lunes, 28 de febrero de 2011

Arabia Saudita, el factor clave



Robert Fisk

El terremoto de las pasadas cinco semanas en Medio Oriente ha sido la experiencia más tumultuosa, devastadora y pasmosa en la historia de la región desde la caída del imperio otomano. Por una vez, conmoción y pavor fue una descripción apropiada. Los dóciles, supinos, incorregibles y serviles árabes del orientalismo se han transformado en luchadores por la libertad y la dignidad, papel que los occidentales hemos asumido siempre que nos pertenece en exclusiva en el mundo. Uno tras otro, nuestros sátrapas están cayendo, y los pueblos a quienes les pagábamos por controlar escriben su propia historia: nuestro derecho a meternos en sus asuntos (el cual, por supuesto, seguiremos ejerciendo) ha sido disminuido para siempre.

Las placas tectónicas siguen desplazándose, con resultados trágicos, valientes e incluso humorísticos, en el sentido negro del término. Incontables potentados árabes habían proclamado siempre que querían democracia en Medio Oriente. El rey Bashar de Siria dice que mejorará la paga de los burócratas. El rey Bouteflika de Argelia ha levantado de pronto el estado de emergencia. El rey Hamad de Bahrein ha abierto las puertas de sus prisiones. El rey Bashir de Sudán no volverá a postularse a la presidencia. El rey Abdulá de Jordania estudia la idea de una monarquía constitucional. Y Al Qaeda, bueno, ha estado más bien callada. ¿Quién hubiera creído que el anciano de la cueva de pronto saldría al exterior y se deslumbraría por la luz de la libertad en vez de la oscuridad maniquea a la que sus ojos se habían acostumbrado? Ha habido montones de mártires en todo el mundo musulmán, pero las banderas islamitas no aparecen por ningún lado. Los jóvenes hombres y mujeres que ponen fin a los dictadores que los atormentan son musulmanes en su mayoría, pero el espíritu humano ha sido mayor que el deseo de morir. Son creyentes, sí, pero ellos llegaron allí primero y derrocaron a Mubarak mientras los esbirros de Bin Laden aún siguen llamando a deponerlo en videos ya rebasados.

Pero ahora una advertencia. No ha terminado. Experimentamos ahora ese sentimiento cálido, ligeramente húmedo que precede al restallar del trueno y el relámpago. La película de horror final de Kadafi aún debe terminar, si bien con esa terrible mezcla de farsa y sangre a la que nos hemos acostumbrado en Medio Oriente. Y el destino que le aguarda, sobra decirlo, pone en una perspectiva aún más clara la vil adulación de nuestros propios potentados. Berlusconi –que en muchos aspectos es ya una espantosa imitación de Kadafi–, Sarkozy y lord Blair de Isfaján se nos revelan todavía más ruines de lo que los creíamos. Con ojos basados en la fe bendijeron a Kadafi el asesino. En su momento escribí que Blair y Straw habían olvidado el factor sorpresa, la realidad de que este extraño foco estaba por completo chiflado y sin duda cometería otro acto terrible para avergonzar a nuestros amos. Y sí, ahora todo periodista británico va a tener que agregar la oficina de Blair no devolvió nuestra llamada al teclado de su laptop.

Todo el mundo insta ahora a Egipto a seguir el modelo turco, lo cual parece implicar un placentero coctel de democracia e islamismo cuidadosamente controlado. Pero si esto es cierto, el ejército egipcio mantendrá sobre su pueblo una vigilancia repudiada y nada democrática en las décadas por venir. Como ha expresado el abogado Alí Ezzatyar, “los líderes militares egipcios han hablado de amenazas al ‘modo de vida egipcio’… en una no muy sutil referencia a las amenazas de la Hermandad Musulmana. Parece una página tomada del manual turco”.

El ejército turco se ha revelado cuatro veces como creador de reyes en la historia moderna de su país. ¿Y quién si no el ejército egipcio, creador de Nasser, constructor de Sadat, se libró del ex general Mubarak cuando su tiempo llegó?

Y la democracia –la verdadera, desbocada, fallida pero brillante versión que los occidentales hemos hasta ahora cultivado con amor (y con razón) para nosotros mismos– no va a convivir felizmente en el mundo árabe con el pernicioso trato que Israel da a los palestinos y su despojo de tierras en Cisjordania. Israel, que ya no es la única democracia en Medio Oriente, sostuvo con desesperación –junto con Arabia Saudita, por amor de Dios– que era necesario mantener la tiranía de Mubarak. Oprimió el botón de pánico de la Hermandad Musulmana en Washington y elevó el acostumbrado cociente de miedo en los cabilderos israelíes para descarrilar una vez más a Obama y a Hillary Clinton. Enfrentados a los manifestantes democráticos en las tierras de la opresión, ellos siguieron la consigna de respaldar a los opresores hasta que fue demasiado tarde. Me encanta eso de la transición ordenada: la palabra ordenada lo dice todo.

Sólo el periodista israelí Gideon Levy lo entendió bien. ¡Deberíamos decir Mabrouk Misr!, escribió. ¡Felicidades, Egipto!

Sin embargo, en Bahrein viví una experiencia deprimente. El rey Hamad y el príncipe heredero Salman han estado plegándose a los deseos del 70 por ciento chiíta de su población –¿80?–, abriendo prisiones y prometiendo reformas constitucionales. Le pregunté a un funcionario del gobierno en Manama si tal cosa es de veras posible. ¿Por qué no tener un primer ministro electo en vez de la familia real Jalifa? “Imposible –respondió, chasqueando la lengua–. El CCG no lo permitiría.” En vez de CCG –Consejo de Cooperación del Golfo–, léase Arabia Saudita.
Y es aquí, me temo, donde nuestro relato se vuelve más oscuro.

