lunes, 31 de enero de 2011

Si disparan al pueblo, Mubarak está acabado; si no, también


“cuando me acerqué a hablar con un oficial, su rostro se abrió en una sonrisa. Jamás disparamos a la gente, aunque nos lo ordenen, gritó sobre el rugido del motor”

Robert Fisk

The Independent
Lunes 31 de enero de 2011
El Cairo, 30 de enero. La anciana de pañoleta roja se irguió a centímetros del frente del tanque M1 Abrams, fabricado en Estados Unidos, del tercer ejército egipcio, en un extremo de la plaza Tahrir. Los soldados eran paracaidistas, algunos con boina roja, otros con cascos, y los cañones de las armas apuntaban a toda la plaza: pesadas ametralladoras montadas en torretas. “Si disparan al pueblo egipcio –dijo–, Mubarak está acabado. Y si no disparan, también está acabado”. De tal sabiduría están poseídos los egipcios en estos días.
Poco antes del anochecer, cuatro aviones Falcon F-16 –también fabricados por el país gobernado por el presidente Barack Obama– sobrevolaron la plaza rugiendo; los ecos rebotaban en los desastrados edificios grises y en el gigantesco conjunto nasserista, en tanto los decenas de miles reunidos en la plaza miraban a lo alto.

¡Están de nuestro lado!, surgió el grito entre la multitud.
No me lo pareció así. Y esos tanques, nuevos en la plaza, 14 en total, que llegaron sin lemas pintados en ellos, cargados de soldados de mirada huraña y aprensiva, tampoco habían venido a proteger a los manifestantes, como éstos creían.
Pero entonces, cuando me acerqué a hablar con un oficial, su rostro se abrió en una sonrisa. Jamás disparamos a la gente, aunque nos lo ordenen, gritó sobre el rugido del motor.

El presidente
Una vez más, no me sentí seguro. El presidente Hosni Mubarak –o tal vez deberíamos decir hoy presidente entre comillas– estaba en el cuartel del ejército, luego de designar a su nueva junta de ex oficiales militares y de inteligencia. Corrió el rumor por la plaza: el viejo lobo trataría de luchar hasta el final. Otros decían que no importaba. ¿Puede matar a 80 millones de egipcios?
El sentimiento antiestadunidense comenzó a crecer a resultas del continuo aunque tibio respaldo de Obama al régimen de Mubarak. No, Obama, Mubarak no, rezaban los carteles. Y aparecía el rostro de Mubarak con una estrella de David sobreimpuesta. Muchos entre la muchedumbre mostraban cartuchos de armas aturdidoras disparados la semana pasada, con el letrero made in USA en la base. Y noté que el casco del tanque que iba a la cabeza llevaba marcas que empezaban con MFR. En este punto un soldado con rifle y bayoneta fija recibió la orden de arrestarme, así que retrocedí corriendo hacia la multitud y él reculó. Pero, ¿podría ser que MFR sean las siglas de la fuerza de reserva móvil de Estados Unidos? ¿Sería esta columna de tanques un préstamo de los estadunidenses? No se necesita especular lo que eso significaría para los egipcios.

Sin embargo, en horas más tempranas hubo escenas extraordinarias entre los manifestantes y los tanquistas de otra unidad (en esa ocasión las máquinas eran viejos Patton M-60 estadunidenses, de los tiempos de Vietnam), quienes parecían estar en camino de proteger a una unidad de cañones de agua enviada a limpiar las calles. Cientos de jóvenes abrumaron un tanque, y cuando un teniente de anteojos oscuros se puso a disparar al aire, lo hicieron retroceder a empellones contra el vehículo artillado y tuvo que trepar a la parte alta para evitarlos. Sin embargo, pronto la multitud recobró el buen humor; posó para fotografiarse junto al tanque y regaló fruta y agua a los soldados.

Cuando una larga valla de soldados se formó al otro lado de la avenida, un anciano jorobado pidió permiso de acercárseles. Lo seguí; lo vi abrazar al teniente, besarlo en ambas mejillas y decirle: Ustedes son nuestros hijos. Nosotros somos su pueblo. Y luego fue recorriendo la valla, besando y abrazando a cada uno y diciéndole que era su hijo. Se necesita un corazón de piedra para no conmoverse con semejantes escenas, y este domingo estuvo repleto de ellas.
En cierto momento, unos manifestantes llevaron a un hombre al que acusaron de ser ladrón -El Cairo parece lleno de ellos en este momento–, lo ataron y entregaron a las fuerzas armadas. Ustedes están aquí para protegernos, corearon. Cuando uno de los militares golpeó al hombre en el rostro, su oficial lo abofeteó. Entonces el soldado se sentó en el suelo, sacudiendo la cabeza con desesperación.

Todo el día, un helicóptero MI-25 egipcio –en este caso, reliquia de fabricación soviética– voló en círculos sobre la muchedumbre, con seis cohetes en las vainas, pero no hizo nada. Más tarde un Gazelle de la fuerza aérea, de manufactura francesa, sobrevoló la zona; la gente agitaba las manos y se vio al piloto devolver el saludo.
Todo el tiempo los egipcios se acercaban a los extranjeros e insistían en que un pueblo que había perdido el miedo no podía volver a ser intimidado. Jamás volveremos a temer, me gritó una joven mientras los jets pasaban rugiendo de nuevo. Y un ex policía que dice ser un enlace entre los manifestantes y las fuerzas armadas afirmó que el ejército estará con nosotros porque sabe que Mubarak tiene que irse.

Los saqueos e incendios provocados continúan. El ex policía indicó que muchos saqueadores son miembros de un grupo que pertenecía al Partido Nacional Democrático de Mubarak, cuyo papel anterior había sido intimidar a los egipcios para que fueran a las casillas electorales a votar por su amado líder. Entonces, nos preguntamos todos, ¿por qué esos hombres buscan saquear e incendiar, crímenes que se achacan a quienes exigen que Mubarak se vaya del país? Por cierto, ahora las demandas incluyen la expulsión de Omar Suleiman, su ex jefe de espías y hoy vicepresidente.

