martes, 28 de agosto de 2012

Siria: el sucio negocio de la limpieza



Robert Fisk

Cada día se informa de una nueva masacre en Siria. Este domingo fue en Daraya. Matanza cometida por soldados, según los opositores a Bashar Assad. Perpetrada por terroristas, de acuerdo con el ejército sirio, el cual presentó a la esposa de un soldado que supuestamente fue baleada y dejada por muerta en una tumba de Daraya.

Por supuesto, todos los ejércitos quieren permanecer limpios. Todos esos galones dorados, todos los honores de batalla, todo ese semper fidelis de los desfiles. El problema es que cuando entran en guerra se alían con las milicias más impresentables, con pistoleros, reservistas, matones y asesinos en masa, a menudo grupos de vigilantes locales que invariablemente contaminan a los hombres de vistoso uniforme y pomposas tradiciones, hasta que generales y coroneles tienen que reinventarse a sí mismos y su historia.

Pensemos en el ejército sirio. Da muerte a civiles, pero asegura tomar todas las precauciones para evitar daños colaterales. Los israelíes dicen lo mismo, al igual que los británicos, los estadunidenses y los franceses (y los mexicanos, la R.).

Y, desde luego, cuando un grupo insurgente –el Ejército Sirio Libre o los salafistas– se hacen fuertes en las ciudades y poblaciones de Siria, las fuerzas del gobierno abren fuego, matan civiles, miles de refugiados cruzan la frontera y CNN informa –como hizo el viernes por la noche– que los refugiados maldecían a Bashar Assad al huir de sus hogares.

Y no puedo olvidar que Al Jazeera, odiada por Bashar ahora como alguna vez lo fue por Saddam Hussein, regresó de Basora en 2003 con imágenes terribles de mujeres iraquíes muertas y heridas y de niños despedazados por fuego británico de artillería contra el ejército iraquí. Y no necesitamos mencionar todas esas bodas y esas inocentes aldeas tribales en Afganistán que fueron pulverizadas por la artillería, los jets y los drones estadunidenses.

Los militares sirios, lo admitan o no –y no me alegraron las respuestas que recibí de los oficiales la semana pasada sobre ese tema–, trabajan con los shabiha (defensores de las aldeas, los llamó un soldado), una horda asesina, integrada por alauitas en su mayoría, que ha dado muerte a cientos de civiles sunitas. Tal vez la Corte Internacional de La Haya declare algún día responsables de esos crímenes a soldados sirios –pueden jurar que no tocará a los guerreros de Occidente–, pero será imposible que el ejército sirio saque a los shabiha de la historia de su guerra contra los terroristas, los grupos armados, el Ejército Sirio Libre y Al Qaeda.

El intento de deslinde ya ha comenzado. Los soldados sirios combaten a petición de su pueblo, para defender a la nación. Los shabiha nada tienen que ver con ellos. Y tengo que decir –una vez más, no estoy comparando a Bashar con Hitler ni el conflicto en Siria con la Segunda Guerra Mundial– que la Wehrmacht alemana trató de ensayar el mismo juego narrativo en 1944 y 1945, y luego, en forma mucho más grande, en la Europa de posguerra.

Los disciplinados elementos de la Wehrmacht nunca cometieron crímenes de guerra ni genocidio contra los judíos de Rusia, de Ucrania o de los estados del Báltico, como tampoco en Polonia o Yugoslavia. No: fueron esos malvados criminales de las SS o los Einsatzgruppen o la milicia ucraniana o la policía paramilitar lituana o la Ustashe proto-nazi los que ensuciaron el buen nombre de Alemania. Pamplinas, claro, aunque los historiadores germanos que se dieron a la tarea de probar la criminalidad de la Wehrmacht aún hoy soy objeto de vilipendio.

El ejército francés de Vichy trató de limpiarse las garras afirmando que todas las atrocidades fueron cometidas por la Milice, mientras los italianos culparon a los alemanes. Los estadunidenses se valieron de las bandas criminales más viles de Vietnam, los franceses usaron a las fuerzas coloniales para masacrar insurgentes en Argelia (y los mexicanos a cualquiera de los cárteles de la droga, la R.). Los británicos toleraron a las fuerzas especiales B en Irlanda del Norte hasta que inventaron el Regimiento de Defensa del Ulster (UDR, por sus siglas en inglés), el cual, contaminado por las matanzas sectarias, fue finalmente desbandado.

El UDR relucía de limpio comparado con los alemanes, pero en el punto más intenso de la ocupación de Irak los estadunidenses pagaban a las guardias vecinales sunitas para que liquidaran a sus enemigos chiítas, y a reservistas semejantes a sicarios –junto con uno que otro profesional– para que torturaran a sus prisioneros en Abu Ghraib.

