lunes, 9 de septiembre de 2013

Dudoso, que Putin apoye a Obama en Siria


Robert Fisk

¿Por qué Occidente apoya a rebeldes que se comen a sus enemigos?, preguntó hace poco. Se refería al repugnante video de un combatiente islamita que al parecer devoraba el hígado de un soldado sirio ejecutado.

Hace no muchos años, un presidente ruso tuvo una reunión a altas horas de la noche con su representante especial y le pidió volar de inmediato para reunirse con un dictador árabe y transmitirle una advertencia importante sobre un inminente ataque estadunidense. El mensaje añadía que si el autócrata árabe renunciaba voluntariamente al cargo de presidente y permitía elecciones democráticas, podría permanecer en su país y conservar su puesto en su partido. El dictador era Saddam Hussein, la fecha era febrero de 2003 y el enviado presidencial era Yevgeny Primakov.


Y el presidente era Vladimir Putin. Tal vez esta pequeña historia estaba en el expediente de Barack Obama en San Petersburgo. Primakov mismo, quien fue jefe del servicio de inteligencia exterior, así como ministro del exterior y primer ministro, reveló aquella iniciativa secreta de Putin en su libro Rusia y los árabes, por desgracia poco leído (al menos en Occidente), el cual contiene muchos relatos con lecciones para líderes árabes –y para sus arrogantes pares occidentales– acerca de los tratos de Moscú con Medio Oriente, de los cuales muchos son de Putin.



El presidente ruso había dado instrucciones a Primakov de entregar su advertencia directa y exclusivamente a Saddam, no a su ministro del Exterior, Tariq Aziz. Quería que la propuesta se presentara a Hussein en la forma más dramática posible. De hecho, dijo Putin, podría ser la última oportunidad de evitar un ataque estadunidense.



El dictador iraquí respondió con una cascada de acusaciones contra Rusia: que una vez más trataba de engañarlo, como hizo cuando le dijo que si retiraba sus tropas de Kuwait en 1990 Estados Unidos no atacaría a Irak. Primakov le contestó que aquella vez tardó demasiado en ordenar la retirada. Saddam no contestó; dio un golpecito en el hombro a Primakov y salió del salón. Tariq Aziz dijo entonces algo en voz lo bastante alta para que el dictador escuchara: de aquí a diez años veremos quién tuvo la razón: nuestro amado presidente o Primakov. Bueno, de eso sí sabemos la respuesta.



Tal vez a Obama le gustaría que Putin enviara a su ministro actual del Exterior, Sergei Lavrov, a Damasco con un mensaje semejante para Bashar Assad. Después de todo, la razón que tuvo Putin para decir a Saddam que podía mantener su papel en el partido fue evitar inestabilidad después de la caída de su régimen en Irak. El problema en Siria es que la inestabilidad comenzó en 2011, y de entonces a la fecha ha dado lugar a una de las guerras civiles más terribles en la región.



Pero Putin no carece de un ángulo progresista. Después de todo, fue él quien habló de construir instalaciones de enriquecimiento de uranio en territorio de potencias nucleares reconocidas, para proveer a naciones que cuentan con instalaciones nucleares pero no quieren armas nucleares; ésa fue una de sus iniciativas en relación con la crisis iraní (la cual algo tiene que ver con el propuesto ataque estadunidense a Siria).



Hay otro ángulo de Putin. En El Cairo, varios políticos egipcios lo llaman al thaaleb –el zorro–, y uno casi puede verlo en la nieve, con cola esponjada e hirsutos bigotes, mientras sus ojos se cierran y lanzan una mirada levemente amenazadora. No mantiene tratos con políticos musulmanes que no le inspiran confianza. Remplazó a un dictador en Chechenia con otro peor, y no vaciló en dejar que el despiadado Mohammed Najibullah se hiciera del poder en Afganistán cuando el ejército ruso partió. ¿Por qué Occidente apoya a rebeldes que se comen a sus enemigos?, preguntó hace poco. Se refería al repugnante video de un combatiente islamita que al parecer devoraba el hígado de un soldado sirio ejecutado.



Pero jamás ha tenido escrúpulos para recurrir él mismo a la violencia extrema. La escandalosa conducta de su ejército en Chechenia ha tenido poca diferencia con la de los hombres de Saddam al suprimir a los rebeldes iraquíes en 1991, o la del régimen de Siria contra sus rebeldes. ¿Y acaso no fueron los rusos quienes usaron, hace no mucho tiempo, su propia forma de gas para abrirse paso en un teatro de Moscú que estaba en poder de rebeldes chechenos? Si el régimen sirio usó gas sarín el mes pasado –y Putin dice no haber visto evidencia convincente–, ¿en verdad le preocuparía al presidente ruso?