Ponemos muy poca atención a esa banda autocrática de príncipes ladrones; creemos que son arcaicos, analfabetos en política moderna, ricos (sí, como Creso nunca soñó, etcétera), y reímos cuando el rey Abdulá ofreció compensar cualquier descenso en el dinero de rescate de Washington al régimen de Mubarak, como ahora volvemos a reír cuando promete 36 mil millones de dólares a sus ciudadanos para mantenerlos callados. Pero no es para reír. La revuelta que finalmente echó a los otomanos del mundo árabe comenzó en los desiertos de Arabia; sus tribus confiaron en Lawrence, McMahon y el resto de nuestra banda. Y de Arabia salió el wahabismo, esa poción espesa y embriagadora –un líquido negro coronado por espuma blanca– cuya espantosa simplicidad ha atraído a todo aspirante a islamita y atacante suicida en el mundo musulmán sunita. Los sauditas criaron a Osama Bin Laden, a Al Qaeda y al talibán. No mencionemos siquiera que ellos aportaron la mayoría de los atacantes del 11 de septiembre de 2001. Y ahora los sauditas creerán que ellos son los únicos musulmanes que continúan en armas contra el mundo resplandeciente. Tengo la ingrata sospecha de que el destino del desfile de la historia de Medio Oriente que se desenvuelve ante nuestros ojos se decidirá en el reino del petróleo, de los lugares sagrados y de la corrupción. Cuidado.

Añadamos una nota ligera. He estado recogiendo las citas más memorables de la revolución árabe. Tenemos Regrese, señor presidente, sólo bromeábamos, de un manifestante contra Mubarak. Y el discurso de estilo goebbeliano de Saif al Islam al Kadafi: “Olvídense del petróleo, olvídense del gas… habrá guerra civil”. Mi cita favorita, egoísta y personal, llegó cuando mi viejo amigo Tom Friedman, del New York Times, se reunió conmigo a desayunar con su acostumbrada sonrisa irresistible. “Fisky –me dijo–, ¡un egipcio se me acercó ayer en la plaza Tahrir y me preguntó si yo era Robert Fisk!”

Eso es lo que yo llamo una revolución.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya


El humor negro de las dictaduras

Obama, por supuesto, guardó un silencio ratonero, igual que cuando la policía egipcia robó unos autos de la embajada estadunidense en El Cairo y los usó para atropellar manifestantes en las calles.

Robert Fisk

En una antigua y bastante manoseada tienda de regalos del distrito Zamalek, en El Cairo, pregunté esta semana al dueño si tenía a la venta una foto de Saad Zaghloul. Más tardé en decirlo que él en sacar de una bolsa de papel de la trastienda un retrato del prócer, padre de la verdadera lucha por la independencia de Egipto, héroe de 1919, cuando el pueblo –seculares y religiosos, musulmanes y coptos, hombres y mujeres por igual– se levantó en manifestaciones callejeras y huelgas industriales para exigir su libertad de Gran Bretaña. Suena familiar y hay razón para que lo sea. He aquí una cita de El despertar del Egipto moderno, de Mohammed Rifaat, que pudo haber sido escrita por cualquiera de nosotros en las semanas recientes.

“El emblema revolucionario de la media luna abrazando la cruz, que se ha puesto en alto en las procesiones y funerales, en mezquitas e iglesias, ha demostrado desde entonces la unión entre los elementos de nación… durante la revuelta, con sus hermanos, maridos y otros hombres, exponiéndose a las penas más severas, las mujeres no podían sino tomar parte en la lucha de los hombres por la libertad y la independencia.”

Vi los estandartes de la media luna y la cruz la semana pasada en la plaza Tahrir, sin recordar su antecedente histórico de hace casi un siglo. Leer el relato de Rifaat es correr la versión original en blanco y negro de una película. La propagación de huelgas por todo Egipto, el corte de líneas ferroviarias, la brutalidad de la represión –en 1919 por soldados británicos que usaban balas de verdad en vez de las cachiporras y el gas lacrimógeno de los matones de Mubarak–: fue un modelo casi perfecto de lo que ocurriría en El Cairo casi un siglo después. Y en 1919 hasta el presidente estadunidense hizo un acto digno de Obama: en vez de adherirse a su evangelio de autodeterminación para todas las razas y apoyar a los demócratas egipcios, de inmediato reconoció el protectorado británico sobre Egipto.

La economía egipcia estaba tan quebrantada que llevaron a Talaat Harb para que escribiera un informe sobre cómo hacer el sistema financiero del país menos dependiente de las importaciones. La estatua de Harb se levanta en la plaza que lleva su nombre, poco más allá de la plaza Tahrir, en tanto la de Zaghloul está en un pedestal más alto, en la esquina oeste del Puente de los Leones, sobre el Nilo.

La efigie de Zaghloul, quien fue deportado a las Seychelles por los británicos –como de costumbre, lo sacamos de allí para hacerlo primer ministro cuando convino a nuestros intereses–, quedó envuelta en el humo de las granadas de gas lacrimógeno cuando los manifestantes por la democracia finalmente combatieron a los policías y a su mafia no uniformada, el pasado 28 de enero. En mi fotografía es un anciano de ojos entrecerrados y párpados arrugados, de bigote cano, vestido de traje con corbata y cuello alto: un rostro que podría ser el de un campesino del Nilo si no fuera por el tarbuch otomano en la cabeza. Está sentado en un ornamentado sillón seudo Luis XVI.

Cuando regresé a Beirut, mi enmarcador de fotos quería ponerle un marco grueso de color café, como de abuelo, que le daba un aspecto de pariente finado. Probé con uno rojo, que lo hacía ver como un revolucionario ruso. Luego verde, que sugería que pudo haber sido fundador de la vieja Hermandad Musulmana.

