza como de algo absoluto, de una cosa que existe por derecho propio”. Como bien menciona el autor “nuestra experiencia no conoce enfermedades, sino personas enfermas”. 

Y se conoce a la persona enferma cuando presenta los síntomas característicos de esa enfermedad en particular. Un síntoma es la señal o el signo que nos revela algo que puede suceder. En medicina, un síntoma es “la manifestación reveladora de una enfermedad”.

Y un enfermo es aquel que “no está firme” (infimus), es decir, falto de solidez y salud.  La etimología de “síntoma” nos habla de “coincidencia”, hechos fortuitos que acontecen de manera simultánea o concomitante.

¿Puede declararse enfermo (de la enfermedad que por el momento nos acomode), una persona que no presenta síntomas?

La circularidad que presenta la dificultad para declarar clínicamente muerta a una persona (paro cardíaco-muerte cerebral-paro cardíaco), se instala ahora para determinar la salud del individuo.


“A la luz de las consideraciones precedentes, entre las dos fórmulas se insinúa una tercera, que define el carácter más específico de la biopolítica del siglo veinte: no ya hacer morir ni hacer vivir, sino hacer sobrevivir. No la vida ni la muerte, sino la producción de una supervivencia modulable y virtualmente infinita es lo que constituye la aportación decisiva del biopoder de nuestro tiempo”


Giorgio Agamben

El problema de esta tendencia eugenésica a declarar de manera idiota como enfermo a alguien que no presenta síntoma alguno, es que la salud se acerca tenebrosamente a ese control estatal prefigurado dónde la enfermedad de los gobernados se convierte en moneda de cambio y por lo tanto, un medio más de coerción y de negocio.

Si existiera duda respecto a que la salud pública ha sido convertida en un gran negocio, basta ver a uno de los amigotes del sistema que dejó de vender muebles para montar una boyante red de hospitales, hoy abarrotados.

El campo de concentración no es solamente esa zona donde lo público y privado desaparece, donde la biopolítica toma control de las vidas humanas al hacer vivir o hacer morir, el campo es además ese lugar donde la víctima se convierte en verdugo y el verdugo en víctima. “La fraternidad de la abyección” es esa zona de irresponsabilidad jurídica donde todo es posible –por parte de los perpetradores-, puesto que nada es castigado. Del “Ellas se lo buscaron” llegamos al “Cárcel a quien provoque contagio”. ¿Están preparando a la gente –con esa tendencia que se tiene de gobernar para las minorías- para próximamente obligar a tramitar un certificado de salud (no covid-19, no tuberculosis, ni almorranas), so pena de padecer arresto domiciliario?

El aire de las ciudades seguirá siendo irrespirable, pero sus habitantes serán impolutos.

Hoy la gente esta embozada y no solamente de manera física. El miedo paraliza, embota el cerebro y lo más importante, hace obedecer. La fábrica de sobrevivientes se ha puesto en marcha y todos están más que listos para dócilmente participar.

Y así nos va.



*  “El significado del significado: Una investigación acerca de la influencia del lenguaje”,  C.K., Ogden y I.A., Richards, Paidos,1984