Resulta extraño que las cadenas de televisión en Occidente hayan caído en una cantilena sobre San Petersburgo, preguntando a Obama si puede reducir la distancia que lo separa de Putin. No estoy seguro de que Putin quiera reducir tal distancia. Sabe que las líneas rojas, las opciones sobre la mesa y todos los demás obamismos que están precipitando a los estadunidenses a una guerra más contra los árabes le han dado una carta poderosa. Sabe que la guerra en Siria tiene que ver con Irán. Y fue perfectamente capaz de recibir en Moscú al repugnante ex presidente iraní Mahmud Ajmadineyad. La figura encorvada de Putin al lado de Obama en la cumbre de Fermanagh nos dijo mucho acerca de sus sentimientos hacia el verdugo en jefe de Estados Unidos. Después de todo, él adoptó el mismo papel en Chechenia.



Al mirar al sur desde el Kremlin, Putin puede contemplar a Chechenia en el horizonte y, apenas mil 300 kilómetros más allá, la propia Siria, donde Assad combate a rebeldes, algunos de ellos chechenos. Desde luego, puede hacer la observación de que Obama planea combatir en el mismo bando que Al Qaeda, lo cual es del todo cierto. Pero ¿de veras va a alinearse detrás de la más reciente cruzada estadunidense? Más bien sospecho –puesto que se ha convertido en experto en combatir el terror islámico – que va a dejar esperando a Obama.



Sin duda preguntará qué se logrará con los 60 días de ataque limitado permitidos a Estados Unidos. ¿Y qué ocurrirá si pasado ese tiempo Assad sigue aún en Damasco y se usa gas otra vez?


© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

jueves, 15 de agosto de 2013

Después de hoy ¿qué musulmán volverá a creer en las urnas?


ROBERT FISK

El crisol egipcio se ha roto. Launidad de Egipto, ese aglutinamiento incluyente, patriótico y esencial que había impedido a la nación desmoronarse desde el derrocamiento de la monarquía en 1952 y el mandato de Nasser, se ha disuelto entre matanzas, tiroteos y la furia de este miércoles en la represión a la Hermandad Musulmana. Cien muertos, o 200 o 300 mártires. El saldo no implica ninguna diferencia: para millones de egipcios el camino de la democracia ha quedado destruido entre fuego y brutalidad. ¿Qué musulmán que busque un Estado basado en su religión volverá a confiar en las urnas?

Esta es la verdadera historia del actual baño de sangre. ¿A quién le sorprende que los simpatizantes de la Hermandad Musulmana enarbolaran Kalashnikovs en las calles de El Cairo? ¿O que quienes apoyan al ejército y a su gobierno interino en las zonas de clase media de la capital también hayan tomado sus armas y respondido a los tiroteos? Esto no es la Hermandad Musulmana contra el ejército, pero con esa mendacidad tratarán de describir esta tragedia los gobernantes occidentales.

La violencia de este miércoles ha creado una cruel división en la sociedad egipcia que tardará años en sanar: entre izquierdistas y laicos, cristianos coptos y musulmanes sunitas de los poblados, entre el pueblo y la policía, entre la Hermandad. Las iglesias incendiadas eran el inevitable corolario de este terrible estallido.

En Argelia en 1992, en El Cairo en 2013, y quién sabe qué ocurrirá en Túnez en las siguientes semanas o meses. Los musulmanes que llegaron al poder de manera justa y democrática, gracias al voto del pueblo, han sido arrojados de ese poder. ¿Y quién puede olvidar el malvado bloqueo a Gaza cuando los palestinos votaron democráticamente para que Hamas los gobernara? No importa cuántos errores cometió la Hermandad en Egipto ni qué tan promiscuo o arrogante fue su mandato; el presidente democráticamente electo, Mohamed Mursi, fue derrocado por el ejército. Se trató de un golpe de Estado, como bien lo describió John McCain en su momento.

Por supuesto que la Hermandad Musulmana desde hace tiempo debió moderar su amour propre y mantenerse dentro de los límites de la seudodemocracia permitidos por el ejército egipcio, no porque esto fuera justo o aceptable, sino porque la otra alternativa era volver a la clandestinidad, a los arrestos a la media noche, a la tortura y al martirio. Éste ha sido el papel histórico de la Hermandad, con periodos de vergonzosa colaboración con las fuerzas británicas que ocuparon Egipto y con las dictaduras militares que gobernaron el país.
El regreso a la oscuridad que ya se anuncia tiene sólo dos resultados posibles: que la Hermandad se extinga en medio de una atroz violencia o que triunfe, en un futuro distante. 