Aunque me fascinan los hombres del pasado, ahora todos estamos clavados en el destino de Mubarak. ¿Está enfermo, agonizando en Alemania? ¿Qué lo poseyó para aferrarse tanto y tan inútilmente? ¿Qué poseyó a Clinton –y a Obama– para tolerarlo en las primeras dos semanas de la nueva revolución egipcia? Como visitante frecuente de Washington, creo que puedo entender.
En Washington la presidencia, el Departamento de Estado y el Pentágono están tan esclavizados a todo lo de Israel, que la inteligencia israelí –la cual, por sus propias razones, quería mantener a Mubarak de dictador– tiene más peso que los reportes diplomáticos estadunidenses o sus propios archivos de inteligencia. Por eso Robert Gates elogió la prudencia del ejército egipcio cuando debió haber encomiado la de los millones de manifestantes. Por eso Clinton habló todavía en los primeros días de la estabilidad de Egipto. Y por eso Obama, después de la revolución, escogió encabezar su respuesta a este acontecimiento crucial elogiando a Egipto por mantener sus tratados de paz, como el que tiene con Israel. En esto Obama se vio muy astuto, porque sin duda sabe que el único (repito: el único) tratado de paz que tiene Egipto es con Israel. Sus otros vecinos son amigos.

Cierto, los estadunidenses están todos en Babia. Como estuvieron cuando lo de Túnez. Ahora resulta, gracias a una auténtica primicia de Le Monde, que el presidente Ben Alí en realidad no quería huir de su país. Planeaba llevar a su familia inmediata a un refugio seguro en Riad y volver a Túnez a la mañana siguiente para continuar su reinado. Sólo cuando la tripulación de Tunisair llegó a Arabia Saudita y vio en la sala VIP del aeropuerto que Al Jazeera anunciaba el derrocamiento de Ben Alí, llamó a Túnez y recibió un nuevo plan de vuelo para despegar a la 1:30 del día siguiente. Discretamente emprendió el vuelo mientras el presidente dormía, y Ben Alí se quedó sin avión en Riad. Recordatorio a todos los pasajeros de aerolíneas: no confíen en su tripulación, sobre todo si ha estado viendo Al Jazeera.

Sin embargo, la farsa de la dictadura continúa –porque el humor negro de los atroces regímenes que han humillado al mundo árabe tiene un fuerte sabor de comedia. ¿Podría haber, por ejemplo, un símbolo más terrible de este mundo oscuro que esa joven siria de 19 años llevada a rastras esta semana a un tribunal especial de seguridad en su país –encadenada y vendada de los ojos, por Dios– para ser sentenciada por utilizar la Internet para revelar información que debió permanecer en secreto a una potencia extranjera? Su verdadero crimen fue pedir un papel en fraguar el futuro de su país y quejarse de que Obama debía hacer más por los palestinos. Vestida de pantalones y gorro de lana –las prisiones en Siria no tienen calefacción central–, recibió una sentencia a cinco años.

Obama, por supuesto, guardó un silencio ratonero, igual que cuando la policía egipcia robó unos autos de la embajada estadunidense en El Cairo y los usó para atropellar manifestantes en las calles. Sólo cuando imágenes en video revelaron la identidad de los vehículos blindados reconoció la embajada que los habían robado de allí. No lo informó antes porque, sobra decirlo, no quería revelar que fueron los esbirros de Mubarak quienes se los llevaron.

De vuelta en el paraíso de Beirut –y sí, se acerca una tremenda e incendiaria batalla entre Hezbolá en el gobierno y la oposición democrática que ha gobernado Líbano desde el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri, hace seis años–, tengo que decidirme sobre el marco para la fotografía de Zaghloul. Al final –como si ustedes no lo hubieran adivinado ya– le puse un marco dorado.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

Un pobre espectáculo la industria del espectáculo.


Pura habladera
Leonardo García Tsao

Con El discurso del rey, Hooper amplió su público a cualquier persona, posible lectora de la revista Hola, que se sienta parte de la familia real británica de forma virtual

En su incipiente carrera cinematográfica, el director Tom Hooper –quien inició su trayectoria dirigiendo teleseries para la BBC y otras cadenas– se ha concentrado en películas que uno pensaría dedicadas sólo a los espectadores británicos. Su segundo largometraje, The Damned United (2009) (con razón nunca proyectado en México), describía el efímero y controvertido desempeño de Brian Clough como entrenador del equipo de Leeds United. (Personalmente la archivé en el expediente: ¿Y a mí qué chingaos me importa?).

Con la siguiente, El discurso del rey, Hooper amplió su público a cualquier persona, posible lectora de la revista Hola, que se sienta parte de la familia real británica de forma virtual. Rutinaria y teatral como una ceremonia de coronación, esta épica del mensaje edificante se centra en los esfuerzos del involuntario monarca Jorge VI por superar su problema de tartamudeo, que impide su necesidad de pronunciar discursos públicos.

En una especie de versión inversa de Mi bella dama (George Cukor, 1964), ahora será un plebeyo –australiano, además–, quien enseñará a un aristócrata a hablar como persona normal.
El eje central de la película es el chispeante intercambio entre el excéntrico terapeuta de lenguaje Lionel Logue (Geoffrey Rush) y el aspirante al trono (Colin Firth), lo cual dará lugar a uno de esos duelos de actuación que tanto fascinan a los anglófilos. En efecto, el desempeño es lo que podría esperarse de un par de profesionales sin tacha, aunque Firth sea, para no variar, un minusválido en simpatía. Siempre da la impresión de estar padeciendo un leve caso de indigestión (¿son esos tartamudeos o eructos?).