Y ahí está Israel, que tuvo que arrastrarse cuando su cobarde milicia falangista libanesa masacró a mil 700 palestinos en 1982. Su milicia Ejército Libanés del Sur, igualmente despiadada, torturaba prisioneros con electricidad en la prisión de Khiam, dentro de la zona ocupada por Israel en el sur de Líbano.

Por supuesto, la guerra mancha a todos los que participan en ella. Los hombres de Wellington en las Guerras de la Península no pudieron prevenir que sus aliados guerrilleros españoles cometieran atrocidades, como tampoco los británicos y estadunidenses pudieron evitar que sus aliados soviéticos violaran a cinco millones de mujeres alemanas en 1945. ¿Acaso los turcos no usaron su propia versión de las SS –junto con la milicia kurda– para que ayudara al genocidio de los armenios en 1915?

Los aliados de la Segunda Guerra Mundial cometieron su parte de ejecuciones extrajudiciales –aunque no en la escala de sus enemigos– y, gracias a YouTube, el hoy tan amado Ejército Sirio Libre ha difundido sus propios asesinatos en Siria. 

Lanzar policías desde las azoteas y matar a balazos a los shabiha luego de torturarlos no da lustre a la fama de La Clinton y messieurs Fabius y Hague. 

Mantener la limpieza es un sucio negocio.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

martes, 21 de agosto de 2012

Julian Assange, el caso Pinochet y los límites de la democracia británica



Marcos Roitman Rosenmann

Hace 14 años, en 1998, el mundo vivía apaciblemente, según se mire. Las guerras eran las mismas y tenían lugar en la periferia del capitalismo. El campo de batalla por el control de las materias primas se extendía, entraba en juego la privatización de todos los recursos naturales, incluido las fuentes hídricas. El neoliberalismo desregulaba a prisa para facilitar la llegada de las hipotecas basura y dar pingües ganancias al capital financiero. Nos advertían del apagón informático del año 2000 y dábamos la bienvenida al siglo XXI. En lo esencial los sobresaltos fueron pocos, pero de hondo calado. La primera guerra de Irak, las guerra espurias en el territorio de la ex Yugoslavia, la consolidación de los países emergentes y una América Latina sin dictaduras. Aún no existía la República Bolivariana de Venezuela y la derecha mundial concentraba sus descalificaciones en Cuba, sin variar el protocolo de la guerra fría. El mapa del siglo XXI aún estaba en ciernes, nada hacía prever el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, percutor del unilateralismo en las relaciones internacionales y las guerras contra el terrorismo internacional.

Sin embargo, un hecho, en materia de derechos humanos, haría que la justicia internacional cobrara protagonismo en las postrimerías del siglo XX, la detención en Londres del dictador chileno Augusto Pinochet. Gran Bretaña debía resolver la extradición solicitada por el juez de la Audiencia Nacional de España, Baltasar Garzón, a demanda de la acusación particular y popular encabezada por el abogado Joan Garces. Gobernaba la socialdemocracia de Tony Blair y la tercera vía.

El gobierno de su majestad Isabel II, España y Chile sufrieron un shock. Ninguno de los tres estados deseaba que el tirano fuese juzgado por crímenes de lesa humanidad. Como demostración de su rechazo, Chile retiró a su embajador en Madrid y el entonces presidente del Gobierno español, José María Aznar, y su partido boicotearon el caso en los tribunales, realizando lo que se llama en la jerga legal terrorismo judicial. Por su parte, Margaret Thatcher se refirió a Pinochet como el único preso político existente en su país. Las argucias y artimañas para conseguir el objetivo, la libertad del dictador, dieron resultado en el medio plazo. El abogado de Pinochet, a la sazón también defensor de los intereses de Endesa en Chile, Pablo Rodríguez Grez, organizador del grupo paramilitar Patria y Libertad, movimiento que se dedicó a poner bombas y sabotear el gobierno de Salvador Allende, encontró la vía para lograr la libertad del susodicho. En una operación de encaje le hizo llegar al ministro del Interior de la corona, Jack Straw, un resquicio legal que posibilitaba bloquear la decisión judicial. La extradición podía frenarse políticamente si existían causas médicas, cuyo diagnóstico avalase la incapacidad mental del imputado. Straw agradeció el gesto del abogado. En un momento negro para la historia de la justicia internacional permitió que el dictador emprendiera viaje libremente a Santiago de Chile tras pasar 503 días detenido. Ahí se detuvo el reloj de la democracia en Gran Bretaña. Más tarde Blair, junto con Bush hijo, se daría un festín de sangre humana en la segunda guerra del golfo.