Que el cielo guarde a Egipto de un destino que lo convierta en una autocracia islamita.
Las llamas ya hacían su venenoso trabajo este miércoles antes de que el primer cadáver fuera sepultado. ¿Puede Egipto evitar una guerra civil? ¿Podrá el leal ejército egipcio hacer desaparecer a la terrorista Hermandad Musulmana? ¿Qué hay de quienes se manifestaban antes del derrocamiento de Mursi? Tony Blair fue sólo uno de los que hablaron del inminente caos al expresar su apoyo al general Abdul Fattah al Sisi. Cada incidente violento en Sinaí, cada pistola en las manos de la Hermandad Musulmana será usada para convencer al mundo de que la organización, lejos de ser un pobremente armado pero muy bien organizado movimiento islamita, es el brazo derecho de Al Qaeda.

La historia podría adoptar otra visión. Ciertamente será difícil explicar cómo es que varios miles, quizás hasta millones, de egipcios liberales y educados continuaron dando su total y más profundo apoyo a un general que dedicó mucho del tiempo que siguió al derrocamiento de Mursi a justificar que el ejército practicara pruebas de virginidad de las mujeres que protestaban en la plaza Tahrir. Al Sisi será puesto bajo mucha presión en los próximos días. Siempre se le consideró amistoso hacia la Hermandad, aunque esta idea bien puede ser un mito provocado por el hecho de que su esposa siempre lleva un velo negro que sólo deja descubiertos sus ojos.

Muchos intelectuales de clase media que han respaldado al ejército tendrán que meter sus conciencias en una botella para justificar los actos que ocurrirán en un futuro.
Esperemos, también, la acostumbrada retahíla de preguntas como: ¿significa esto el fin del Islam político? Por el momento, así es. La Hermandad no está con ánimo de hacer más experimentos con la democracia, lo cual pone a Egipto en un peligro inmediato, pues la falta de libertad provoca violencia.

¿Se convertirá Egipto en una nueva Siria? Eso es poco probable. Egipto no es un Estado sectario y nunca lo ha sido, ni siquiera con su 10 por ciento de población cristiana, y tampoco es inherentemente violento. Nunca experimentó salvajes levantamientos como los de los argelinos contra los franceses, ni insurgencias como la siria, libanesa y palestina contra los mandatos británico y francés.

Muchos fantasmas estarán cabizbajos y avergonzados este día, como el día que participaron en la gran revuelta de abogados de 1919, por dar un ejemplo, o el fantasma de Saad Zaghloul y del general Muhammad Neguib, cuyas exigencias revolucionarias de 1952 son similares a las de la gente que se reunió en la plaza Tahrir en 2011.

Sí, algo murió en Egipto este miércoles. No la revolución, porque en todo el mundo árabe los pueblos conservan la noción íntegra, aunque ensangrentada, de que sus países pertenecen al pueblo y no a sus líderes. ¿Ha muerto la inocencia, como ocurre en toda revolución? No. Lo que expiró este día fue la idea de que Egipto es la madre eterna de la nación árabe, el ideal nacionalista, la pureza con la que Egipto se consideraba la madre de su pueblo. Porque las víctimas pertenecientes a la Hermandad, así como para la policía y los simpatizantes del gobierno, también eran hijos de Egipto, pero nadie lo creyó así. Se han convertido en terroristas, el enemigo del pueblo. Y esa es la nueva herencia de Egipto.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

miércoles, 3 de julio de 2013

Egipto: ¿de nuevo los militares?


Robert Fisk
¿Pueden los islamitas gobernar un país? Egipto fue la primera prueba verdadera, y este lunes el ejército lanzó un desafío. Decir a un presidente electo democráticamente –en especial a uno que proviene de la Hermandad Musulmana– que tiene 48 horas para preparar y lograr un acuerdo con sus opositores significa que el presidente Mohamed Morsi ya no es el hombre que era.

El ejército sostiene que los islamitas fallaron. Deben resolver sus problemas con la oposición, o los generales se verán obligados a emitir un mapa de ruta para el futuro, frase desafortunada cuando se recuerda ese otro gran mapa de ruta operado por Tony Blair para el futuro de Medio Oriente.

Las multitudes en la plaza Tahrir rugieron de aprobación. Cómo no iban a hacerlo, si el ejército calificó de gloriosas sus protestas. Pero bien harían en pensar a fondo lo que eso significa. Argelinos seculares apoyaron a su ejército en 1992, cuando canceló la segunda ronda de elecciones, en la que habría salido ganador el Frente Islámico de Salvación. La seguridad nacional del Estado estaba en peligro, adujeron los generales argelinos: las mismas palabras empleadas este lunes por los militares egipcios. Y lo que vino después en Argelia fue una guerra civil, en la que perecieron 250 mil personas.