El guión del septuagenario David Seidler, activo desde los 60 –y se nota–, brinda a ambos histriones repetidas oportunidades de lucimiento. Para hacer aún más obvio ese relato de superación profesional con todo y maestro inolvidable, Hooper ha elegido convertir a los demás personajes en monigotes y filmar todas las acciones con un gran angular. Por ejemplo, Helena Bonham Carter es más una caricatura como la abnegada reina madre que como la madrecita de reina por ella encarnada en Alicia en el país de las maravillas.

También contribuye a esa deformación una rimbombante puesta en escena que sigue o antecede a los protagonistas con constantes tracking shots, como si hubieran dejado de tarea imitar al Kubrick de El resplandor (1980). Asimismo, cada espacio –hasta la modesta oficina de Logue– adquiere una dimensión gigante. Al parecer, para Hooper cualquier escena intimista necesita situarse en un espacio no menor al estadio de los Vaqueros de Dallas. Más cuestionable, empero, es la nula perspectiva crítica sobre toda esa pompa y circunstancia. Hooper y Seidler no pintan a los miembros de la realeza británica como los dispendiosos personajes decorativos que son, sino como si realmente reinaran sobre sus súbditos. La visión es estrictamente conservadora.
Aunque Logue sea un igualado maestro, capaz de llamar Bertie a Su Arrogancia, también sabrá cuándo pedir perdón, cuando se pase de la raya. Y claro que Eduardo VIII (Guy Pearce) no puede servir como rey. Qué ocurrencias son esas de casarse con una vulgar gringa divorciada (¡dos veces!) y dueña de misteriosos trucos sexuales.

Un solo momento sugiere pensamientos más profundos, cuando Jorge ve, asombrado, un noticiario de un discurso de Hitler arengando al pueblo alemán con el peso de su histeria histriónica. O sea, en la política no es el contenido del discurso lo importante sino cómo se expresa. No obstante, el final triunfalista –bajo las notas majestuosas de la Séptima de Beethoven (¿la música del enemigo?)– niega esa observación haciendo la apología de la demagogia. El rey ha aprendido a repetir, como muñeco de ventrílocuo, pura palabrería hueca.

Las imprecisiones históricas abundan en El discurso del rey. La voz que mantendría unido y fuerte al reino durante la Segunda Guerra sería la del primer ministro Churchill (aquí reducido por Timothy Spall a otra caricatura, pero de ¡Hitchcock!). El apocado rey no contaría mucho en el esfuerzo bélico. Tal vez contagiada por el furor de entusiasmo ante la inminente boda real entre el hijo de Lady Di y una guapa clasemediera, casi toda la crítica internacional ha dedicado elogios exagerados a El discurso del rey. Cómo no. Es la perfecta película de falso prestigio, promovida por su productor Harvey Weinstein para barrer en la próxima entrega del Óscar.

(Si alguien se molesta en llenar su quiniela, apueste por ella en todas sus categorías participantes y tendrá más oportunidades de llevarse la bolsa. Seguramente será tan recordada en unos años como Gandhi lo es ahora.)

El discurso del rey (The King’s Speech) D: Tom Hooper/ G: David Seidler/ F. en C: Danny Cohen/ M: Alexandre Desplat/ Ed: Tariq Anwar/ Con: Colin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham Carter, Guy Pearce, Timothy Spall/P: The Weinstein Company, UK Film Council, Momentum Pictures, Aegis Film Fund, Molinare London, Film Nation Entertainment. EU, Reino Unido, Australia, 2010.

viernes, 25 de febrero de 2011

El dictador libio culpa a Bin Laden de las protestas...


... y dice que opositores consumen alucinógenos en el café


Donald Macintyre
The Independent

Viernes 25 de febrero de 2011, p. 2

Fuerzas leales a Muammar Kadafi lanzaron fieros contrataques, según reportes, mientras la sublevación en Libia se acercaba a la capital y el dictador escogía culpar de la rebelión a Osama Bin Laden y a adolescentes consumidores de alucinógenos.

Entre ominosas versiones sobre grupos de milicianos leales a Kadafi que se congregan en los alrededores de Trípoli, se informó que el alminar de una mezquita en Zawiya –50 kilómetros al oeste de la capital, donde los opositores se han proclamado vencedores– era atacado con armamento pesado. Se dijo también que soldados ocupaban las calles de Sabrata, 80 kilómetros al oeste de Trípoli. Un periódico libio reportó que en Zawiya 10 personas habían perecido y un testigo relató a la BBC que las fuerzas de Kadafi habían disparado ametralladoras contra los pobladores en una plaza principal de la ciudad.

Un médico de Sabrata declaró a The New York Times por teléfono que, luego de varios días de represión gubernamental, se oyeron disparos y soldados ocuparon la ciudad. Sabrata está cerrada al exterior; ningún negocio está abierto y tanto el cuartel local de la policía como las sedes de los comités revolucionarios del régimen están en ruinas. “No tenemos miedo –aseguró el médico–. Estamos vigilando.”

Las fuerzas leales al régimen de 42 años también atacaron a las milicias antigubernamentales que están en control de Misurata, 200 kilómetros al este de Trípoli y última puerta importante hacia la capital en el camino costero desde esa dirección, según la agencia Ap, la cual afirmó que varias personas murieron en combates cerca del aeropuerto de esa ciudad. Se aseguró que también la población de Zuwará, unos 120 kilómetros al oeste de Trípoli, está en manos de los opositores.
Como los periodistas están confinados sobre todo al este del país –entre advertencias del viceministro del exterior de que se les considerará colaboradores de Al Qaeda si viajan sin autorización–, la mayoría de las versiones son difíciles de confirmar. Los esfuerzos de contratacar a los disidentes que han consolidado el control del este de Libia, incluida la segunda ciudad del país, Bengasi, se produjeron en momentos en que Kadafi hizo su segunda transmisión al aire en otros tantos días, en esta ocasión mediante una desordenada entrevista telefónica con la televisión estatal. No se mostró su imagen.