Hoy la historia se repite con otro caso similar en la esfera del derecho internacional. Inglaterra vuelve a ser el centro de atención. Esta vez se trata de la detención y posterior orden de extradición expedida contra Julian Assange a solicitud del gobierno sueco. Assange es imputado de cometer delitos sexuales. Agotadas las vías de apelación, la sentencia para ser extraditado se confirma. Es el momento cuando Julian Assange pide asilo político en la delegación de Ecuador. El caso no pasaría de ser una anécdota si el imputado no fuese uno de los creadores de Wikileaks. Persona buscada por Estados Unidos como divulgador de secretos de Estado y causante del mayor descrédito de la política exterior estadunidense en su historia contemporánea, no es un violador cualquiera. Aquí los ribetes políticos son claros. Las acusaciones de dos mujeres, cuyo sexo fue consentido, son a todas luces una tapadera. La excusa para privar de libertad a Julian Assange y entregarlo a las autoridades suecas tiene otra finalidad: servirlo en bandeja de plata a Estados Unidos. La triangulación es perfecta. Si con la negativa de extraditar a Pinochet se buscaba la libertad burlando la acción de la justicia, con Assange se trata de remar en sentido contrario, pero con el mismo resultado: hacer imposible que se haga justicia. En ambos casos salta a la palestra el nombre de Baltasar Garzón, antes juez que solicitara la extradición de Pinochet, hoy apartado de la judicatura española, convertido en uno de los abogados de Assange, pide la anulación y puesta en libertad del imputado.
Si vemos el caso, Assange tenía escasas probabilidades de evitar el traslado a Estocolmo. Si se trata de una imputación de violación, él mismo señaló que estaría dispuesto a someterse a la justicia sueca, no dudaba de tener un juicio justo, su defensa era de manual. Pero la ingenuidad tiene un límite. Con las cartas marcadas y viendo peligrar su integridad, el fundador de Wikileaks pide asilo político, dando al caso la dimensión política que realmente tiene. Su decisión, una vez resuelta favorablemente la petición de asilo político por el presidente de Ecuador, Rafael Correa, da la razón a Assange.

La violencia inusitada de las autoridades británicas atacando la decisión del presidente Rafael Correa pone en cuestión la flema inglesa y dejan al descubierto la maniobra y el escaso respeto a la soberanía y leyes internacionales de los países imperialistas cuando sus demandas caen en saco roto. Más allá de los exabruptos extemporáneos, la manera de actuar de Gran Bretaña anuncia un empantanamiento, donde destaca la negativa a brindar el salvoconducto que facilite su traslado a Ecuador. El objetivo, dilatar tiempo de estancia de Assange en la legación ecuatoriana. Podrán pasar años, no sería el primer caso en la historia. Víctor Raúl Haya de la Torre pasó cinco años, de 1949 a 1954, en la embajada de Colombia en Lima, pues el gobierno peruano se negó a entregarle el salvoconducto. Seguramente el resultado final, en este caso, no variará. Pero negar el salvoconducto busca impedir la libertad del imputado y, de paso, presionar al Estado que lo concede.

Gran Bretaña, considerada cuna de la democracia parlamentaria contemporánea, con esta decisión renuncia a los principios de justicia internacional y retrocede siglos en la doctrina de los derechos humanos, situándose a la cabeza de los estados reaccionarios e imperialistas, cuyas viejas glorias pretende hacer valer por la fuerza. Pero los tiempos cambian, América Latina no es ese continente sumiso y dependiente. Algunos países, no todos, se alzan contra la colonialidad del poder y engalanan su soberanía bajo la bandera de la dignidad. En estas condiciones la lógica del caso Assange hace pensar que no habrá paso atrás por el gobierno ecuatoriano. En sesión plenaria urgente del viernes 17 de agosto, la Asamblea Nacional condenó sin ningún voto en contra, siete abstenciones y 73 votos en favor las amenazas de Gran Bretaña e Irlanda del Norte de pretender irrumpir en su embajada, “ya que ello constituiría un atentado contra la soberanía nacional y una violación de los principios del derecho internacional consagrado en la carta de la ONU y la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas”. 