¿Y qué será exactamente el mapa de ruta del ejército egipcio, si Morsi no logra en su última oportunidad resolver sus problemas con la oposición? ¿Se tratará de convocar a una elección presidencial más? No es probable. Ningún general va a deponer a un presidente para acabar confrontando a otro.
Un gobierno militar sería más parecido a la tonta junta que asumió el control después de Mubarak. Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, se hacía llamar –nótese la palabra supremo–, y fracasó con insignificantes llamados al orden y arrogantes afirmaciones de que hablaba en nombre del pueblo, hasta que Morsi la recortó pasando a retiro a sus dos generales de mayor rango, apenas el año anterior. Qué tiempos aquellos.

La última vez que el ejército egipcio arrebató el poder a un hombre que había humillado a su país y a su pueblo –el rey Farouk–, un joven coronel llamado Nasser tomó el mando, y todos sabemos lo que ocurrió. Pero ¿debe ser ésta en verdad una batalla entre islamitas y soldados, aun si Estados Unidos acabará –no lo duden– poniendo su peso detrás de los guardianes uniformados de la nación? El viejo argumento en favor de elecciones libres era simple: si permitimos a los islamitas ganar en las urnas, veamos si pueden gobernar un país. Ese fue siempre el lema de quienes se oponían a las dictaduras respaldadas por Occidente y por las élites militares del mundo árabe.

El argumento no era tanto mezquita-contra-Estado, sino islamismo-contra-realidad. Lástima, el gobierno egipcio ha consumido su tiempo imponiendo una constitución al estilo de la Hermandad, permitió a los ministros lanzar sus propias minirrevoluciones y promovió leyes que suprimirían los grupos pro derechos humanos y las ONG. Además, la victoria de 51 por ciento de Morsi en las urnas no fue suficiente, en el caos reinante, para hacerlo presidente de todos los egipcios.

La demanda de pan, libertad, justicia y dignidad de la revolución de 2011 ha quedado sin respuesta. ¿Puede el ejército satisfacer esos reclamos mejor que Morsi, sólo por calificar de gloriosas las protestas? Los políticos son rufianes, pero los generales pueden ser asesinos.


© The Independent

lunes, 29 de abril de 2013

Siria y el gas sarín



Todo vuelve al más infantil de todos los lugares comunes: que Estados Unidos e Israel temen que las armas químicas caigan en manos peligrosas. Tienen miedo, en otras palabras, de que esas armas vayan a dar al arsenal de esos mismos rebeldes, en especial islámicos, a los que Washington, Londres, París, Qatar y Arabia Saudita dan respaldo.

Robert Fisk

¿Hay forma de escapar del teatro de las armas químicas? Primero, la inteligencia militar israelí dice que las fuerzas de Bashar Assad han usado/probablemente han usado/pudieran haber usado/podrían usar armas químicas. Luego Chuck Hagel, secretario estadunidense de Defensa, se aparece en Israel para prometer aún más poder de fuego para el excesivamente armado  ejército de Israel –sin mencionar en absoluto las más de 200 cabezas nucleares israelíes– y luego se imbuye de toda la inteligencia israelí sobre el uso probable/posible de armas químicas por Siria.

Y luego el buenazo de Chuck regresa a Washington para decir al mundo que esto es asunto serio. Necesitamos todos los hechos. La Casa Blanca dice al Congreso que las agencias de inteligencia estadunidenses, probablemente las mismas de la inteligencia israelí porque por regla general dicen disparates en tándem, tienen grados variantes de confianza en esa evaluación. Pero la senadora Dianne Feinstein, presidenta del comité de inteligencia del Senado –la misma que defendió las acciones de Israel en 1996, cuando masacró a 105 civiles, la mayoría niños, en Qana, Líbano–, anuncia que está claro que en Siria se han cruzado líneas rojas y deben tomarse medidas para prevenir su uso en mayor escala. Y a continuación sale a relucir el más antiguo de los lugares comunes vigentes en la Casa Blanca, hasta ahora usado exclusivamente con respecto al probable/posible desarrollo de armas nucleares iraníes: Todas las opciones están sobre la mesa.

En cualquier sociedad normal se encenderían las luces rojas, en especial en las salas de noticias del mundo. Pero no: nosotros los escribas recordamos al mundo que Obama dijo que el uso de armas químicas en Siria sería un cambio en el juego –al menos los estadunidenses admiten que es un juego– y nuestros informes confirman que en realidad nadie ha confirmado.

Se usaron armas químicas. En dos estudios canadienses de televisión se me acercan productores mostrando ese mismo encabezado. Yo les digo al aire que haré pedazos la evidencia y de pronto la nota es retirada de los dos programas. No porque no quieran usarla –lo harán más tarde–, sino porque no quieren que nadie dé a entender que son pamplinas.