Algunos libios creyeron percibir en su tono de voz que se ha dado cuenta de que sus amenazas del miércoles no han logrado contener la sublevación. Ofreció condolencias a los deudos de los muertos –hasta 2 mil, según el más importante funcionario francés en materia de derechos humanos– antes de llamar a la calma e insistir en que el responsable es el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, “un criminal… un enemigo que manipula a la gente”.
En una indicación de la fuerza del levantamiento en Zawiya, el cual en algún momento reconoció que se nos sale de las manos, dirigió muchos de sus comentarios a los ciudadanos: detengan a sus hijos, aléjenlos de Bin Laden, las píldoras los matarán. Sobre los jóvenes opositores en general, dijo: Tienen 17 años, les dan píldoras por la noche, les ponen alucinógenos en sus bebidas, en su café, su Nescafé.

En un pasaje aún más extraño, el líder libio aseguró que sólo él tiene autoridad moral sobre el país y añadió: Soy como la reina de Inglaterra. Tengo jurisdicciones.
Pero el coronel Kadafi también dio abundantes indicios de que convoca miles de mercenarios, muchos de África subsahariana, así como fuerzas irregulares para defender su reducto en Trípoli, que también parece permanecer en un estancamiento. Testigos señalaron que miles de esos efectivos se agolpan en los caminos que confluyen en la capital.
Uno sugirió que las escenas recordaban a Somalia, con bandas de esbirros en uniformes hechizos que portan ametralladoras y que, a diferencia de los policías, unidades militares y oficiales del ejército que han desertado para unirse a los opositores, parecían dispuestos a acatar la orden del dictador de defender al régimen hasta la última gota de sangre.

Se informó que docenas de puestos de revisión operados por las milicias adeptas al régimen tapizan el camino a Trípoli desde el oeste; los paramilitares que los operan no sólo exigen documentos de identidad, sino también muestras convincentes de lealtad a un líder que enfrenta una ola creciente de condenas internacionales. “Uno trata de convencerlos de que es leal –declaró un residente a un diario–. Si se dan cuenta de que no es así, está frito.”
En Bengasi, donde surgió la rebelión y donde los comités del pueblo comienzan a gobernar la ciudad, a un corresponsal de Reuters le mostraron unos 12 individuos retenidos en un tribunal, acusados de ser mercenarios. El general Abdel Fatah Younes Abidi, quien durante mucho tiempo fue ministro del Interior, declaró a CNN el miércoles que había renunciado luego que el pueblo de Bengasi fue masacrado con ametralladores. Y el ex ministro de Justicia Mustafá Mohamed Abud Jeleil, quien también ha desertado, advirtió que el coronel Kadafi jamás se irá por voluntad propia.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

Más poblaciones caen en poder de milicias antigubernamentales; se acercan a Trípoli

Versión de que mercenarios se preparan a invadir desde Egipto

“Éste es un país rico –añadió–. Deberíamos ser uno de los más ricos del mundo. Pero Muammar se gastó el dinero en sus mercenarios y sus espías.”



Kim Sengupta
The Independent
Viernes 25 de febrero de 2011, p. 3

Ba’r Lashan, Libia, 24 de febrero. En el este de Libia crecen los temores de que una milicia mercenaria se prepara a invadir el país desde Egipto para cobrar sangrienta venganza a los disidentes que hicieron huir a las fuerzas de Kadafi.

En un puesto de reunión rebelde en Ba’r Lashan, fuera de la ciudad de Tobruk, abundaban rumores de que los partidarios de Kadafi se habían colado por la frontera para imponer una exacción tribal con la cual sufragar un ataque contra los rebeldes. Libios y egipcios entrevistados cerca de la frontera afirmaron haber visto a Ahmed Kadaf Dam, primo del líder libio y uno de sus asistentes más cercanos, ofrecer una mezcla de sobornos e invectivas contra los traidores. En Tobruk había alarma por los relatos de las supuestas actividades de Dam, cuyo nombre se puede traducir como derramador de sangre.

Se dice que este personaje fue avistado el miércoles en la ciudad de Matrou, a unos 200 kilómetros de la frontera libia. Según personas de la localidad, partió en un convoy de cuatro vehículos de tracción a cuatro ruedas la mañana de ese día, y ancianos del clan Oladi de la tribu Martroui indicaron que ahora se dirige al alto Egipto y a la base de su propio clan para sostener reuniones ya acordadas antes de regresar a Trípoli.
Pero este jueves Dam presentó una versión muy diferente de su estatus, al emitir una declaración de condena al régimen. Es un indicio de la confusión que rodea a Libia, gracias a las limitaciones a las comunicaciones y a los medios. Otras versiones sugieren que lleva días en El Cairo.
Dam tiene pasaporte egipcio y funcionarios de ese país, quienes se dicen enterados de su posible presencia, señalan que tiene todo el derecho de viajar a su segunda patria. También hay confusión, añaden, en cuanto a si un intento suyo de imponer la jurisdicción del gobierno de Libia constituiría una violación del derecho internacional. Sin embargo, un funcionario subrayó que El Cairo no desea un mayor baño de sangre en el país vecino.