Los tiempos están cambiando, el orden y mando del imperialismo, sea cual fuere su apellido, hoy tiene respuesta. La dignidad también existe. Gracias, Ecuador.

lunes, 6 de agosto de 2012

En la sombra de Hiroshima



Noam Chomsky

El 6 de agosto, aniversario de Hiroshima, debería ser un día de reflexión sombría, no sólo acerca de los sucesos terribles de esa fecha en 1945, sino también sobre lo que revelaron: que los seres humanos, en su dedicada búsqueda de medios para aumentar su capacidad de destrucción, finalmente habían logrado encontrar una forma de acercarse al límite final. Los actos en memoria de ese día tienen un significado especial este año. Tienen lugar poco antes del 50 aniversario del momento más peligroso en la historia humana, en palabras de Arthur M. Schlesinger Jr, historiador y asesor de John F. Kennedy, al referirse a la crisis de los misiles cubanos. Graham Allison escribe en la edición actual de Foreign Affairs que Kennedy ordenó acciones que él sabía aumentarían el riesgo no sólo de una guerra convencional, sino también de un enfrentamiento nuclear, con una probabilidad que él creía de quizá 50 por ciento, cálculo que Allison considera realista. Kennedy declaró una alerta nuclear de alto nivel que autorizaba a aviones de la OTAN, tripulados por pilotos turcos (u otros), a despegar, volar a Moscú y dejar caer una bomba. 

Nadie estuvo más asombrado por el descubrimiento de los misiles en Cuba que los hombres encargados de misiles similares que Estados Unidos había emplazado clandestinamente en Okinawa seis meses antes, seguramente apuntados hacia China, en momentos de creciente tensión. Kennedy llevó al presidente soviético Nikita Krushov hasta el borde mismo de la guerra nuclear y él se asomó desde el borde y no tuvo estómago para eso, según el general David Burchinal, en ese entonces alto oficial del personal de planeación del Pentágono. Uno no puede contar siempre con tal cordura. Krushov aceptó una fórmula planteada por Kennedy poniendo fin a la crisis que estaba a punto de convertirse en guerra. El elemento más audaz de la fórmula, escribe Allison, era una concesión secreta que prometía la retirada de los misiles estadunidenses en Turquía en un plazo de seis meses después de que la crisis quedara conjurada. Se trataba de misiles obsoletos que estaban siendo remplazados por submarinos Polaris, mucho más letales. En pocas palabras, incluso corriendo el alto riesgo de una guerra de inimaginable destrucción, se consideró necesario reforzar el principio de que Estados Unidos tiene el derecho unilateral de emplazar misiles nucleares en cualquier parte, algunos apuntando a China o a las fronteras de Rusia, que previamente no había colocado misiles fuera de la URSS. 

Se han ofrecido justificaciones, por supuesto, pero no creo que soporten un análisis. Como principio acompañante de esto estaba que Cuba no tenía derecho de poseer misiles para su defensa contra lo que parecía ser una invasión inminente de Estados Unidos. Los planes para los programas terroristas de Kennedy, Operación mangoose (mangosta), establecían una revuelta abierta y el derrocamiento del régimen comunista en octubre de 1962, mes de la crisis de los misiles, con el reconocimiento de que el éxito final requerirá de una intervención decisiva de Estados Unidos. Las operaciones terroristas contra Cuba son descartadas habitualmente por los comentaristas como travesuras insignificantes de la CIA. Las víctimas, como es de suponerse, ven las cosas de una forma bastante diferente. Al menos podemos oír sus palabras en Voces desde el otro lado: Una historia oral del terrorismo contra Cuba, de Keith Bolender.

Los sucesos de octubre de 1962 son ampliamente aclamados como la mejor hora de Kennedy. Allison los ofrece como una guía sobre cómo restar peligro a conflictos, manejar las relaciones de las grandes potencias y tomar decisiones acertadas acerca de la política exterior en general. En particular, los conflictos actuales con Irán y China.

El desastre estuvo peligrosamente cerca en 1962 y no ha habido escasez de graves riesgos desde entonces. En 1973, en los últimos días de la guerra árabe-israelí, Henry Kissinger lanzó una alerta nuclear de alto nivel. India y Pakistán han estado muy cerca de un conflicto atómico. Ha habido innumerables casos en los que la intervención humana abortó un ataque nuclear momentos antes del lanzamiento de misiles por informes falsos de sistemas automatizados. Hay mucho en que pensar el 6 de agosto. Allison se une a muchos otros al considerar que los programas nucleares de Irán son la crisis actual más severa, un desafío aún más complejo para los formuladores de política de Estados Unidos que la crisis de los misiles cubanos, debido a la amenaza de un bombardeo israelí. La guerra contra Irán está ya en proceso, incluyendo el asesinato de científicos y presiones económicas que han llegado al nivel de guerra no declarada, según el criterio de Gary Sick, especialista en Irán. Hay un gran orgullo acerca de la sofisticada ciberguerra dirigida contra Irán. El Pentágono considera la ciberguerra como acto de guerra, que autoriza al blanco a responder mediante el empleo de fuerza militar tradicional, informa The Wall Street Journal. Con la excepción usual: no cuando Estados Unidos o un aliado es el que la lleva a cabo. 