CNN no tiene esas inhibiciones. Cuando a su reportero en Ammán le preguntan por el uso de armas químicas, responde: “No tanto como el mundo quisiera saber… la sique del régimen de Assad…” Pero, ¿alguien lo ha intentado? ¿O simplemente ha hecho una pregunta obvia que un agente de inteligencia sirio me planteó la semana pasada: si Siria puede causar un daño infinitamente más grave con sus bombarderos MiG (cosa que sí hace), para qué querría usar armas químicas? Y ya que tanto el régimen como sus enemigos se han acusado mutuamente de usarlas, ¿por qué Chuck no tiene tanto miedo de los rebeldes como de la dictadura de Assad?

Todo vuelve al más infantil de todos los lugares comunes: que Estados Unidos e Israel temen que las armas químicas caigan en manos peligrosas. Tienen miedo, en otras palabras, de que esas armas vayan a dar al arsenal de esos mismos rebeldes, en especial islámicos, a los que Washington, Londres, París, Qatar y Arabia Saudita dan respaldo. Y si esas son las manos peligrosas, es de suponerse que las armas del arsenal de Assad están en buenas manos. Así ocurrió con las armas químicas de Saddam Hussein… hasta que se le ocurrió usarlas contra los kurdos.

Ahora sabemos que ha habido tres incidentes específicos en los que supuestamente se ha usado gas sarín en Siria: en Alepo, cuando ambos bandos se acusaron (de hecho los videos provenían de la televisión estatal siria); en Homs, al parecer en muy pequeña escala, y en las afueras de Damasco. Y, si bien la Casa Blanca parece haberlo pasado por alto, tres niños refugiados sirios fueron llevados a un hospital en la ciudad de Trípoli, en el norte de Líbano, con quemaduras profundas y dolorosas.

Pero hay algunos problemas. Los proyectiles de fósforo pueden infligir quemaduras profundas, y tal vez causar defectos de nacimiento. Pero los estadunidenses no sugieren que el ejército sirio haya usado fósforo (que de hecho es un químico); después de todo, soldados estadunidenses usaron esa misma arma en la ciudad iraquí de Faluya, donde de hecho hay ahora una explosión de defectos congénitos.
Supongo que nuestro odio al régimen de Assad se vería mejor reflejado por el horror a los informes de torturas cometidas por la policía secreta siria contra los detenidos. Pero también en eso hay un problema: hace apenas 10 años, Estados Unidos sometía hombres inocentes, incluso un ciudadano de Canadá, a Damasco para ser interrogado o torturado por esos mismos policías secretos. Y si mencionamos las armas químicas de Saddam, hay otro inconveniente: los componentes de esas viles armas fueron producidos por una fábrica de Nueva Jersey y enviados a Bagdad por Estados Unidos.

Desde luego, no es esa la nota en nuestras salas de prensa. Entremos a un estudio de televisión y todos están leyendo periódicos. Entremos en la redacción de un periódico y todos están viendo la televisión. Es ósmosis. Y los encabezados son todos los mismos: Siria usa armas químicas.

Así funciona el teatro.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

miércoles, 20 de marzo de 2013

Jon Sobrino, teólogo y jesuita: “Bergoglio no fue un Romero, se alejó de los pobres durante el genocidio argentino”




“Ojalá el papa Francisco no se asuste de una Iglesia perseguida y mártir, como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los canonice o no, ojalá proclame que los mártires, concretándolos también como los mártires por la justicia, es lo mejor que tenemos en la Iglesia (…) y estar orgulloso de toda una generación de obispos: Leónidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No llegaron a papas, la mayoría de ellos tampoco a cardenales. Pero de ellos vivimos.”

Jon Sobrino, vasco universal y símbolo de la Teología de la Liberación, acostumbra a conmover el corazón. Alejado de boatos y parafernalias vaticanistas, sus opiniones le han valido más de una reprimenda. Hoy habla por primera vez del nuevo Papa, y lo hace alto y claro
Jon Sobrino (Barcelona, 1938) es el quijote de los desheredados, un teólogo que le quita a la vida el papel de regalo para presentarla descarnada. Pero hablar como Sobrino lo hace, con la espiritualidad de su antiimperialismo, irrita a muchos, sobre todo a los inquisidores romanos.
En un discurso lúcido pero políticamente incorrecto, arremete contra el espectáculo de la elección del nuevo Papa. “Era chocante el despliegue de suntuosidad, alejada de la sencillez de Jesús”, dice. Y, sin pelos en la lengua, asegura que “Bergoglio, superior de los jesuitas de Argentina en los años de mayor represión del genocidio cívico militar, tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. “No fue un Romero”, subraya Sobrino.