Por todo Egipto, en casi todas las calles de El Cairo, hay ahora vigilantes: no gente de Mubarak, sino ciudadanos cansados de las bandas semioficiales que roban sus pertenencias por la noche. Para volver a mi hotel la noche del domingo, tuve que pasar por ocho retenes de hombres tanto jóvenes como viejos –uno caminaba agachado, con un bastón en una mano y un viejo rifle británico Lee Enfield 303 en la otra– que ahora atacan a los ladrones y los entregan a los soldados. Pero no son un ejército simbólico.

En las primeras horas del domingo, hombres armados irrumpieron en el Hospital para Niños con Cáncer, cerca del viejo acueducto romano. Querían llevarse el equipo médico, pero en cuestión de minutos llegaron vecinos y los amenazaron con cuchillos. Los asaltantes retrocedieron de inmediato. El doctor Khaled el-Noury, jefe operativo del nosocomio, señaló que los visitantes armados estaban desorganizados y al parecer llevaban las armas con temor.

Tenían razón. El vigilante del hospital me enseñó el cuchillo de cocina que guardaba en su escritorio para protegerse. Otras pruebas de poder de combate yacían más allá de la puerta, donde los hombres parecían llevar cachiporras, garrotes y atizadores. Un niño –quizá de ocho años– apareció blandiendo un cuchillo de carnicero de 45 centímetros, poco más de la mitad de su estatura. Otros hombres con cuchillos de igual longitud se acercaron a darle la mano al periodista extranjero.

No son una fuerza de reserva. Y creen en el ejército. ¿Entrarán los soldados a la plaza? ¿Y tiene importancia si Mubarak se va, después de todo?

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

jueves, 27 de enero de 2011

Una nueva verdad en el mundo árabe


Robert Fisk

Los papeles de Palestina son tan condenatorios como la declaración de Balfour. La autoridad palestina –hay que ponerle comillas a esa palabra– estaba dispuesta, y sigue estándolo, a ceder el derecho de retorno de quizá siete millones de refugiados al Israel actual, a cambio de un Estado que sería apenas 10 por ciento (cuando mucho) de la Palestina en tiempos del mandato británico.
Y mientras se revelan estos fatídicos documentos, el pueblo egipcio llama a derrocar al presidente Mubarak, y los libaneses eligen a un primer ministro que será proveedor de Hezbolá. Rara vez el mundo árabe ha visto algo así.

Para empezar con los papeles de Palestina, está claro que los representantes de ese pueblo están dispuestos a aniquilar toda esperanza de que los refugiados vuelvan a su patria.
Será –y es– un escándalo para los palestinos enterarse de que sus representantes les han vuelto la espalda. No hay forma de que, a la luz de los papeles palestinos, esos refugiados puedan creer en sus derechos.

Han visto en película y en papel que no retornarán. Pero en todo el mundo árabe –y esto no significa el mundo musulmán– existe ahora una comprensión de la verdad que antes no se tenía.
Ya no es posible que los pueblos del mundo árabe se mientan unos a otros. Se acabaron las mentiras. Las palabras de sus líderes –que son, por desgracia, también nuestras palabras– han terminado. Nosotros las llevamos a ese final. Nosotros les contamos esas mentiras. Y ya no podemos crearlas otra vez.

En Egipto, los británicos amábamos la democracia. Alentamos la democracia en Egipto… hasta que los egipcios decidieron que querían poner fin a la monarquía. Entonces los pusimos en prisión. Luego quisimos más democracia. Era el mismo viejo cuento. Así como queríamos que los palestinos gozaran de democracia, siempre y cuando votaran por quienes debían, así también quisimos que los egipcios amaran nuestra vida democrática. Ahora, en Líbano, parece que la democracia libanesa debe sentar sus reales. Y no nos gusta. Queremos que los libaneses, por supuesto, apoyen a los que nosotros amamos, los musulmanes sunitas partidarios de Rafiq Hariri, cuyo asesinato –según creemos con razón– fue orquestado por los sirios. Y ahora tenemos, en las calles de Beirut, incendios de vehículos y violencia contra el gobierno.

Y entonces, ¿hacia dónde vamos? ¿Podría ser, acaso, que el mundo árabe vaya a escoger sus propios gobernantes? ¿Podría ser que veamos un nuevo mundo árabe que no esté bajo control de Occidente? Cuando Túnez se proclamó libre, Hillary Clinton permaneció en silencio. Fue el chiflado presidente de Irán quien dijo estar feliz de ver un país libre. ¿Por qué ocurrió así?
En Egipto, el futuro de Hosni Mubarak luce aún más perturbador. Bien puede ser que su hijo sea su sucesor designado; pero hay un solo califato en el mundo musulmán, y ése es Siria. El hijo de Hosni no es el hombre que quieren los egipcios: es un empresario de peso ligero que lo mismo puede ser o no capaz de rescatar a Egipto de su propia corrupción. El comandante de seguridad de Hosni Mubarak, un tal Suleiman que está muy enfermo, tal vez tampoco sea el hombre.

Y en todo este lapso, esperamos ver la caída de los amigos de Washington en todo Medio Oriente. En Egipto, tal vez Mubarak esté preguntándose hacia dónde huir. En Líbano, los amigos de Washington se derrumban. Es el final del mundo de los demócratas en el Medio Oriente árabe. No sabemos qué vendrá después. Tal vez sólo la historia pueda responder esta pregunta.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya


martes, 25 de enero de 2011

Se fue El Tatic


Don Samuel, El Caminante
Carlos Fazio



Al despuntar 1994, con la novedad de la insurgencia campesino-indígena zapatista, un hombre de la Iglesia católica comenzó a acaparar los noticieros y las primeras planas de la prensa mundial: monseñor Samuel Ruiz García, obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, en el sureste mexicano.
Pero, ¿quién era Samuel Ruiz, esa figura signo de contradicciones, venerada casi como un dios por los indígenas de Chiapas y odiada al extremo por los poderosos de su diócesis? No era un desconocido. En las zonas indígenas del continente americano, desde Alaska a la Patagonia, pero también en Asia y África así como en los ambientes ecuménicos de Europa, El Tatic Samuel había cobrado fama de profeta desde el inmediato posconcilio, cuando comenzó a aplicar los acuerdos del Vaticano II.
Luego, con Medellín (1968) y el despertar de una nueva conciencia episcopal latinoamericana, en contraste con una institución cupular, vertical, predominantemente conservadora y legitimadora del poder y de la ideología dominante, como la que existe en México y en otras latitudes, don Samuel impulsaría un modelo de Iglesia más participativa, más autóctona. En su diócesis de San Cristóbal fue el constructor de una Iglesia con rostro indígena.
Hijo de espaldas mojadas, fue ordenado sacerdote en Roma, en 1949. Diez años después, Juan XXIII lo nombró obispo de San Cristóbal. Tenía apenas 35 años. Había sido formado para ser un obispo tradicional, de poder. Pero a poco de empezar a recorrer la diócesis, aquella realidad de miserias y carencias le golpeó. Se practicaba entonces un indigenismo paternalista en el cual el indio era objeto de la acción pastoral. De la mano del Concilio Vaticano II comenzó a intuir que por allí no era su camino de pastor. Pero fue su transitar por los senderos reales y de herradura de la selva Lacandona, lo que lo encaminó a su propia conversión. No pudo ser indiferente ante tanta opresión, miseria, hambre, discriminación y muerte.
En el último tercio del siglo XX, Chiapas era baluarte de terratenientes, madereros y cafetaleros, en una realidad de peones acasillados como en la Colonia. Durante un tiempo don Samuel fue un obispo pescado: pasó con los ojos abiertos en medio de la opresión, sin verla. Hasta que descubrió al indio marginado. Eso ocurrió cuando dejó de ver sólo iglesias llenas y tomó conciencia de la explotación del indígena y del funcionamiento de las estructuras sociales de dominación clasista.
Supo entonces que el camino nuevo era riesgoso y conflictivo, porque vendrían acusaciones y le endosarían etiquetas de marxista y de una politización indebida. Pero eran los peligros que debía afrontar.
En realidad, como dijo él muchas veces, quienes lo convirtieron fueron los indios. La clave, pues, está en que se convirtió al pobre, a las raíces, a la cultura, al pueblo. Y eso comenzó a mover dentro de sí el espíritu hacia la liberación, la justicia y la paz. Vivió entonces la conversión como un continuum; siempre convirtiéndose durante 40 años.
No fue un camino fácil. Tuvo que dejar atrás inercias, boato, comodidades. Nadie opta por los indígenas sin convertirse a los indígenas, esos Cristos maltratados al decir de fray Bartolomé de Las Casas. Fue, Samuel, un obispo de puertas abiertas. Pero nunca un obispo sentado. Al contrario, fue y seguirá siendo para quienes le conocieron un pastor itinerante, peregrino. Le decían El Caminante. Por eso los indios de Chiapas lo vieron llegar, incansable, montado en su caballo el Siete Leguas, a lomo de burro, en Jeep o simplemente a pie.
Profeta seductor, supo ser un teólogo que cambió los libros por la historia –la historia real, concreta– y puso los pies sobre la tierra. Hombre de frontera y acompañamientos, se convirtió en líder sin proponérselo, con una cauda de autoridad moral enorme, porque siempre estuvo en la frontera de la vida y la muerte. Además, el hecho de haberse esforzado por comprender las lenguas tzeltal, tzotzil y un poco de chol y tojolabal –las cuatro lenguas indígenas predominantes en su diócesis–, muestra cuál fue su actitud pastoral: no fue desde arriba y afuera, sino desde adentro y a la par.
El mejor testimonio de ello lo dio el pueblo pobre de Chiapas el 10 de febrero de 2000. Ese día bajaron de las montañas y entraron en caravana a San Cristóbal de las Casas, por los cuatro puntos cardinales, más de 15 mil indígenas. Habían llegado a la ciudad mestiza para despedir al obispo local, El Tatic Samuel, quien el 25 de enero anterior había cumplido 40 años de servicio episcopal. Llegaron a expresarle su fervor y su cariño. La ausencia del nuncio Mullor y la mayoría de los obispos mexicanos no menguó el brillo y calor de los festejos. La multitud ni siquiera se enteró de las ausencias de los dignatarios católicos, acostumbrados como están al abandono de los poderosos.
Al alba de aquél día, el padre Clodomiro Siller abrió el libro Tonal pohuali y consultó el calendario maya, para saber los signos del día –su tiempo y su espacio– que le tocaban esa jornada al festejado. La fecha era 12 flor. Tres veces cuatro. Cuatro es la totalidad cósmica. Tres, la mediación, el viento entre el cielo y la tierra. El signo que se debe vestir en un día como ese es el quetzal, la hermosa ave de plumas verdes que jamás puede estar en cautiverio. El ave de la libertad. Su lectura fue clara: Samuel, el mediador, el indomable.
No daba todavía el mediodía, cuando la figura de El Tatic apareció por la puerta de catedral portando su bandera verde de Jcanan Lum (protector y guía del pueblo), que le habían entregado los indígenas en Amatenango. Le acompañaban los 13 ancianos principales, como denominan a los sabios de las etnias. Habían llegado de las siete regiones pastorales de la diócesis. Detrás iban diez obispos –monseñor Raúl Vera entre ellos– y un grupo de indígenas que enarbolaban las 52 banderas que simbolizan el siglo maya.
Después vino la oración y la liturgia en tzotzil, ch’ol, tzeltal, tojolabal, inglés y español. Pidieron por El Tatic Samuel y el tatic Vera; por los catequistas de la diócesis, perseguidos, encarcelados y asesinados. Otro ruego que se oyó (cuyo eco llega hasta el presente en este México militarizado, paramilitarizado y mercenarizado), fue por los militares y policías que tienen que cumplir órdenes, para que no se extralimiten en contra de sus hermanos, quizá inspirado en la última homilía del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, quien clamó: En nombre de Dios, cese la represión, y fue ejecutado por un grupo clandestino del ejército salvadoreño.
En aquellos días, hace 11 años, más de 60 mil soldados, apoyados por aviones y tanquetas vigilaban día y noche a la población maya, que ha protagonizado varias rebeliones a lo largo de su historia. Hoy el número de soldados es menor, pero aumentó el poder de fuego del Ejército con sus tropas de desplazamiento rápido. El pueblo pobre y el fusil de los poderosos enfrentados en esas inmen- sidades chiapanecas, en una guerra silenciosa que lleva más de cinco siglos.
Habían pasado casi cuatro horas, cuando los 13 ancianos en el templete, junto a don Samuel y don Raúl comenzaron a repartir el fuego nuevo, que marca el fin de un ciclo y el comienzo de otro. El ciclo que terminaba eran los 40 años de Samuel Ruiz al frente de la diócesis. El ciclo por venir despertaba entonces dudas y temores. La sombra de un desmonte de signo conservador planeaba sobre San Cristóbal, igual que había ocurrido antes en Cuernavaca, la de don Sergio Méndez Arceo. Fueron las comunidades indígenas, el pueblo pobre, digno y combativo de Chiapas, el que ese día, como muchas veces antes, identificó y honró a don Samuel, de manera sencilla, como un padre de proyección mexicana, latinoamericana y mundial, y rindió un caluroso homenaje a su pensamiento y práctica liberadora. Pensamiento, acción y acompañamiento, que en el caso de El Tatic han venido nutriendo a un par de generaciones socio-eclesiales del continente y que por ello, sin duda, forma ya parte de la nueva patrística latinoamericana.
Don Samuel siguió teniendo la espalda ancha y hasta el final supo asumir los momentos de tensión, ¡que no fueron pocos!, con ecuanimidad y hasta con ribetes de humor. Será su forma de ser o porque es un veterano apaleado. La experiencia enseña a relativizar, afirmó alguna vez Pedro Casaldáliga. En lo personal, sin compartir su fe, don Samuel nos enseñó el camino de acompañamiento de los indígenas chiapanecos y el pueblo pobre de México.