La amenaza iraní ha sido definida por el general Giora Eiland, uno de los máximos planificadores militares de Israel, “uno de los pensadores más ingeniosos y prolíficos que (las fuerzas militares israelíes) han producido. De las amenazas que define, la más creíble es que cualquier enfrentamiento en nuestras fronteras tendrá lugar bajo un paraguas nuclear iraní. En consecuencia, Israel podría verse obligado a recurrir a la fuerza. Eiland está de acuerdo con el Pentágono y los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que consideran la disuasión como la mayor amenaza que Irán plantea. 

La actual escalada de la guerra no declarada contra Irán aumenta la amenaza de una guerra accidental en gran escala. Algunos peligros fueron ilustrados el mes pasado, cuando un barco estadunidense, parte de la enorme fuerza militar en el Golfo, disparó contra una pequeña nave de pesca, matando a un miembro de la tripulación india e hiriendo a otros tres. No se necesitaría mucho para iniciar otra guerra importante. Una forma sensata de evitar las temidas consecuencias es buscar la meta de establecer en Oriente Medio una zona libre de armas de destrucción masiva y todos los misiles necesarios para su lanzamiento, y el objetivo de una prohibición global sobre armas químicas –lo que es el texto de la resolución 689 de abril de 1991 del Consejo de Seguridad, que Estados Unidos y la Gran Bretaña invocaron en su esfuerzo por crear un tenue cobertura para su invasión de Irak, 12 años después. Esa meta ha sido un objetivo árabe-iraní desde 1974 y para estos días tiene un apoyo global casi unánime, al menos formalmente. Una conferencia internacional para debatir formas de llevar a cabo tal tratado puede tener lugar en diciembre. 

Es improbable el progreso, a menos que haya un apoyo público masivo en Occidente. De no comprenderse la importancia de esta oportunidad se alargará una vez más la fúnebre sombra que ha oscurecido el mundo desde aquel terrible 6 de agosto.

miércoles, 1 de agosto de 2012

LA LEY PATRIOTICA, TAN DESPOTICA COMO CUALQUIERA CREADA POR HITLER



"Si el actual jefe de la Casa Blanca y el procurador John Ashcroft hubieran vivido en los primeros años de la república, habrían sido considerados tan infames que ni siquiera se les habría permitido pertenecer al país. No los hubieran llamado estadunidenses..."

"Con cada acción Bush enfurece más y más a los musulmanes. Y hay mil millones de ellos. Tarde o temprano tendrán un Saladino que los unifique, y entonces vendrán contra nosotros. Y no será bonito."


MARC COOPER LA WEEKLY, 5 enero de 2004

George W. Bush tuvo suerte de no haber nacido en una época anterior y de no haberse colado en alguna forma en la Convención Constituyente de Estados Unidos. Un hombre con sus opiniones, tan desdeñosas del espíritu democrático, habría sido sin duda exiliado por los enfurecidos fundadores de la nación recién liberada. Tal es la reflexión de uno de los más controvertidos críticos sociales y uno de los escritores estadunidenses más prolíficos de nuestro tiempo: Gore Vidal.

La vez anterior que entrevistamos a Vidal, hace poco más de un año, disparó una poderosa reacción en cadena al ubicarse como uno de los últimos defensores del ideal de la república estadunidense. Sus acerbos comentarios a LA Weekly acerca de los bushitas fueron reproducidos en publicaciones de todo el mundo y anunciados una y otra vez en Internet. Ahora vuelve a las andadas, dando al Weekly otra dosis de su disidencia y, con el persistente goteo de nuevas cifras bajas en Irak, sus comentarios no son menos explosivos ahora que el año anterior.

Esta vez, sin embargo, habla como un estadunidense de tiempo completo. Después de varias décadas en las que repartió su tiempo entre Los Angeles e Italia, ha decidido asentarse en su casa de estilo colonial de Hollywood Hills. De 77 años, aquejado de un mal en la rodilla y todavía en recuperación por la pérdida de su compañero de muchos años, ocurrida a principios de 2003, Vidal es más beligerante y productivo que nunca.

Vidal tenía sin duda en mente a políticos como Bush y el procurador general, John Ashcroft, cuando escribió su libro más reciente, el tercero en dos años. Inventing a Nation: Washington, Adams, Jefferson (La invención de una nación: Washington Adams, Jefferson) explora a profundidad la sique de ese trío de patriotas. Y, aunque expone a la vista todas sus flaquezas humanas -vanidad, ambición, arrogancia, envidia e inseguridad-, su compromiso, profundamente arraigado, de construir la primera nación democrática de la Tierra se proyecta rápidamente al primer plano.

