miércoles, 4 de febrero de 2015

Proletarios

Juan Preciado
 Matthew Day Jackson "Lumpenproletariat"

“Las democracia es la dictadura de las masas y las masas están formadas siempre por imbéciles”. Hay quién le atribuye la frase anterior a Jorge Luis Borges (el escritor a quién no pudo identificar ese jocoso y embotado dirigente de masas). Si bien a los hipócritas gazmoños que forjan su profundo sentido cívico frente al televisor les puede escandalizar, la verdad es que la frase le queda como anillo al dedo al esperpento teratológico que en México se empeñan en motejar como “democracia”. Y es que en la mal llamada “democracia” mexicana, nunca se ejercen ni siquiera sus rudimentarios y mexicanamente tramposos postulados, como es por ejemplo la “mayoritocracia”. La democracia sirve, según los politicastros mexicanos, para “escuchar todas las opiniones” y claro, después mandarlas al bote de basura. Es decir, la democracia a la mexicana sería una entelequia lista para servir de desahogo a sus frustrados confesores, pero nada más. Después de la confesión, a su casa. O mejor aún, obtener encuestas donde la gente suplica se incremente por favor y a la brevedad el costo de los servicios. Servicios deficientes y si, perniciosamente baratos.

Cuando nació el metro de la ciudad de México, se descubrió que servía para mucho más cosas, no solamente para trasportar a los habitantes de la ciudad. Se convirtió en un hotel donde vendedores ambulantes podían pernoctar dentro o fuera de sus instalaciones y al otro día, bien temprano, comenzar labores. Además, por un peso, se podía viajar todo el día ofreciendo variadas e inútiles chucherías. Lo barato, baratísimo del transporte público en la ciudad, contribuyó a su monstruoso, desordenado y absurdo crecimiento. Las ciudades dormitorio nacieron al amparo de una estación del metro y rutas de camiones propiedad de los políticos de siempre.  Ayer camiones, hoy microbuses. ¿De verdad nadie sabe que la mayoría de los microbuses que entorpecen,  contaminan y hacen intransitable el estado de México son propiedad de un político que usa maquillaje de chapitas? En este y otros casos similares se ejercita el mexicanísimo deporte de hacerse pato, no sea que el próximo infractor/coludido/beneficiario de compadrazgos políticos sea quién se atreva a disentir. 

El primer paso para detener el crecimiento irracional de la ciudad, es elevar el costo del transporte público, que el de la gasolina ya es de escándalo. Pero a nadie interesa detener el crecimiento de la ciudad, porque no hay mejor negocio para lavar dinero que el de la construcción, y nada mejor ofrece la oportunidad de hacerse de un departamento nuevo de la nada, que extorsionar desde una delegación o municipio a quién se dedica a la construcción de inmuebles para vivienda.

Regresemos al tema inicial. Las masas, también se debe aclara, no solamente describen al “lumpenproletariat”, o mejor dicho, por cuestiones de conveniencia clasista, en México se ha hecho creer que con ese término sólo se describe a las mayorías de menores ingresos. Y es que en México, todos, comenzando por la clase política, constituyen el proletariado. “Proletarius” en latín describe a la persona carente de todo, incluso de arrojo para formar parte de las legiones romanas, por lo que su prole, es decir, su descendencia, era lo único que podían aportar para la “grandeza del imperio”.  Y es a ellos a quienes se regalaban costales de harina de trigo, hecho del cual nació la frase “Pan y circo”; circo romano más costales de harina y sal para la elaboración de pan.

La niña malcriada que se hizo famosa por acusas a la “prole” de ser “prole”, olvida que ella misma forma parte de la más característica de sus representaciones. No trabaja, ni ella ni su famosísimo y poco aplaudido progenitor, y sin embargo reciben todo tipo de bienes y servicios con cargo a las arcas del estado. Ayer costales de harina, bolsas de sal y entradas gratis al coliseo; hoy servicios médicos, ya no sal pero si un salario sin sudarlo, vehículos, guardia pretoriana propia y un largo etcétera, sin que el señor sienta el más mínimo asomo de vergüenza por vivir a costillas de los demás o por ser “prole”.


No existe en México ningún político que no sea “prole”, ya que ninguno es científico o académico (por favor, no reírse), ninguno ha contribuido a otra cosa que no sea el expolio del país y todos son mezquinamente malagradecidos con sus benefactores, es decir, con todo aquel que paga impuestos.