¿A qué le teme el gobierno del Edomex?

Marta Lamas 

“La práctica de la violencia, como toda acción, cambia al mundo, pero el cambio más probable es un mundo más violento.”

Hannah Arendt


Asesinatos brutales ocurren cotidianamente a lo largo y ancho del país. Para poder frenarlos es necesario precisar qué los provoca. Se ha dicho que los feminicidios son una especie de cacería de mujeres, producto del odio misógino. Tal vez en muchos casos sí, pero una antropóloga, Rita Laura Segato, vuelve  compleja esa hipótesis cuando propone dejar de pensar los feminicidios como crímenes en los que el odio hacia la víctima es lo predominante y, en lugar de eso, los plantea como una forma de interlocución entre miembros de una fratría. Sin negar la misoginia presente en el ambiente donde esos crímenes tienen lugar, Segato ve a la víctima como el desecho de un proceso donde esos asesinatos son las exigencias –el precio a pagar–  para pertenecer a una siniestra hermandad. Ejecutar  a una mujer sirve para sellar un pacto de silencio, capaz de garantizar la lealtad inviolable a una cofradía mafiosa. Por eso Segato  llama  a  estos asesinatos “crímenes de corporación” o de “segundo Estado”, definiendo por corporación al grupo o red que administra los recursos, derechos y deberes propios de un Estado paralelo, establecido firmemente en la región. O sea, la mafia de los poderes fácticos, como los cárteles del narco. 
Una lectura equivocada respecto a estos crímenes impide reflexionar sobre la problemática social en que se ubican, y el machismo sesga las interpretaciones. Cuando en Ciudad  Juárez los asesinatos de mujeres empezaron a cobrar notoriedad, hubo autoridades que declararon que esas víctimas eran prostitutas o mujeres fáciles, que llevaban una vida desordenada, que bebían y provocaban con el vestido. Al parecer pensaban que el hecho de que no fueran “mujeres decentes” disminuía la responsabilidad gubernamental de investigar, resolver y frenar esos crímenes. Los asesinatos fueron aumentando de año en año, ante la indiferencia e incompetencia de las autoridades judiciales, policiacas y políticas. Sólo cuando el escándalo internacional fue imparable se empezaron a preocupar, más por su reputación y la de Ciudad Juárez que por las propias mujeres y futuras víctimas. 
Desde hace tiempo se sabe que en otras entidades federativas crece la comisión de estos crímenes espantosos y, sin aprender del caso de Ciudad Juárez, las autoridades muestran un impresionante desinterés. El escándalo ahora es en el Edomex, donde supuestamente ya hay más mujeres asesinadas que en Ciudad Juárez. Más que preocuparse por esclarecer qué expresa esa siniestra carnicería, las autoridades locales consideran que la petición a la Segob y al Inmujeres por parte de 90 investigadoras y 43 ONG de 18 estados de la República de que se ponga la “alerta de género” en el Edomex tiene fines electorales, y se resisten a aceptar que se investiguen los hechos.  Además, siguiendo el prejuicio  machista, el procurador Alfredo Castillo ha dicho que las víctimas han sido asesinadas porque “consumen droga, alcohol o usan inhalantes”, además de que “trabajan en bares en los que alternan con los clientes”. 
Hace años  comparé la forma en que las autoridades inglesas manejaron el caso de  cinco asesinatos de mujeres en Ipswich. Cinco trabajadoras sexuales aparecieron muertas, probablemente a manos de un asesino serial.  El Reino Unido entero se conmocionó, pero lo que interesó públicamente fue si la policía sería suficientemente eficaz para encontrar al asesino antes de que matara  a más mujeres.  Nadie declaró que “ellas se lo buscaron” ni se moralizó sobre los riesgos del trabajo sexual; al contrario, algunos editorialistas criticaron el hecho de que se hubiera  hablado de la muerte de “cinco prostitutas”, en vez  de “cinco mujeres”. Y mientras se capturaba al asesino, las autoridades pidieron a las trabajadoras sexuales que no circularan de noche e inauguraron una inédita política pública: darles el dinero y la droga que conseguirían en la calle, para que no salieran de sus casas. El asesino fue detenido una semana después. ¡Qué manera de responsabilizarse de sus ciudadanas! 
Lejos estamos en México de actitudes así de civilizadas. Pero es indispensable que las autoridades, todas, de todos los partidos, en todas las entidades federativas, tomen  en serio el aterrador crecimiento del número de feminicidios. Para prevenir y perseguir más eficazmente estos asesinatos hay que cambiar el enfoque interpretativo y aceptar mecanismos preventivos como la “alerta de género”. En lugar de ofenderse o de sospechar oscuros motivos electorales, las autoridades del Edomex deberían no sólo aprovechar la “alerta de género”, sino también rectificar públicamente la interpretación machista que hizo su personal judicial. 
La batalla por la seguridad de todos, no sólo de las mujeres, será larga y compleja. Pero frente a este tipo específico de asesinatos se requiere no sólo de una mejor investigación policial, sino también utilizar los instrumentos de intervención preventiva que darán resultados a mediano y largo plazo. En eso consiste  la “alerta de género”. Se necesita verdadera voluntad política para resolver los crímenes y detener su repetición. La cerrazón arrogante y machista –esa sí definitivamente electorera–  del gobierno de Peña Nieto sólo complica más las cosas. ¿A qué será que le teme? 