En Ba’r Lashan, grupos de jóvenes, algunos con el rostro oculto por keffiyas, juraron liberar a Libia a cualquier costo. Afirmaron haber visto mercenarios de África subsahariana en la zona, preparándose a lanzar un contrataque. “Los hemos visto, dan vueltas por ahí en camionetas –dijo uno de los hombres–. Son los mismos hijos de puta que mataron a nuestra gente en nombre de Kadafi. La mayoría se han ido al este, pero aquí quedan algunos.”
Y si bien este jueves había júbilo por la versión de que Saif Arab, uno de los hijos de Kadafi, había desertado y se refugiaba en Bengasi, persistía el temor a represalias. “Hay milicianos ocultos –advirtió Yusuf Magzi, estudiante de 19 años de edad–. A dos los encontraron y los mataron hace tres días. Yo estaba allí. Pero somos optimistas: la mayoría de los soldados están con nosotros.”
Uno de éstos era una oficial, la mayor Salma Faraj Issa, quien ha sido asistente del comandante de la guarnición de Tobruk. “El ejército es el pueblo y el pueblo es el ejército –sostuvo con tono desafiante–. Estamos listos a defender el territorio. ¿Qué pasa si Kadafi ataca? Estamos preparados, tenemos lanzagranadas y algo de artillería. Estamos dispuestos a morir por nuestra patria porque somos soldados.”

La mayor Issa y sus camaradas contemplaban al pueblo de Tobruk celebrar su recién conquistada libertad con consignas como el pueblo quiere librarse de Kadafi y todos los libios están unidos.
El teniente coronel Omar Hamza, de la brigada de defensa aérea, explicó que las unidades militares disidentes están creando un mando unificado. Queremos que se nos unan otros miembros del ejército que no están en las zonas liberadas. Ha habido muchas matanzas en Trípoli también. Creemos que un ejército unido acabará con eso.

Con todo, hay temor hacia los leales a Kadafi. “No mostraron piedad –relató Mohammed Qassim, tendero de 56 años de edad–. Mataron hombres, mujeres y niños. Vi cómo le dispararon a un hombre que ni siquiera estaba participando (en las manifestaciones). Le dispararon desde una ventana del cuartel del comité revolucionario; quedó tirado en la calle y los demás no podían ayudarlo porque tenían miedo de que les dispararan también.”
El comité revolucionario de la ciudad servía de ojos y oídos al régimen. Hassan Ibrahimi, señalando un cartel de Kadafi hecho trizas en la basura, exclamó: “Muammar tenía a sus espías para tenernos quietos. Los hemos echado y jamás volveremos a tener aquí gente así. Por eso destruimos este lugar.

“Éste es un país rico –añadió–. Deberíamos ser uno de los más ricos del mundo. Pero Muammar se gastó el dinero en sus mercenarios y sus espías.”
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

jueves, 24 de febrero de 2011

Militares, dispuestos a apoyar intentos para capturar al dictador libio


Kadafi, confinado cada vez más a su reducto en Trípoli


Opositores dicen haber tomado Misurata, ciudad ubicada fuera de la zona este


Pilotos de la fuerza aérea se niegan a lanzar bombas en Bengasi y estrellan su avión




DONALD MACINTYRE Y KIM SENGUPTA
The Independent
Jueves 24 de febrero de 2011, p. 2


Fuerzas leales al dictador libio Muammar Kadafi combatían la noche de este miércoles para consolidar el control sobre la zona cada vez menor del país que no está avasallada por los manifestantes sublevados contra su gobierno de 42 años. El débil intento de afianzar el poder de Kadafi llega en momentos en que varios países lanzaron misiones para rescatar a sus ciudadanos varados en Libia.


Opositores al régimen dijeron haber tomado la ciudad de Misurata, ubicada fuera de la zona este del país que ya está bajo control rebelde, mientras el líder libio parecía cada vez más confinado a su reducto de la capital. Una declaración de audio que según se dice fue subida a Internet por oficiales de las fuerzas armadas en Misurata proclamó nuestro apoyo total a los opositores.


Los continuos agrietamientos en el régimen fueron subrayados en forma por demás dramática cuando el sitio web Quryna reportó que dos pilotos de la fuerza aérea prefirieron saltar en paracaídas de su jet Sukhoi, de fabricación rusa, y dejarlo estrellarse antes que obedecer órdenes de bombardear la ciudad de Bengasi, segunda del país, la cual se encuentra ahora en manos de los opositores.
Este desacato al desafiante llamado de Kadafi en su discurso por televisión del martes de defender al régimen hasta la última gota de sangre se produjo mientras el ministro italiano del exterior, Franco Frattini, dijo que los cálculos de mil muertos desde el principio de la sublevación son creíbles, aunque subrayó que la información sobre bajas es incompleta.


Uno de los pilotos que abandonaron el jet fue identificado como Alí Omar Kadafi por un residente que dijo haber visto a los militares y los restos del avión en las afueras del puerto petrolero de Breqa. De ser cierto, se trataría de un miembro del propio clan de Kadafi, factor significativo en la sociedad fuertemente tribal de Libia.


Mientras miles de libios celebraban la liberación de Bengasi, Hussam Ibrahim Sheri, director del centro de salud de esa ciudad, informó a Reuters que han muerto en ella unas 320 personas desde el inicio de las protestas, la semana pasada.


Hombres armados leales a Kadafi peinaban este miércoles las calles de Trípoli buscando mantener el dominio intimidatorio del líder sobre la capital, donde su palacio y la estación radial del centro estaban resguardados por fuerzas del régimen y milicianos a bordo de vehículos, algunos enmascarados, según un testigo. Pero aun en Trípoli un activista contra Kadafi declaró a una agencia de noticias que los pobladores de muchos vecindarios han puesto barricadas en las calles con bloques de concreto, barreras de metal y piedras para rechazar a los que defienden al gobierno.