El contraste entre ellos y los de ahora está todo, menos implícito. Ya en las primeras páginas Vidal revela su persistente desprecio por el grupo que hoy domina la capital que lleva el nombre de nuestro primer presidente.
Al comenzar nuestro diálogo, le pedí trazar los vínculos entre nuestro pasado revolucionario y nuestro presente imperial.

-Su nuevo libro se enfoca en Washington, Adams y Jefferson, pero al leerlo con más detenimiento parece que en realidad fue Benjamin Franklin quien resultó ser el más visionario en cuanto al futuro de la república.
-Franklin entendió al pueblo estadunidense mejor que los otros tres. Washington y Jefferson eran nobles: poseían plantaciones y esclavos. Alexander Hamilton ingresó por virtud del matrimonio en una familia rica y poderosa y se unió a la clase alta. Benjamin Franklin era de pura clase media. De hecho, puede que él la haya inventado para los estadunidenses. El vio peligro en todas partes. Todos lo vieron. A ninguno le gustaba la Constitución. James Madison, a quien se conoce como el padre de ella, tenía un montón de quejas sobre el poder de la presidencia. Pero tenían prisa de poner a caminar la nación. De ahí el gran discurso, del cual tomo extensos párrafos en el libro, que el viejo y moribundo Franklin pidió que alguien leyera por él. Dijo: estoy en favor de esta Constitución, defectuosa como es, porque necesitamos un buen gobierno y lo necesitamos ya. Y este documento, si lo ponemos en práctica de manera apropiada, nos dará ese gobierno durante cierto número de años.

"Pero luego, dijo Franklin, la Constitución fallará, como las que ha habido en el pasado, a causa de la corrupción esencial de la gente. Señaló con el dedo a todos los estadunidenses. Y cuando la gente se vuelva así de corrupta, dijo, descubriremos que lo que queremos no es una república, sino despotismo... la única forma de gobierno deseable para tal gente".

-Pero Jefferson tenía la opinión más radical, no? Sostenía que la Constitución sólo podía verse como un documento de transición.
-Ah, sí. Jefferson dijo que en cada generación deberíamos tener una Convención Constituyente y revisar lo que no funcionaba. Como llevar un coche al taller a que le revisen el carburador. Dijo que no podemos esperar que un hombre se ponga una chaqueta de niño. Debe revisarse porque la Tierra pertenece a los vivos. Fue el primero, que yo sepa, que dijo eso. Y cada generación tiene el derecho de cambiar cuantas leyes desee. O incluso la forma de gobierno. šTraigan al Dalai Lama si eso es lo que quiere la gente! A Jefferson le daba lo mismo.

"Jefferson era el único demócrata puro entre los fundadores, y pensaba que la única forma de lograr su idea de democracia era dar al pueblo la oportunidad de cambiar las leyes. Madison fue muy elocuente en su respuesta a Jefferson. Dijo que no se puede tener un gobierno con algún grado de autoridad si sólo va a durar un año.

"Esa fue la disputa entre Madison y Jefferson. Y probablemente continuaría aún si quedara al menos un estadista por aquí que dijera que tenemos que empezar a cambiar el maldito documento".
-Su libro recrea el debate entre los republicanos de Jefferson y los federalistas de Hamilton, que en ese tiempo eran de hecho los dos partidos de la joven nación. Más de 200 años después, aún vemos algún signo de continuidad en nuestro actual sistema político?

-Sólo vestigios. Pero lo que más encontramos es esa corrupción que Franklin vaticinó. La nuestra es una sociedad enteramente corrupta. La presidencia está en venta. Quien recaude más dinero para comprar tiempo en televisión será probablemente el próximo presidente. Eso es corrupción a escala mayúscula.

"Enron abrió los ojos de los ingenuos admiradores del capitalismo moderno. Nuestra hermandad contable, en su totalidad, resultó ser corrupta y defraudadora. Y el gobierno estaba por completo coludido con ella y no le importaba un bledo.

"El viejo Kenny Lay, amigo de Bush, sigue suelto y mañana podría establecer una nueva compañía. Si es que no lo ha hecho ya. A nadie han castigado por despojar a la gente de su dinero y de sus fondos de pensión y por arruinar la economía.

"Así pues, la corrupción vaticinada por Franklin rinde su fruto terrible. Nadie quiere hacer nada al respecto. Ni siquiera es tema de campaña. Una vez que se tiene una comunidad de negocios tan corrupta en una sociedad cuya razón de ser son los negocios, lo que se tiene es, de hecho, despotismo. Es ese imperio autoritario que la gente de Bush nos ha traído. La Ley Patriótica es tan despótica como cualquiera que haya creado Hitler; incluso utiliza muchas de las mismas frases. En uno de mis libros anteriores, Perpetual War for Perpetual Peace (Guerra perpetua para la paz perpetua), mostré cómo el lenguaje que usó la gente de Clinton para acobardar a los estadunidenses con el fin de perseguir a terroristas como Timothy McVeigh (*) -se les dijo que sus derechos se suspenderían sólo por breve tiempo- era precisamente el utilizado por Hitler después del incendio del Reichstag".