Usted ha tachado la elección del Papa de “folklore mediático”.
La plaza de San Pedro estaba abarrotada de gente de todas las razas y colores, con banderas variopintas, con rostros expectantes y sonrientes. La fachada del Templo estaba adornada con esmero calculado. Se dejaban ver también personas vestidas con capisayos y acicaladas como no se ven en las calles de la vida real, en campesinos y señoras del mercado. Imperaba el folklore -en inglés, costumbres populares-, aunque en la plaza de San Pedro, las costumbres eran más sofisticadas y acicaladas que las de los pueblos del terruño español y de los cantones de El Salvador, donde yo me encuentro.
¿Eso es malo?
No, nada de esto era malo, pero no decía nada importante de quién iba a ser el nuevo Papa, qué alegrías y problemas iba a tener y con qué cruz iba a cargar… Sí era chocante el despliegue de suntuosidad alejada de la sencillez de Jesús. Y se adivinaba una cierta jactancia en los organizadores como diciendo todo está saliendo bien. Cuando esta perfección expresa, además, poderío, la suelo llamar la pastoral de la apoteosis.
Pero no todo fue folclórico.
No, algo no fue folclórico ya desde el primer día. Hablo de la vestimenta sencilla del Papa, de la pequeña cruz sobre su pecho donde no había oro ni plata ni brillantes, su oración que, inclinándose, pidió al pueblo antes de bendecirles él a ellos. Son signos pequeños pero claros. Ojalá crezcan como signos grandes y que acompañan a su misión. Clara quedó la sencillez y la humildad.
La elección de Bergoglio resultó una sorpresa total.
Sí, para los no iniciados fue una sorpresa y una gran novedad. El Papa es argentino, el primer Papa de ese país. Y es jesuita, el primer Papa de esa orden. Ambas cosas pueden ser trivializadas, como ha ocurrido en algunos medios. Por eso hay que entenderlo bien. Messi es argentino, pero no todos los argentinos son estrellas. Jesuita fue Pedro Arrupe, pero -y aquí hablo de cosas más serias- no todos los jesuitas somos como él. Al folclore pertenecen también titulares sin mucho ingenio y con pereza mental como; argentino y jesuita. ¿No tendrán otra cosa que decir? Además los momentos folclóricos y mediáticos duran poco. Triste es mantenerlos, o seguir añadiendo detalles intranscendentes, sin acabar de entrar en el fondo del asunto como el Papa, la Iglesia, Dios y nosotros. De los amos de los medios -y de los espectadores- dependerá que lo folclórico siga siendo lo más socorrido.
Estos días, ha hablado con gente que conoce a Bergoglio de cerca.
Sí, yo no soy experto en la vida, trabajo, gozos y sufrimientos de Bergoglio. Y para no caer en ninguna irresponsabilidad he procurado conectarme con personas, a las que no citaré, de Argentina, sobre todo, que han tenido contacto directo con él. Espero comprensión por lo limitado de lo que voy a decir, y pido disculpas si cometo algún error. Bergoglio es un jesuita que ha ocupado cargos importantes en la Provincia de Argentina. Ha sido profesor de Teología, superior y provincial. No es difícil hablar de sus tareas externas. Pero de lo más interno solo se puede hablar con delicadeza y, ahora, con respeto y responsabilidad. Muchos compañeros lo han recordado como persona de hondos convencimientos y temperamento, decidido luchador y sin tregua. Si le hacen Papa, limpiará la Curia, se ha dicho con humor.

¿Le han resaltado su austeridad?
También le recuerdan por su interés desmedido de comunicar a otros sus convicciones sobre la Compañía de Jesús, interés que se podía convertir en posesividad, hasta exigir lealtad hacia su persona. Muchos recuerdan su austeridad de vida, como jesuita, arzobispo y cardenal. Muestra de ello es su vivienda y su proverbial viajar en autobús. Ya obispo, muchos de sus sacerdotes recuerdan su cercanía y cómo se les ofrecía a suplirles en su trabajo parroquial, cuando necesitaban dejar la parroquia para salir a descansar. La austeridad de vida iba acompañada de un real interés por los pobres, indigentes, sindicalistas atropellados, lo que le llevó a defenderlos con firmeza ante los sucesivos gobiernos. Los temas morales le han sido cercanos, y ciertamente el del aborto, lo que le llevó a enfrentarse directamente con el presidente del país.
¿Le han recordado por su opción por los pobres?
En todo ello se aprecia una forma suya específica de hacer la opción por los pobres. No así en salir activa y arriesgadamente en su defensa en las épocas de represión de las criminales dictaduras militares. La complicidad de la jerarquía eclesiástica con las dictaduras es conocida. Bergoglio fue superior de los jesuitas de Argentina desde 1973 hasta 1979, en los años de mayor represión del genocidio cívico militar.