Los demonios sueltos en Monterrey

Miguel Ángel Granados Chapa

Lo advirtió, ya en julio de 2008, hace dos años y medio, Alejandro Junco al entonces gobernador Natividad González Parás: la inseguridad en Monterrey era ya insoportable. Desde ese tiempo los demonios deambulaban sin control. Amagado repetidamente, el presidente y director general del Grupo Reforma (que en aquella ciudad edita El Norte, del que surgieron Reforma en el DF y Mural en Guadalajara) se vio ante un grave dilema: “comprometer nuestra integridad editorial o cambiar a mi familia a un lugar seguro”. Optó por lo segundo, y desde Texas, donde se ha refugiado –esa es la palabra empleada por él mismo en su carta–, escribió al gobernador para demandarle actuar de modo que los regiomontanos no perdieran la fe en la ley, como a él le había ocurrido. Como una  comprobación de sus previsiones, el 10 de enero fue atacado a balazos y con granadas el edificio de una edición urbana de su diario regiomontano.

Desde aquel 2008, la violencia criminal se ha acelerado en la capital de Nuevo León, su región metropolitana y la entidad entera. Para precaverse de peligros que intuyen o ven venir, una cantidad creciente de empresarios y profesionales de Monterrey se han asentado del otro lado de la frontera. Un buen número de estudiantes emigraron hacia el sur, después de que el 19 de marzo pasado dos graduados del Tec de Monterrey murieron a manos del Ejército, cuyos efectivos pretendieron hacerlos pasar como sicarios. Comunidades enteras están vaciándose. Datos del censo levantado por el INEGI el año pasado muestran que el éxodo se manifiesta sobre todo en los municipios del norte: Anáhuac, Agualeguas, Los Aldamas, Cerralvo, China, Doctor Coss, General Bravo, General Treviño, Los Herreras, Melchor Ocampo, Parás, Vallecito y Villaldama, aunque también se percibe el fenómeno en municipios conurbados a la capital, como San Pedro y San Nicolás (Reforma, 16 de enero).
Una ciudad y su zona metropolitana que siempre se habían tenido como ordenadas y seguras se han convertido en una de las regiones más perturbadas por la violencia criminal, que va en continuo ascenso y ha merecido que gobiernos extranjeros, como el de España, adviertan a sus nacionales el riesgo de viajar allí, lo mismo que a Ciudad Juárez y Culiacán. 
El año pasado fue especialmente alterado por los enfrentamientos entre bandas, por el desafío de algunos de esos grupos a las autoridades y por la guerra librada por las fuerzas federales contra la delincuencia organizada. La suma de las víctimas llegó en 2010 a 610, de las cuales 79 fueron agentes de la autoridad y 24 personas sorprendidas por el fuego cruzado o simplemente por la incapacidad de policías y militares para dirigir con precisión sus ataques.
En la última cifra se incluyen los dos estudiantes graduados del Tec, cuya muerte provocó un estremecimiento en las altas esferas regiomontanas. Cuando el ingeniero Rafael Rangel Sostman se percató de que la Procuraduría del estado y el mando militar pretendieron simular que los alumnos eran sicarios, se estremeció al descubrir el engaño practicado por esas autoridades. Y entonces inició una campaña contra la inseguridad, incluido un cuestionamiento a la estrategia federal, lo que lo condujo a un enfrentamiento con los empresarios que financian y administran el tecnológico. Aunque es verdad que se había mantenido largo tiempo al frente de esa institución, a la que hizo crecer hasta alcanzar dimensiones nacionales y ello lo inclinaba al retiro, tales circunstancias lo forzaron a apresurar su decisión, que en este enero acaba de consumarse, si bien se anunció meses atrás.
La movilización de la comunidad estudiantil y docente del Tec, al experimentar en carne propia los excesos de acciones que no alcanzan a contener a la delincuencia, no sirvió para modificar las conductas de las autoridades. El gobierno del estado, a cargo de un inexperto e impasible Rodrigo Medina, que en los momentos críticos (como los vividos en la tercera semana de enero) prefiere hacer mutis, está claramente rebasado por la incapacidad y la corrupción, lo mismo que varios gobiernos municipales. Aunque el suyo no escapa a esa dolencia, el alcalde panista de Monterrey Fernando Larrazabal desestima los magros esfuerzos de la administración estatal (y en ello coincide el cardenal Francisco Robles Ortega), con lo que añade a la situación el ácido de la contienda política, que no hará más que corroer las capacidades gubernamentales de combate a la inseguridad. Otro presidente municipal blanquiazul, Mauricio Fernández, se opone mediante una controversia constitucional admitida por la Suprema Corte al dominio que el gobernador pueda tener sobre las policías municipales. 