-En este contexto, alguno de los padres fundadores se sentiría cómodo con el actual sistema político de Estados Unidos? Sin duda Jefferson no. Pero, y los centralistas radicales, o aquellos como John Adams, que tenían una simpatía vergonzante por la monarquía?
-Adams creía que la monarquía, acotada y equilibrada por el Parlamento, podía ofrecer democracia. Pero de ninguna forma era partidario del totalitarismo. Hamilton, en cambio, se habría llevado muy bien con la gente de Bush, porque creía en la existencia de una elite que debería gobernar. Sin embargo, era un cabrón nacido en las Indias Occidentales, y siempre se sintió un poco nervioso con su posición social. Claro está, se casó con una ricachona y se volvió aristócrata. Y es él quien sostiene que debemos tener un gobierno formado por los mejores, queriendo decir los ricos.

"Así que Hamilton estaría muy del lado de Bush. Pero no se me ocurre que ningún otro fundador lo hiciera. Adams sin duda desaprobaría a Bush. Era muy moral, y no creo que soportara la deshonestidad actual. Ya bastante acosados se sentían los constituyentes por una partida de periodistas venidos de Irlanda y otros lugares a decirles cómo los estadunidenses debían hacer las cosas, más o menos como hoy Andrew Sullivan (**) nos dice cómo debemos ser. Creo que encontraríamos entre los fundadores un consenso de descontento con Bush. Ese despotismo que hoy nos abruma es precisamente lo que Franklin predijo".

-Pero, Gore, en sus años usted ha vivido bajo buen número de gobiernos poco gloriosos, desde la fundación del estado de seguridad nacional de Truman hasta la debacle de Vietnam con Lyndon B. Johnson, así como Nixon y Watergate, y ha vivido para contarlo. Así pues, tratándose del gobierno de Bush, en verdad habla de despotismo per se? O éste no es más que otro gobierno republicano, sólo que más corrupto y despótico?

-No. Hablamos de despotismo. No he leído sólo la primera Ley Patriótica, sino también la segunda, que aún no se hace pública del todo ni ha sido aprobada por el Congreso, y contra la cual existe ya considerable resistencia. A un ciudadano estadunidense se le pueden tomar sus huellas digitales como terrorista, y con qué pruebas? Con ninguna. Todo lo que se necesita es la palabra del procurador general o quizá del presidente mismo. Entonces pueden encerrarlo a uno sin acceso a un abogado, y luego juzgarlo un tribunal militar e incluso ejecutarlo. O, según un nuevo agregado, lo pueden exiliar, despojarlo de su ciudadanía y enviarlo a cualquier sitio que ni siquiera esté organizado como país, como la Tierra del Fuego o alguna roca del Pacífico. Todo eso está en la nueva Ley Patriótica. Los padres fundadores hubieran pensado que es despotismo con creces. Y habrían colgado a cualquiera que hubiera pretendido hacer pasar algo semejante en la Convención Constituyente en Filadelfia. Colgado.

-Entonces, si George W. Bush y John Ashcroft hubieran vivido en los primeros años de la república, Ƒhabrían sido procesados y colgados por los fundadores?
-No, habría sido algo mejor y peor. (Ríe.) Bush y Ashcroft habrían sido considerados tan infames que ni siquiera se les habría permitido pertenecer al país. Tal vez los habrían invitado a irse a Bolivia o a Paraguay para formar parte de la administración de alguna colonia española, donde se habrían sentido mucho más a gusto. No los hubieran llamado estadunidenses; la mayoría de los estadunidenses no los habría considerado ciudadanos.

-Usted no considera estadunidenses a Bush y Ashcroft?
-Los considero extraños enemigos. Se las han ingeniado para adueñarse de todo, y de manera muy descarada. Tenemos un presidente anómalo. Tenemos despotismo. No tenemos un proceso legal.

-Sin embargo, usted vio en la década de 1960 cómo el gobierno de Johnson se derrumbó bajo el peso de su propia arrogancia. Lo mismo que Nixon. Y ahora, cuando crece el descontento por la guerra en Irak, no tiene la impresión de que Bush camina hacia el mismo destino?

-En realidad veo que un asunto más pequeño se le atraviesa en el camino: la destitución de la esposa del embajador Wilson como agente de la CIA. A menudo son esos casos pequeños los que permiten pescar al culpable. Algo lo bastante pequeño para que un tribunal pueda hincarle el diente. Poner en riesgo a esa señora a causa del coraje por lo que hizo su marido es algo perverso, peligroso para la nación, peligroso para otros agentes de la CIA. Eso tiene más resonancia que Irak. Me temo que 90 por ciento de los estadunidenses no saben dónde queda Irak y nunca lo sabrán, y no les importa.

"Sin embargo, esa cifra de 87 mil millones de dólares se les grabó en el cerebro porque no hay dinero suficiente. Los estados van a la quiebra. Mientras tanto, la derecha ha tenido éxito en convencer a 99 por ciento de la gente de que estamos financiando generosamente a todas las naciones del mundo, que estamos subsidiando con el gasto social a las madres de familia, a todas esas señoras negras a las que los republicanos siempre atacan, ésas que, según nos dicen, se emborrachan con champaña Kristal en el hotel Ambassador de Chicago, lo cual, por supuesto, es ridículo.

"Y ahora la gente ve que están tirando otros 87 mil millones de dólares por la ventana. Adiós! La gente va a rebelarse contra eso. El Congreso lo aprobó, pero un montón de congresistas van a perder sus asientos por ello".

-Hablando de elecciones, George W. Bush va a ser relecto este año?
-No. Por lo menos si hay una elección limpia, que no sea electrónica. Sería peligroso. No queremos una elección que no deje registro en papel. Los fabricantes de las máquinas de votar dicen que nadie puede ver dentro de ellas, porque se revelarían secretos del oficio. Cuáles secretos? Acaso su función no es contar votos? O qué, reciben mensajes secretos de Marte? Está la cura del cáncer en el interior de esas máquinas? O sea, no mamen. Y los tres propietarios de las compañías que fabrican esas máquinas son donadores del gobierno de Bush. Eso no es corrupción?

"Es decir, Bush probablemente ganará si cubren el país con esas máquinas de votar. Así no puede perder".

-Pero, Gore, no cree usted lo bastante en los instintos democráticos del ciudadano común para pensar que al final esas conspiraciones se vendrán abajo?

-Oh, no! Lo único que veo es que se vuelven cada vez más fuertes y arraigadas. Quién habría creído que los planes de Harry Truman de militarizar Estados Unidos llegarían tan lejos como los tenemos ahora? Tanto dinero que hemos desperdiciado en gastos militares, mientras nos faltan escuelas. No hay atención a la salud; ya nos sabemos la letanía. No recibimos nada a cambio de nuestros impuestos. Jamás hubiera creído que eso duraría los 50 años pasados, por los cuales he vivido. Pero duró.

"Pero volviendo a Bush: si utilizamos boletas electorales de papel como las de antes y hacemos que las cuenten en el distrito donde se emitieron, Bush será barrido del cargo. Ha cometido todos los errores posibles. Ha arruinado la economía. El desempleo está en ascenso. La gente no encuentra trabajo. La pobreza aumenta. Es un lío total. Cómo ha logrado hacer semejante enredo? Bueno, lisa y llanamente es muy estúpido. Pero los que lo rodean no lo son. Y quieren permanecer en el poder".

-Pinta usted un cuadro muy negro del gobierno actual y del sistema político estadunidense en general. Pero, en un nivel más profundo, en la sociedad misma, no queda aún un cimiento democrático?
-No. Quedan algunos recuerdos de lo que fuimos alguna vez. Quedan aún algunas personas de edad que recuerdan el New Deal, de Franklin D. Roosevelt, que fue la última vez en que tuvimos un gobierno que mostró cierto interés por el bienestar del pueblo estadunidense. Ahora tenemos gobiernos, en los 20 o 30 años pasados, que sólo se preocupan por el bienestar de los ricos.

-Es Bush el peor presidente que hemos tenido?
-Bueno, ninguno ha destrozado como él la Carta de las Garantías Individuales. Otros presidentes han merodeado por allí, pero ninguno la había puesto en semejante peligro. Nadie había propuesto la guerra preventiva. Y ya van dos países consecutivos que hemos bombardeado sin que nos hubieran hecho daño alguno.

-Cómo cree que vaya a evolucionar la guerra en Irak?
-Creo que nos iremos al caño junto con ella. Con cada acción Bush enfurece más y más a los musulmanes. Y hay mil millones de ellos. Tarde o temprano tendrán un Saladino que los unifique, y entonces vendrán contra nosotros. 

Y no será bonito.

(*) El llamado bombardero de Oklahoma City, ejecutado en 2001.
(**) Periodista británico. (N. T.)
Publicado en LA Weekly
Traducción: Jorge Anaya