¿Habla de complicidad?
No parece justo hablar de complicidad, pero sí parece correcto decir que en aquellas circunstancias Bergoglio tuvo un alejamiento de la Iglesia Popular, comprometida con los pobres. No fue un Romero -célebre por su defensa de los derechos humanos y asesinado en el ejercicio de su ministerio pastoral-. No tengo conocimientos suficientes, y lo digo con temor a equivocarme. Bergoglio no ofrecía la imagen de Monseñor Angelleli, obispo argentino asesinado por los militares en 1976. Muy posiblemente sí ocurría en su corazón, pero no solía aflorar en público el recuerdo vivo de Leónidas Proaño, Monseñor Juan Gerardi, Sergio Méndez…

Sin embargo, tiene también otra marcada faceta solidaria.
Sí, por otra parte, desde 1998, como arzobispo de Buenos Aires acompañó de diferentes maneras a sectores maltratados de la gran ciudad, y con hechos concretos. Un testigo ocular cuenta que en la misa del primer aniversario de la tragedia de Cromagnon -incendio ocurrido durante un concierto de rock que costó la vida a 200 jóvenes-, Bergoglio se hizo presente y con fuerza exigió justicia para las víctimas.
A veces usó lenguaje profético. Denunció los males que trituran la carne del pueblo, y les puso nombre concreto: la trata de personas, el trabajo esclavo, la prostitución, el narcotráfico, y muchos otros. Para algunos, quizás la mayor virtud y la mayor fuerza para llevar adelante su actual ministerio papal es que Bergoglio es un hombre abierto al diálogo con los marginados y desde el dolor. Acompañó con decisión procesos eclesiales en los márgenes de la Iglesia católica, y los procesos que ocurren al borde de la legalidad. Dos ejemplos emblemáticos son la vicaría de curas villeros de los barrios marginales y su apoyo a los curas que deambulaban sin un ministerio digno.
¿Qué le espera al papa Francisco?
Solo Dios lo sabe. El nuevo Papa habrá pensado bien lo que le puede esperar y lo que él deberá, podrá y querrá hacer. Ahora enumeramos algunas tareas que a nosotros, desde El Salvador, nos parecen importantes, y que pueden ser importantes para todos en la Iglesia. También nosotros debemos llevarlas a cabo, pero el Papa tiene una mayor responsabilidad y, ojalá tenga más medios. Las tareas coinciden mucho con las que José Ignacio González Faus ha propuesto recientemente.
¿Cuál sería la más urgente?
La primera -yo creo que la mayor de las utopías- es hacer realidad la utopía de Juan XXIII: La iglesia es especialmente la Iglesia de los Pobres. No tuvo éxito en el aula del Vaticano II, de modo que unos 40 obispos se reunieron fuera del aula, y en las Catacumbas de Santa Domitila firmaron el manifiesto que se ha llamado El Pacto de las Catacumbas.

Usted siempre apunta a la falta de sensibilidad de la Iglesia.
Por lo que muchos dicen, Bergoglio tiene sensibilidad hacia los pobres. Ojalá tenga lucidez para hacer real la Iglesia de los pobres, y que esta deje de ser Iglesia de abundancia, de burgueses y ricos. No le faltarán enemigos, como no faltaron después de Medellín a muchos jerarcas que sí pusieron a los pobres en el centro de la Iglesia. Los enemigos estaban dentro de curias eclesiásticas, y muy poderosamente en el mundo del dinero y el poder. Estos asesinaron a miles de cristianos y cristianas.
Imposible olvidar a Monseñor Romero, mártir latinoamericano.
Ojalá el papa Francisco no se asuste de una Iglesia perseguida y mártir, como las de Monseñor Romero y Monseñor Gerardi. Y los canonice o no, ojalá proclame que los mártires, concretándolos también como los mártires por la justicia, es lo mejor que tenemos en la Iglesia. Es lo que la hacen parecida a Jesús de Nazaret. Para ello no es esencial que canonice a Monseñor Romero, aunque sería un buen signo. Y si el Papa cae en alguna debilidad humana, sea esta estar orgulloso de su patria latinoamericana, sufriente y esperanzada, mártir y siempre en trance de resurrección. Y estar orgulloso de toda una generación de obispos: Leónidas Proaño, Helder Camara, Aloysius Lorscheider, Samuel Ruiz… No llegaron a papas, la mayoría de ellos tampoco a cardenales. Pero de ellos vivimos.
¿Y qué me dice de los problemas que sacuden a la Iglesia y que aparecen en los medios de comunicación?
La segunda de las utopías es afrontar la conocida constelación de problemas al interior de la organización de la Iglesia que esperan solución. Por ejemplo, la muy urgente reforma de la Curia romana. También es necesario que los miembros de la Curia sean preferentemente laicos. Asimismo, es importante que Roma deje a las iglesias locales la elección de sus pastores. Que desaparezcan del entorno papal todos los símbolos de poder y de dignidad mundana, y ciertamente que el sucesor de Pedro deje de ser jefe de Estado, porque eso avergonzaría a Jesús. Hace falta que toda la Iglesia sienta como ofensa a Dios la actual separación de las iglesias cristianas. Hay que pedir al Papa que Roma solucione la situación de los católicos que fallaron en su primer matrimonio y han encontrado estabilidad en una segunda unión. Y, por supuesto, que repiense el celibato ministerial.
Usted tampoco abandona otras reivindicaciones ya clásicas.
Sí tengo otras tres cuestiones. Por un lado, que de una vez por todas arreglemos la situación insostenible de la mujer en la Iglesia. También que dejemos de minusvalorar, a veces menospreciar, al mundo indígena, a los mapuches de América del Sur y a todos los que el Papa irá conociendo en sus viajes por África, Asia y América Latina. Y por supuesto que aprendamos a amar a la madre tierra.