La inseguridad creció aceleradamente en los últimos días de diciembre pasado y se desbocó al comenzar el nuevo año. El paso de un periodo a otro quedó marcado con el terrible secuestro y asesinato de una secuestradora, Gabriela Elizabeth Muñoz Tamez, presa en el penal de Topo Chico desde agosto de 2009. Una conjura la hizo salir de esa frágil (y al mismo tiempo tenebrosa) prisión dizque para conducirla al Hospital Universitario. En realidad se trataba de atraparla, como ocurrió con la complicidad de autoridades de la penitenciaría. Sus captores la torturaron y, todavía con vida, colgaron su cuerpo en un puente peatonal de una céntrica avenida regia. Murió por la asfixia del ahorcamiento, pero lo mismo le hubiera ocurrido por las lesiones que el maltrato le infirió. 
Como es usual, se ignora el móvil y los protagonistas del bárbaro asesinato. En una comarca donde el alcalde panista de San Pedro, el mencionado Mauricio Fernández, se ha manifestado a favor de la acción directa de grupos duros contra la delincuencia, al margen de la ley, la sombra de una escuadra de ajusticiamiento se cierne sobre la ciudad. Sólo eso le faltaría a Monterrey.
Un día tras otro, muertes violentas como esa fueron acumulándose conforme avanzaba el nuevo año: en la primera quincena de 2011 sumaron 41, a razón de casi tres por día. Pero el lunes 17 la tasa se disparó: en tres enfrentamientos y ataques perdieron la vida 10 personas. Por lo menos dos murieron por una mala casualidad, porque estaban en el lugar y la hora inoportunos. Todavía sería peor el desenlace sólo unas horas después, pues la jornada letal se extendió durante las primeras ocho horas del martes 18. En esos dos días murieron 23 personas, una por cada hora. 
La autoridad parecía no existir. No sólo era incapaz, en cualquiera de sus niveles, de impedir la matanza, sino que ni siquiera había una voz gubernamental que explicara los sucesos o, en el colmo de la impotencia, al menos expresara el pesar del gobierno a los deudos de los agentes muertos o de los caídos por daño lateral.
Cada vez que en Nuevo León arrecia la violencia se pretende que el remedio está en el arribo de fuerzas federales, que se muestran tan inútiles como las locales, aunque en éstas su conducta se agrava por la manifiesta complicidad con las bandas criminales, que por momentos llega a lo grotesco, como cuando patrullas de la policía municipal de San Nicolás, cuyo jefe fue detenido con ese motivo, bloquearon el paso de un convoy del Ejército que, aunque fuera tardíamente, iba en pos de delincuentes.
Sólo a partir de la corrupción se comprende que pase en Monterrey, y en Nuevo León, lo que está pasando. Los sucesos de Topo Chico muestran la falibilidad deliberada de la protección a puntos neurálgicos, o por lo menos la carencia de una notoria presencia disuasiva en ellos: ya dijimos que de allí se sacó a La Pelirroja para asesinarla el último día de 2010; una semana después, el penal fue atacado a balazos y con granadas, operación que en términos muy semejantes se repitió el 19 de enero. En el entretanto, dentro de la cárcel fue asesinado, de 23 puñaladas, Gabriel Ayala Romero, preso porque se le tenía como el líder de la piratería local. De más está decir que un atentado previo contra la prisión, en octubre pasado, no encendió las alarmas que hubieran podido inhibir y aun evitar los ataques posteriores.
Las rencillas políticas se agregan a las otras causas favorecedoras de la impunidad. El Partido Acción Nacional no se repone de la derrota que, con el impulso fundamental de Televisa, le infirió el PRI en la disputa por la gubernatura en 2009, y se encuentra permanentemente trenzado en una guerra de reproches y de acciones políticas y jurídicas contra el aparentemente inerme gobernador Medina. En realidad no se halla en estado de indefensión ni mucho menos, pero es notorio que en todo tiempo el cargo le habría quedado grande, y con mayor razón es así en medio de las tribulaciones que padece la sociedad.
La intranquilidad que priva en la calle, al ras del suelo, se vive también, aunque por razones diferentes, en las alturas, en las oficinas corporativas de los consorcios que durante décadas marcaron el ritmo y el tono de la vida regiomontana. La cervecería Cuauhtémoc, origen del poderoso Grupo Monterrey, como se llamaba al poseído por la familia Garza Sada (después Garza Medina), fue vendida (junto con la Moctezuma, incorporada a Monterrey en los años de auge) a la cervecera holandesa Heineken, en una operación que se buscó presentar como un intercambio de acciones, para no perder cara. Su hermana, Vitro, nacida para fabricar las botellas en que se envasaba la cerveza, pasa por severas dificultades financieras, agravadas por maniobras de acreedores que buscan sacar provecho de su fragilidad y por una sesgada aplicación de la ley que hasta ahora le ha impedido acogerse a las reglas del concurso mercantil como fórmula para no quebrar. Cemex, en fin, ha preparado para 2011 un ajuste presupuestal tan riguroso que lo ha obligado a retirar el financiamiento que prodigó desde 2001 (y que sumó cerca de 800 mil dólares en casi una década) a la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que a lo largo de esos años entregó 106 reconocimientos y permitió a cientos de profesionales de toda la región asistir a sus anuales seminarios de calidad periodística, animados a menudo con la presencia de Gabriel García Márquez.