Otra testigo dijo a esa agencia: Hay mercenarios por todas partes. No se puede abrir una ventana o una puerta. Los francotiradores cazan a la gente. Dijo que había pasado la noche anterior despierta por los continuos tiroteos, y añadió: Estamos sitiados, a merced de un hombre que no es musulmán.
El diario Los Angeles Times publicó declaraciones de residentes de Trípoli de que policías habían abandonado sus puestos y que milicianos pro gubernamentales a bordo de camionetas Toyota abrían fuego en zonas residenciales. “No sabemos quién está a cargo –declaró la maestra Najah Kablan–. Tenemos mucho miedo.”


El clamor de victoria de los manifestantes de Misurata ocurrió después de varios días de combates con fuerzas leales a Kadafi, los cuales comenzaron el 18 de febrero y en los que, según el médico local Faraj al-Misrati, han perecido seis personas y 200 han resultado heridas. Señaló que los residentes hacían sonar el claxon de sus autos y ondeaban banderas de la monarquía anterior a Kadafi.


En Bengasi, Mahmoud y Hamida habían pospuesto las celebraciones de su duodécimo aniversario de bodas a causa de la feroz violencia en su ciudad natal. Pero este miércoles decidieron realizar una modesta comida de celebración. Mahmoud, que es ingeniero, expresó: Creímos poder aprovechar este día, en el que no ha habido mucha pelea, porque no sabemos qué pueda pasar en los próximos. Tenemos dos hijos pequeños, y si la situación empeora, nos iremos.


Said Amar, tío de Mahmoud, añadió: Oímos de los mercenarios (supuestamente procedentes de África subsahariana) que han estado disparando a los coches y saqueando casas. La mayoría de esos extranjeros se han ido de Bengasi, pero aquí capturaron a uno de Chad que trataba de escapar en un auto robado con cosas que le había quitado a la gente. Oímos que lo mató una turba furiosa por lo que esos sujetos han estado haciendo.


Mientras la crisis del país ha elevado el precio del petróleo hasta 110 dólares por barril –su nivel más alto en tres años–, un grupo de 60 intelectuales, jueces, médicos y periodistas libios que simpatizan con las protestas elaboró una agenda de demandas para una Libia posterior a Kadafi, entre ellas una asamblea nacional compuesta de representantes de cada región que decida sobre un gobierno de transición y redacte una nueva constitución. La agencia Ap, reportando desde la ciudad oriental de Tobruk, recogió la declaración de un oficial aliado de los manifestantes, el teniente coronel Omar Hamza: Ahora existe un centro de operaciones para los militares de todas las ciudades liberadas, que intentan ayudar a la gente de Trípoli a capturar a Kadafi. Incluso hay un comité de defensa integrado por residentes locales que protege una de las bases hasta ahora ultrasecretas de misiles antiaéreos de Libia, en las afueras de Tobruk.


Mientras miles de residentes extranjeros intentan huir de Trípoli, se dice que un avión fletado por la oficina británica del exterior estaba aún en la pista del aeropuerto de Gatwick, en Londres, cuatro horas después de la supuesta hora de despegue.


© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

lunes, 21 de febrero de 2011

La revolución árabe es secular, no religiosa


Robert Fisk


Mubarak afirmó que los islamitas estaban detrás de la revolución egipcia. Ben Alí dijo lo mismo en Túnez. El rey Abdulá de Jordania ve una mano negra y siniestra –de Al Qaeda o la Hermandad Musulmana, una mano islamita– detrás de la insurrección civil en todo el mundo árabe. Este sábado las autoridades bahreiníes descubrieron la mano sangrienta de Hezbolá detrás del levantamiento chiíta en su país. Donde dice Hezbolá, léase Irán. ¿Cómo es posible que hombres instruidos, aunque singularmente antidemocráticos, estén tan errados? Enfrentados a una serie de explosiones seculares –Bahrein no encaja bien en este concepto–, culpan al Islam radical. Enfrentados a un levantamiento obviamente islámico, culparon a los comunistas.

Los colegiales Obama y Clinton dieron un salto todavía más extraño. Luego de apoyar las dictaduras estables de Medio Oriente –cuando debieron haberse alineado con las fuerzas de la democracia–, decidieron respaldar los llamados civiles a la democracia en el mundo árabe en un momento en que los árabes sentían una desilusión tan profunda con la hipocresía de Occidente que no querían tener a Washington de su lado. Los estadunidenses interfirieron en nuestro país durante 30 años con Mubarak, apoyando a su régimen y armando a sus soldados, me dijo un estudiante egipcio en la plaza Tahrir la semana pasada. Nos disparan con armas estadunidenses en manos de soldados bahreiníes entrenados por estadunidenses a bordo de tanques hechos en Estados Unidos, me comentó el viernes un ordenanza médico. ¿Y ahora Obama quiere ponerse de nuestra parte?

Los sucesos de los dos meses pasados y el espíritu de la insurrección árabe –por la dignidad y la justicia, más que por cualquier emirato islámico– permanecerán cientos de años en nuestros libros de historia. Y el fracaso de los más estrictos adherentes al Islam se discutirá durante décadas. El video más reciente de Al Qaeda, difundido este sábado pero grabado antes del derrocamiento de Mubarak, tenía un ángulo interesante: subrayaba la necesidad de que el Islam triunfara en Egipto. Sin embargo, una semana antes las fuerzas de un Egipto secular y nacionalista, hombres y mujeres musulmanes y cristianos, se desembarazaron del anciano sin ninguna ayuda de Bin Laden Inc. Aún más extraña fue la reacción de Irán, cuyo líder supremo se convenció a sí mismo de que el éxito del pueblo egipcio fue un triunfo del Islam. Resulta confortante pensar que sólo Al Qaeda, Irán y sus más odiados enemigos, los dictadores árabes antislamitas, creyeron que la religión estuvo detrás de la rebelión de masas por la democracia.