Todo ello con un compromiso en firme que tiene que ver mucho con lo sucedido estos días.
Sí, el compromiso debería ser que el nuevo Papa en el balcón de San Pedro y los millones de personas en la plaza no debieran convertirse en un gran actor, el Papa, y en meros espectadores taquilleros, los fieles.

martes, 22 de enero de 2013

Muy estimado señor Director:



Héctor Vasconcelos
México, D.F., a 15 de enero de 2013.
Dr. David T. Ellwood
Director
Escuela de gobierno John F. Kennedy,
Universidad Harvard

Muy estimado señor Director:

En mi calidad de graduado de la Universidad de Harvard –generación 1968 de Harvard College– le dirijo estas líneas para expresar mi rechazo absoluto a la presencia del Sr. Felipe Calderón en nuestra universidad. La invitación que se le hizo para una estancia académica, así sea sólo por un año y no en calidad de profesor, es una negación radical de los valores que la universidad me inculcó. Precisamente porque debo a Harvard mi formación intelectual y los cuatro mejores años de mi vida me siento profundamente agraviado.

Millones de mexicanos (entre 30 y 40 por ciento del electorado) pensamos que Calderón fue impuesto en la Presidencia por los poderes fácticos de mi país y que nunca pudo demostrar que ganó en buena lid las elecciones de 2006. Fue un presidente legalizado por autoridades electorales –-que en dos ocasiones han traicionado su vocación democrática. Pero no legítima. Por otra parte, inició una mal planteada y devastadora guerra anticrimen organizado, que no formó parte de su plataforma electoral y sólo se desató para buscar una legitimidad que las urnas le habían negado. Su fragilidad política lo llevó a provocar un desgarramiento nacional de consecuencias imprevisibles. En apretadísima síntesis, el legado de su gobierno puede resumirse en más de 90 mil muertos, alrededor de 25 mil desaparecidos, decenas de miles de desplazados y una violencia generalizada que ha dejado a zonas enteras del país fuera del control del Estado. Igualmente grave durante su gobierno el número de mexicanos en condiciones de pobreza creció de 45.5 a 57 millones y el de ciudadanos en pobreza extrema se incrementó en 144 por ciento, es decir, 6.5 millones adicionales a los 14.7 millones que se encontraban en esa condición en 2006 (cifras al cierre de 2010).

Quizá no se perciba en Estados Unidos que Calderón es, asimismo, un representante histórico de la derecha religiosa. Durante su gobierno se vulneró en los hechos y de manera ostentosa al estado laico, que en México es una de nuestras más preciadas conquistas.
En otro orden de cosas, durante mucho tiempo, la capacidad para manejar la lengua inglesa con al menos corrección, fue un requisito para estar en Harvard. Como usted apreciará en sus encuentros con él, el inglés del señor Calderón provoca pena ajena. A mí, me sonroja. Yo tuve eminentes profesores –Brzezinski, Kissinger, Stanley Hofmann, entre otros, que, sin haber nacido en Estados Unidos manejaban un inglés perfecto.

Por todo lo anterior considero que la presencia de Calderón en Harvard contradice los valores de democracia representativa, pensamiento crítico y honestidad intelectual y moral que la universidad promueve. Espero que la escuela Kennedy reconsidere y sea sensible al sentir de millones de mexicanos.

En caso que Harvard sostenga el nombramiento de Calderón, me veré en la dolorosa situación de devolver a la universidad mi grado académico, que es el documento que más he apreciado en mi vida. Me dolería mucho que Harvard, que ha sido una conciencia moral de Estados Unidos por casi cuatro siglos, baluarte de liberalismo y el anticonservadurismo, y ha producido estadistas como F. D. Roosevelt, hoy acogiese a quien representa lo contrario de sus valores tradicionales. Si la universidad ha cambiado sus principios o no tiene ya ningunos, entonces, no deseo mantener su título.

Muy atentamente.
Suyo.
Héctor Vasconcelos
Generación 1968, Harvard College
Ex embajador de México en Noruega, Dinamarca e Islandia.
c.c.p. Dr. Drew Gilpin Faust, Presidenta de la Universidad de Harvard
c.c.p. H.E. Anthony Wayne. embajador de Estados Unidos