Tartufo*, su opereta y la mano izquierda de Susana

Jorge Moch

México, el del tartufo que ni rodeado de guardaespaldas con la punta del pie asoma a la calle, no es un país: es una opereta. Una opereta mediática y de propaganda macabra, lúgubre, rota, de caños al aire y zanjas con muertos, donde mucha gente prefiere hacer como que no pasa nada, como que lo peor de la vida es el alza de los precios, la insolencia de la servidumbre, los demasiados pobres pero porque afean las calles, no porque sean la carne viva del desaliento, y de todos modos una propaganda inútil para la gente que desconfía.
La república de lo minúsculo ha llegado a extremos de abyección y aberración que dejan al testigo mudo de estupor. Los ejemplos valen en cualquier ámbito de la vida nacional. La televisión, la radio y no pocos portales de noticias en internet siguen haciendo el juego zafio al tartufo y, en lugar de ser sus críticos, son sus correveidiles, sus dilectos canales de una mentira que en la esencia huera de su necedad es más bien un insulto. Hay un anuncio que habla de vivienda para los mexicanos, de que “en el gobierno del presidente”, así, sin decir el nombre ni el apellido del tartufo cobarde que prefiere escudarse en ambiguos cortinajes, los mexicanos tienen más acceso a vivienda digna. A ver si el tartufo odioso, si sus compinches dueños de licitaciones puercas, contratos turbios y constructoras abusivas viven en esas casas diminutas, construidas con materiales de mala calidad y en sitios de riesgo; a ver si cualquiera de esos infelices de voracidad sin fondo llevan a vivir a sus hijos a esos nidos de sociópatas con la falta de espacio, de agua, de árboles, en fangales anegados de precariedad disfrazada.
Hay otros eructos del régimen de gnomos que sin guardia pretoriana quedan en lastimosos batracios aterrados de sus congéneres, porque bien saben lo que le deben a este país, lo que han mentido, robado, secuestrado, asesinado, corrompido. En días pasados el Congreso minúsculo, también, como todo en este desgobierno, se mangó una de esas inútiles campañas de limpieza cosmética para que pensemos algún día que diputado o senador no es sinónimo de escoria oportunista y el colmo del cinismo, del tácito precepto de la violencia institucional fueron esos anuncios, digo, en que los congresistas, como consorcio paternalista con potestad de la felicidad ajena daban la bienvenida a los paisanos migrados a Estados Unidos –pues cómo no los iban a saludar, si a más de uno le salivan los bigotes con las divisas que la diáspora supone–, y llegaron a la absurda oferta, repito: en anuncios transmitidos en cadena nacional, de proporcionar a los visitantes repatriados una especie de salvoconducto para evitar abusos… de las autoridades.
Pero nada, nadie tan cínico, tan marrano, tan sucio como el mismo tartufo Calderón, hablando engolado, crecido, engallado detrás de su valla de gorilas erizados de armas cuando se atreve a desbarrar de nuevo con una bravata: que “de no haber actuado, el crimen habría llenado el país […] incluso al más alto nivel”. Esto cuando en Acapulco aparecieron decenas de jóvenes decapitados. Cuando siguen impunes los crímenes, los asaltos, los secuestros y los asesinatos de que son víctimas miles de mexicanos todos los días, muchas veces a manos de miembros de las mal llamadas fuerzas del orden, que no son sino, salvo honrosas, escasísimas excepciones, manifestaciones de la podredumbre y la corrupción, el salvajismo, la brutalidad que signan la convivencia en México. Dijo esto, el tartufo “de las manos limpias”, sin atreverse a mencionar los treinta y cinco mil muertos violentos que nos debe, el infeliz. Lo dijo cuando en Juárez aparecía, mutilada su mano izquierda, el cadáver de otra activista asesinada en aquella ciudad convertida en trinchera, tierra de nadie, pasto de chacales. Una muestra de la porquería, además, cómo un personero de Televisa y en ello de ese cataclismo de derechas que ha arrasado la conciencia cívica y la más elemental decencia, hacía el juego exculpatorio al procurador de justicia de Chihuahua y sus delirantes explicaciones del asesinato de Susana Chávez. Callaron a Susana como callaron a Marisela como callaron a Digna como pretenden callar a quien les resulte incómodo, antipático, molesto. Y no nos engañemos. El cinismo del tartufo es deliberado, claro y manifiesto. No importa la sangre en las calles, sino la maniobra electorera que está por venir. Su dios nos agarre confesados.
Pero con la mano izquierda bien cerrada en alto, empuñando lo que nos queda de dignidad.
*tartufo.
(Por alus. a Tartufe, protagonista de una comedia de Molière).
Hombre hipócrita y falso.

miércoles, 19 de enero de 2011

Joel Mokyr*: La corrupción es una fuente de pobreza



"En una economía exitosa la mayoría de la gente estará incentivada a trabajar duro y producir, mientras en economías pobres, tomar de otros se vuelve una forma de ser".
"Tiene que ver, (...) con lo que la población ha aprendido desde pequeños, generación tras generación."

El economista Joel Mokyr habla sobre que pace diferente a un país pobre de uno rico y de cosas que pueden cambiar una sociedad corrupta.

A lo largo de 38 años de carrera ha reunido suficientes referencias para llegar a sus propias conclusiones sobre las que podrían ser las claves del desarrollo económico, los motores y los obstáculos del crecimiento. El catedrático e investigador de la Universidad de Northwestern, en Illinois, Estados Unidos, y miembro de la Academia Americana de Ciencias y Artes, comparte algunas de estas conclusiones:

De acuerdo con su experiencia, ¿cuál podría ser el eje del desarrollo económico para cualquier país?

A lo que hemos llegado los economistas en los últimos 15 años es a que el desarrollo se basa en aquello que se llama instituciones, entendidas no como organizaciones, sino como las reglas con las que se juega el juego de la economía. Están las instituciones formales que te dicen que se puede y que no se puede hacer, y las informales, las costumbres, aquellas cosas que haces porque así has visto que se hacen, lo aprendiste en tu familia, en tu escuela, de tus amigos.

¿Cómo interfieren estas instituciones en la economía?

Hay un aspecto de las instituciones de las cuales depende el desarrollo económico: el gobierno, cómo funciona y cómo maneja un país. En toda actividad económica, producir, invertir, innovar, hay dos cosas que se pueden hacer, por ejemplo, producir la riqueza o quitarle el dinero a alguien más, redistribuir la riqueza. Y esto puede ir desde el extremo de una actividad criminal, como la corrupción, hasta una actividad legal, como dar subsidios a los agricultores.

¿Por qué está mal redistribuir la riqueza?

La regla es que entre mayor redistribución tengas en una economía, entre más incentives a los individuos a no producir bienes pero a tomar de alguien más, esa sociedad no se desarrollará bien. En una economía exitosa la mayoría de la gente estará incentivada a trabajar duro y producir, mientras en economías pobres, tomar de otros se vuelve una forma de ser.

¿Podría poner un ejemplo?

En Rusia, y otros países de la ex Unión Soviética, la economía se ha vuelto redistributiva. Tienes a una parte del sistema funcionando con corrupción. La gente hace su dinero ahí viendo quien es exitoso, y si alguien está haciendo mucho dinero, encuentran la manera de quitárselo. Este fenómeno genera pobreza. Los otros países del centro de Asia también son extremadamente corruptos y gobernados pobremente. El mayor incentivo es tomar de otros y no hacer nada por sí mismos. Para la mayoría de África, este es el principal problema, más que la educación, la capacitación, lo que tienes son economías predatorias basadas en la idea de quitar, no de generar riqueza.

¿La corrupción esté detrás de la pobreza?

En México sólo 2% de los detenidos son llevados a juicio...

Puede ser que muchos lugares, incluso desarrollados, sean razonablemente corruptos, pero la pregunta no es si hay o no corrupción, sino si ésta afecta la vida económica dramáticamente.  En EU puede haber un oficial corrupto, pero no impedirá que la justicia opere correctamente, porque en 90% de los casos el juez decidirá, con base en los hechos, quien está mal. Cuando la justicia está del lado de quien tiene más dinero, la corrupción es devastadora y debes empezar a preocuparte por sus efectos en una economía.

¿Por qué unas naciones son más corruptas que otras?

Esa es la pregunta del millón de dólares. Eso regresa a las instituciones, en mi nuevo libro trataré eso. Tiene que ver con la cultura económica de la sociedad, hasta qué punto la gente cree que corromperse es el tipo de conducta que uno debe tener. Tiene que ver con lo que aprendes en casa, de tus amigos, en la escuela, de los medios. Si eres una sociedad donde todos son corruptos, es muy difícil no serlo.

En Suecia, las calles están limpias, porque a las personas desde pequeñas les enseñaron a ser cuidadosas con la basura; en India, todo mundo la tira en la calle, porque es lo que han visto siempre: los padres lo hacen, sus hijos lo repiten.

¿La diferencia entre una nación rica y una pobre es el nivel de corrupción?

La corrupción crea señales negativas para el resto de la economía, por ejemplo, que el trabajo duro, arriesgarse o innovar no vale la pena; para que ganas dinero si alguien te lo quitara. Eso es gran fuente de pobreza. Eslovaquia es ocho veces más rica que Moldavia, que es muy pobre. Los dos son países pequeños de la ex Unión Soviética. ¿Cuál es la diferencia? Moldavia es muy corrupta.

En Latinoamérica tienes países con muchas variaciones en una misma región. Me gusta comparar el desarrollo de Nicaragua con el de Costa Rica. Este último país es cinco veces más rico que Nicaragua. Tiene que ver, nuevamente, con sus instituciones y con lo que la población ha aprendido desde pequeños, generación tras generación.

Más allá de las instituciones ¿Qué otros aspectos intervienen en el nivel económico de un país: su ubicación geográfica, sus recursos naturales?

No importa realmente que no tengas recursos naturales o donde te ubiques. Yo nací en Holanda, no tiene muchos recursos naturales y, sin embargo, es un país rico, porque es una nación bien manejada, con una gran cultura y un gobierno que tiene buen manejo de la ley y el orden. Zaire es rico en recursos naturales, cobre, petróleo, diamantes, pero es pobre debido a sus instituciones. Piensa en Japón y Filipinas, las dos son islas de la costa asiática, pero hay una gran diferencia en su desarrollo por sus instituciones y su pasado. Corea del Norte y Corea del Sur, una es rica y la otra pobre y tienen casi la misma ubicación, comparten la misma historia hasta 1945, el mismo idioma. Pero en el Norte la vida apesta porque sus instituciones son muy malas.
Para la economía mexicana ha sido determinante la cercanía con Estados Unidos. ¿Por qué no le ha sucedido lo mismo a Canadá? Cualquier nación que atribuye su poco desarrollo o su gran desarrollo a los recursos naturales o a su geografía no está bien.

¿Se puede dejar de ser un país donde hay altos niveles de corrupción?

Convertir países extremadamente corruptos en países bien conducidos y armoniosos, es algo que no se puede hacer en una generación, por la inercia de comportamiento. Puedes poner en la cárcel a todos los gobernantes corruptos de África y serán remplazados por personas tan corruptas como ellos.

¿Existen países que lo han logrado?

Alemania es un buen ejemplo. El oeste se industrializa, crece, el este es un lugar terrible, pero cuando sucede la unificación, al este no le cuesta trabajo desarrollarse porque la cultura original permanece, los comunistas no pudieron borrarla. Se adaptaron rápidamente a las nuevas instituciones y las aceptaron, porque era parte de su cultura occidental original.

¿Por dónde comenzar?

Una de las cuestiones más críticas de las instituciones es que tienen leyes, pero se requiere gente que las respete. Necesitas que la gente crea que las leyes son razonables y justas y una forma de hacerlo es no teniendo leyes que no tienen sentido y que todo mundo rompe. Una ley estúpida no puede hacerse cumplir. Por ejemplo, la prohibición de las drogas.

Un lugar para comenzar, por ejemplo, es facilitar a la gente a iniciar actividades económicas. En muchos países, para empezar un negocio necesitas infinidad de licencias, recolectar más de 1000 firmas para permisos y todos los que firmen te pedirán dinero. La razón es porque existen leyes formales que te exigen esa cantidad de permisos. Entre menos permisos, habrá menos oportunidades para ser corrupto, y entre menos corrupción la gente vea a su alrededor, menos motivación tendrá para serlo. Hay que guitar obstáculos y legalizar lo que se pueda legalizar.

¿Cuáles son las asignaturas pendientes para México?

La legalización de las drogas. En términos de desarrollo, el tráfico de drogas ha hecho a México un país más difícil de manejar y hace ver a las instituciones peor que como son. Parte de su problema está en EU. La única razón por la que existen los carteles del narcotráfico es porque en ese país estos narcóticos son ilegales, si fueran legales, sería como comerciar café, no habría estas grandes ganancias. Pero me sorprendió que cuando se iba a votar la iniciativa para legalizar la marihuana en California, el gobierno mexicano se pronunciara en contra. El mensaje que manda es: si quieres hacer dinero en México, puedes hacer mas vendiendo drogas que abriendo una planta productiva.

¿Y  en relación con la cultura de Ia corrupción?

Sería crear un sistema donde abrir negocios y obtener permisos para cualquier actividad económica lícita sea fácil. También debería gastar más dinero en educación. Mucho, migrantes mexicanos en EU no tienen educación, si la tuvieran tendrían mejores salarios, mandarían más dinero a México y eso elevaría el nivel de vida. La mejor inversión que puede hacer un país es en su propia gente, si inviertes más es posible tener mejores maestros, y a través de la educación puedes mejorar los valores de la población.

De acuerdo con los ejemplos que puede haber en Ia historia, ¿en cuántos años es posible lograr los cambios?

Serían décadas. A Taiwan le llevo 40 años. Quizá tome una generación. Al final, la economía se trata de la gente, y lo hace trabajar a la gente es lo que cree. Eres lo que crees.