La ironía más sangrienta de todas –de la que Obama se percató más bien despacio– fue que la república islámica de Irán elogiara a los demócratas de Egipto mientras amenazaba con ejecutar a sus propios líderes democráticos opositores.

No fue, pues, una gran semana para el islamismo. Hay, desde luego, un aspecto a considerar: casi todos los millones de manifestantes árabes que desean sacudirse la túnica de la autocracia que –con nuestra ayuda occidental– ha ahogado sus vidas en la humillación y el miedo son de hecho musulmanes. Y los musulmanes –a diferencia del Occidente cristiano – no han perdido su fe. Bajo las piedras y cachiporras de los esbirros de Mubarak, contratacaron gritando Alá akbar porque para ellos ésa fue en verdad una jihad, no una guerra religiosa, sino una lucha por la justicia. Dios es grande y una demanda de justicia son del todo consistentes, porque la lucha contra la injusticia es el espíritu mismo del Corán.

En Bahrein tenemos un caso especial. Aquí una mayoría chiíta es gobernada por una minoría de musulmanes sunitas pro monárquicos. Siria, por cierto, podría sufrir de bahreinitis por la misma razón: una mayoría sunita gobernada por una minoría alawita (chiíta). Bueno, por lo menos Occidente –en su menguante apoyo al rey Hamad de Bahrein– puede apuntar al hecho de que Bahrein, como Kuwait, cuenta con un parlamento. Es una bestia triste y vieja, que existió de 1973 a 1975, cuando fue disuelta contra la constitución, y luego reinventada en 2001 como parte de un paquete de reformas. Pero el nuevo parlamento resultó aún menos representativo que el primero. Los políticos de oposición fueron hostigados por la seguridad del Estado, y los distritos parlamentarios fueron divididos al estilo del Ulster para asegurar que los minoritarios sunitas tuvieran el control. Por ejemplo, en 2006 y 2010 el principal partido chiíta en Bahrein ganó sólo 18 de 40 bancos. De hecho, las perspectivas sunitas en Bahrein tienen un claro aire de Irlanda del Norte. Muchos me han dicho que temen por su vida, que las turbas chiítas incendiarán sus casas y los asesinarán.

Todo esto está en camino de cambiar. El control del poder estatal tiene que ser legitimado para ser efectivo, y el uso de armas de fuego para avasallar las protestas pacíficas tenía que terminar en Bahrein en una serie de domingos sangrientos, como en el Ulster. Una vez que los árabes aprendieran a perder el miedo, podrían reclamar los derechos civiles que los católicos de Irlanda del Norte alguna vez exigieron frente a la brutalidad del RUC, la policía norirlandesa. Al final los británicos tuvieron que destruir el dominio unionista y llevar al ERI a compartir el poder con los protestantes. Los paralelos no son exactos y los chiítas no tienen una milicia (todavía), aunque el gobierno bahreiní se ha sacado de la manga fotografías de pistolas y espadas –que nunca fueron armas importantes en el ERI– en apoyo a sus afirmaciones de que hay terroristas entre los opositores.

En Bahrein existe, sobra decirlo, una batalla sectaria además de secular, algo que el príncipe heredero reconoció sin darse cuenta al decir en un principio que las fuerzas de seguridad tenían que suprimir las protestas para prevenir la violencia sectaria. Es una postura sostenida con crueldad por Arabia Saudita, la cual tiene un fuerte interés en que se suprima la disidencia en Bahrein. Los chiítas de Arabia Saudita podrían ponerse levantiscos si sus correligionarios en Bahrein avasallan al Estado. Entonces de veras oiremos cacarear a los líderes de la república islámica chiíta de Irán.

Pero estas insurrecciones interconectadas no deben verse en un simple marco de fermento en Medio Oriente. El levantamiento yemení contra el presidente Saleh (32 años en el poder) es democrático pero también tribal, y no pasará mucho tiempo antes de que la oposición use armas de fuego. Yemen es una sociedad fuertemente armada, con tribus que portan banderas y un nacionalismo rampante. Y luego está Libia.
Kadafi es tan extraño con sus teorías del Libro Verde –repudiado por los manifestantes en Bengasi, quienes derribaron una versión de él en hormigón–, tan ridículo, y su gobierno tan cruel (en el cual lleva 42 años), que es un Ozimandías aguardando su caída. Su coqueteo con Berlusconi –peor aún, su repugnante idilio con Tony Blair, cuyo secretario del exterior, Jack Straw, llamó estadista al lunático libio– jamás iba a salvarlo. Decorado con más medallas que el general Eisenhower, desesperado por un médico que le levante las colgantes quijadas, este hombre malvado amenaza con un castigo terrible a su pueblo por atreverse a desafiar su imperio. Hay dos cosas que recordar acerca de Libia: como Yemen, es una tierra tribal, y cuando se volvió contra sus amos fascistas italianos emprendió una encarnizada guerra de liberación cuyos líderes enfrentaron con valor increíble la horca del verdugo. Que Kadafi sea un orate no significa que los libios sean tontos.

Así pues, hay un cambio profundo en el mundo político, social y cultural de Medio Oriente. Creará muchas tragedias, levantará muchas esperanzas y derramará demasiada sangre. Tal vez sea mejor no hacer caso a los analistas y los grupos de estudio cuyos bobos expertos dominan los canales de televisión por satélite. Si los checos lograron su libertad, ¿por qué no los egipcios? Si los dictadores –primero fascistas, luego comunistas– pudieron ser derrocados en Europa, ¿por qué no en el gran mundo musulmán árabe?

Y, por un momento, no metan a la religión en esto.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya